La “adopción de hijos” (Gál. 4:5) y “ser adoptados hijos” (Ef. 1:5) son dos frases que traducen la palabra griega “huiothesia”. Usar la palabra “adopción” para traducir “huiothesia” es, sin embargo, poco conveniente. En efecto, el término “adopción” tiene, en general, un significado semántico muy definido que no dice relación con el sentido de la palabra “huiothesia”. La palabra “adopción” induce a pensar que “huiothesia” indicaría el hecho de que somos hijos adoptivos, esto es, elegidos y tratados como hijos sin serlo realmente. Pero esto no constituye la esencia del significado de la palabra huiothesia.
Huiothesia indica, más bien, el momento en que un hijo alcanza la madurez o, dicho en términos comunes, cuando alcanza la mayoría de edad. La huiothesia es, pues, el paso que hace un hijo desde la niñez a la adultez. En la cultura greco-romana los hijos no eran criados ni educados por sus padres, sino por otras personas llamadas tutores, curadores o ayos. De ahí las palabras de Pablo a los gálatas: “Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre” (4:1-2). El tiempo señalado por el padre era el tiempo de la huiothesia. Aquí el hijo, una vez criado y educado, era recibido en la familia para el pleno ejercicio de su filiación; ahora, podía gustar y administrar la herencia. De la misma manera, dice Pablo a los gálatas que “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo…a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (gr. Huiothesia).
En el propósito de Dios fuimos predestinados a la huiothesia: A la calidad de hijos maduros. Nada menor que esto satisfará el corazón del Padre celestial. El idioma griego contiene un término para indicar un hijo maduro: “huiós”. De “huiós” viene precisamente la palabra “huiothesia”. El propósito de Dios consiste entonces en que alcancemos la calidad de hijos “huiós”. Este es el término que por excelencia se aplica a Jesucristo cuando se le llama “Hijo”. Los nombres Hijo de David, Hijo de Dios, Hijo del Hombre, Hijo del Altísimo, etc., todos contienen la palabra griega “huiós”.
Por su parte, el término griego que indica un hijo pequeño o recién nacido es “teknón”. Ambos términos son usados hermosamente por el apóstol Pablo en su carta a los romanos (8: 14-16). En efecto, la palabra griega para hijo en el v. 14 es “juiós”: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. En cambio, la palabra griega para hijo en el v. 16 es “teknón”. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro, de que somos hijos de Dios”. Este término viene del verbo “tíkto” que significa “parir” o “dar a luz”. Por lo tanto, un hijo “teknón” es un hijo recién nacido o pequeño. No así el hijo “juiós” que denota un hijo maduro, desarrollado. Es como en una familia. Aunque todos son hijos, no obstante, hablamos de bebés, de niños y de adultos.
¿Por qué Pablo usó el término “teknón” en el v. 16, cuando había usado anteriormente la palabra “juiós”? Por la doble función del v. 14. El versículo 14, por una parte concluye el tema relativo al Espíritu y, por otra parte, es la primera vez que los creyentes son llamados hijos de Dios en toda la epístola. Por lo tanto, el apóstol Pablo guardó el término “hijo” para cuando hubiese finalizado el tema del Espíritu, porque precisamente quería referirse a los hijos “juiós”. Y éstos pueden ser llamados así porque, al haber aprendido a vivir conforme al Espíritu, han alcanzado la madurez. Nótese como a los carnales el mismo Pablo los llama niños en Cristo en 1 Cor. 3:1. Por consiguiente, si Pablo quería hablar de los hijos “juiós” de Dios, tenía necesariamente que esperar hasta el 8:14.
Pero además, dado que presenta a los creyentes por primera vez en toda la epístola como hijos de Dios, Pablo aprovecha de desarrollar el tema del cómo los hijos de Dios alcanzan la gloria. Para este efecto, el punto de partida de todos los creyentes no es la calidad de hijos “juiós” –esa es la meta- sino la calidad de hijos “teknón”.
Por lo tanto, el punto mínimo de partida de todos los creyentes es éste: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos (teknón) de Dios”. Y si hijos (teknón), continúa Pablo, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que…Esta última expresión “si es que” indica que el paso de hijos “teknón” a herederos no es automático. Hay un proceso que vivir y un camino que recorrer. ¿Cuál es? El de padecer juntamente con Cristo, para que juntamente con él seamos glorificados. Los padecimientos aquí mencionados son los mismos padecimientos de Cristo. Son los que se originan como resultado de la negación a nuestro yo a fin de hacer la voluntad de Dios. Y este proceso, donde dejamos de andar en la carne, para aprender a andar en el Espíritu, es el que nos permitirá alcanzar la calidad de hijos “juiós” de Dios y la gloria de herederos de Dios.
Finalmente, en el versículo 23 Pablo declara: “Nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Según este texto la “adopción” (huiothesia) tiene también un aspecto futuro: la redención de nuestro cuerpo. Por consiguiente, la “huiothesia” estará completa no sólo cuando hayamos aprendido a vivir de acuerdo al Espíritu, sino cuando además se haya producido la redención de nuestro cuerpo en la venida de Cristo. La transformación de nuestro cuerpo nos dará finalmente la calidad y facultad plenas para ser herederos de Dios y coherederos con Cristo. Porque “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Cor. 15:50). Amén.