La muerte de Cristo en la cruz, en expiación por los pecadores, es la verdad central de toda la Biblia.
Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo».
– Gál. 6:14.
¿Qué piensas tú acerca de la cruz de Cristo? La pregunta puede ser considerada de poca importancia: pero ella se refiere profundamente al bienestar eterno de tu alma.
Hace mil ochocientos años, hubo un hombre que dijo que él se «gloriaba» en la cruz de Cristo. Este fue el apóstol Pablo. Él fue quien trastornó al mundo con las doctrinas que predicaba; fue quien hizo más que ningún otro hombre en todo el mundo por establecer la fe cristiana. Con todo, él dice a los gálatas: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gál. 6:14).
Significados de la cruz
La «cruz de Cristo» debe ser necesariamente un tema importante, cuando un apóstol inspirado puede referirse a él de esta manera. Quisiera intentar demostrar lo que significa esta expresión. Una vez que tú conoces el significado de la cruz de Cristo, entonces podrás, con la ayuda de Dios, ver la importancia de ella para tu alma.
En la Biblia, la cruz se refiere, a veces, a aquel madero en la cual el Señor Jesús fue clavado y muerto en el monte Calvario. Esto es lo que Pablo tenía en mente cuando dijo a los filipenses que Cristo se hizo «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp. 2:8).
Sin embargo, esta no es la cruz en la cual el apóstol se gloriaba. Él se habría estremecido horrorizado ante la idea de gloriarse en un simple pedazo de madera. No cabe duda que él hubiera denunciado la adoración del crucifijo como profana, blasfema e idólatra.
La cruz significa, a veces, las aflicciones y pruebas que los creyentes tienen que afrontar si siguen a Cristo fielmente, por causa de su fe. Este es el sentido en el cual nuestro Señor utiliza la palabra, cuando él dice: «…y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mat. 10:38). Este tampoco es el sentido en el cual Pablo utiliza la palabra cuando él se dirige a los gálatas. Él conocía esa cruz muy bien, y la llevaba pacientemente; pero, aquí, él no está hablando de eso.
Énfasis de la cruz en la vida de Pablo
Sin embargo, la cruz también señala, en algunos pasajes, la doctrina de que Cristo murió por los pecadores sobre la cruz –la expiación que él hizo por los pecadores, por su sufrimiento por ellos en la cruz–, el sacrificio completo y perfecto por el pecado que él ofreció, cuando él dio su propio cuerpo para ser crucificado.
En fin, esta expresión, «la cruz,» es sinónimo de Cristo crucificado, el único Salvador. Este es el sentido en el cual Pablo la utiliza cuando dice a los corintios: «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden» (1ª Cor. 1:18). Este es el sentido en el cual él escribe a los gálatas: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gál. 6:14). Él se limitó simplemente a decir: «No me glorío en nada, sino en Cristo crucificado como la salvación de mi alma».
Jesucristo crucificado era el gozo y la delicia, el consuelo y la paz, la esperanza y la confianza, el fundamento y el lugar de reposo, el arca y el refugio, el alimento y la medicina del alma de Pablo. Él no pensaba en lo que él mismo había hecho y había sufrido. No meditaba en su propia bondad y su propia justicia. Él amaba pensar en aquello que Cristo había hecho, y Cristo había sufrido – en la muerte de Cristo, en la justicia de Cristo, en la expiación de Cristo, en la sangre de Cristo, en la obra acabada de Cristo. En esto él se gloriaba. Este era el sol de su alma. Este era el tema sobre el cual él amaba predicar.
Pablo era un hombre que iba y venía por la tierra, proclamando a los pecadores que el Hijo de Dios había derramado la sangre de Su propio corazón para salvar sus almas. Caminaba por todo el mundo diciendo a la gente que Jesucristo les había amado y había muerto por los pecados de todos en la cruz.
Observen cómo habla a los corintios: «Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados» (1ª Cor. 15:3). «Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado» (1ª Cor. 2:2). Él, un fariseo blasfemo y perseguidor, había sido lavado en la sangre de Cristo: no podía guardar silencio sobre esto, y nunca se cansaba de contar la historia de la cruz.
Este es el tema que él amaba abordar cuando escribía a los creyentes. Es maravilloso observar cuán llenas están generalmente sus epístolas de los sufrimientos y de la muerte de Cristo. Su corazón parece estar henchido del tema: él lo amplía constantemente; vuelve a él una y otra vez. Es el hilo dorado que corre a través de toda su enseñanza doctrinal y sus exhortaciones prácticas. Pablo parece pensar que aun el cristiano más avanzado nunca podrá oír demasiado sobre la cruz. Esto es lo que él vivió durante toda su vida, desde su conversión. Dice a los gálatas: «…lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál. 2:20).
¿Qué lo hizo tan fuerte en su labor? ¿Qué lo hizo tan dispuesto a trabajar? ¿Qué lo hizo tan incansable en el esfuerzo por salvar a otros? ¿Qué lo hizo tan perseverante y paciente? Les diré el secreto de todo. Él siempre se estaba alimentando, por fe, en el cuerpo de Cristo y en la sangre de Cristo. Jesús crucificado era la comida y la bebida de su alma.
La verdad central de las Escrituras
Lector, tú puedes estar seguro de que Pablo tenía razón. Cuenta con esto: la cruz de Cristo, la muerte de Cristo en la cruz en expiación por los pecadores, es la verdad central de toda la Biblia. Esta es la verdad que vemos desde cuando abrimos Génesis. La simiente de la mujer que hiere la cabeza de la serpiente, no es sino una profecía de Cristo crucificado.
Esta es la verdad que resplandece, aunque velada, a través de la ley de Moisés y la historia de los judíos. El sacrificio diario, el cordero pascual, el derramamiento continuo de la sangre en el tabernáculo y el templo, todos estos eran símbolos de Cristo crucificado. Esta es la verdad que vemos honrada en la visión del cielo, antes de que cerremos el libro de Apocalipsis. «En medio del trono y de los cuatro seres vivientes», se nos dice, «y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado» (Apoc. 5:6).
Aun en medio de la gloria celestial, captamos una visión de Cristo crucificado. Quitemos la cruz de Cristo, y la Biblia será un libro oscuro. Es como los jeroglíficos egipcios sin la clave que interprete su significado – curiosos y maravillosos, pero sin ninguna utilidad real.
Tú puedes saber mucho acerca de la Biblia. Puedes conocer los contornos de las historias que contiene y las fechas de los acontecimientos descritos, así como alguien sabe la historia de Inglaterra. Puedes saber los nombres de los hombres y de las mujeres mencionados en ella, tal como un hombre sabe de César, Alejandro Magno o Napoleón. Puedes conocer los diferentes preceptos de la Biblia, y admirarlos, de la misma forma que un hombre admira a Platón, Aristóteles o Séneca. Pero si tú aún no has descubierto que Cristo crucificado es el fundamento de todo el libro, has leído su Biblia con muy poco provecho hasta ahora. Tu fe es un cielo sin sol, una brújula sin aguja, un reloj sin cuerda, una lámpara sin aceite. Eso no te confortará ni librará tu alma del infierno.
Lo reitero, tú puedes saber mucho acerca de Cristo, por una especie de conocimiento intelectual. Puedes saber quién era él, dónde nació y qué hizo él. Puedes conocer sus milagros, sus dichos, sus profecías y sus ordenanzas. Puedes saber cómo él vivió, cómo sufrió y cómo murió. Pero, a menos que conozcas el poder de la cruz de Cristo por experiencia, a menos que sepas y sientas interiormente que el derramamiento de la sangre en esa cruz ha lavado tus propios pecados, a menos que estés dispuesto a confesar que tu salvación depende enteramente de la obra que Cristo hizo sobre la cruz, a menos que éste sea el caso, Cristo no te aprovechará de nada.
El peligro de una religión sin la cruz
El solo conocimiento del nombre del Cristo nunca te salvará. Tú debes conocer su cruz y su sangre; de lo contrario, morirás en tus pecados. Entre tanto tú vivas, ten cuidado de una religión en la cual no hay mucho de la cruz. Vivimos tiempos en que la advertencia es lamentablemente necesaria. Guárdate, reitero, de una religión sin la cruz.
Hoy en día, hay cientos de lugares de culto, en los cuales se ve casi de todo, excepto la cruz. Hay roble tallado y piedra esculpida, vitrales y pinturas brillantes; hay servicios solemnes y una constante ronda de ordenanzas; pero la verdadera cruz de Cristo no está allí. Jesús crucificado no es proclamado en el púlpito. El Cordero de Dios no es exaltado, y la salvación por la fe en él no es libremente proclamada. Por lo tanto, todo está mal. Lector, guárdate de tales lugares de culto; no son apostólicos, y ellos no hubiesen satisfecho a Pablo.
Hay miles de libros religiosos publicados en nuestro tiempo, en los cuales hay de todo, excepto la cruz. Están llenos de indicaciones sobre sacramentos y elogios de la iglesia; abundan en exhortaciones sobre la vida santa y reglas para el logro de la perfección; están llenos de fuentes y de cruces, tanto en el interior como en el exterior, pero la cruz verdadera de Cristo es omitida. El Salvador y su amor hasta la muerte no se encuentran allí, o se mencionan de una manera no escritural. Por lo tanto, son peores que inútiles. Lector, guárdate de tales libros; no son apostólicos, y ellos nunca habrían satisfecho a Pablo.
Una palabra de exhortación
Pablo no se gloriaba en nada, sino en la cruz. Esfuérzate en ser como él. Ante los ojos de tu alma, enfoca totalmente a Jesús crucificado. No prestes oídos a enseñanza alguna que interponga cualquier cosa entre tú y él. No caigas en el viejo error de los gálatas. No pienses que alguien en este día pueda ser un guía mejor que los apóstoles. No te avergüences de las sendas antiguas en las cuales los hombres que caminaron fueron inspirados por el Espíritu Santo.
No permitas que el parloteo de los hombres que hablan cosas vanas sobre la universalidad, la iglesia y el ministerio, perturben tu paz y te hagan soltar tus manos de la cruz. Las iglesias, los ministros y los sacramentos tienen su lugar, pero ellos no son Cristo crucificado. No entregues el honor de Cristo a otros. «El que se gloría, gloríese en el Señor» (1ª Cor. 1:31).
Lector, dejo estas reflexiones ante tu mente. Yo no sé lo que tú piensas ahora acerca de la cruz de Cristo; pero no puedo desearte nada mejor que esto – que tú puedas ser capaz de decir con el apóstol Pablo, antes de que mueras o te encuentres con el Señor: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo». Amén.
J.C. Ryle