Ningún hombre jamás verá la gloria de Cristo en el futuro, si no tiene alguna visión de ella, por la fe, en el presente.
Debemos estar preparados por la gracia para la gloria, y por la fe para la visión. Algunas personas, que no tienen fe verdadera, imaginan que verán la gloria de Cristo en el cielo; sin embargo, eso es ilusorio.
Los apóstoles vieron su gloria: “Y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre” (Jn. 1:14). Esa no era una gloria de este mundo, como la de los reyes. A pesar de haber creado todas las cosas, Cristo no tenía dónde reclinar su cabeza. No había gloria o belleza especial en su apariencia como hombre. Su rostro y su aspecto se tornaron más desfigurados que los de cualquier otro hombre.
No era posible ver en este mundo la gloria total de su naturaleza divina. ¿Cómo entonces los apóstoles vieron su gloria? Fue por la comprensión espiritual de la fe. Cuando ellos vieron cuán lleno era él de gracia y verdad, lo que él hacía y cómo hablaba, ellos “le recibieron y creyeron en su nombre” (Jn. 1:12). Aquellos que no tenían esa fe no vieron ninguna gloria en Cristo.
La gloria de Cristo está mucho más allá del alcance de nuestra presente comprensión humana. No podemos mirar directamente al sol sin quedar ciegos. De manera similar, con nuestros ojos naturales no podemos tener ninguna visión verdadera de la gloria de Cristo en el cielo; ella sólo puede ser conocida por la fe.
Aquellos que hablan o escriben sobre la inmortalidad del alma, sin tener conocimiento de una vida de fe, no pueden tener convicción de aquello que dicen. Hay también aquellos que usan imágenes, cuadros y melodías en un intento inútil de ayudarlos a adorar algo que ellos imaginan ser como de la gloria de Cristo. Eso, porque no tienen una verdadera comprensión espiritual de la gloria de Cristo. El entendimiento que viene sólo por la fe es el que nos dará una verdadera idea de la gloria de Cristo y creará un deseo para un completo disfrute de ella.
John Owen (1616-1683)