Reflexionando sobre los rasgos más significativos de la iglesia en el principio de su historia.
Volviendo al principio
En Mateo 19:3-8, un pasaje importante del evangelio de Mateo, los fariseos vinieron a Jesús queriendo probarle, preguntando si era lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa.
El Señor respondió haciendo referencia al libro de Génesis: «¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?». Y aquí llegamos a la conclusión del Señor: «Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre».
Entonces los fariseos hicieron otra pregunta: «¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?». Y el Señor les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres».
Esta es solo la voluntad permisiva, y no la voluntad eterna de Dios. Luego él agregó: «Mas al principio no fue así».
Si quieres conocer la voluntad de Dios en relación al matrimonio, ¿buscas su voluntad permisiva o su voluntad eterna? Si buscas su propósito eterno, la única forma es regresar al principio. Esta es nuestra carga hoy; por la gracia del Señor, compartiremos cómo era la iglesia en el principio.
Una familia dividida
Sin duda, por detrás del tema del divorcio hay muchas lágrimas y corazones rotos, hay niños que crecen en una familia quebrada. Lo mismo ocurre hoy en la iglesia. Nosotros somos la familia de Dios, pero al mirar a nuestro alrededor hemos de admitir que hay muchas divisiones. Según estadísticas recientes, hay 38.000 denominaciones cristianas.
En una familia como ésta, donde las separaciones ya ocurrieron, ¿cómo enfrentaremos la situación? ¿Cómo andaremos entre los hermanos? ¿Cuál es el camino? No somos responsables por las divisiones. Sin embargo, eso aconteció. ¿Hay un camino en el cual pueda vivir hoy el pueblo de Dios?
La primera vez que Pablo visitó Corinto, él trabajó con Priscila y Aquila. Ellos vinieron de Roma, y Pablo había pasado por Atenas hasta llegar a Corinto. En el comienzo, Pablo fue a la sinagoga de los judíos e intentó hablarles del evangelio, pero ellos se rehusaron a oírle. Por esa razón, Pablo y otros salieron de allí. Pero el encargado de la sinagoga y su familia fueron salvados. Fue un fruto maravilloso.
Muchas personas fueron salvadas en aquella ciudad. Entonces, una noche, el Señor se le apareció y le dijo: «Pablo no temas; debes seguir hablando, no te detengas». En otras palabras: «Cuando más frutos tengas, habrá una reacción del enemigo y puedes esperar que toda la ciudad se vuelva contra ti». Pero ese solo fue el principio de la obra de Pablo en Corinto.
Ese es el camino. Los ojos de Pablo se abrieron y más tarde descubrió que el Señor tenía más personas en esa ciudad. Gracias al Señor, si tus ojos están concentrados en él, no solo verás al Señor, sino también descubrirás que hay más personas en tu ciudad; entonces el Señor te mostrará el camino.
La iglesia en el primer siglo
En esta ocasión compartiremos cómo fue la iglesia en el principio, hablando sobre la iglesia en Antioquía, luego la iglesia en Corinto, la iglesia en Éfeso, y por último la iglesia en Filadelfia. Al hablar sobre la iglesia en el principio, iremos a los primeros cien años, y los dividiremos en tres secciones de 33 años cada una.
Los primeros 33 años fueron los días en que la Palabra se hizo carne; en esos 33 años somos testigos de la Cabeza de la iglesia. El segundo periodo, en el libro de Hechos desde el capítulo 1 hasta el 28, cubre 33 años. Aquí somos testigos del nacimiento y el crecimiento de la iglesia. En aquellos 33 años, «el camino del justo es como la luz en la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto».
Eso es lo que nos muestra el libro de Hechos. Ahí encontramos los hechos del Espíritu Santo. Cuando el Señor estuvo en la tierra, él tomó el cuerpo que Dios le dio por medio de María. Donde él iba, fuese a Galilea, Judea o Samaria, él llevaba el cielo consigo. Después de la ascensión, cuando nació la iglesia, el cuerpo de Cristo siguió sobre la tierra. Por medio de este Cuerpo místico, el Señor siguió moviéndose, predicando y trabajando. Así vemos, en estos 33 años, no solo la Cabeza sino también el cuerpo.
Ya hemos oído cómo Pedro habló. Juan y los otros apóstoles estuvieron siempre con Pedro. Siempre era Pedro quien hablaba. Cuando Pedro estaba lanzando las redes, Jesús le dijo: «Te haré pescador de hombres». Este fue el ministerio de Pedro; el día de Pentecostés, él lanzó la red, y tres mil peces vinieron a ella. Más tarde, fueron cinco mil peces. Gracias al Señor, en esos 33 años más gloriosos, la iglesia nació y fue creciendo hasta la madurez. Pedro y otros apóstoles pusieron el fundamento.
En el tercer grupo de 33 años, vemos el ministerio de Juan; ahora es él quien toma la responsabilidad del Señor. Cuando Juan fue llamado, él estaba reparando las redes. Por eso, su ministerio es recuperar. Dios reservó a Juan, después que Pablo y Pedro durmieron. Cuando Juan escribe, la situación es muy diferente, en especial en el libro de Apocalipsis.
El ministerio de Juan
En la isla de Patmos, en el día del Señor, cuando Juan miraba hacia las iglesias en Asia, la situación de decadencia de las iglesias estaba en su corazón. Como un sumo sacerdote, él llevaba a todos los hijos de Dios ante el Señor. Imaginen su tristeza. El apóstol Juan vivió casi cien años. Pablo no vivió tanto, y probablemente solo vio la etapa gloriosa del crecimiento de la iglesia, aunque él ya percibía algunos males. Sabemos eso por la segunda carta a Timoteo.
Cuando Juan se mira al espejo, él sabe que su hombre exterior está decayendo, y no se asombra de eso; pero sí le sorprende ver que, cuando la iglesia entra en los siguientes 33 años, entonces hay arrugas y manchas en ella. Pero, ¿es posible que la iglesia, llena de la vida de Cristo, pueda envejecer? Al leer las cartas en Apocalipsis, nos asombramos. De las siete iglesias, nuestro Señor se dirige a cinco de ellas diciendo: «Arrepiéntete». Pero, ¿no se supone que la palabra «arrepentimiento» es para los incrédulos?
Cuando la iglesia estaba en condiciones normales, Pablo escribió siete cartas. De manera indirecta, el Señor habló por medio del apóstol. Pero ahora, cuando la iglesia está en anormalidad, es el propio Señor quien habla. Nadie puede ver mejor que él. El Señor anda entre los candeleros con sus ojos penetrantes, y puede ver la condición real de las iglesias. Sin duda, la iglesia estaba en decadencia. Es como si el Señor dijera a Juan: «Tú solo has vivido cien años y eso es lo que ves; pero yo puedo ver mucho más que tú».
Cuando miramos los últimos 2.000 años, obtenemos un reflejo de los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis. Y entre las siete iglesias es mencionada la condición de Filadelfia. Cuando miramos a esa iglesia, podemos descubrir el verdadero camino de la iglesia. Ahora, cuando la iglesia está envejeciendo, ¿cuál es el camino? Esa es la idea que queremos compartir en esta conferencia: cómo era la iglesia en el principio.
«Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino solo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía» (Hech. 11:19-26).
Aquí vemos la iglesia en Antioquía. En esta iglesia, vemos que el Espíritu Santo hizo algo nuevo. Las cosas que hace el Espíritu Santo son siempre nuevas. De alguna forma, esta fue la continuación de la obra del Espíritu Santo.
El Pentecostés
Al hablar de los hechos del Espíritu Santo, debemos empezar con el día de Pentecostés. «Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días» (Hech. 1:5). El bautismo con el Espíritu Santo ocurrió realmente el día de Pentecostés. Todos allí fueron bautizados en un cuerpo de ciento veinte miembros. Así fue el nacimiento de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Inmediatamente después tenemos la iglesia en Jerusalén.
Históricamente, el comienzo de la obra del Espíritu fue aquel día en Jerusalén. Tal era el plan de Dios: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hech. 1:8). Sin duda, nosotros estamos en lo último de la tierra. Estos son los hechos del Espíritu Santo. ¡Gracias al Señor!
El Espíritu Santo siguió obrando. Para nosotros, esto lleva tiempo. Sin embargo, para Dios, solo hay un «ahora». Para él no hay tiempo ni espacio. El bautismo del Espíritu Santo en un solo cuerpo, para nosotros, lleva años; sin embargo, para Dios, es un hecho consumado.
En casa de Cornelio
«Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio» (Hech. 11:15). Esto lo dice Pedro. Él tuvo una experiencia maravillosa en Cesarea, en casa de Cornelio. Ahora intenta describir lo que ocurrió en ese lugar. Pedro quería decir muchas palabras, pero el Espíritu Santo lo interrumpió, cayendo sobre ellos, «como sobre nosotros en el principio». Él se refería al día de Pentecostés. «Entonces me acordé de lo dicho por el Señor cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo».
¿Qué ocurrió en casa de Cornelio? ¿Cómo describimos esa experiencia del bautismo del Espíritu Santo? Si vemos toda la Biblia, solo en dos ocasiones; una en el día de Pentecostés y la otra en casa de Cornelio, el Espíritu Santo describe este acontecimiento: el bautismo del Espíritu Santo. La interpretación viene de 1a Corintios 12: «Todos fuimos bautizados en un cuerpo por el Espíritu Santo». Al hablar del bautismo del Espíritu Santo, vemos el propósito de la obra suya en relación con la formación del cuerpo de Cristo.
En casa de Cornelio la mayoría son gentiles, pero gracias al Señor, ahora no hay griego ni judío, esclavo ni libre; ahora todos bebemos de un Espíritu. Este es un hecho del Espíritu Santo. Así nace el cuerpo de Cristo. A los ojos de Dios, es un hecho que ocurre un solo momento, pero, para entenderlo nosotros, lo vemos desde el capítulo 2 hasta el capítulo 11 de Hechos. Pero ambas son solo una cosa, dos lados de una misma esfera, comenzando en Jerusalén y finalizando en Antioquía.
Inicios en Antioquía
Al llegar a Antioquía vemos cómo el Espíritu Santo puede hacer muchas obras según la voluntad de Dios. Por esa razón, nunca podremos separar la iglesia en Antioquía de la iglesia en Jerusalén. En Jerusalén, los santos se reunían juntos, pero en el capítulo 6, se nos dice que había judíos helenistas y judíos nativos. Había dos lenguas diferentes: judío y griego. De inmediato, notamos que esto es distinto al judaísmo.
Esteban trabajó en algunas sinagogas, una de ellas llamada «sinagoga de los libertos», que reunía a judíos que antes eran esclavos. Allí había gente de Cirene y Alejandría, del norte de África. Pero aunque todos hablaban griego, había diferencias; algunos eran de piel clara y otros oscura. Todos hablaban la misma lengua, pero si no te sentías cómodo con los de África, te ibas a otra sinagoga, y punto.
Pero, entre los hermanos, algunos hablaban hebreo y otros griego. ¿Podrían tener iglesias diferentes y reunirse de distintos modos? Si así fuese, no habría habido una iglesia en Antioquía. Aquellas personas tenían que aprender la lección en Jerusalén. Y, ¿cómo aprendieron? Dado que hablaban diferentes lenguas, al reunirse, tarde o temprano la diferencia cultural traía problemas.
Una lección en Jerusalén
En Jerusalén, algunos hermanos de habla griega tenían problemas, pues sus viudas eran desatendidas (Hechos 6). ¿Cómo resolverían aquello? La solución vendría solo yendo a la presencia del Señor para orar juntos. Entonces escogieron a siete diáconos, ¡y todos ellos hablaban griego! Fue una obra del Espíritu. Gradualmente, ellos aprendieron una lección maravillosa de cómo funciona el cuerpo de Cristo.
Estrictamente hablando, ¿quién estaba a cargo del ministerio de la palabra? Pedro y los otros apóstoles, mientras Felipe y Esteban atendían las mesas, así como el hermano Lorenzo dijo: «Dios mío, de alguna forma, por amor a ti, si pudiera ayudar un poco en alguna cosa, yo estaría tan contento». Si aprendemos esa maravillosa lección juntos, como cuerpo de Cristo, seremos fieles en las pequeñas cosas. Gracias al Señor, ellos escogieron a varones llenos del Espíritu Santo para atender las mesas.
Esteban y el concilio
Todo empieza ahí, cuando Esteban fue a la sinagoga de los libertos y les predicó el evangelio. Pero algunos no pudieron soportarlo y lo llevaron ante el concilio. Allí, su rostro brillaba como el de un ángel.
Lucas no estaba ahí. Entonces, ¿cómo supo que el rostro de Esteban brillaba? Alguien debió haber estado presente. ¿Fue Pablo? Esteban predicó un largo sermón, pasando por todo el Antiguo Testamento. Pablo era un maestro que conocía bien las Escrituras; pero es impresionante saber que Esteban no era un erudito; mas, de alguna forma, la palabra de Dios estaba viviendo en él.
¿Quién pudo haber registrado aquel sermón? Sabemos que a Pablo no le agradó. Las personas tapaban sus oídos. Pero de todas maneras, Pablo oyó y recordó cada palabra de ese discurso, y después él lo transmitió a Lucas. Oyendo a Esteban, aquel que atendía las mesas, un gran erudito fue cautivado.
Si creemos que la iglesia en Jerusalén empezó con Pedro y Juan, y que solo ellos eran capaces de producir frutos, no es así. Si eres miembro del cuerpo de Cristo, como Esteban y eres fiel en lo poco, esto ocurrirá. Esteban no trazó un plan, él no sabía que un día iba a capturar a un gran pez como Pablo.
Esteban dijo «Veo los cielos abiertos». Pablo era un erudito de la Biblia, él conocía muy bien a Ezequiel. El profeta solo vio la imagen de la gloria de Dios. ¿Quién era Esteban para ver la gloria de Dios? Si Esteban era un hombre de Dios, ¿quién era Pablo? Él estaba lleno de conocimientos bíblicos. Pero ahora el Señor Jesucristo, que siempre está sentado a la diestra del Padre, se levanta para recibir a Esteban el mártir.
Todo eso fue tan impresionante para Pablo, que no podía soportarlo. O él se rendía al Señor, o tendría que apagar todas aquellas voces. Entonces él persiguió a la iglesia, de la misma forma que un oso entra a un jardín, intentando destruir todas las viñas. Pablo era un hombre civilizado. ¿Cómo es posible que de súbito se convirtiera en alguien tan violento? ¿Puedes imaginar a un hombre culto como Pablo con la sangre de los santos en sus manos?
Solo hay una interpretación: él no podía acallar la voz de su conciencia. El Señor estaba usando aquel aguijón para incomodarlo. O Pablo se rendía, o seguía persiguiendo al pueblo de Dios. Por desgracia, él escogió perseguir la iglesia, hasta que en el camino a Damasco fue atrapado por aquella luz del cielo y, una vez atrapado, nunca pudo escapar.
Pablo fue salvo y, definitivamente, esto tuvo que ver con Esteban. No es de sorprender que, cuando Pablo quiso dar el primer sermón de su vida, escogiese Antioquía de Pisidia, un lugar muy alto, que usó como plataforma para predicar su primer mensaje. Este sermón comienza donde Esteban terminó.
Consecuencias de la persecución
Ahora vemos lo que ocurrió en Jerusalén, cuando todos se juntaron. Debes lidiar con un lenguaje diferente, tienes que negarte a ti mismo. Gracias al Señor, este es único lugar donde puedes conocer la voluntad de Dios. Si ellos están separados, no la conocerán. Y no solo eso. Gracias a la persecución, los santos fueron esparcidos, y los que salieron de Jerusalén fueron por todas partes predicando la Palabra.
Los apóstoles, quizá debido a su gran responsabilidad, permanecieron en Jerusalén. Pero Jerusalén es solo el principio, no el fin. Ellos estaban en el comienzo, pero el Señor continuaría. Cuando los obreros están ocupados, ¿la iglesia debería paralizarse? ¿Y qué hay de Samaria, de Judea y de los otros lugares?
Después de aquella persecución, Felipe, otro de los diáconos, fue a la ciudad de Samaria. Si el plan del Señor se extendía a Samaria, ¿quién evangelizaría Samaria? ¿Esperarían a que el Espíritu Santo tocara el corazón de Pedro? Sí, más tarde fue tocado, porque Felipe estaba trabajando en aquella área. Ahora, Pedro y Juan fueron por las aldeas, pero había una razón para eso.
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, al pasar por Samaria, los samaritanos no le recibieron. Entonces, Juan y Jacobo, los hijos del trueno, dijeron: «Señor, ¿por qué no haces descender fuego del cielo para consumirlos?». Él les respondió: «No sabéis de qué espíritu sois». Su espíritu era un espíritu violento, no era el Espíritu del Cordero. Gracias al Señor, cuando Juan y Pedro pasaron otra vez por allí, pidieron que descendiera el Espíritu Santo. Entonces, toda aquella región fue ganada para el Señor.
¿Ven los hechos del Espíritu Santo? Él obra de una manera maravillosa. Y no solo eso; también el Señor dijo a Felipe: «Ve al desierto y acércate a un eunuco etíope». El eunuco estaba leyendo Isaías 53, y no podía entenderlo; luego, no solo fue salvo, sino también bautizado. Ahora el evangelio no solo estaba en Jerusalén, sino también llegó hasta Etiopía, todo eso a causa de que los discípulos fueron esparcidos.
Hacia los gentiles
Entonces los apóstoles salieron a hacer la obra de confirmación. De esa forma Pedro visitó Jope, y recibió la visión. Conocemos cómo él fue enviado a casa de Cornelio y éste experimentó el bautismo del Espíritu Santo. Si Pedro hubiese permanecido en Jerusalén, nada hubiera ocurrido, pero, porque tuvo que viajar a Jope, que era el campo de trabajo de Felipe, la obra se extendió.
Tras la escena en casa de Cornelio, leemos: «Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino solo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor» (Hch. 11:19-21).
Estos varones de Chipre, Antioquía, Fenicia y Cirene eran los que discutieron con Esteban. El Señor usó a Esteban para una obra maravillosa, y luego éstos fueron salvos. Ahora ellos sintieron libertad para hablar a los griegos acerca del Señor Jesús. Y, porque la mano del Señor estaba con ellos, algo ocurrió. Ahora el Espíritu Santo dirá: «Esa es la razón por la cual los puse en Jerusalén, para enseñarles la vida de cuerpo, que necesitan los unos de los otros y que no pueden juzgar a las personas solo por su apariencia».
En este mundo, todos somos distintos en cuanto al trasfondo cultural. Pero cuando aprendes algo en Jerusalén y experimentas algo por medio de la vida del cuerpo, aun no existiendo un mandato de Pedro y de Juan, cuando otros no quieren predicar a los gentiles, éstos predicaron a los griegos.
Finalmente, esta noticia llegó a Jerusalén, a oídos de un hermano llamado Bernabé. Éste sabía que había un hombre que sería usado por el Señor para ayudar a esa iglesia recién nacida.
Entonces aparece Pablo, después de haber estado oculto once años en Damasco. Cuando la Escritura dice que Bernabé «lo encontró», en griego, es una expresión similar a haber hallado una perla en el fondo del mar.
El Señor puso una barrera a Pablo, por once años, mientras la vida de Cristo iba siendo acumulada en su vida. Pero, cuando aquella compuerta fue levantada, fluyeron los ríos de agua viva. Entonces Pablo fue a An-tioquía, y trabajó con Bernabé, reuniéndose con los santos durante un año.
Antioquía
Recordemos algunas cosas. Primero, por el Espíritu Santo, nació la iglesia en Jerusalén. Luego, tras el bautismo con el Espíritu Santo en casa de Cornelio, Dios escogió a Antio-quía para ser una ciudad muy importante en Su obra, porque eso estaba realmente en su corazón.
A los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía. Allí, el Espíritu Santo hizo algo nunca visto antes. Los discípulos que vivían en aquel lugar ya habían aprendido la experiencia de primera mano en Jerusalén. Ellos sabían cómo el cuerpo se movía. Si ellos hubiesen sido una organización, deberían esperar por Pedro, Juan y los otros apóstoles; pero no fue así.
Entonces, ¿quién es el agente que hará que el cuerpo se mueva? Vemos, por un lado, los hechos del Espíritu Santo, y por otro, el verdadero registro del cuerpo de Cristo. Eso no es solo una teoría, es una realidad, algo nuevo, algo efectivo. Si sigues la ley del cuerpo de Cristo, si la mano del Señor está contigo, no necesitas preocuparte por los números. Muchos creyentes vendrán a él.
La iglesia en Antioquía es diferente a Jerusalén. En Jerusalén, el judaísmo es la fuerza dominante. Las personas siempre considerarán a esa iglesia como una secta dentro del judaísmo; aquello era como un periodo de transición. Para ver lo que el Señor realmente desea, debemos ir a la iglesia en Antioquía.
Antioquía era una de las grandes ciudades de aquella época. Allí había cuatro grupos de personas: griegos, romanos, una minoría de judíos, y sirios. Es una mezcla cultural, como el sueño de Alejandro Magno, el matrimonio entre oriente y occidente. Él quiso que sus diez mil soldados griegos se casasen con diez mil mujeres persas, pero su sueño nunca se cumplió. Pero en el cuerpo de Cristo no hay judío ni griego, esclavo ni libre; todos ellos bebieron de un Espíritu.
La iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, es algo totalmente distinto a cualquier otra cosa. En Jerusalén, el pueblo no pudo entender; pero, por la fidelidad de Pablo y Bernabé, ellos podían perfeccionar a los santos y edificar el cuerpo de Cristo. Por esta causa, la gente dijo: «Ellos son cristianos», es decir, que pertenecían a Cristo.
Antioquía era una ciudad cosmopolita. Allí confluía todo tipo de personas. Sus habitantes eran famosos por dar apodos a todos. Ellos veían cuando los creyentes se reunían, y se preguntaban: ¿Pertenecen a los judíos? No, no es judaísmo. ¿Pertenecen a alguna corriente filosófica? No, de ninguna manera. ¿Algo conectado con los persas? Tampoco.
Entonces, no sabían cómo describirlos. Todo lo que sabían era que aquellas personas adoraban a Cristo. Eran gente de Cristo, y por eso fueron llamados cristianos. En realidad, los discípulos recibieron este nombre como un apodo.
La unción del Espíritu
La iglesia es siempre un enigma para el mundo. Si algún día el mundo es capaz de penetrar en la iglesia, ella será como Sansón. Cuando él se recostó sobre las rodillas de Dalila, y su cabello fue cortado, su poder también se fue. Ese era su secreto. Es por eso que hablamos del testimonio. Si aquellos hermanos hubiesen estado reuniéndose por cien años y nadie lo supiera, eso no sería testimonio.
Si algo tiene impacto en la sociedad, si el pueblo percibe que algo está pasando, no podrá catalogarlos como una secta del judaísmo, sino como seguidores de Cristo. «Cristianos» es la mejor descripción. Aunque fuese un apodo, por alguna razón, la mano soberana del Espíritu Santo estaba detrás de eso. Son gente de Cristo. ¿Quién es Cristo? El Ungido. ¿Quiénes son los cristianos? Los ungidos.
En el Pentecostés y en casa de Cornelio, todos ellos fueron bautizados en un cuerpo. Pero, antes de eso, la Cabeza fue primeramente ungida. Cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, él fue exaltado y fue ungido como Cristo. El óleo de Aarón fue derramado sobre la Cabeza. Cuando el óleo estaba siendo derramado, fue primero sobre Jerusalén, luego en casa de Cornelio, y hoy lo vemos descender por todo el cuerpo. Esta es la historia del Pentecostés.
La fuente de los hijos de Dios no tiene su origen en los grandes filósofos ni tampoco en Moisés; es Cristo, quien ascendió a los cielos, el Mesías ungido. Entonces, aquella unción, el Espíritu Santo en la Cabeza, fue derramado hasta nosotros. Cuando se habla de los cristianos, se trata de Cristo y su iglesia. Por una parte, la Cabeza ungida; por otra, el cuerpo bautizado. Bautizados en un cuerpo. Ese es el testimonio.
El Espíritu Santo hizo algo maravilloso: Cristo y los cristianos, el Ungido y los ungidos. Tenemos la unción en nosotros. Gracias al Señor, siendo ungidos, el Espíritu Santo nos conducirá a todos. Pablo no trató de usurpar el lugar del Espíritu. Aunque estés lleno de conocimiento bíblico, no puedes tomar Su lugar. Debemos permitir que él nos enseñe. El Espíritu Santo se mueve dentro de nosotros. Eso es la unción.
Los cristianos, hoy
Cuando la gente de Antioquía percibió algo nuevo, ellos solo podían decir: «Ellos son cristianos». Hoy en día, si alguien te pregunta: «¿Quién eres tú?», respondes: «Soy cristiano». Pero el mundo no está conforme con esa respuesta, y te preguntarán: «¿Qué tipo de cristiano eres?». En la iglesia en Antioquía son solo cristianos, pero ellos no saben cómo describirse a sí mismos en forma más específica.
¿Qué nos lleva a dividirnos? Que, aparte de ser cristianos, tenemos alguna cosa más. Por ejemplo, si yo estoy en un restaurante y oro, y en una mesa cercana hay un desconocido que también ora, podemos comenzar a tener comunión.
Ambos somos cristianos. Si no podemos hablarnos, recordamos que en la Biblia hay dos palabras que son celestiales, y entonces yo digo: «Aleluya», y él dirá: «Amén». ¡Maravillosa comunión!
Pero no puedes ir más allá de eso, porque si vas un poco más allá, estarás en problemas. «¿Cómo te reúnes, hermano?». «Oh, yo me reúno en un lugar muy ruidoso; algunas personas ruedan por el suelo». El otro hermano piensa: «Ah, debe ser un pentecostal». Luego dice: «Nuestro lugar de reunión es tan quieto, que si cae una aguja en el piso, todos pueden oírlo. Si se lee la Biblia, todos están en silencio. Si vienes a este lugar, sentirás la presencia de Dios».
¿Ven eso? Al principio, ambos se aman; pero después de saber qué tipo de cristiano es él, comienza el problema. Hay una historia real. En una asamblea, algunos hermanos decían Amén, y otros hermanos no lo podían soportar. Finalmente, encontraron una solución, disponiendo un área para los hermanos que decían Amén, y otra para quienes no lo hacían.
En Brasil, un pastor bautista fue invitado a predicar a una iglesia presbiteriana, y después del mensaje, todos dijeron: «¡Maravilloso!». Pero su doctrina era distinta; entonces, el predicador no podía participar de la mesa del Señor. Alguien preguntó: «¿No es él un hermano?». Y le respondieron: «Sí, pero es un medio hermano». Pero en Cristo hay solo hermanos, no medios hermanos.
En Estados Unidos visité una asamblea rural. Allí había muy buenos hermanos, pero discrepaban entre sí con respeto a algunas cosas. Yo debía ser muy cuidadoso. Un día, estando sentados a la mesa, alguien me preguntó: «¿Hermano, quieres café o té?». Algunos de ellos pensaban que los cristianos no debían tomar té, y otros creían que no debían tomar café, y eso los separaba. Entonces dije: «Yo quiero leche».
Si el té o el café nos pueden separar, entendemos por qué hay 38.000 denominaciones diferentes. Lo único importante es que fuimos salvos por causa de Cristo. No ha sido dado a los hombres ningún otro nombre; en el nombre de Jesús fuimos bautizados y en este nombre nos reunimos juntos. Si realmente vivimos este tipo de vida, entonces, eso es la iglesia en Antioquía.
El grato olor de Cristo
Al hablar de la unción del Mesías, de inmediato recordamos el Salmo 133. Cuando el óleo está sobre la cabeza de Aarón, en hebreo dice: «un aceite precioso en extremo». Es muy diferente de cualquier otro. El aceite usado en el templo requería cierta fragancia; pero según la tradición, el óleo que ungiría al sacerdote era extremadamente precioso.
Hace 2.000 años atrás, los judíos sabían cómo hacerlo, pero aquella técnica desapareció. Solo hace pocos años, un profesor israelí descubrió la planta de la cual se obtenía aquel óleo especial. Cristo fue ungido con un óleo único; es tan especial, que cuando está siendo derramado, inmediatamente sabes quién es el Ungido, y puedes percibir su fragancia.
Cuando se esparce el aroma de Cristo, sentirás algo diferente en el aire. Pero no es solo él. En Antioquía hay muchos ungidos, llenos del Espíritu Santo, y antes que ellos hablen, puedes sentir la fragancia. A esto se le llama testimonio. Sin importar dónde nos reunamos, el mundo percibirá el aroma y dirá: «Estos son cristianos». Pero, nadie lo sabrá si no hay tal fragancia.
Gracias al Señor, tal es la iglesia en Antioquía. Si hoy vivimos este tipo de vida, tarde o temprano, en la sociedad, se percibirá el olor. Es difícil describir una fragancia. Cristo va más allá de cualquier descripción, y asimismo los cristianos van más allá de cualquier descripción. ¿Vivimos nosotros una vida como ésta? Si es así, entonces, este es nuestro testimonio.
La flor de alheña
Cuando la reina de Saba trajo aquellas plantas aromáticas a Salomón, él halló un oasis llamado En-gadi, en la región del Mar Muerto, y allí fueron plantadas aquellas especias. Por eso, en el último versículo del Cantar de los Cantares vemos «la montaña de los aromas». Si vas a En-gadi hoy, descubrirás plantas de alheña (henna). Ocurre algo muy interesante con la alheña: Si hay una planta sola, apenas puedes olerla; pero, cuando hay muchas de ellas juntas, se percibe su aroma a la distancia.
Nuestro Señor es esa flor de alheña. Originalmente, él era solo el Hijo Unigénito, una maravillosa flor de alheña, pero, tras su resurrección, él llevó muchos hijos a la gloria. Cuando la iglesia se reúne hay muchas plantas de alheña juntas, y percibirás el olor a gran distancia. Esta es la historia de la iglesia en Antioquía.
Aquí descubrimos que, cuando la Cabeza es ungida, todos los miembros son ungidos. La fragancia ya no viene solo de la Cabeza, sino también de todos los miembros del cuerpo de Cristo. Esto es la iglesia como era en el principio. No es solo teoría; debemos vivir esa vida, debemos aprender a ser guiados por el Espíritu Santo, a obedecerle y ser llenos de él.
Que podamos menguar para que Cristo crezca en nosotros. Entonces, no solo tendremos la iglesia en Antioquía. Éstos son los cristianos hoy, los ungidos; pero no solo eso: ellos esparcen la fragancia. Por eso la sulamita podía decir: «Oh despierta viento del norte, y ven viento del sur, haced que mi huerto exhale fragancia». Esta es la función de la iglesia; por esta razón nos reunimos en cada lugar. El Señor hable realmente a nuestros corazones. Amén.
Mensaje compartido en Temuco, Chile, en Septiembre de 2012.