Solo la gracia podría hacerlo
Era costumbre de una grande y próspera iglesia invitar a otras tres iglesias misioneras para realizar juntas un culto comunitario el primer domingo del año. Algunos ejemplos de conversión en aquellas congregaciones eran fuera de serie: ladrones, asaltantes, criminales – todos de rodillas, uno junto al otro, participando de la cena.
En cierta ocasión, el pastor vio a un delincuente ya convertido de rodillas al lado de un juez de la Corte Suprema – justamente aquel que lo había sentenciado a prisión por siete años.
Al quedar libre, el asaltante había dado un maravilloso testimonio de conversión, y se volvió un trabajador dedicado. Sin embargo, en aquel momento, parecía que no se reconocían, a pesar de la proximidad.
Después del culto, el juez y el pastor caminaban juntos a casa. Entonces, el juez preguntó: «¿Usted notó quién estaba arrodillado a mi lado durante la cena del Señor?». «Sí, no sabía que usted se había dado cuenta».
El juez exclamó en seguida: «¡Qué maravilloso milagro de gracia!». «Sin duda, un maravilloso milagro de gracia», replicó el pastor. «Pero, ¿a quién se refiere usted?», preguntó el juez. «¡A Fulano de Tal!», dijo el pastor, mencionando el nombre del asaltante. «No me refería a él», dijo el juez. «Estaba pensando en mí mismo».
«¿En usted mismo?». «No fue muy difícil que aquel delincuente se convirtiera después de salir de prisión. Él no poseía nada, a no ser un historial de antecedentes criminales. Cuando vio a Jesús como Salvador, descubrió que había salvación y esperanza para él. Pero, ¡míreme a mí! Desde mi más tierna infancia, fui enseñado a comportarme como un caballero, mi palabra debía ser palabra de honor, debía orar, frecuentar la iglesia, participar de la cena y así por el estilo. Fui a Oxford, me gradué, trabajé como abogado y más tarde llegué a ser juez. Pastor, ¡nada, a no ser la gracia de Dios, podría haberme hecho admitir cuán pecador era, al mismo nivel de aquel asaltante! ¿No le parece que fue más difícil para mí humillarme, que para aquel hombre?».
Gracia para perdonar
Una madre nos escribió contando cómo el chofer del bus escolar de su hija, que era cristiano, se convirtió en un resentido. El otrora padre de once hijos, ahora solo tenía nueve sentados alrededor de la mesa de familia. El vecindario quedó horrorizado cuando un conductor ebrio se introdujo en su propiedad segando la vida de dos de sus hijos, un niño y una niña. Aunque él conocía a Dios, Lo culpaba por lo ocurrido. Sus sentimientos de amargura solamente acentuaron su dureza de corazón. Era imposible perdonar a aquel borracho que había roto el círculo familiar.
Cierto día, sin embargo, se produjo un cambio en aquella situación. Después de terminada la escuela, la profesora designada para embarcar a los niños en el bus se atrasó. Al pasar frente al bus, nuestra hija Michelynne dejó caer algunos papeles. Al inclinarse para tomarlos quedó fuera de la visión del conductor. Fue así que el bus en movimiento la golpeó, lanzándola al suelo. La lonchera fue arruinada, en tanto que las ruedas del bus pasaron paralelas a su cuerpo, una por cada lado. ¡Fue sorprendente! Ella sufrió solo un corte en la cabeza. Damos gracias a Dios por haberle salvado la vida.
A la mañana siguiente, bien temprano, el chofer nos vino a visitar. Él nos contó del accidente con sus hijos ocurrido once meses atrás, y cómo no lograba perdonar al culpable. ¡Ahora, sin embargo, él tenía una nueva visión! ¿Lo perdonaríamos nosotros por lo que había hecho? Le dimos a aquel hombre total seguridad de que ya lo habíamos perdonado.
Después de lo ocurrido, toda su familia comenzó a frecuentar una iglesia. El conductor se reconcilió con el Señor, y su esposa se convirtió. En los meses que siguieron, otros miembros de la familia confiaron en Cristo como Señor y Salvador.
Vea atentamente el testimonio de la madre de Michelynne con respecto a la provisión de la gracia de Dios: «Pocos días antes del accidente, alguien me prestó un libro titulado: «El poder de la alabanza». Aquel libro cambió mi vida, y tuve muy luego la oportunidad de poner en práctica lo que aprendí.
El día del accidente, la profesora y la enfermera de la escuela trajeron a Michelynne para casa, y a medida que me relataban lo ocurrido, yo agradecía y alababa a Dios por su misericordia. En otras circunstancias, yo habría ‘entrado en pánico’.
Alguien cierta vez me dijo: «Nunca enfrente ningún problema sin antes agradecer a Dios por él. Así, el problema no será un mero problema sino una oportunidad para que Dios le conceda la victoria a través del problema».
Historias tomadas de «A Janela Mais Ampla», de DeVern Fromke.