Los gloriosos efectos de la doble primogenitura de Cristo.
Todos concordamos en que la epístola a los Colosenses presenta la mención más exhaustiva y completa de la gloria de Cristo reunida en un pequeño número de versículos. Me refiero al pasaje comprendido entre los versículos 13 a 23 del primer capítulo de esta magnífica epístola. El único otro pasaje que presenta una mención tan gloriosa como ésta, aunque no tan exhaustiva, es aquel de Hebreos 1:1-4.
También sabemos, por la historia, que en la época en que esta carta fue escrita existió algo descrito como «la herejía colosense». Esta enseñanza herética era una extraña combinación de gnosticismo y judaísmo muy atractiva para los sentidos y el intelecto carnal. La iglesia de los colosenses fue atraída por esta enseñanza que, podemos decir así, sugería que, si bien no necesitarían abandonar a Cristo o despojarse de Cristo para ser «perfectos», sí necesitarían tener a Cristo y algo más.
Los gnósticos estaban obcecados con la obtención del conocimiento con respecto a todas las cosas, cómo comenzó todo, cómo funciona todo y cuál es el secreto que está por detrás del universo. Los judaizantes eran obcecados con su ritualismo religioso y tangible que apelaba tanto a las sensaciones humanas. La unión de estos dos representaría una gran arma del maligno para destruir al cristianismo, desviando los ojos de los discípulos de Cristo hacia otro foco y distrayéndolos con sus apelaciones a los sentidos de la carne.
El antídoto divino contra esta arma era uno solo: una presentación del significado espiritual de laplenitud de Cristo. La palabra pleroma, que significa ‘plenitud’, era muy utilizada en el vocabulario de los gnósticos, y Pablo hace uso de ella en esta epístola para decir que toda la plenitud de la Deidad está corporalmente presente y es manifestada en Cristo.
Todo lo que podemos pensar con respecto a Dios, cómo es él –su amor, justicia, poder, sabiduría–, todo esto reside, habita, permanentemente en Cristo, y en él tenemos la descripción del ser de la Deidad. Al hacer esta descripción, Pablo nos da, por el Espíritu, un cuadro de la deslumbrante gloria de aquel que es no solo un hijo, sino «el Hijo de Su amor». En este cuadro, él es llamado dos veces «primogénito», siendo el primogénito de toda creación (v. 15) y también el primogénito de entre los muertos (v. 18).
En estas dos descripciones están las dos glorias centrales de Cristo en este pasaje. Como primogénito de toda creación, él es el principio de la creación material, de la primera creación; el principio de todo, no creado pero sí el propio Creador, y el más elevado, según las palabras dirigidas al Mesías en el Salmo 89:27: «Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra». Como primogénito de entre los muertos, él es el principio de una nueva creación, de una creación espiritual, siendo él mismo la Cabeza de esta nueva creación, que lo tiene a él mismo como la Cabeza, y la iglesia como Su propio cuerpo (v. 18). Así, «si alguien está en Cristo, nueva criatura es», pues en él Dios introdujo un nuevo comienzo, un nuevo principio. ¡Bendito sea su nombre!
El Primogénito de toda creación
Cada uno de estos títulos se relaciona con una lista de los aspectos de las glorias de Cristo. Vamos a examinarlos sucintamente. Unido al primero de ellos, el primogénito de toda creación, dice que Cristo es la «imagen del Dios invisible», pues en él y solo en él está tanto la representación exterior como la realidad interior de lo que la Deidad es en sí misma, pues «quien me ve a mí, ha visto al Padre».
El Hijo, siendo el Logos divino, concentra en sí mismo todo aquello que Dios es y todo aquello que de Dios se puede conocer, y entonces lo manifiesta a los seres creados. Después de estas afirmaciones, son agregadas varias preposiciones de gran importancia para explicar el tremendo significado de la supremacía de Cristo en relación a todo el universo.
Se dice que «en él» fueron creadas todas las cosas, significando que él es la esfera dentro de la cual está todo lo que existe. Él es la base de sustentación de todas las cosas, de tal manera que si él sufriese alguna variación en su ser y carácter, o si cualquier clase de tinieblas pudiese alcanzarlo, todo lo que fue creado en él se desintegraría. En él también están fundamentados todos los poderes creados en los cielos.
Todo también fue creado «por medio de él», queriendo decir que él es el vehículo de toda la creación, pues sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. Todo lo que fue creado lleva consigo Su marca original, fue hecho a través de él, de modo que pudiera responder a Sus designios eternos.
También todo fue hecho «para él», pues él es el heredero de todas las cosas, y todo cuanto el Padre tiene es de él. Esto implica que él es la razón, propósito y fin de todo cuanto fue creado y que finalmente todo traerá gloria a él de una forma u otra, cuando él revele plenamente su justicia y también su misericordia en los tiempos de la consumación de todas las cosas.
¡Es un privilegio de sus redimidos, como sus primicias, reconocerlo desde ya como soberano absoluto, santificándolo como Señor en sus corazones y viviendo en él, por medio de él y para él! Aún se dice que«todas las cosas en él subsisten», lo que contiene la idea de que en él todo se mantiene cohesiona-do. Así, Cristo es el poder integrador de todas las cosas creadas. Pablo, contra todas las ideas gnósticas ya incipientes en aquellos días, habla del poder integrador de la plenitud de Cristo, es decir, todo el universo se sostiene en cohesión por causa de Aquel que es el mismo ayer, hoy, y lo será por siempre.
El Primogénito de entre los muertos
Unido al segundo de sus títulos, es decir, el de primogénito de entre los muertos, están las declaraciones de que él es la Cabeza del cuerpo, de la iglesia, queriendo con esto decir que en todo lo que le pertenece a él por mérito personal, como el varón aprobado por Dios, nosotros tenemos garantizada una participación, y que ésta, su tan grande gloria, será experimentada y manifestada por aquellos que son Su cuerpo.
Éstos que están unidos al Hombre glorificado en una unión tan plena e inquebrantable, serán exhibidos como un espectáculo tanto a los hombres como a los ángeles, cuando el Señor venga para ser glorificado en sus santos y para ser admirado en todos los que creyeron, y solo así él tendrá toda la primacía. A través de su muerte y por la eficacia de la sangre del Cordero perfecto de Dios, todas las cosas de los cielos y de la tierra fueron reconciliadas con él, y serán colocadas un día en plena armonía con lo que el Padre de gloria planeó para ser manifestado en la revelación de la gloria de los hijos de Dios, en unión con aquel que es el resplandor de la gloria de Dios.
Con una visión tan completa de Cristo, Pablo no podía dejar de decirles que ellos eran perfeccionados en Cristo (2: 10), significando que en él ellos habían recibido vida completa y que nada les faltaba que de algún modo pudiese ser alcanzado fuera de Cristo o más allá de él. Debido a esta revelación de un Cristo tan inmenso, Pablo cumplía lo que restaba de sus aflicciones en su carne, las aflicciones de un colaborador de Cristo en la edificación de su iglesia (1: 24), puesto que, las aflicciones para la redención de ella, Cristo ya las había cumplido cabalmente.
También, por motivo de esta revelación, Pablo anunciaba a Cristo, advirtiendo y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, para presentarlos plenos y perfectos delante de Él, y esforzándose para esto hasta el cansancio. También les animaba a «asirse de la Cabeza» (2: 19), es decir, a glorificar la Cabeza en toda la vida y conducta de ellos, sometiéndose en todo a Él, no dejándose influenciar por el ritualismo, el misticismo, el ascetismo o cualquier especie de filosofía humana, que para nada servían sino para fortalecer la carne en sus codicias sensuales o racionales, en vez de mortificarla.
Pablo también nos introduce en el capítulo 3 en la visión de la gloria de Cristo como el nuevo hombre, en el cual él mismo es el todo, y en todos. Este nuevo hombre de una nueva creación tiene a Cristo Jesús como su cabeza, ya en el trono de Dios y a su diestra (3: 1), y un cuerpo de muchos miembros unidos intrínsecamente con él aquí en la tierra.
Este nuevo hombre se renueva día a día hasta alcanzar la plenitud de su llamamiento, se renueva «de gloria en gloria», de fuerza en fuerza y de fe en fe, recibiendo de su plenitud «gracia sobre gracia». Entonces, a nosotros nos compete habitar en él y tener sus palabras morando en nosotros de modo que alcancemos la plena madurez y la medida de Su estatura. Nuestra responsabilidad es tener una actitud definida de mente, determinada a pensar en las cosas de lo alto, donde vive Cristo (3:1-2), pues él es el deseo que constriñe nuestros corazones.
Concluyendo, podemos decir que una revelación de la grandiosidad de Cristo desde el punto de vista de Dios es la única salvaguarda contra los errores, sean de doctrina o de ética, así como el único medio de alcanzar Su plenitud. Así, que podamos también ser «llenos del pleno conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría y entendimiento espiritual», contenidos en aquel en quien están ocultos todos los tesoros de Dios, y que las glorias de Cristo sean para nosotros tan absorbentes que podamos vivir vidas llenas de su plenitud.
Que Dios nos introduzca más profundamente en su inmensurable Cristo.