Una de las mayores causas de por qué Dios no puede bendecir a su Iglesia, es por la falta de amor. Cuando el Cuerpo está dividido, no puede haber fuerzas. Es solamente cuando el pueblo de Dios se levanta como un cuerpo, unidos el uno con el otro en un amor profundo, con un amor que el mundo puede ver, es solo entonces cuando ese pueblo tendrá el poder para asegurar la bendición de Dios.
Ustedes saben qué significa llevar una credencial. Cristo dijo a sus discípulos: «Les doy una credencial, y esa credencial es el amor. Es la única cosa en el cielo y en la Tierra por la cual los hombres podrán conocerme».
¿Qué sucedería si preguntáramos al mundo si han visto en nosotros la credencial del amor? El mundo podría decir: «No; hemos escuchado que la Iglesia de Cristo es un lugar donde no se conoce el amor».
Tenemos, por ejemplo, la lengua. Piensen en cuánta libertad dan muchos cristianos a sus lenguas. Ellos dicen: «Tengo derecho a pensar y decir lo que quiera». Cuando hablan el uno acerca del otro, ¡cuán a menudo hay críticas agudas! Dios me guarde de decir algo que no sea amoroso. Pero de hecho, ¡cuán a menudo se halla entre los cristianos agrupados para un trabajo, un tono de crítica aguda, de juicio destructivo, de opinión liviana, de desprecio y condenación secreta del uno para con el otro!
Piensen en la iglesia en general, ¡cuántas divisiones! Tome la cuestión de la santidad, o de la sangre limpiadora, o del bautismo del Espíritu… ¡qué diferencias se han producido entre los queridos creyentes por tales temas!
Esas diferencias de opinión no me preocupan. No estamos constituidos de la misma forma, ni tenemos el mismo temperamento ni la misma mente. ¡Pero cómo a menudo el odio, la amargura, el desprecio, y la separación son producidos por causa de las verdades más santas de la Palabra de Dios!
Nuestras doctrinas, nuestros credos, han sido más importantes que el amor. A menudo pensamos que somos valientes para la verdad, y olvidamos la orden de Dios de hablar la verdad en amor. A lo largo de las edades, las verdades más caras de Dios se han convertido en montañas que nos separaron. Si deseamos que el Espíritu Santo descienda en poder, debemos entrar en un pacto con Dios: debemos amarnos unos a otros con amor celestial.
¿Está listo para ello? Solamente que sea un amor verdadero, lo suficientemente grande como para abarcar a todos los hijos de Dios, aun a los menos amables y dignos de ser amados. Si mi rendición absoluta a Dios fue cierta, debo ser un siervo de amor para amar a cada hijo de Dios alrededor de mí.
Andrew Murray, en Entrega Absoluta (adaptado).