¿Es la teoría de la evolución una teoría científica o una mera ideología?
Es sabido que la ciencia avanza sobre nuevas hipótesis o teorías que complementan o mejoran las anteriores, o simplemente éstas son dejadas de lado por presentar suficientes evidencias en contra como para seguirlas manteniendo.
Un ejemplo de esto último pudo escucharse recientemente de labios del inglés Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos teóricos de nuestro tiempo. Invitado a una conferencia de su especialidad en Dublín, Irlanda, en julio del presente año, Hawking explicaba que lo defendido por él por más de tres décadas respecto a los agujeros negros del universo y su capacidad para absorber materia hacia su interior haciéndola desaparecer, ya no tiene validez. El físico continuaba su charla, a la seguramente atónita audiencia, agregando que sus últimos descubrimientos le han hecho dar un cambio radical a su teoría, por cuanto la materia y su información engullida por un agujero negro no desaparecería, como lo había sostenido por tan largo tiempo. Muchos de los que siguieron su primera teoría deben hoy cambiar su pensamiento en un giro de 180º ante las actuales nuevas evidencias.
En otros ámbitos de la ciencia pasa lo mismo, se desechan o modifican hipótesis y teorías ante nuevos datos que las refutan. Sin embargo, a pesar de la fuerte evidencia en contra de la teoría de la evolución biológica por mutación y selección natural, que es aportada por múltiples vías (biología celular, biología molecular, filosofía de la ciencia, registro fósil, entre las más importantes), cabe preguntarse ¿por qué esta teoría se mantiene en pie firme y no es rechazada o reemplazada? Son múltiples los factores que habría que aducir para responder esta interrogante, y los revisaremos en forma breve, aunque antes es necesario aclarar algunos conceptos de la teoría en cuestión.
La teoría y sus variantes
El concepto teórico de evolución biológica es utilizado en forma genérica sin mayor distingo por la mayoría de las personas, aunque existen al menos tres variantes: la clásica de Darwin y la selección natural, que postula una evolución gradual en el tiempo, en donde todas las especies existentes estarían relacionadas porque descenderían de un organismo ancestral común.
En segundo término, está la teoría del «equilibrio puntuado» (Eldredge & Gould 1972), la cual es una variación de la teoría de Darwin, pero que no postula una evolución gradual de las especies en el tiempo –debido a que en el registro fósil no se observa la transición de una especie a otra– sino que postula una evolución repentina, a saltos (cambios morfológicos grandes y rápidos) con largos períodos de tiempo entre estos saltos sin cambios.
Finalmente, existe una teoría evolutiva denominada «neutralista», postulada por un biólogo japonés, Mooto Kimura, la que no considera a la selección natural darwiniana como agente principal del proceso evolutivo (sería secundario), sino que habría mutaciones neutras en la molécula de ADN, según Kimura, no capaces de otorgar una superioridad real en la lucha por la existencia, como lo señala Darwin. Esta última es menos aceptada en el ambiente biológico evolucionista.
Evidencias en contra de la teoría evolutiva darwinista
Una de las fuertes evidencias en contra de la teoría evolutiva darwinista viene de las mismas bases filosóficas de la metodología científica, la cual señala, de acuerdo a Popper (un filósofo de la ciencia), que toda hipótesis que se precie de científica debe ser capaz de ponerse a prueba, de modo que pueda ser, o corroborada como cierta, o rechazada como falsa. El que sea cierta o falsa la teoría o hipótesis no es posible saberlo antes, y por ello entonces la estricta necesidad de llevarla al campo de la prueba o experimentación.
No obstante, la supervivencia del más apto por selección natural no es una teoría susceptible de poner a prueba, sino que corresponde a una tautología (un razonamiento circular). El razonamiento de esta teoría es el siguiente: ¿Cuáles son los organismos o poblaciones que sobreviven? Los más adaptados; ¿quiénes son los más adaptados? Aquellos que sobreviven. O como señala irónicamente Vallejo (2002), «sin saber siquiera (Darwin) que provenía de un óvulo fecundado por un espermatozoide, se metió a explicar el origen de las especies. Para decirlo de una vez, del millón y medio de especies que tenemos hoy clasificadas, ni una sola ha surgido por medio de la selección natural. La selección natural cuando se da es una obviedad».
Otra de las fuertes pruebas que habla absolutamente en contra de una evolución lenta y gradual por mutación y selección es la repentina aparición en el registro geológico de las principales clases de plantas y animales, lo que ha llevado a algunos biólogos a referirse como la explosión (biológica) del Período Cámbrico.
A falta de evidencias concretas, en reiteradas ocasiones se han inventado pruebas para fundamentar la teoría evolutiva. Uno de los casos más graves fue denunciado en la revista Science en un artículo titulado «Haeckel’s Embryos: Fraud redisco-vered» (Pennisi E. 1997). Este artículo muestra esquemas de embriones hechos por Haeckel en 1874, los que representaban varios grupos de verte-brados (perro, murciélago, conejo y hombre). Ellos habrían pasado por estados idénticos de desarrollo, lo cual probaría la evolución de unos a partir de otros (los mamíferos evolucionando de las aves, éstas de los reptiles, los que a su vez derivaban de los anfibios, etc.).
Sin embargo, se demostró que los esquemas habían sido alterados por el autor deliberadamente. Lo grave de ello, es que ese supuesto permaneció como prueba irrefutable de la evolución biológica por más de cien años, publicado en múltiples artículos y decenas de libros, los cuales fueron utilizados en gran número de colegios y universidades, permaneciendo algunos hasta hoy.
¿Seguiría Darwin el evolucionismo actual?
Darwin, a diferencia de los obsesionados seguidores del evolucionismo contemporáneo, se dio cuenta que su teoría tenía múltiples dificultades; tan serias, que escribió en su obra «El Origen de las especies»: «…Apenas puedo reflexionar sobre ellas sin sentir cierta vacilación» (Darwin 1859). Dentro de estas grandes dificultades, estaba el hecho de la ausencia de formas intermedias entre las especies que evolucionan. Si realmente unas descendían de otras por medio de la descendencia con modificación, ¿por qué no existían en el registro fósil especies de transición morfológica entre, por ejemplo, la especie A que originaba la B? El registro fosilizado debiera guardar una enorme información al respecto, considerando que una especie vive largo tiempo y está conformada por múltiples poblaciones. Estas especies, en transición, debieran reflejar los cambios morfológicos acumulativos, desde una forma A1ª, pasando a una forma A2ª, luego a una A3ª, etc., hasta llegar a la forma final B, dado que la teoría señala que la especiación (generación de especies) ocurre a través de pequeños cambios graduales acumulados en el tiempo.
Darwinismo y neodarwinismo
Darwin se basó en las variedades morfológicas al postular su teoría, y cómo éstas eran seleccionadas quedando los mejores adaptados de modo que con el tiempo se apartaban de la forma general, al quedar aisladas geográficamente podían generar una nueva especie. Estas eventuales relaciones fueron intuidas por Darwin, pero nunca pudo ponerlas a prueba. Nunca pudo saber qué ocurría verdaderamente dentro de la célula, que es finalmente donde se decide el destino final de moléculas, tejidos, órganos y finalmente del organismo. Si bien el darwinismo original no dispuso de la biología celular, el neodarwinismo (que incluye el conocimiento de la biología molecular), ha podido realizar experimentalmente lo que Darwin sólo pudo sospechar. Las pruebas experimentales han revelado que las cualidades adquiridas en vida por algún organismo no se traspasan a los genes, y por tanto no son heredadas, y la propuesta sobre mutación y selección, como proceso estabilizador de especies, no opera como tal, por lo que debieran considerarse rechazados como hipótesis de generación de especies.
La porfía de la teoría
¿Cuál es la causa por la que esta teoría evolutiva se mantiene a pie firme, pesar de tener tantas evidencias poderosas en contra? Las causas son variadas, pero se pueden resumir en las siguientes:
a) La evolución ostenta ser una explicación científica acerca del origen de los organismos y las especies, y por tanto, el hecho de ser un proceso azaroso la aparición de éstas (por mutación y selección), libera al ser humano de tener que rendir cuentas a un Dios creador que le impone y le exige cosas en el ámbito moral. El ser humano es, desde esta perspectiva, sólo una especie más en el planeta, y lo que haga no estará ni bien ni mal, sino que es así porque su actuar responde a las características propias de su especie y punto.
b) En segundo lugar, la visión darwinista del origen de las especies es absolutamente cómoda, porque ostenta un alto nivel de antropocentris-mo, al poner al hombre como especie en el pináculo de la evolución. El ser humano sería la máxima expresión de la lucha por la existencia, sus genes han vencido a todas las demás especies, es la obra perfecta de la evolución. Esta visión, por cierto, ha dado pie a múltiples genocidios en la historia humana, procurando por medio de una selección natural dirigida, obtener genes más perfectos, que lleven a una «raza pura».
c) Finalmente, la visión darwinista del origen y evolución de las especies no ha podido ser abandonada, porque simplemente no existe alternativa alguna para reemplazarla. Como lo ha afirmado un conocido evolucionista inglés: «La selección natural es la única teoría que tenemos para explicar la evolución de las especies. Cualquier explicación al respecto tiene que partir de esta teoría». (Ridley 1987).
¿Teoría o ideología?
Al no cumplir ni el darwinismo ni menos el posterior neodarwinismo con los requerimientos básicos de una teoría científica, no pueden ser postulados como tales, y por tanto, corresponden simplemente a una cosmovisión o a una ideología, pero no a una teoría científica. Lamentablemente, el darwinismo se ha convencido que a su teoría evolutiva se le debe dar la categoría de una verdad a priori, o de una lógica incuestionable, de modo que sea conocida como una realidad, sin necesidad de una confirmación experimental.
Pruebas de esta ideología se pueden escuchar a diario en programas de televisión, que si bien son de excelencia por la calidad de sus documentales, caen en el error de señalar a la evolución como un hecho cierto, al emitir frases tales como: «la evolución ha dotado a tal o cual especie de estas notables características», o, «esta especie ha llegado a tal nivel de complejidad luego de un largo proceso evolutivo».
Sin embargo, la mayor influencia con ribetes de dogma, ejercida especialmente en personas no familiarizadas con el tema, ha venido más bien de famosos divulgadores de la teoría evolutiva a escala mundial como son: el antropólogo y matemático Jacobo Bronowsky con su libro y posterior serie televisiva «El ascenso del Hombre»; Carl Sagan, catalogado como el astrónomo más famoso de la tierra, con conocimientos también de biología, quien desarrolló una serie de TV llamada «Cosmos», vista por miles de millones de personas a escala planetaria. Uno de los últimos acérrimos defensores de la teoría evolutiva, como un hecho probado, fue Stephen Jay Gould, de quien se está publicando en España (julio 2004) un resumen de sus teorías, impresas previamente en inglés poco antes de morir (2002). El libro se titula «La estructura de la teoría de la evolución», un grueso volumen de 1400 páginas.
No deja de llamar la atención el que se deban utilizar miles y miles de páginas para intentar explicar algo que, de haberse podido probar, bastarían sólo unas pocas páginas para hacerlo. Desde 1859, cuando Darwin publicara «El origen de las especies», hasta hoy día, son innumerables los libros escritos; en tanto, la teoría de la evolución sigue estando tan incompleta como en sus inicios. Ello, por cierto, contrasta con las breves páginas de otras teorías, hasta ahora bien acotadas, como por ejemplo, la de la Relatividad, en su versión general y especial.
La enorme complejidad que significa un ser vivo, por simple que parezca, multiplicado por un millón y medio aproximadamente (que son las especies vivas que tenemos hoy), eleva esta complejidad hasta el infinito. Ello nos lleva a un camino apartado de lo estrictamente científico, puesto que a mayor complejidad, menos evidencia, y a menor evidencia, lo que queda es apelar al dogma, a la ideología. Los vacíos en este ámbito de la ciencia suelen ser llenados con una mezcla que combina ideología y especulación. El problema no sería tan grave, si estas teorías se presentasen en forma honesta, con todas sus enormes debilidades sobre la mesa, y no en la forma dogmática como verdad sin necesidad de ser probada.
Si resulta difícil establecer bases sólidas del eventual fenómeno de formación de especies, de acuerdo a la teoría general de Darwin, explicar el origen de la vida a través de esta teoría resulta simplemente imposible.
Al no ser encontradas las eventuales condiciones ideales en la tierra que sostengan la hipótesis del origen de la vida y su posterior multiplicación, ha surgido una nueva rama de la ciencia denominada «exobiología», la cual postula que la vida habría venido del espacio exterior en meteoritos. Esto, si bien es novedoso, no resuelve nada, sino simplemente traslada el problema desde la tierra al espacio exterior. A pesar de ello, el que algunos científicos estén mirando al cielo con el afán de encontrar datos sobre los orígenes de la vida, es ya alentador.
Literatura citada· Bronowsky, J. 1973. The Ascent of Man. Boston: Little, Brown and Company.
· Darwin Charles. 1859. El origen de las especies. Versión abreviada, cuarta reimpresión, 1994. Edición española, Ediciones del Serbal, S.A.
· Eldredge, N., & Gould, S. J. 1972. Punctuated equilibrium: an alternative to phyletic gradualism. In: Models In Paleobiology (Ed. by T. J. M. Schopf).
· Pennisi E. 1997. Haeckel’s Embryos: Fraud rediscovered. Science, Vol. 277, p. 1435.
· Ridley Mark. 1987. La evolución y sus problemas. Colección Ciencia hoy, Ediciones Pirámide, S. A.
· Vallejo Fernando. 2002. La tautología darwinista y otros ensayos de biología. Santillana ediciones generales S. L., Madrid. · Vollmert B. 1988. La molécula y la vida. Editorial Gedisa S.A.