Mientras la iglesia, luego del arrebatamiento, esté en los cielos preparándose para reinar mil años con Cristo sobre la tierra, en la tierra ocurrirán hechos espantosos.
En nuestro número anterior, hemos hablado brevemente acerca de lo que ocurrirá en los cielos, luego de la resurrección y el arrebatamiento. Pero ¿qué ocurrirá entretanto en la tierra? Los hechos que ocurrirán sobre la tierra son de índole muy distinta, y ellos afectarán a los que no fueron arrebatados.
Después del arrebatamiento, todo lo que podrá hacer la humanidad será conjeturar acerca de lo que sucedió, juzgándolo por sus efectos: los miles de desaparecidos por todo el planeta. Muchos lamentarán, porque se habrán ido esposos, esposas, hijos, padres, amigos y vecinos. Será para ellos como el dolor producido por una gran catástrofe.
Al estupor inicial, seguirá, seguramente, el planteamiento de numerosas hipótesis, cuál de todas más absurda: la intervención de Ovnis, el juicio de Dios para castigo de los que desaparecieron, etc. De esta manera, cada cual intentará sacar el mejor partido de un hecho que asombrará a todos, pero que por la dureza de corazón no estarán dispuestos a interpretar correctamente.
Por su parte, los cristianos no arrebatados (el trigo que no estaba maduro) lamentarán mucho más, porque ellos estaban advertidos de que tal cosa sucedería, pero nunca prestaron la debida atención.
La humanidad no arrebatada se escindirá, entonces, en dos: los que no creían, ni creerán como consecuencia de la desaparición de los creyentes; y los que, siendo cristianos de nombre, se habían asimilado al mundo, descuidando su fe, sin esperar al Señor. Estos recobrarán ahora su amor y se consagrarán, pero a un precio muy alto: al de su propia vida.
Luego de la cosecha de los cristianos, el mundo quedará como un rastrojo desolado. La vida transcurrirá, en un comienzo, aparentemente igual, el sol saldrá y la lluvia caerá. Pero muy pronto las cosas cambiarán radicalmente.
El mal se desplegará con todo su terrorífico poder, debido a que ya no tendrá el contrapeso del bien. Los que fueron levantados eran la sal de la tierra, que evitaba la descomposición del mundo. Eran la luz, que mantenía a raya las tinieblas. Pero ahora, ¿quién las detendrá? El deterioro y el mal comenzarán a campear por doquier. Entonces se manifestará plenamente el misterio de la iniquidad, el cual hoy ya está en acción, aunque en forma restringida (2ª Tesalonicenses 2:6-7); pero en aquel tiempo, ¿quién lo frenará? El día de la gracia termina con el arrebatamiento de los creyentes en el Señor Jesucristo, que es, a su vez, el comienzo de los juicios sobre una humanidad culpable y apóstata.
Tal vez usted haya pensado hasta hoy que de lo que viene nadie sabe, que tras la muerte sólo hay silencio para siempre. Pero es preciso que sepa usted que la palabra de Dios nos muestra claramente lo que ha de venir.
Después del arrebatamiento, comenzará una situación de tal dramatismo como jamás se ha conocido. El poder político y religioso se concentrarán en una sola mano, la del Anticristo, y bajo su dominio absoluto se someterán todos los hombres.
Su genio político y su gobierno autoritario logrará evitar el caos económico, y unificar a todas las naciones, para una época de paz y bienestar momentáneos. Pero muy pronto se mostrará su verdadero carácter y sus verdaderas intenciones. Se levantará contra todo vestigio que haya quedado de Dios, perseguirá a los cristianos rezagados, y los matará.
El mal irá en aumento y los juicios de Dios también. Todos los horrores presenciados por la humanidad en el pasado, sea por las guerras, por las pestes, o el hambre, no son nada comparados con los que vendrán.
En una primera instancia, los juicios caerán sólo sobre la naturaleza. La tercera parte de ella será destruida, incluyendo la vida del mar y de los ríos. Esto alcanzará incluso a los astros, que verán mermado notoriamente su resplandor.
Luego, en una segunda instancia (lo que se conoce como la Gran Tribulación), vendrán los juicios sobre los hombres. El diablo mismo será echado a la tierra; el Anticristo subirá del abismo para comandar la más grande matanza, y el falso profeta subirá de la tierra para colaborar con él. La trinidad de maldad obrará unida contra todos los habitantes de la tierra. Habrá cinco meses de tormento, como el producido por el escorpión; al final de los cuales una tercera parte de la humanidad habrá sido destruida.
Poco después, vendrán los juicios de las siete copas de la ira de Dios, que traerán, entre otros, úlceras pestilentes y mortales sobre las personas; el mar y aun todas las aguas se volverán sangre, y el sol abrasará a los hombres.
Antes tales catástrofes pudiera esperarse alguna actitud de arrepentimiento por parte de los hombres, pero no será así. Las personas serán conscientes de sus sufrimientos, pero no considerarán la causa de ellos (Ap. 9:20-21)
Armagedón y Babilonia
Hacia el final de este período ocurrirán dos hechos gigantescos por sus dimensiones: la batalla de Armagedón, y el juicio contra Babilonia.
La batalla de Armagedón es el fin de la trinidad satánica, en que el Señor Jesucristo vencerá a los ejércitos reunidos contra Jerusalén. La mortandad será terrible, tanto, que todas las aves se saciarán de las carnes de ellos. La bestia y el falso profeta serán echados vivos dentro de un lago de fuego que arderá con azufre. Satanás será atado por mil años y encerrado en el abismo, los mismos mil años que el Señor reinará sobre la tierra con los suyos.
Sin embargo, el mayor de los juicios que aparece en Apocalipsis, y el que despierta las alabanzas más estruendosas en los cielos, y el horror de los hombres, es el juicio sobre Babilonia.
¿Qué es Babilonia? Babilonia es el gran sistema político y religioso de Roma (la ciudad de las siete colinas), que ha existido a través de estos 20 siglos, el cual se va a cobrar más fuerza en los días que vienen. Este sistema religioso se remonta a la época de Nimrod, el artífice de Babel, y está mezclado hasta en sus más mínimos detalles con el seudo cristianismo de la iglesia de Roma. Este sistema será reforzado en los años futuros por algunos sectores del lado protestante, tan corruptos como aquél.
Así llegará a ser Babilonia «la grande», «la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra». Históricamente, sus pecados han sido tantos, que los juicios se amontonan contra ella, para espanto de todos los habitantes de la tierra. Roma primeramente mató a los cristianos, y luego adoptó el cristianismo como religión de estado, hasta constituirse por sí sola en un estado religioso. En tal situación, reina y fornica con los reyes de la tierra. Roma ha venido a ser albergue de demonios, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido a costa de ella.
Este sistema político-religioso es conocido de todos, y nadie puede declararse inocente si participa o consiente en sus hechos. En los próximos años, se acentuarán sus funestas acciones. Y el mensaje para los fieles que, por ignorancia, aún están allí es: «Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades» (Apocalipsis 18:4-5).
Cuando se produce su caída, se oyen voces de lamento por doquier, pero nadie puede socorrerla. El humo de la ciudad sube por los siglos de los siglos. El panorama en la tierra llega entonces al máximo de la desolación, porque a todo lo anterior se habrá sumado el caos de la naturaleza, que parecerá fuera de control. Habrá oscuridad, relámpagos, voces y truenos; y terremotos cuales nunca antes ha habido; tanto, que las ciudades de las naciones caerán, las islas huirán, y los montes no serán hallados. Y aún se añadirá sobre todo ello un gigantesco granizo que hará blasfemar a los hombres contra Dios.
¡Muchas desdichas ha vivido la humanidad en sus seis mil años de historia, pero ninguna será como aquélla!
La humanidad no resucitada
Todo esto es lo que ocurrirá con la humanidad no arrebatada. Pero, ¿qué ocurrirá con los que no fueron resucitados, los que, al momento de producirse la resurrección y el rapto estaban muertos y siguieron muertos?
Los no resucitados constituyen la más grande masa de seres humanos muertos en los pasados siglos, y que esperan en lugares de tormentos, el día del justo juicio de Dios. Ellos seguirán en la región de los muertos por aproximadamente mil años más a la espera del juicio de Dios.
Ellos se levantarán después del milenio, para comparecer ante Dios y recibir el justo pago por sus obras impías. Toda la maldad e injusticia cometida impunemente durante tantos siglos se pagará allí. ¡Qué terrible será ese día! ¡Triste será el fin de los que aborrecieron toda justicia y se complacieron en la maldad!
Aquel día -el día de la ira de Dios- nadie podrá escapar del justo juicio de Dios; pero hoy, para los que leen esta solemne advertencia, sí hay oportunidad. Hoy existe la oportunidad para escapar de todas aquellas cosas que sobrevendrán.
Hoy está abierta la puerta. Hoy tenemos acceso libre, por medio del nombre de Jesucristo, a la salvación de Dios. El Señor Jesús dice: «Yo soy la puerta, el que por mí entrare, será salvo» (Juan 10:9).
¿Cómo escapar de la tribulación?
Pero los juicios más inmediatos son los que Dios enviará sobre la humanidad apóstata e incrédula en lo que se conoce como «la tribulación». ¿Habrá alguna posibilidad de escapar de ella?
La Escritura, en dos partes, da a entender claramente quiénes escaparán a esos juicios.
En Lucas 21:36 dice: «Velad en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.» Esto significa que los que velan y oran pidiendo escapar y estar en pie delante del Hijo del Hombre, de hecho escaparán y estarán en pie delante de Él.
En tanto, en Apocalipsis 3:10 dice: «Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra.» Aquí se da a la iglesia en Filadelfia una promesa, porque ella guardó la palabra de su paciencia. ¿Está usted entre éstos?
Hoy es el día para escapar. Mañana puede ser tarde, porque, luego que el Señor arrebate a los suyos, no habrá lugar.
Los incrédulos pueden decir que desde hace mucho tiempo están oyendo decir lo mismo, y que nada ocurre. También algunos creyentes tal vez estén cansados de esperar. Sin embargo, los que esperan al Señor, contra el escepticismo de unos y otros, son declarados bienaventurados, por cuanto guardan la palabra de la paciencia del Señor.
¿En qué consiste la palabra de su paciencia? En que usted sigue creyendo, aunque los demás se cansen de creer y de esperar. Es la palabra de Dios, firme y segura, pero que requiere de la paciencia.
Así que, seamos como lo que creen y esperan, confiadamente.