Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica
Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.
– Rom. 8:2.
Una persona que cree en el Señor es inmediatamente libre del pecado. No obstante, esta experiencia no es necesariamente compartida por todos los nuevos creyentes, pues algunos persisten en pecar. No hay duda en absoluto de que han sido salvos, que pertenecen al Señor y tienen vida eterna. Sin embargo, la gran dificultad sigue siendo que ellos son perturbados con frecuencia por el pecado. Debido a esto, son incapaces de servir al Señor como ellos quisieran.
Para alguien que ha creído recién en el Señor, es más doloroso ser perturbado permanentemente por el pecado. Aquel que ha sido iluminado por Dios, tiene una conciencia sensible. En él está la vida que condena al mal; por lo cual tiene conciencia de pecado. Él siente profundamente su corrupción y se aborrece a sí mismo. Ésta es realmente una experiencia sumamente dolorosa.
La palabra de Dios no nos dice que deberíamos vencer el pecado; nos dice, en cambio, que debemos ser libertados del pecado. Estas son las palabras de la Biblia. El pecado es un poder que esclaviza al hombre. Nosotros estamos para ser librados de su opresión, no para destruir su poder; nosotros no podemos anularlo, pero el Señor nos ha removido de él.
La ley del pecado
«Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello … porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago … Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros … Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado» (Rom. 7.15-25).
Busquemos la clave de Romanos 7. En los versículos 15 al 20, Pablo usa expresiones tales como: «no quiero», «aborrezco», «el querer está en mí», «el bien que quiero», «el mal que no quiero», y así sucesivamente.
Las ideas constantemente repetidas son: «quiero» y «no quiero». Pero los versículos 21 a 25 nos muestran otro punto. El énfasis ya no es «quiero» o «no quiero», sino expresiones como «la ley», «otra ley en mis miembros», «cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros», «yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado». Si consideramos estos dos puntos de énfasis, podremos resolver el problema.
En los versículos 15 al 20, aunque Pablo quiere vencer, su experiencia es un fracaso total. Esto demuestra que el camino de la victoria no reside en la voluntad humana. Pablo lo intenta una y otra vez, pero termina en derrota. Por lo tanto, no pensemos que todo estará bien si solo tenemos el deseo de obrar bien. El querer está en nosotros, pero no el hacerlo. Todo lo que podemos hacer es querer, pero no hay mucho provecho en ello.
Sin embargo, después del versículo 21, Pablo mismo descubre por qué su deseo de hacer el bien es infructuoso. La razón es ésta: el pecado es una ley. Puesto que el pecado es una ley, es inútil querer. Pablo muestra la razón de su fracaso. Explica que, aunque él quiere actuar bien, el mal está presente en él. Él se deleita en la ley de Dios según el hombre interior, pero con la carne sirve a la ley del pecado. Cada vez que él se propone deleitarse en la ley de Dios, ve una ley diferente en sus miembros, la ley del pecado, que le lleva en cautiverio. Cada vez que él quiere hacer el bien, el mal se hace presente. Esto es una ley.
Muchos de aquellos que han sido cristianos por años, aún no perciben que el pecado es un poder que opera con una enorme autoridad. No ven el pecado como una ley. Es importante que los recién salvados vean esto: el pecado, en la experiencia humana, así como en la Biblia, es una ley. No es solo una influencia, un poder, sino también una ley. Y Pablo descubrió cuán inútil era su voluntad para luchar contra aquella ley.
La voluntad y su incapacidad para vencer la ley
La voluntad es el poder interior del hombre, en tanto la ley es un poder natural. Ambos son poderes. Quiero usar una ilustración para ayudarles a entender este asunto de la ley. Sabemos que la tierra ejerce una fuerza gravitacional. Esta fuerza de gravedad es una ley. ¿Por qué la llamamos una ley? Porque jamás cambia. Aquello que no es incidental, es una ley; aquello que es ocasional es un accidente histórico, no una ley.
Cada ley tiene su poder natural, que no es algo producido por esfuerzo humano. Podemos utilizar la gravitación de la tierra como un ejemplo. Cuando yo dejo caer algo, aquello gravita hacia abajo. No necesito presionarlo, porque hay una fuerza natural que lo hace caer. Detrás de esa ley está el poder natural.
Entonces, ¿qué es la voluntad? Es la determinación del hombre. Es aquello que el hombre decide, desea o quiere. El ejercicio de la voluntad no es posible sin su poder. Si yo decido hacer algo determinado, simplemente empiezo a hacerlo. Si decido caminar, camino; si decido comer, como. Como persona, tengo una voluntad, y ésta produce un poder. Sin embargo, el poder de la voluntad y el poder de una ley son diferentes. Mientras el poder de una ley es poder natural, el poder de la voluntad es humano.
En Romanos 7, el tema es el contraste entre la ley y la voluntad. Su tema es muy simple, pues solo aborda el conflicto entre la voluntad y la ley. En un tiempo anterior, Pablo no era consciente de que el pecado es una ley. Él es el primero en la Biblia en descubrir esta verdad. También es el primero usar el término «ley».
Muchos saben que la gravitación es una ley, que la dilatación de los gases con el calor es también una ley, pero no saben que el pecado es una ley. En el principio, aun Pablo no lo sabía; solo después de pecar repetidamente, descubrió que había un poder en su cuerpo que le impulsaba al pecado. Él no pecaba deliberadamente, pero el poder en su cuerpo le movía al pecado.
Es un gran descubrimiento cuando el Señor tiene misericordia de ti y abre tus ojos para ver que el pecado es, en efecto, una ley. Si tú lo ves, la victoria no está lejos.
Si consideras el pecado simplemente un asunto de conducta, sin duda intentarás orar más y resistir más para vencer la próxima vez. Pero es inútil. El poder del pecado es fuerte y constante, en tanto nuestra fuerza es débil y poco confiable. El poder del pecado es siempre triunfante, mientras nuestro poder está siempre cediendo. El poder del pecado es victorioso, y nuestro poder es derrotado.
La victoria del pecado es una ley, así como nuestra derrota es una ley. Cuando quiero hacer el bien, el mal está presente. Pablo declara haber comprobado que esto es una ley, una ley invencible.
El camino de la victoria
Sabemos que el hombre no es librado mediante el ejercicio de su voluntad. Cuando él utiliza su fuerza de voluntad, es incapaz de confiar en la vía de liberación de Dios. Tendrá que esperar el día cuando se someta a Dios y confiese que está completamente deshecho. Entonces orará: «Señor, no voy a intentarlo de nuevo».
Cuando alguien no tiene ninguna alternativa, pero aún piensa en hallar una vía, se apoyará en su propia voluntad. Solo cuando reconozca que no tiene opción, que no hallará un camino, que él abandonará la apelación de su voluntad. Entonces comenzará a ver cómo se logra la verdadera liberación. Entonces leerá Romanos capítulo 8.
Pablo dice en Romanos 7 que es inútil batallar, porque, ¿quién puede vencer una ley? Así, al comienzo de Romanos 8, dice: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (vv. 1-2). Hemos visto que el pecado es una ley. También hemos visto que no es posible para la voluntad del hombre vencer esa ley. Entonces, ¿dónde está el camino de la victoria, el camino de la liberación?
Aquí está el camino: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». En el griego original, la palabra «condenación» tiene dos usos diferentes, uno legal y otro civil. Si se utiliza legalmente, significa «condenación», como aparece en nuestra traducción. Pero en su uso civil, la palabra significa «discapacidad». Según el contexto de este pasaje de la Escritura, el uso civil es probablemente más claro.
Ya no somos discapacitados. ¿Por qué? Porque el Señor Jesucristo nos ha dado libertad. Es algo que el Señor ha hecho.
Pero, ¿cómo lo hace él? Es muy sencillo, tal como lo explica el segundo versículo: «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom. 8:2). Este es el camino de la victoria.
Es necesario que los nuevos creyentes perciban que el Espíritu Santo en ellos es una ley espontánea. Si alguien quiere ser libertado del pecado, tiene que venir a esa liberación naturalmente. Si él intenta obtener su liberación mediante el ejercicio de su voluntad, volverá a fracasar. Pero, ahora, los que están en Cristo no son discapacitados, porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús los ha hecho libres de la ley del pecado y de la muerte. Es todo tan simple y tan natural. Se nos ha dado otra ley que naturalmente nos libra de la ley del pecado y de la muerte.
La ley del Espíritu de vida está en Cristo Jesús, y yo también estoy ahora en Cristo Jesús; por lo tanto, por esta ley, soy hecho libre de la ley del pecado y de la muerte. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús».
El hombre de Romanos 7 es etiquetado como discapacitado. Pero éste, que es tan débil y siempre peca, ahora, en Cristo Jesús, dice Pablo, ya no está más discapacitado. ¿Cómo? Por la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. ¿Ves ahora cómo este problema de la liberación está totalmente resuelto?
Traducido de Spiritual Exercise, Chapter 26.
Christian Fellowship Publishers.