Los nombres de Cristo.
Este artículo presenta el decimoctavo nombre entre los muchos que se dan para transmitirnos algo de la grandeza de nuestro Señor Jesucristo. También marcará el fin de esta serie. Por consiguiente, nos parece digno de considerar este último título, empleado por el Señor mismo cuando él concluyó su revelación a Juan con las palabras: «Yo soy… la estrella resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 22:16). El título no tiene ninguna significación especial para el hombre que está cómodamente sentado en un sillón, pero es pleno de significado para el peregrino cansado.
Cada viajero que ha transitado a través de una larga noche apreciará la emoción de esos momentos más oscuros cuando el brillante lucero del alba abre la esperanza y la perspectiva del amanecer de un nuevo día. Nosotros, los cristianos, somos viajeros; estamos en un mundo de la más intensa penumbra espiritual, y probablemente para muchos de nosotros las tinieblas parecen volverse más densas. Necesitamos mirar hacia arriba, lejos de los acontecimientos de nuestro entorno, y por la fe fijar nuestra mirada en la Estrella Resplandeciente de la Mañana, nuestro Señor Jesús mismo. Él es nuestra esperanza viva, y él rompe la negra oscuridad de este mundo con la convicción luminosa de su Reino venidero.
Hubo una estrella que llevó hasta él en su humilde hogar de Belén, pero en su segunda venida él mismo es la Estrella, resplandeciente de esperanza y gloriosa en su majestad real. Esta vez él vendrá como Rey. En la Biblia, las estrellas sugieren esta idea de gobierno. Es la imagen que las Escrituras utilizan en el verso poético de la profecía del Antiguo Testamento: «Saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel».
El portavoz, Balaam, tuvo que confesar que esto sería «no ahora» (Números 24:17), y de hecho no involucraba nada esperanzador para él. La tragedia de este vidente, de este hombre cuyos ojos Dios abrió temporalmente, era que aunque su profecía era verdad, ella no tenía relación alguna con su propia vida personal. Balaam deseaba fervientemente morir la muerte del justo, pero él no tenía ninguna intención de vivir una vida justa: de hecho él amó los salarios de impiedad. El hombre que quiere disfrutar el beneficio de la estrella debe estar dispuesto a aceptar la autoridad del cetro. La Estrella de la Mañana debe gobernarnos si Él va a guiarnos.
Así que Balaam nos advierte de los peligros de una mera ilustración sobre los propósitos de Dios. Es bastante trágico estar totalmente ciego a las demandas del reino de Cristo –como a muchos les sucede– pero ciertamente es una tragedia aún mayor estar informado sobre su realidad e inminencia y sin embargo no tener ninguna parte en él. Por supuesto, consideremos la perspectiva profética y no descuidemos los signos de los tiempos, pero la mayor prioridad es tener un conocimiento vivo de Cristo por gracia y concentrar los pensamientos y expectativas en él. Él es nuestra esperanza. Las señales de Su venida son un estudio fascinante, pero en general tal ocupación atrae la atención a las cosas obscuras y no puede efectuar por sí misma una transformación espiritual en el estudiante. Sin embargo, la luz de la Estrella de la Mañana tiene un efecto revolucionario en nuestro carácter y conducta diaria. No sólo nos advierte que el Día del Señor está cercano, sino que nos lleva a asumir nuestra parte en ese grande y glorioso triunfo.
Por esta razón, a la iglesia en Tiatira –la iglesia de la casa de Lidia– el Señor reforzó su llamado a batallar por la fe prometiendo que los vencedores compartirían Su reino y recibirían este gran regalo: «…le daré la estrella de la mañana» (Apocalipsis 2:28). No solamente la carta a Tiatira, sino el libro entero de Apocalipsis fue dado no sólo para leer y oír sino para la obediencia práctica (Apocalipsis 1:3 y 22:7). Las dimensiones de las materias tratadas en el libro son tremendas. Por tanto, los desafíos presentados al lector también son inmensos, y por ende, las bendiciones ofrecidas al que obedece. Así la Estrella
Resplandeciente de la Mañana nos conforta y nos alienta a la obediencia de fe. El Día del Señor amanecerá pronto. En ese día, se nos dice: «Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad» (Daniel 12:3). Entretanto, que nada nos distraiga de mantener nuestros ojos en Aquel que es la Estrella Resplandeciente de la Mañana.
Toward the Mark, Vol. 3, No. 6, Sep. – Oct. 1974.