Una invitación a participar de la plenitud de la gracia y de la gloria de Dios provistas en Cristo Jesús.
Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová-Jireh (Jehová proveerá). Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto”.
– Gén. 22:14.
La fe es la estrella más brillante en el firmamento de la gracia. Su origen es muy alto, pues ha nacido en el cielo. Su hogar, no obstante, es muy humilde, pues habita en la tierra, en los corazones de los redimidos. Las obras de la fe son poderosas, porque ella convence a Dios, y derrota al pecado y a Satanás.
El don de la fe
La fe derriba aparentes dificultades; sobrepasa toda clase de obstáculos; cruza rápidamente mares de problemas; equipa al guerrero cristiano para el combate, dándole un escudo para defenderse y una espada para atacar. La fe puede leer la mente de Dios. La fe hace que Jesús sea el Rey de nuestro hombre interior. La fe enciende y alimenta la llama del amor, y abre los labios en oración y alabanza. La fe vivirá hasta que los portales de luz se abran a su contacto, y morirá cuando vea al Señor cara a cara.
Siendo así, ¿no deberíamos ansiar este don precioso? ¿No deberíamos usarlo para nuestro bien? ¿No deberíamos buscarlo como si fuese el mejor tesoro? Si tienes este deseo, ven conmigo y examinemos el poder de la fe en uno de los pasajes más nobles de la edificante vida de Abraham; y que el Espíritu Santo nos acompañe con sus amorosas enseñanzas, para que lleguemos a ser herederos de la fe y bendición de aquel gran siervo de Cristo.
Dios reparó en Abraham cuando éste estaba hundido en el pecado. Hizo que se apartara de adorar a ídolos de piedra y madera, para que viese la luz de la vida. Después, el Señor le habló con frecuencia en dulce comunión, desplegando ante sus ojos las inescrutables riquezas de la redención. También le prometió que el Salvador que había de venir adquiriría naturaleza humana a través de la familia del patriarca.
Sin embargo, las esperanzas de tener descendencia eran nulas. Pero el Señor habló, e Isaac vino al mundo. Después de tales milagros, y tan maravillosas promesas, cumplidas de manera no menos maravillosa, «probó Dios a Abraham» (Gén. 22:1). Dios mandó una dificultad para probar la realidad y fortaleza de su fe.
La fe puesta a prueba
Una fe sin ser puesta a prueba y sin ser sondeada, es una fe incierta. Se conoce la calidad de un metal por lo que puede hacer y resistir. El valor del soldado se pone de manifiesto en el campo de batalla. La roca que no se mueve a causa del oleaje, manifiesta estar firme. Los fundamentos de una casa son buenos si el edificio no se conmueve con las vibraciones.
Pero las pruebas hacen algo más que investigar la profundidad de la fe. Su otro objetivo es consolidarla e inyectarle vigor. Un tendón, sometido a un frecuente esfuerzo, se hace más fuerte; y el corredor que se prepara mucho es el que gana la carrera.
Lector, si tú eres un participante de este bendito don, no te extrañes si tienes que enfrentarte a la corriente de olas contrarias. Es algo necesario, justo y bueno. El resultado será una cosecha más rica, si cabe, de certeza y bienestar. «Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas» (Stgo. 1:2).
La fe de Abraham
La prueba que la fe de Abraham tuvo que resistir fue realmente dura. Él tenía un hijo que era su alegría, y señal del favor de Dios. Pero, de repente, aquella voz que otras veces había hecho arder su corazón, le llena de un hielo profundo: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré» (Gén. 22:2).
¿Le engañaban sus oídos? Sus mejores esperanzas quedaban arruinadas. Aquella promesa, más preciosa que la vida, se marchitaba como una planta enferma. El conducto de corriente redentora había quedado obstruido. Pero Dios ha hablado, y esto es suficiente. El mandamiento viene del cielo, de forma positiva y clara. No puede estar equivocado. Isaac puede morir; pero la fe, no.
La fe sabe que Dios posee todo el poder y la sabiduría; y que en él «no hay mudanza ni sombra de variación» (Stgo. 1:17). Cuando la vida se ve envuelta en nubes y tinieblas, surge, como una aurora, una palabra de amor y un propósito bienhechor. Por ello, Abraham se levantó temprano, pronto a cumplir la voluntad divina.
Obediencia inmediata
Este ejemplo nos enseña que la obediencia inmediata es la mejor sabiduría. Dios te habla claramente en la Biblia, mostrándote el único camino de la vida. Dios te llama para que, por fe, le ofrezcas el sacrificio de un Cordero sobre un altar. Levántate pronto y obedece, porque el retraso es la red más sutil que Satanás pueda tender. Habrá muchos en el infierno que llorarán por la vacilación que les llevó a su triste situación. Ellos esperaron, pero la muerte no esperó. Los mandamientos que se desoyen se convierten en el camino más rápido hacia el infierno.
Abraham viajó tres días camino de la montaña indicada. Este largo espacio de tiempo era oportunidad sobrada para que la incredulidad intentara disuadirle. Era mucho tiempo para que el corazón de aquel padre pudiera resistirlo. Al mirar a su hijo, él se sentía invadido por la angustia; pero, al volver su mirada a Dios, una paz infinita le embargaba.
La fe es un don que persevera y no titubea nunca. Su firme asidero es la Palabra. No obstante, hasta la fibra más honda del sentimiento se debe sentir tocada por la sencilla pregunta del confiado Isaac: «Padre mío, he aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?» (Gén. 22:7). Es imposible explicar la angustia de aquel momento.
Los caminos de Dios
«Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío» (Gén. 22:8). Aquí vemos la fe en su forma de simple confianza y actuando según su único propósito. No se tambalea. Su posición es como la de un gigante sobre la tierra, cuya cabeza traspasara los cielos y contemplase a Dios. La fe deja el tiempo, el lugar, los medios, el método, todo, en las manos de Dios. Y así va avanzando, sabiendo que los caminos de Dios llevan a la gloria de Dios.
Todo sucedió rápidamente: Isaac quedó atado y puesto sobre el altar. La mano se extendió para coger el cuchillo. El último momento había llegado. Pero el postrer instante es el momento adecuado para recompensar la fe con paz y victoria. La voz que antes ordenó, ahora prohíbe. Aquel que había dicho: «Toma ahora tu hijo», detiene la tragedia diciendo: «No extiendas tu mano sobre el muchacho» (Gén. 22:12). Éstos son los caminos maravillosos de Dios. Su palabra se cumple. La fe triunfa. Las pruebas no hacen sino confirmarla y agrandarla.
El patriarca empieza ahora una vida de gozo celestial. Porque la alegría del nacimiento de Isaac no es nada comparada con la de su resurrección. El amor de Dios se manifiesta más en esta restauración que en su primer don. Pero esto no es todo: aquel lugar quedó como un monumento para alentar a los fieles de otras generaciones. «Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová-Jireh (Jehová proveerá). Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto» (Gén. 22:14).
La completa provisión de Dios
Este recuerdo proclama la provisión completa que Jesús presenta a su pueblo. Él los ama, los cuida y los enriquece. Estas páginas se escriben con el objeto de que hagas de aquel lugar tu rincón predilecto cada día. Puedes estar seguro de que aquí hay plena abundancia para este tiempo y para la eternidad; abundancia para el cuerpo y el espíritu en todo momento imaginable.
Sé muy bien que tu pobreza es profunda, que estás en muchos peligros, y que tus fuerzas son muy escasas. Pero, a pesar de todo, eres rico y estás a salvo, y eres fuerte, porque Jesús cambia tus cisternas rotas y vacías, por fuentes desbordantes. Cuando sientas que el peso de tus pecados es intolerable, y que te hundes hasta lo profundo del abismo, ve a Jehová-Jireh. Jesús proporciona allí el alivio necesario. Su brazo es el brazo del Omnipotente. Con su mano poderosa, él coloca toda tu culpa sobre sí mismo, y la lleva lejos, donde no puede ser hallada.
Cuando quieras estar seguro de que tu deuda está pagada y de que todo el castigo se ha cumplido, ve a Jehová-Jireh. Jesús se ha hecho carne y ha venido a ser tu mejor sustituto, para que con tu naturaleza, y en tu lugar, él lo pague y lo sufra todo.
Cuando tu alma tiemble y se estremezca, como una paloma entre halcones crueles, ve a Jehová-Jireh. Jesús da ayuda en cada dificultad, poder en cada quehacer, protección en cada tormenta. Su voz declara con seguridad: «Yo Jehová la guardo, cada momento la regaré; la guardaré de noche y de día, para que nadie la dañe» (Is. 27:3).
Del mismo modo que el sol está lleno de luz y el océano de agua, así también Jesús tiene abundancia de todo don necesario. Es como un árbol cargado de fruto en toda época del año. Siempre que nos acercamos, él tiene fruta madura al alcance de la mano, que es la fe. La gracia que él da se aplica a cada necesidad. En el momento del trabajo, su gracia se adapta a éste, y así lo hace con nuestras luchas, con la oración, con el sufrimiento y con la misma muerte.
Hay gracia para la prosperidad y para la adversidad; gracia para la vida pública y privada; gracia para los que gobiernan y para los que obedecen; gracia para la infancia, para la madurez y para la vejez; gracia para la salud, y para la enfermedad y el dolor. Cuando el Padre dio a Jehová-Jireh a la iglesia, dio un don que lo contenía todo: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Rom. 8:32).
Una invitación
Lector, quisiera preguntarte solemnemente si has buscado a Jehová-Jireh. ¿Es Jesús el Rey y dueño de tu corazón? Si es así, haz lo posible por conocer tu gran posesión; gózate y vive en ella. No malgastes tu dinero en lo que no satisface. Come del manjar que está ante ti, para que tu alma se deleite en abundancia. No te quedes en una choza sufriendo penurias, cuando su rico palacio te invita a entrar. No te apoyes en un bastón roto, teniendo tan cerca la Roca eterna para sostenerte.
Pudiera ser que algún pecador oyera de esta gran abundancia y exclamase: «¡Oh, si pudiera yo participar de esos benditos manjares! Mientras que otros se deleitan, yo muero de hambre». Amigo, ¿y por qué es eso? ¿Por qué no puedes disfrutar de ese fértil valle? Es porque estás muy lejos de Jehová-Jireh, y porque hay muchas barreras que te impiden el paso. Pero las Escrituras proclaman que aún hay lugar; y el mismo Jesús se acerca a la puerta de tu corazón y llama.
En estas líneas que tienes ante ti, te pido que le abras. ¿Vas a tardar o a rehusar? ¿Por qué prefieres ser pobre y miserable ahora y por la eternidad, si Jehová-Jireh te invita a participar de la plenitud de la gracia en esta vida, y de la gloria en la futura?
De El Evangelio en el Génesis