El famoso predicador inglés Martin Lloyd-Jones, en su libro «Depresión Espiritual», intenta hallar las causas y plantear, a la luz de las Escrituras, un tratamiento para la depresión espiritual. Entre las causas de la depresión, Lloyd-Jones menciona cuatro:
1. El temperamento. Las personas introvertidas son más proclives, pues están permanentemente volcadas hacia adentro, evaluando todo lo que hacen, siempre mirando para atrás, siempre llenas de remordimientos fútiles.
2. Causas físicas: cansancio, agotamiento, «stress», o cualquier tipo de enfermedad. Los mejores cristianos son más propensos a ataques de depresión espiritual cuando están físicamente débiles.
3. La «reacción» – reacción a una gran bendición, o a una experiencia fuera de lo común. Es el caso de Elías, sentado debajo del enebro. Él estaba sufriendo una reacción a lo que había sucedido en el Monte Carmelo (1 Reyes 19).
4. La causa final es, ciertamente, el diablo, el enemigo de nuestras almas. Son incontables los medios por los cuales el diablo causa la depresión espiritual.
Ahora bien, para Lloyd-Jones, el autor del salmo 42 estaba experimentando una depresión espiritual, y es precisamente allí donde obtenemos la clave más importante para el tratamiento de este mal.
El salmista no se contentó con quedarse sentado, sintiendo lástima de sí mismo. Él hizo algo al respecto: Asumió el control de sí mismo. Aun más, él habló consigo mismo, diciendo: «¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?». Él habló con el «yo», en vez de permitir que el «yo» hablara con él.
Una gran parte de la desdicha y perturbación provienen del hecho de que nos oímos a nosotros mismos en vez de hablar con nosotros mismos. Por ejemplo, los pensamientos que vienen a nuestra mente cuando despertamos por la mañana. No los originamos, simplemente, ellos comienzan a «hablar» con nosotros, trayendo de vuelta los problemas de ayer, etc.
Por eso, el salmista se dirige a su alma diciendo: «Oye por un momento, yo quiero hablar contigo». Usted, lo mismo que el salmista, necesita volverse a sí mismo –reprendiendo, censurando, reprobando, exhortando– y diciéndose a sí mismo: «Espera en Dios», en vez de refunfuñar y murmurar de esa manera desdichada y deprimida. Y entonces debe continuar, acordándose de Dios: quién es él, lo que él es, lo que él ha hecho, lo que él ha prometido hacer.
Habiendo hecho eso, concluya con esta nota de triunfo: desafíese a sí mismo, desafíe a los demás, resista al diablo y a todo el mundo, diciendo con el salmista: «Aún he de alabarle. Él es la salud de mi rostro, y el Dios mío».
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