El Sermón del Monte (Mateo 5 al 7) es la ‘Carta Magna’ del reino de los cielos. Aquí están dados sus leyes y principios fundamentales. En las ocho bienaventuranzas se muestra el carácter de Cristo. Todas ellas describen en conjunto un solo carácter, el de Cristo, el Rey humilde, que es también el de sus co-reinantes. Todos esos rasgos son lo opuesto de lo que el mundo tiene por sublime. Sin duda se trata de un reino celestial, y los que reinarán en él también serán gente del cielo.
La primera de ellas es, tal vez, la más definidora del carácter del Rey de los cielos: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». La pobreza en espíritu es, simplemente, la humildad. Este carácter, que define tanto al Rey como a los súbditos del reino, está llamado a tener influencia tanto dentro de la iglesia («los que están en casa») como en el mundo.
Seis mandamientos están precedidos por las frases: «Oísteis que fue dicho … Pero yo os digo», y revelan claramente la autoridad del Rey. Las enseñanzas externas de la ley (lo que «oísteis») son sobrepasadas por las altas demandas y la perfección de la vida de Cristo (lo que «yo os digo»). En realidad, el Sermón del Monte no es un nuevo decálogo que apela a la integridad del hombre para su cumplimiento, sino que es la regla con que se puede medir la perfección de la vida de Dios puesta en el corazón de los súbditos del reino.
En el capítulo 6, el Rey corrige tres prácticas piadosas que se habían degenerado en ese tiempo: la limosna, la oración y el ayuno. Esto forma parte ahora de las obras justas de los co-reinantes. La piedad debe ejercitarse para Dios y no para los hombres (aunque los hombres reciban el beneficio de ello).
Luego el Señor enseña acerca del peligro de las riquezas materiales. Los súbditos del reino deben tener su tesoro en los cielos para que su corazón también esté en los cielos. Las riquezas pueden provocar que se pierda la visión espiritual, y que la vida se llene de afán y ansiedad. Los súbditos del reino no deben afanarse por el mañana; solo les corresponde preocuparse por el hoy.
Más adelante se muestra cómo los súbditos del reino deben tratar a los demás. Ellos, en su humildad, se juzgan a sí mismos, no a los demás, y si han de juzgar, han de hacerlo con misericordia, considerando sus propias debilidades.
La sección final del Sermón del Monte contiene una serie de advertencias, contraponiendo lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto, para que los súbditos del reino no sean engañados. Sea referido a las puertas y los caminos, los profetas, o los edificadores; todo ello nos advierte muy gráficamente acerca de lo que es aprobado delante de Dios y lo que no es aprobado. Oír estas enseñanzas, pero sobre todo el hacerlas, será la mayor prueba de sensatez, que asegurará el alma en el día de la prueba. Finalmente está el sello de la autoridad real de quien ha hablado, la prueba más segura de la firmeza y veracidad de las enseñanzas dadas.
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