Pese a las buenas intenciones de la ciencia, los logros en materia de experimentación genética podrían resultar desastrosos.
«¡Que Dios extienda su misericordia sobre este convulsionado planeta!». Con esta oración concluimos el artículo acerca del Genoma Humano en nuestro número anterior.
El año 2000 que acaba de terminar estuvo marcado mundialmente por este significativo avance científico: El hombre está a punto de descifrar la totalidad de su mapa genético. El Proyecto HUGO (Human Genome Organization) ha sido proclamado como el mayor logro de la biología del siglo que acaba de concluir.
Tal parece que tendremos que acostumbrarnos a convivir con términos como: genoma, clonación, bioética, transgénico, etc., que, para el ciudadano común, parecen tan lejanos, tan de laboratorio y de ciencia. Sin embargo, querámoslo o no, el insaciable deseo del hombre por investigarlo todo hace que la ciencia avance inexorablemente. Se ha dicho que en los últimos 50 años la ciencia y la técnica han avanzado más que en toda la historia anterior de la humanidad. ¡El caudal de conocimientos que nos rodea hoy es apenas asimilable!
Obviamente, todos nos beneficiamos de una u otra manera con este progreso, especialmente cuando somos ayudados a tener una vida más confortable (nuestros abuelos jamás soñaron con un horno microondas o una lavadora automática). Qué decir del extraordinario avance de la informática, de la estación orbital internacional, en fin … Nos faltaría el tiempo y el espacio para referirnos el cumplimiento de una profecía bíblica acerca de los últimos tiempos: «La ciencia se aumentará» (Daniel 12:4).
Ahora bien, los experimentos en el área de la biogenética afectan la más íntima estructura del ser humano. Los eventuales riesgos que esto conlleva tiene muy preocupada a la comunidad científica internacional y a distintos sectores de la sociedad, que han manifestado sus temores y condenas al respecto, llegando incluso a decirse que el hombre hoy está «jugando a ser Dios».
Clonación: un experimento temerario
El año 1997, el investigador escocés Ian Wilmut y sus colegas del Instituto Roslin, de Edimburgo, dieron a conocer el resultado de su experimento de clonación, mediante el cual obtuvieron una oveja saltándose los medios naturales de reproducción. Para esto, tomaron una célula mamaria de una oveja adulta y la trataron en laboratorio para que su material genético fuera aceptado por el óvulo de otra oveja. ¡Y en este óvulo se produjo lo que llamamos fecundación! Luego, este desarrollo embrionario logrado lo trasplantaron a una tercera oveja. Así fue como obtuvieron a «Dolly», una oveja genéticamente idéntica a aquella de la que se obtuvo la célula mamaria.
Este hecho conmovió al mundo, que de inmediato vio el peligro de estar ante la posibilidad cierta de la clonación de seres humanos. Pero si el experimento con «Dolly» resulta impactante, mucho más lo es el hecho de que un año antes, un investigador de la Universidad de Oregon (Estados Unidos), ¡ya había logrado producir dos monos por clonación! ¡y el mundo no lo sabía!
Recientemente, Kim Sung Bo y Lee Bo Yon, científicos surcoreanos, afirmaron haber clonado en 1998 un óvulo a partir de una célula adulta de mujer. Sin embargo, reconocieron haber suspendido el experimento, porque podría haber desembocado en la creación de una réplica exacta de un ser humano.1 Una información no confirmada oficialmente da cuenta que en China una doctora habría logrado también clonar embriones humanos.
Obviamente, estos experimentos estimulan el voraz apetito competitivo del hombre. ¿Cuántos científicos occidentales se sentirían humillados si algún investigador oriental se adelantara y exhibiera mañana el primer bebé obtenido mediante clonación? Se ha dicho que la tradición judeo-cristiana occidental plantea una fuerte restricción ético-moral a la que no estarían sujetas necesariamente las culturas de oriente.
El periódico chileno «Las Últimas Noticias» del 5 de septiembre de 2000, recogió del diario inglés «The Independent» lo siguiente: «La mayoría de los científicos médicos más prestigiosos de Gran Bretaña creen que el nacimiento de un bebé clonado es inevitable, más allá de que gran parte de la sociedad sienta aversión hacia esta idea. La clonación de seres humanos será un hecho. El equipo necesario para clonar es sencillo y barato, sea aprobado o no, ocurrirá. Esto es imparable – aseguran.»
En un simposio organizado por estudiantes de Medicina en la Universidad de la Frontera de Temuco (Chile), en octubre del 2000, un médico invitado aseguró tener conocimiento de un grupo religioso en Estados Unidos, que cree, entre otras cosas, que la clonación es la llave de la vida eterna. Un matrimonio de ese grupo sufrió la pérdida de una hija de 10 meses. Ellos conservan células de esa hija y pretenden su clonación, para lo cual disponen de una gran cantidad de dinero, además de mujeres dispuestas a servir de receptoras de los óvulos para el experimento. En el curso del próximo año, una compañía estaría dispuesta a poner en marcha este proceso. (Esta compañía tiene un sitio en Internet donde ofrece clonar personas por 300.000 dólares. ¡Lo terrible es que ya cuenta con una gran cantidad de solicitudes!).
Espantables proyecciones
A partir de los experimentos realizados, y de los insospechados caminos que abre, han abundado proyecciones, algunas tan asombrosas como las de una película de ciencia-ficción. Se ha dicho, por ejemplo, que sería posible obtener clones humanos como reservorio de órganos ante un eventual trasplante. Esto haría posible que una persona pudiera obtener un clon propio -un ser idéntico genéticamente-, mantenerlo congelado, y, ante la necesidad de un órgano como un riñón, hígado o corazón, simplemente lo descongela, y se lo implanta, ante el cual supuestamente no tendría rechazo. El resto de su clon permanecería congelado para un uso posterior.
Se habla mucho hoy también de la llamada «clonación terapéutica». El procedimiento sería más o menos así: a un embrión humano se le inyectarían células diferenciadas, por ejemplo, células cardíacas o de piel humana. Por reproducción natural se obtendría en pocas semanas una cantidad de estas células o tejidos factibles de ser usadas en un tratamiento médico. Claro está, el embrión humano moriría en el proceso.
Con el conocimiento del Genoma Humano, se le abren al hombre las puertas para lograr algún día lo que podría denominarse «el diseño de bebés». Hoy todavía es teoría, pero los estudios apuntan a aislar y aun a sintetizar (producir artificialmente) genes a voluntad, los que podrían agregarse a un embrión en gestación para obtener, por ejemplo, un niño más inteligente. Con lo cual se alimentaría, además, el controvertido y poco afortunado tema de la eugenesia.
Eliminación de embriones
Según planteó Ian Wilmut, padre de la oveja «Dolly», en una Conferencia internacional sobre Trasplantes de Órganos realizada en Roma, la experimentación con células embrionarias es válida debido a que «el embrión no es una persona humana, sino la potencialidad de una vida, y que el embrión sólo se convierte en persona cuando entra en funcionamiento el sistema nervioso.»2 Por esta razón, muchos científicos se sienten con derecho a manipular embriones con menos de 14 días de gestación.
Ahora bien, la misma información de prensa consigna lo siguiente: «El 16 de agosto pasado, el gobierno británico autorizó a los científicos a clonar embriones humanos con fines terapéuticos subrayando la terminante prohibición para la posibilidad de fabricar bebés». Este mismo país se vio envuelto hace poco en un problema de difícil solución, ya que debieron eliminar cerca de tres mil embriones congelados ¡Estos embriones humanos, al ser descongelados y reimplantados en un útero materno, pueden desarrollarse normalmente hasta ser un bebé como todos lo fuimos!
¿De dónde salieron tantos embriones, que no hay refrigerador en el mundo que los pueda conservar? La respuesta es sencilla: cada vez que se realiza una fecundación asistida, llámese «fertilización ‘in vitro'» (FIV), se estimulan los óvulos de la madre para que hiperovulen. Normalmente una mujer fértil madura un óvulo al mes: en la FIV maduran cuatro a cinco. Para asegurar la fecundación se fertilizan en laboratorio todos los óvulos, y como no pueden reimplantarse todos por el riesgo de abortar, se implantan uno o dos, y el resto se congela. ¡Hay una creciente cantidad de embriones humanos sobrantes por todo el mundo!
Sin embargo, las voces que se levantan para protestar ante esto son todavía demasiado débiles para la gravedad que esto reviste ante los ojos de Dios.
«Mi embrión vieron tus ojos» – dice el salmista (Salmo 139:16). Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, y de todo lo que en ellos hay, tomó nota y conocimiento de nuestro embrión. Sin lugar a la más mínima duda, desde el momento que existe una fecundación, cuando estas dos maravillosas células -el óvulo femenino y el espermatozoide masculino- se unen, un nuevo ser ha sido engendrado, y la ley de la creación sigue su normal curso: «Varón y hembra los creó, y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos» (Gn. 1:27-28).
¿Quién es -preguntamos- Ian Wilmut para decir que un embrión no es una persona humana? ¿No pensarán aquellos investigadores que los manipulan, que ellos también fueron un embrión? ¿No hay la más mínima conciencia que se está asesinando a un ser humano? ¡Aun cuando esté todavía en cierne, se trata de un ser humano!
¿Legislación suficiente?
La mayoría de los países occidentales ha legislado para prohibir la clonación de seres humanos. También la UNESCO, en 1998, condenó la clonación de células para reproducir seres humanos. Para enfrentar los problemas éticos y jurídicos de la experimentación genética, el Parlamento europeo redactó, entre otras muchas, la siguiente resolución: «Que se prohíba mediante sanción la fecundación de un óvulo humano con semen procedente de animales, o la fecundación de un óvulo animal con semen procedente de seres humanos, con el fin de obtener un conjunto celular capaz de desarrollo»3 .
Obviamente, si se tiene que legislar respecto de esto, es porque se da por hecho que a más de alguien se le ocurrirá -si es que ya no se ha hecho- realizar tan macabro experimento. ¿Será esta legislación suficiente para detener la clonación de seres humanos?
¿Cómo se ve esto desde el cielo?
Ante esto, nos viene a la memoria la sentencia bíblica: «Y dijo Dios … han comenzado la obra y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer» (Gn.11:6). Sabemos que esto lo dijo Dios respecto de la construcción de la torre de Babel, tras lo cual vino el juicio divino. ¿Cuánto mayor será la indignación de Dios si se invade el terreno de la corona de su creación: el hombre, hecho a su imagen y semejanza?
Si Dios decide no intervenir todavía, las futuras generaciones se verán enfrentadas a dilemas como éstos: «¿Quiero un hijo o un producto? Un hijo es lo que yo engendro, y lo recibiré como Dios me lo dio. Si permito que la mano del hombre intervenga, entonces será algo así como un producto híbrido, mitad natural, mitad artificio. Si pienso que un hijo es un producto, entonces mejoremos el producto. Si el hijo es un don de Dios, lo aceptaré tal como viene, eso es humano, moral y ético.»
Todos los avances de la ciencia apuntan a mejorar el ambiente del hombre, y a aliviar sus muchos dolores. La filosofía humana concibe la felicidad como la carencia de dolores y dificultades. El hombre quiere un mundo mejor, un mundo feliz, sin enfermedades, sin malformaciones, sin minusválidos ni catástrofes naturales, y rodeado del mayor confort posible. Desea algo mejor que el mismo Edén.
Pero, por más que el hombre quiera establecer en la tierra un paraíso libre de dolor y defecciones, no podrá obviar los males del pecado. Los progresos realizados a espaldas de los principios divinos se volverán en su contra y acelerarán su propia caída.
Los avances en el desarrollo de la energía nuclear trajeron muchos beneficios, pero al mismo tiempo han sido causa de los más grande horrores (Hiroshima, Chernobyl, etc.). Asimismo, la sociedad entera condena el narcotráfico, pero no tiene la fuerza para detenerlo. Aunque la ciencia, por definición, busca el bien del hombre, no su destrucción, los científicos son hombres sujetos a presiones muchas veces mayores que las recomendaciones éticas y que las leyes. Además de intereses económicos y la vanidad propia del que busca la fama a cualquier costo.
Sin duda, los peores pronósticos que los entendidos temen acerca de la experimentación genética, se cumplirán. ¿Con qué consecuencias? Es imposible predecirlo. Pero, sin duda, no pueden ser buenas. Lamentablemente, respecto de esto, el panorama se presenta oscuro. Conociendo la fragilidad moral del hombre, no se puede pensar de otra manera.
¡El hombre sin Dios no tiene esperanza!
1 En Bioética cristiana: una propuesta para el tercer milenio, Antonio Cruz, CLIE, 1999, p. 138.2 Las Últimas Noticias, Santiago de Chile, 5/9/2000, p. 21 3 Antonio Cruz, op. cit., p. 398.