Reflexionando sobre los rasgos más significativos de la iglesia en el principio de su historia.
Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados. Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor”.
– 1 Corintios 11:17-20.
La iglesia en Corinto era una iglesia joven, enriquecida en Cristo en toda palabra y en toda ciencia. Sin embargo, había divisiones entre ellos. Este problema era tan severo, que el apóstol Pablo ocupó cuatro capítulos de su primera epístola a los corintios para tratar este asunto.
Una situación crítica
En el primer capítulo leímos acerca de las divisiones. Pablo usa una palabra muy fuerte, dando a entender que la situación debió ser muy seria. La palabra es facciones o sectas. La descripción que hace Pablo de lo que ocurre en la iglesia va aun más lejos: son divisiones en el cuerpo. Esto significa que algunos huesos fueron quebrados, las articulaciones fueron dislocadas, y ahora hay que restaurarlo todo.
Si leemos Ezequiel, aunque algunas profecías se aplican a Israel, de manera simbólica apuntan a lo que ocurre hoy día. Hay huesos secos por doquier.
Según las estadísticas, hay 38.000 divisiones en la cristiandad actual. Es una tragedia. En el principio había un cuerpo; luego todo se desmembró. Así, a partir de la iglesia en Corinto podemos interpretar lo que está ocurriendo hoy. Para que un cuerpo llegue a ser solo huesos secos, hay un proceso natural. Si andamos según la carne, esa será la consecuencia. Pero, gracias al Señor, antes de su regreso, confiamos que él reunirá todos los huesos secos, y finalmente ajustará todo de una manera maravillosa.
Esa tragedia ocurrió en Corinto, pero Pablo agrega algo más: «Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados». La palabra aprobados significa que debemos pasar por el fuego de la prueba. En las divisiones, pasaremos por el dolor, pero gracias al fuego purificador del Señor, seremos aprobados ante sus ojos. Estos son los vencedores en la iglesia.
En el libro de Apocalipsis, cuando la iglesia está decayendo, el Señor llama a los vencedores. El Espíritu Santo nos da un espejo ahora, en el siglo 21. Nosotros deberíamos conocer el camino. Esta es la obra de la cruz. El camino de la cruz nos conducirá a través de este fuego. Seremos probados, y finalmente seremos aprobados por el Señor.
Sabemos de manera aproximada lo que ocurrió en aquel tiempo, y también qué tipo de lección podemos aprender de ello. En los primeros once capítulos de 1 Corintios, al principio vemos las divisiones, y al final de aquellos capítulos vemos la manifestación de tales divisiones.
El amigo de los pecadores
Pablo menciona especialmente: «Cuando os reunís como iglesia», para la mesa del Señor. En esta ocasión, primero, ellos tenían una fiesta de amor; tenían comunión y comían juntos. En el mundo oriental, en los tiempos bíblicos, muchas veces se habla acerca de comer juntos.
Para aquellos que no creían en el Señor, eso representaba una posición social. Por eso los fariseos estaban sorprendidos. ¿Cómo era posible que Jesús se sentara en la misma mesa con publicanos y pecadores? Si pertenecían a clases distintas, no era posible que estuviesen juntos en una misma mesa.
Gracias a Dios, antes que el Señor muriera por nosotros en la cruz como nuestro Salvador, él se hizo amigo de los pecadores. Por esta razón se sentaba con los publicanos y los pecadores. Él hablaba con ellos, conocía su condición, sus tristezas; porque el propósito de su misión era morir por esas personas.
El Señor hablaba con cualquier persona, no importaba quién fuese. ¿Era porque él quería ser sociable? No. Él buscaba a los perdidos. Sí, nuestro Señor está por sobre todos, siendo Dios mismo que vino a la tierra. Exteriormente él era un hombre; pero interiormente era Dios.
Cuando el Señor estaba al otro lado del Jordán, muchas personas iban a él. Jesús fue invitado a comer a casa de un fariseo. Entonces él habló de un gran banquete en el reino de Dios, donde fueron invitados los pobres y los ciegos. Era el gran banquete del evangelio, al cual puede ir todo aquel que quiera.
Después de eso, en Lucas capítulo 15, vemos al Señor sentado con publicanos y pecadores, entonces él hizo exactamente lo que había enseñado: preparó su propio banquete e invitó a los publicanos y pecadores. Él quiso ser amigo de ellos. Un día, él iba a morir por esas personas como su Salvador.
Después de ser salvados, todos participan de la vida de Cristo. Luego son llamados a la comunión. Para los incrédulos, es una reunión social; pero, para los cristianos, es una ocasión de reunirse para compartir su experiencia de Cristo. De alguna forma, allí tocamos algo de esa comunión celestial. Puedes olvidarte del mensaje que oíste, pero jamás te olvidarás del amor de los santos. A veces estamos débiles, deprimidos, y aquella comunión nos refresca de manera maravillosa.
Una fiesta de amor
En la época de Pablo, en Corinto, antes de la cena del Señor, ellos tenían primero una fiesta de amor. Y al final, tenían la mesa del Señor. Aquella noche en que Jesús fue traicionado, él instituyó la cena del Señor. Él comió la Pascua con sus discípulos. Para los judíos, aquello era muy significativo. En tal ocasión, el padre de familia contaba a los más jóvenes la historia de la liberación.
En el Nuevo Pacto es una fiesta de amor, un momento para compartir a Cristo nuestra Pascua. Esa era la reunión de la iglesia en la época de Pablo. Pero, por desgracia, en esta fiesta de amor, que debería ser la ocasión para recordar lo que el Señor hizo por ellos, había disensiones y también divisiones entre ellos. Por eso, Pablo dice: «Cuando os reunís, no coméis la cena del Señor».
Cuando nos reunimos juntos, solo debe haber un propósito. Todos nosotros pertenecemos a una comunión exclusiva. Cristo es tuyo, y también es mío. Tenemos y compartimos algo en común. Comer es realmente compartir. Eso significa que por medio de esa comunión deberíamos conocer más al Señor.
Cuando Pablo estaba ahí, la iglesia se reunía primero con el propósito de tener una fiesta de compañerismo. Y al final, en el punto culminante de tal comunión, celebraban la cena del Señor. Esta es la cena del Señor, no nuestra cena.
La mesa del Señor
En 1 Corintios 10, la mesa del Señor nos habla de nuestra comunión. Allí hay solo un pan y una copa. Es un testimonio maravilloso. Aunque somos muchos, hay solo un pan; esto nos habla de que somos uno en Cristo. Tienes el pan y la copa; el cuerpo y la sangre están separados. Eso significa muerte. Recordamos una historia de amor. Sin la cruz, sin redención, ni tú ni yo estaríamos aquí.
Antes de mencionar el partimiento del pan, Pablo habla del cubrirse la cabeza, y nos presenta un principio muy importante: Cristo es cabeza de todos, él es el Señor. La cena es la cena del Señor. Todos nosotros somos sirvientes. Él preside, él nos ha invitado a su mesa. Debemos saber cómo proceder, recordando cuál es nuestra posición. Pablo les reprocha a los corintios su manera impropia de comportarse. Ellos habían regresado al patrón social.
¿Cuál es el significado de una fiesta de amor? ¿Es una cosa social en el nombre de Cristo? Pablo les dice: «Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio» (11:34). Antes éramos como los perrillos bajo la mesa. Pero, gracias al Señor, él nos levantó, y podemos sentarnos con él a su mesa. Esta es la cena del Señor, la fiesta del Rey.
En la última cena del Señor, cuando Judas salió, «era ya de noche» (Juan 13:30). ¿Qué significa eso? Por dos mil años, la iglesia experimenta una larga noche. Mas, nuestro Señor es el Sol de justicia. «Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (11:26). Nosotros estamos aguardando ese amanecer.
Al celebrar la cena del Señor, los hermanos se alientan unos a otros. El Señor no está presente; no sabemos cuándo aquel día amanecerá, pero una cosa nos consuela: esta cena del Señor está más cercana a la venida del Señor que la cena anterior.
¿Estás esperando el retorno del Señor? Si él no está aquí, nada más nos atrae. Cada vez, cuando la iglesia se reúne, por un lado, ellos tienen comunión, y por otro lado, esperan que la mañana llegue. La cena del Señor es algo muy real, y eso decidirá en qué tipo de condición espiritual te encuentras. Si conoces el significado de la mesa del Señor, sabrás cómo conducirte frente a ella.
Después de un año y medio, Pablo salió de Corinto. Aunque él era un gran organizador, en aquel tiempo no les dio todas las instrucciones acerca de cómo reunirse. Es claro que él pudo haberlo hecho. Como alguien que conoce la voluntad de Dios, sabría enseñarles. Entonces no habría problemas, y tras cuatro años de ausencia, todo estaría en orden. Pero como fiel siervo de Dios, él no osó usurpar el lugar del Espíritu Santo. Pablo tuvo que escribir mucho para tratar con el problema de los creyentes en Corinto.
El cuerpo de Cristo
No importa cuánto conocimiento tienes o cuán exitosa es tu obra, nosotros no somos indispensables. Hoy día, si no hay un obrero, no hay iglesia. Cuando la naciente iglesia en Tesalónica más necesitaba una nodriza, el Señor removió a Pablo. Él debería enseñarles a predicar el evangelio; pero, sin la presencia de Pablo, la iglesia es aun el cuerpo de Cristo, y ellos fueron guiados por la Cabeza. Gracias al Señor, antes que Pablo les enseñara, ellos ya estaban esparciendo el evangelio por todas partes.
Eso es el cuerpo de Cristo. Si fuese una organización, Pablo sería indispensable. Pablo sabía eso muy bien. Y entonces descubrimos que ellos fueron enriquecidos en Cristo, en toda palabra y en todo conocimiento. No hay ninguna declaración de que ellos hayan sido enriquecidos de esa manera por Pablo.
No te preocupes acerca del cuerpo de Cristo. Deberías preocuparte si fuese solo una organización. Pero si es el cuerpo de Cristo, el Espíritu Santo es responsable por él. Eso explica todo el libro de Corintios.
Eso era lo que el Espíritu Santo estaba haciendo; como un viento que sopla, él obra como a él le place. De esa manera lo hizo Corinto. Pero si llegas a Troas, o a Tesalónica, allí no ves lo mismo. Esa es la hermosura del cuerpo de Cristo. En cada localidad, el Espíritu Santo crea un nuevo hombre, tras el cual hay una personalidad. Por eso, no existen dos personas que sean exactamente iguales, ni hallarás dos iglesias locales exactamente iguales. Si ves algo que está unificado, puedes estar seguro que la mano del hombre está detrás de ello.
Poder y sabiduría de Dios
Con respecto a la situación en Corinto, sabemos que la solución a las divisiones en la iglesia es la palabra de la cruz y el camino de la cruz. «Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1 Cor. 2:2). ¿Por qué? Porque la cruz de Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios.
En este mundo, si quieres resolver un problema difícil, los judíos te mostrarán el poder y los griegos te mostrarán la sabiduría. Pero la sabiduría sin poder o el poder sin sabiduría son ineficaces. Entonces, en esta carta a la iglesia en Corinto, ¿cómo se resuelven tantos problemas?
Cuando hay vida, hay problemas. Es por eso que el sufrimiento de los padres no solo comienza con los dolores de parto de la madre. Durante el crecimiento del niño, toda madre experimentada te dirá que ella ha sufrido mucho más que los dolores de parto. Si tienes un hijo, tienes problemas. Pero lo importante es dónde hallar la solución. Lo mismo ocurría en Corinto.
Gracias a Dios, la cruz de Cristo es a la vez poder y sabiduría de Dios. Cuando el Señor murió en la cruz, para los griegos aquello era necedad y para los judíos era debilidad. Para vergüenza de este mundo, «lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Cor. 1:25). Así fuimos salvados, y de igual modo fuimos libres del pecado, de la carne y de las divisiones.
El camino de la cruz
La palabra de la cruz habla de nuestro evangelio. Jesús murió por nosotros en la cruz; eso es un hecho. El Espíritu Santo quiere explicarnos todo respecto de la cruz. Necesitamos conocer la palabra de la cruz y en base a ella debemos apropiarnos de todo lo que está hecho en la cruz.
Por un lado recibimos la redención, y por otro lado recibimos la comunión de la cruz. Cuando la obra de la cruz opera en ti en tal comunión, exteriormente es como si fueras débil, como si fueras necio. Ese es el obrar de la cruz. Por esa razón, se nos dice que nadie se engañe a sí mismo o se gloríe en los hombres.
Pablo dice a la iglesia: «Sed imita-dores de mí, así como yo de Cristo» (1 Cor. 11:1). ¿Por qué? Porque antes de eso él escribe: «Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias» (1 Cor. 4:17). «Mi proceder en Cristo» se traduce también como «Mis caminos en Cristo».
¿Cuáles son los «caminos en Cristo» de Pablo? Pablo tenía un camino: el camino de la cruz. Los corintios decían: «Yo soy de Apolos», «Yo soy de Pablo». La iglesia quería poner a estos dos siervos en los primeros lugares. Sin Pablo no podían vivir, sin Apolos ya no vendrían a las reuniones. ¿Qué espíritu era ése?
Mas, gracias al Señor por el obrar de la cruz. «Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres» (1 Cor. 4:9). Él no solo habla de sí mismo, sino también de Apolos.
Cuando alguien dice ser de Apolos o de Pablo, éste dice: «Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios» (1 Cor. 3:6). Pablo y Apolos recibieron el obrar de la cruz; por eso el Señor pudo usarlos. Al final de 1 Corintios, Pablo escribe: «Acerca del hermano Apolos, mucho le rogué que fuese a vosotros con los hermanos, mas de ninguna manera tuvo voluntad de ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad» (1 Cor. 16:12).
Ahora, cuando la iglesia está pasando por una tragedia, es importante conocer el espíritu de los obreros. Esta es la gran prueba de si ellos son obreros verdaderos. Cuando eres recibido por la iglesia en Corinto, especialmente si alguien dice: «Yo soy de Apolos», hay una puerta abierta para ti. De hecho, serás bien recibido. Pero Apolos «de ninguna manera tuvo voluntad de ir». Apolos no respondió al ruego de Pablo, pero «iría cuando tuviera oportunidad». Aquella oportunidad nunca llegó.
Apolos estaba dispuesto. Como obrero, ¿tú quieres una puerta abierta? Dondequiera que las personas te inviten, ¿tú vas? ¿Es ése el camino? ¿Quién te envía? ¿Eres tú un siervo de Dios, o eres guiado por tu popularidad, por la conveniencia o por las necesidades? Es claro que existía una gran necesidad en Corinto, pero Apolos no fue. Él no quería añadir más dolor al sufrimiento de la iglesia.
Pablo y Apolos estaban a favor del testimonio de Cristo. Cada uno tenía sus «seguidores». ¿Tú deseas ir? Quieres que tu obra sea exitosa, pero ¿crees que esa es la manera en que deberías actuar?
Repasando la historia
Si revisamos las divisiones en la historia de la iglesia, es probable que el 95% de ellas sean ocasionadas por líderes. Cuando un padre y una madre se divorcian, ¿cómo se sienten los hijos? Por esa razón, todos los líderes tienen que aprender la lección de la obra de la cruz y del camino de la cruz. Si realmente quieres ayudar, di a la iglesia: «Sean imitadores de mí». ¿Te atreves a decir eso?
En relación a la tragedia en Inglaterra, especialmente entre el movimiento de Los Hermanos, hay un comentario de Edward W. Grant, un siervo muy usado por Dios, de quien el hermano Nee decía que era quien más conocía la Biblia en el siglo 20. Después de una gran división en Canadá y Estados Unidos, él hizo una declaración muy triste: «Nosotros estamos por la unidad de los santos, pero hacemos lo opuesto de eso».
Y uno de sus hermanos más antiguos, viendo la situación de aquella época, dijo: «Estas personas están jugando a la iglesia, como niños». Otro comentario del erudito Griffith Thomas acerca de Los Hermanos dice: «En este mundo no hay otras personas que dividan correctamente la palabra de Dios como ellos; desafortunadamente ellos se dividen a sí mismos erróneamente».
Otra frase de Griffith Thomas: «Estos hermanos están ocupados partiendo el pan, pero olvidan que están partiendo nuestros corazones».
Si nosotros queremos la restauración del Señor, no hay tentación mayor que el éxito. Si el Señor está con nosotros, él preparará a su pueblo. Pero cuando tenemos algo que compartir como si fuera una cosa nueva, nos parece que los demás cristianos son tradicionales. «Ellos no son la iglesia; nosotros lo somos». Pero el Espíritu que tenemos probará si conoces o no conoces la iglesia. Por esa razón, debemos aprender una lección. No solo Pablo y Apolos: todos tenemos que imitarles a ellos. Cuando realmente sigues al Señor, comprobarás la obra maravillosa del Espíritu Santo.
Los dones espirituales
El capítulo 12 comienza con la unidad del cuerpo. A veces nos preocupan las divisiones; pero en 1 Corintios, si leemos correctamente, es claro: lo que necesitamos es «a Jesucristo, y a éste crucificado». Esto significa, por un lado, la cruz, y por otro lado, el Espíritu Santo, que nos lleva del Calvario al Pentecostés, y de aquí nos conduce de vuelta al Calvario. Así será alcanzada la unidad en el cuerpo.
El capítulo 13 es un himno de amor escrito por Pablo. Las personas lo toman fuera del contexto, y les gusta mucho este cántico. Es un buen himno para cantar en un matrimonio. Un día, en Taiwán, al encender la televisión, vi que estaban cantando 1 Corintios 13. ¡Y era un programa budista! Aún aquellos monjes cantan 1 Corintios 13, sacando el pasaje fuera de su contexto.
En 1 Corintios 12, 13 y 14, claro, el amor está en el medio. Pero, ¿qué tipo de amor es ése? Nunca debemos tomar algo fuera de contexto. El capítulo 13 es muy bello, pero fallamos en entenderlo. Pero, al poner los tres capítulos juntos, lee tu Biblia una vez más, y verás que es completamente diferente.
¿Qué dice el capítulo 12? Lo hemos mencionado muchas veces. En el día de Pentecostés, todos fuimos bautizados en un cuerpo, y somos muchos miembros. Es la iglesia en Corinto. En el capítulo 12 tenemos el cuerpo. «Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo» (12:27), un cuerpo vivo, no un cuerpo paralizado.
El capítulo 14 se refiere a los dones espirituales. Al hablar sobre los dones, de inmediato pensamos en las lenguas. Son dones tan reconocidos. Si alguien habla en lenguas debe ser muy espiritual. ¿Y acerca de las palabras de sabiduría? Eso no es tan común. Allí aparecen nueve dones, pero son solo ilustraciones. Antes de entrar en detalles, debes conocer la idea que hay detrás de eso.
¿Por qué hay nueve dones? Aun el orden en que Pablo los enumera es muy interesante. No tenemos tiempo de ver los detalles. Lo importante es obtener una idea general. Aquí tenemos un cuerpo, pero para que el cuerpo pueda funcionar y estar en movimiento, son necesarias algunas cosas.
La actividad del cuerpo
Cuando tenemos reuniones o conferencias, estamos tan ocupados. Pero, ¿cómo nos reunimos? ¿Cómo ese cuerpo está en movimiento? Recuerda, no es solo que tú estás ocupado; el Dios trino está en acción. Dios el Padre, el Espíritu Santo y el Señor, juntos, están ocupados.
Ahora vemos cuán seria es nuestra reunión. Debemos regocijarnos en la presencia de Dios, es verdad; pero lo importante de una reunión, si el cuerpo está funcionando bien, no es porque tú la condujiste de manera exitosa. Si tenemos el concepto correcto, el congregarnos será totalmente diferente.
Ahora, ¿por qué el cuerpo de Cristo? En Hebreos 10:5, leemos: «Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo». Por medio de María, Dios preparó un cuerpo para Jesús, y con aquel cuerpo él vivió y murió por nosotros en la cruz. Y el versículo 7 dice: «Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad».
Tú cuidas de tu cuerpo todos los días. ¿Sabes por qué existe tu cuerpo? «Me preparaste cuerpo … para hacer tu voluntad». Con aquel cuerpo, dondequiera que Jesús iba, estaba haciendo la voluntad de Dios. Él era amigo de los pecadores, comía con ellos, sanaba a los enfermos, consolaba a los de corazón quebrantado, secaba sus lágrimas. El propósito de tener un cuerpo era servir a la voluntad de Dios.
Con aquel cuerpo, el Señor ascendió a los cielos, y la iglesia nació como Su cuerpo místico. Con aquel cuerpo, él siguió hablando y siguió obrando. Estamos aquí y nos reunimos juntos porque, por medio de este cuerpo, se supone que debemos servir a la voluntad de Dios.
Si nuestro cuerpo está dormido o cae en coma, no tiene expresión; es meramente un organismo. Cuando una persona despierta, vemos una personalidad distinta. Cuando sonríe, varios huesos y músculos de su rostro se activan; él puede manifestar una personalidad que parecía invisible.
En Efesios 1, la iglesia es el cuerpo de Cristo; en Efesios 2, es un nuevo hombre en Cristo. Eso significa que, por medio de aquel cuerpo se manifestará la personalidad de Cristo.
Permítanme una ilustración. Por ejemplo, hay un pianista que es muy tranquilo. ¿Cómo sabemos que él tiene un don? Porque él tiene un cuerpo. Cuando él comienza a tocar, primero mueve sus ojos para leer la música; él puede leer mil notas musicales por minuto. Luego pasa la información a su mente, y cuando el cerebro recibe la información, da la orden a las manos, y entonces comienza a tocar.
Esa es la historia descrita a partir del capítulo 12. Pero la interpretamos mal. Estamos ocupados con las lenguas, pero perdemos la idea general. Dios no desea un cuerpo inerte; si éste funciona, es como cuando el pianista toca; entonces ves el talento y la capacidad del artista.
Durante un concierto, Einstein oyó a un niño tocar el violín. Tras la presentación, se acercó al pequeño artista y le dijo: «Hijo, una vez más, yo creo que existe un Dios en el universo». Al tocar, por medio de los movimientos del cuerpo, fue manifestada aquella personalidad invisible.
¿Por qué nos estamos reuniendo? ¿Para mostrar a los demás cuán espirituales somos o cuánto sabemos de la Biblia? Hay solo un propósito: para hacer la voluntad de Dios, para que Cristo pueda ser mostrado al mundo. Cuando nos reunimos de esta manera, los cielos están satisfechos.
Dones, ministerios y operaciones
«Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo» (1 Cor. 12:4-6).
Es el Espíritu Santo quien distribuye los dones al cuerpo. Por eso, él trabaja mucho cada vez que nos reunimos. Si este cuerpo va a servir a la voluntad de Dios, ¿cuáles son los dones, las capacidades para servir a la voluntad de Dios, para que la gloria y la hermosura de Cristo puedan ser manifestadas a través de la iglesia? Ese es el testimonio. Pero hay más que eso; no solo hay dones.
Si quieres que todo el cuerpo se mueva, hay diversidad de ministerios. Los ministerios son oportunidades para servir.
Cuando el Señor quiere hacer algo, nos da ocasión para servir. Dios hizo tus ojos y tus oídos, tus manos. Es una oportunidad de oro. Por eso, Mardoqueo dijo a Ester: «¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» (Est. 4:14). «La razón por la cual estás en un lugar alto no es solo para que disfrutes como reina. No pierdas la oportunidad que Dios te ha dado para servir a su propósito».
Ahora, en el cuerpo, si tú descubres que eres una oreja, puedes oír la voz suave de Dios para los santos. O si eres un ojo, podrás vigilar y avisar dónde están los peligros.
Pero no te enorgullezcas, la razón porque eres un oído es una oportunidad para que sirvas al propósito de Dios, para que la gloria y hermosura de Cristo sean manifestadas. Nuestro Señor está ocupado en esto. Cuando nos reunimos, cuando el cuerpo está en movimiento, este es el resultado del trabajo diligente del Dios trino.
«Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo». Este es el poder para servir. Algunas personas creen que tener una capacidad personal es suficiente. Pero debes pedir una oportunidad, y si tienes la oportunidad, debes pedir el poder.
En cada reunión, Dios está obrando. Todos deberían ser activos. El Espíritu Santo moverá tu corazón. ¿Por qué no oras? ¿Por qué estás en silencio? Cuando el Señor responde, él trabaja en ti y en todos. Dios, como un director de orquesta, hará que las personas toquen distintos instrumentos de manera coordinada. A veces debes callar, y otras hablar. Eso está haciendo el Señor, todo ello en el Espíritu.
Gracias a Dios, todos esos dones, todos esos ministerios y todas esas operaciones son una diversidad. Por tal razón, no podemos ser pasivos, sino activos y positivos.
Edificando en amor
Si realmente nos reunimos según el querer de Dios, si ya recibiste los dones, la oportunidad y el poder, dirás: «Ahora es el tiempo». Pero aún hay otro factor de regulación. ¿Cómo ejercitas tus dones? En todas esas cosas hay un principio que las gobierna: el amor.
El amor es el principio para aprender a ejercitar nuestros dones. En el capítulo 14, Pablo dice que hay muchos dones, pero él comenta solo dos: hablar en lenguas y profetizar, y enfatiza la edificación del cuerpo. Jesús dijo: «Edificaré mi iglesia» y Pablo habla de edificar el cuerpo de Cristo. Es la misma idea.
Somos llamados a la iglesia. ¿Cómo vas a actuar en el cuerpo? Tienes que desear esos dones. Hay dones que te edifican a ti mismo, pero el don más importante en la reunión es aquel que edifica a la iglesia.
Al llegar a la reunión, aprendes a tomar tu cruz, te niegas a ti mismo, y aunque el don te fue dado por el Señor, es para los demás. Pablo dice: «Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho» (1 Cor. 14:16). Cuando nos reunimos, sabemos que somos uno, por medio del Amén. ¿Por qué puedo decir Amén? Porque alguien dijo exactamente aquello que yo quería decir.
Para mostrar aquella unidad en la reunión, debes aprender a negarte a ti mismo y seguir al Señor. Entonces tú usarás ese don y servirás a los hermanos. Más aún, cuando un incrédulo entra y la iglesia está reunida, si tienes un don debes poder decir unas pocas palabras para que todos entiendan. Aquellas palabras van a convencerlo, y harán que un día él se postre y vea que Dios está en medio de la reunión. Ese es nuestro testimonio, el cual debe producir un impacto en esta sociedad.
Lo importante es ejercitar nuestros dones, usando nuestras oportunidades y nuestro poder. Recuerda, Pablo tenía mucha autoridad, pero nunca abusó de ella. Es posible que seas poderoso, pero por amor de los santos, haz como si no tuvieses poder. Entonces sí estarás edificando a la iglesia.
«Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación» (1 Cor. 14:26). ¿Cómo puedes tener estas cosas? Porque el Espíritu Santo te dará el don, el Señor te dará la oportunidad y Dios está obrando en ti. Y si eres tocado por el Espíritu Santo, descubrirás cómo la reunión es gobernada por el Espíritu.
Después de la Reforma, todos se preguntaban cómo se reunirían; incluso un erudito como Juan Calvino. Antes tenían una liturgia, pero ahora buscarían algo más bíblico. Entonces él creó un programa. Sus reuniones se regían por aquel esquema. Por eso, ellos nunca aprendieron cómo orar. Si querían orar, debían orar de acuerdo al «Libro de Oraciones». Allí estaba todo.
Entonces, ¿cómo podían adorar en espíritu y en verdad? Todo se ceñía a un programa humano. ¿Era esa una reunión según la Biblia? ¿Era aquel el movimiento del cuerpo? ¿Crees que de esa manera Cristo sería manifestado? Algunos dirían: «¡Qué iglesia maravillosa! ¡Qué orden! ¡Qué bello sermón!». Y eso sería todo. Mas, ¿dónde está Cristo? ¿Para qué sirve el cuerpo de Cristo? ¿Para qué necesitas los dones?
Sufriendo por amor de Cristo
En la historia de la iglesia, un grupo de hermanos fue malinterpretado: los llamados cuáqueros. Ellos intentaron regresar a Juan capítulo 4 y adorar a Dios en el Espíritu. Los primeros hermanos, hasta cien años después de George Fox, en sus reuniones, eran movidos a hablar, y sus palabras quedaron escritas. Y al leerlas, son tan espirituales, tan celestiales, tan vivas.
Al reunirse, ellos seguían 1 Corintios 14. Por desgracia, cien años después, también adoptaron un programa. En la mayor parte de la reunión, ahora permanecen en silencio; nadie habla. Eso no fue así en el comienzo. Ellos sufrieron por causa de la Palabra, y fueron perseguidos y martirizados.
Según un estudioso de la historia de la iglesia, nunca se vio a un grupo de personas tan parecidos a Cristo como los cuáqueros. Si lees su historia, ellos vivían el Sermón del monte. En los Estados Unidos, cuando visitaban a los indios, no llevaban armas. Ellos sabían que corrían peligro, pero rehusaron protegerse a sí mismos, porque sabían que si obedecían la palabra de Dios, Dios iba a protegerlos.
William Penn fue un líder de los cuáqueros. El rey de Inglaterra le había dado el territorio de Pennsylvania, pero él compró las tierras a los nativos. Cuando él se reunía con ellos, iba desarmado. Estos hermanos fueron levantados por el Señor para una maravillosa restauración.
Antes de eso, ellos estaban presos en aquellos grandes edificios de la iglesia, pero, ¿dónde estaba la presencia de Dios? Y cuando eran perseguidos, George Fox les consolaba: «No se preocupen si vamos como ovejas al matadero; esperemos un tiempo y la lana crecerá otra vez». Él estuvo seis años en prisión. Si hoy podemos ver algo, es porque ellos eran gigantes, y nosotros estamos sobre sus hombros, como niños viendo un desfile.
George Fox es nuestro, John Wesley es nuestro, Martín Lutero es nuestro. Ellos son parte de la riqueza depositada en el cuerpo de Cristo. No importa dónde nos reunimos, Dios el Padre, el Espíritu Santo y el Hijo están muy ocupados, trabajando para que podamos servir a la voluntad de Dios, con la capacidad, con las oportunidades y con el poder que nos fue dado.
Gracias al Señor, esta es la unidad en el cuerpo.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en septiembre de 2012.