Las protestas antiglobalización realizadas en varias ciudades del mundo han puesto sobre el tapete un problema de fondo.
Las fotografías en primera plana de todos los diarios, y las principales escenas en los noticieros de televisión de todo el mundo mostraron un cuerpo tirado en plena vía pública, rodeado de acorazados policías antimotines, de carros lanzaaguas, en medio de una atmósfera enrarecida por los gases lacrimógenos.
El cuerpo correspondía al de Carlo Giuliani, un joven italiano de 23 años, muerto por un balazo de los ‘carabinieri’. Giuliani era uno de los miles de manifestantes reunidos en torno a la zona del palacio Ducale, centro histórico de la ciudad de Génova, donde se realizaba la cumbre del G-8, que reúne a los Jefes de Estado de los siete países más industrializados del mundo (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Alemania, Japón e Italia) más Rusia.
El G-8 se daba cita esta vez en Génova, Italia, y las muchedumbres anti-globalización no se hicieron esperar para llenar las calles con sus protestas. Presintiendo que habría problemas, el gobierno movilizó a 18 mil agentes de policía, apertrechados con los más modernos equipamientos antidisturbios, para resguardar a los 1.500 delegados y 5.000 periodistas acreditados en la Cumbre. A la hora de la verdad, sin embargo, los policías no pudieron evitar que la multitud de manifestantes –no sólo italianos, sino de otras naciones europeas– quemaran autos, volcaran contenedores de basura y apedrearan vitrinas, rompiendo todo lo que encontraban a su paso.
Las calles aledañas a la ‘zona roja’ – especialmente aislada para la Cumbre – se convirtieron en verdaderos campos de batalla, ya que la policía respondió a las agresiones lanzando bombas lacrimógenas. Gritos, lágrimas, y el ruido seco de las detonaciones se confundían en un caos total. El resultado final fue de 170 personas heridas y medio centenar de activistas detenidos.
Como se podrá fácilmente suponer, al finalizar la Cumbre, las noticias que recorrieron el mundo no fueron las de la agenda del G-8, sino las producidas por los disturbios en los alrededores del Ducale.
¿Por qué tanta protesta?
Las protestas han caracterizado desde hace bastante tiempo las reuniones del G-8, y no sólo de este grupo, sino también de otras organizaciones internacionales que impulsan la globalización, como la OMC (Organización Mundial de Comercio), el FMI (Fondo Monetario Internacional), el Banco Mundial, la Unión Europea, y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Ciudades como Seattle, Gotemburgo, Quebec, Praga, y Santiago de Chile han sido testigos (y víctimas) de la oposición de grupos enfervorizados, y aun violentos, que han hecho notar su molestia por la realización de tales reuniones.
A la hora de definir el perfil de los manifestantes existe una dificultad no pequeña, porque ellos son un conglomerado heterogéneo, compuesto por ecologistas, nacionalistas, pacifistas, izquierdistas ‘ultras’ y, en fin, defensores de diversas causas y con distintos trasfondos. Incluso más. Un conocido autor peruano –Mario Vargas Llosa– dice que en este movimiento “cohabitan grupos, instituciones e individuos cuyas metas, convicciones y actitudes son absolutamente incompatibles entre sí” 1
Con ocasión de la reunión de BID en Santiago de Chile, realizada en marzo de este año, los manifestantes eran, en su generalidad, “jóvenes menores de 30 años, sin militancia política, automarginados de los registros electorales y con un anticapitalismo visceral”. 2
Sus protestas van dirigidas –señaló en esa oportunidad Mauro Labarca, vocero de la “Coordinadora contra el BID” en Chile– hacia “las instituciones que promueven este esquema desigualitario, injusto y violento y que oculta bajo bonitas frases y consignas vacías toda la crudeza que su modelo impone”. 3
Lo único que parece unirles es su rechazo a la globalización, causa para algunos justa, pero para otros, inútil.
Globalización con un doble estándar
En un mundo donde las antiguas fronteras nacionales, culturales e idiomáticas se han ido desvaneciendo por los avances en la comunicación, la ciencia, la tecnología, y por la liberalización de las economías, parece lo más sensato fortalecer los lazos de intercambio y fomentar el desarrollo conjunto.
El concepto “globalización” denomina precisamente esta visión de un mundo interrelacionado y sin fronteras.
La globalización está funcionando, y para muchos, funciona muy bien. Para algunos, como el Primer Ministro Italiano Silvio Berlusconi, es algo así como la nueva filosofía de Occidente. En su discurso de bienvenida a la cumbre de Génova, Berlusconi afirmó: “Quien se opone al G-8 no combate ocho protagonistas elegidos democráticamente en sus países, sino que combate al Occidente, su filosofía, la libre iniciativa y el libre mercado, ya que tras la caída del imperio soviético y de su economía planificada, el liberalismo es el único sistema capaz de producir riquezas” 4
Esta, que es una tendencia generalizada en el mundo entero, ha permitido un fluido intercambio comercial, y también ha posibilitado que los grandes organismos internacionales tengan una intervención cada vez mayor en los asuntos internos de los países, principalmente en materia económica, y también en otras tales como los derechos humanos y el medio ambiente.
El problema radica en que la globalización no está creando las condiciones para solucionar uno de los grandes problemas del mundo actual: el abismo que separa cada vez más a las naciones ricas de las naciones pobres. Se teme, incluso, que esta brecha, en vez de disminuir, aumente con el correr del tiempo, y que sean las naciones menos desarrolladas, como siempre, las más perjudicadas.
José Bové, líder francés antiglobalización ha denunciado: “La distancia entre ricos y pobres no ha dejado de crecer desde 1995. Hoy, los tres hombres más ricos del planeta tienen un ingreso anual superior al producto de los 35 países más pobres, donde viven 650 millones de personas. Por eso no se puede decir que la lógica globalizadora sea la lógica del bienestar”. 5
Las naciones desarrolladas suelen asumir un doble estándar cuando tratan los asuntos económicos con los países más pobres. Esta situación ha sido denunciada por el propio Secretario General de las Naciones Unidas Kofi A. Annan. En un artículo publicado por el diario “El Mercurio” de Santiago de Chile, en que trata el problema de la pobreza, afirma: “Los países ya industrializados, a la vez que proclaman las virtudes del libre comercio en condiciones equitativas, practican políticas proteccionistas que desalientan activamente a aquellos países pobres y les impiden desarrollar sus propias industrias.” 6
De aquí entonces que, siendo la globalización, en teoría, un camino que conviene a todos, se convierte, a los ojos de muchos como una amenaza de mayor subdesarrollo para los países subdesarrollados. Esto es lo que explica también la existencia de los conglomerados antiglobalización y los disturbios que ellos provocan.
Toda vez que se reúne alguno de estos organismos internacionales existe la sospecha de que las cosas no se estén haciendo con un real interés de favorecer a los más necesitados, sino a las economías que ellos representan. Esto se comprueba, por ejemplo, luego de la negativa de Estados Unidos, el 28 de marzo pasado, de ratificar el protocolo de Kyoto acerca del calentamiento global, porque esto afectaba a su industria. Este protocolo establece que 38 naciones industrializadas tienen que reducir la emisión de gases que producen el llamado “efecto invernadero”. Este pacto había sido suscrito en su oportunidad por Bill Clinton, pero no fue ratificado por el Congreso norteamericano, ni tampoco fue aprobado ahora por George Bush.
¿Dónde está la solución?
Kofi A. Annan cree que si tan sólo los países más desarrollados abrieran sus fronteras para permitir el ingreso de productos provenientes de los países pobres, las economías de éstos recibirían un impulso, que, si bien es cierto no sería todavía la solución definitiva, al menos marcaría un inicio. La Unión Europea ya ha dado pasos en este sentido, no así Estados Unidos, que ha tenido una actitud más conservadora.
Pese a los esfuerzos que los organismos internacionales parecen realizar por hacer más justa la globalización, y por otorgar a todos los países más oportunidades de desarrollo, la economía mundial no se homogeneizará. Hay todavía intereses nacionales muy fuertes y liderazgos muy marcados. La economía tendrá que ir de tumbo en tumbo por algún tiempo más, y las desigualdades seguirán en pie.
Para que la economía mundial se estabilice y la globalización traiga beneficios a todos se necesitará una voluntad política capaz de tomar decisiones y con el poder de realizarlas. En este momento no existe un organismo (o una persona) que reúna estos poderes. La OMC no los tiene; Kofi A. Annan, tampoco. Pero tal vez el día que esto sí ocurra no esté muy lejos. Cuando llegue, se habrán sentado las bases para que no sólo la economía se uniforme, sino que también la política mundial esté en unas pocas manos.
Ese será el día de un supergobierno mundial, con plenos poderes, y con el beneplácito de todas las naciones.
Las Sagradas Escrituras contienen suficientes señales que nos confirman esto. En Apocalipsis se habla de un supergobierno mundial encabezado por el Anticristo. En el pasaje del capítulo 13 de ese libro, el Anticristo aparece bajo el nombre de “la bestia”. Dice así de ella: “También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación … y hacía que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre” (13:7,16-17).
Así pues, la globalización seguirá su marcha, pese a los esfuerzos de quienes pretenden detenerla. Sin embargo, los problemas económicos que hoy preocupan a las naciones no se solucionarán mientras no se establezca un supergobierno mundial, con un firme liderazgo no sólo en lo económico, sino también en lo político (y aun en lo religioso). Cuando ese día llegue, las cosas experimentarán un notable mejoramiento. El mundo parecerá que gozará por fin del tan ansiado desarrollo, y que todas las naciones disfrutarán de los beneficios de una economía globalizada y equitativa.
Sin embargo, ese bienestar será muy breve; porque después de él vendrán los horrores provocados por una mentalidad maquiavélica, infernal, que trastornará el mundo, y que desatará una locura de persecución hacia los cristianos.
Los que escriben esto, esperan no estar sobre la tierra en esos días. ¿Y usted?
Que Dios nos abra los ojos para ver cómo los acontecimientos del mundo avanzan hacia allá, y cómo debemos poner nuestra confianza en Dios para escapar de los terribles hechos que se avecinan.
1 Diario “La Tercera”, Stgo. de Chile, 5/08/01, Reportajes, p. 20.2 “La Tercera”, Stgo. de Chile, 19/03/01, p. 13.
3 “La Tercera”, íd., p. 13.
4 Diario “El Mercurio”, Stgo de Chile, 21/07/01, p. A-28.
5 Revista El Sábado de «El Mercurio», 23/06/01, p. 52.
6 “El Mercurio” de Stgo. de Chile, 11/03/01, p. 2.