El circuito del ministerio de la Palabra
Tomando como base estos dos pasajes de la Escritura, veremos cuál es el circuito que sigue la Palabra de Dios, desde su nacimiento en Dios hasta su destino final, que es la salvación (o edificación) del hombre.
Entre Dios y el enviado (Isaías cap. 6) – El enviado OYE
- Dios muestra su gloria
- El hombre desmaya y es limpiado
- Dios llama
- El hombre se ofrece
- Dios lo envía con un mensaje
Entre el enviado y las gentes (Rom. 10:13-15) – El enviado HABLA
- El enviado predica
- Las gentes oyen
- Las gentes creen
- Las gentes invocan al Señor
- Las gentes son salvas
Como podemos ver, todo comienza en Dios, cuando muestra su gloria al hombre. Esta experiencia deja en claro la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Éste es conciente de su pecaminosidad, y también de la gracia de Dios al limpiarlo y al llamarlo para una obra espiritual.
En lo que toca al ministro de la Palabra, los puntos 5 y 6 son los más cruciales. El enviado tiene que oír y luego hablar. Si no oye, no tendrá qué hablar, excepto un mensaje que Dios no haya dado.
Analizaremos estos dos importantes actos, el de oír y el de hablar.
El enviado OYE
- Los que se ofrecen, entran para estar en el secreto del Señor (Jeremías 23:18,22). Pueden entrar atraídos por el Señor, o bien “empujados” por alguna circunstancia difícil de la iglesia que los lleva a preguntarle al Señor por una solución.
- El Señor despierta el oído para que puedan oír como los sabios (Isaías 50:4-5)
- El Señor pone Sus palabras en su corazón (Ezequiel 3:1-2; 10-11). Para que esto sea posible los que se ofrecen deberán recorrer con avidez las páginas de las Escrituras. Al hacerlo, comprobarán que de pronto algunas de esas palabras sagradas se prenden a su corazón.
- Las palabras del Señor en el corazón de los que se ofrecen se convierten en una carga (Nahum 1:1; Habacuc 1:1; Malaquías 1:1, en la Versión Moderna).
El enviado HABLA
¿Qué?
- El enviado del Nuevo Testamento tiene un solo discurso: el Señor Jesucristo (1 Corintios 2:2). No sólo es el tema del discurso, sino el discurso mismo. (Juan 1:1; Hebreos 1:2).
- Todos los discursos, por muy diversos que sean, han de apuntar a Cristo como los radios de una circunferencia van desde su punto exterior a su centro. Un escritor decía: “Todos mis libros son capítulos de una gran confesión”. Para un ministro de Cristo, todas sus predicaciones son partes de un solo y gran mensaje: Cristo. Todo lo que el cristiano y la iglesia necesitan está en Cristo. Él es perfectamente suficiente para suplir toda carencia. Aprender de Cristo, para tomar de él y ofrecerlo a la iglesia es la principal tarea del ministro de la palabra.
¿Cómo?
- Dios se comunica con nosotros sobre la base de las Sagradas Escrituras por medio de un acto de revelación, que es un acto intuitivo producido por el Espíritu Santo a nuestro espíritu.
- El enviado, en tanto, habla al hombre mediante un acto discursivo, en el cual lo inefable se vierte al lenguaje común, por medio de las palabras que pone el Espíritu Santo. (1 Corintios 2:13). Sólo así será mensaje dado con “lengua de sabios” (Is.50:4).
- Cuando el enviado habla con las palabras que pone el Espíritu Santo, se produce en el oyente no sólo la comprensión lineal del acto discursivo, sino un acto de revelación por medio de la intuición, el mismo que originalmente Dios había producido en el enviado.
- No sólo las palabras han de ser las que pone el Espíritu, sino todas las demás cosas (orden del discurso, énfasis, tono, etc.) (Juan 12:50 b).
Cuando todo esto se cumple, los oyentes reciben la fuerte impresión de que “Dios les habló”, de que el predicador tiene “la gracia” del Señor para predicar, y de que, por lo tanto, él es un ministro de Dios. Cuando esto se cumple, las gentes habrán sido salvas, o la iglesia edificada.