La parte de la historia de la Iglesia que no ha sido debidamente contada.
Las primeras congregaciones
Durante el reinado de Isabel I, toda forma de disentimiento de la Iglesia de Inglaterra fue prohibida y castigada con la cárcel. Sin embargo, hacia el final de su gobierno, se cambió la prisión por el exilio. En aquel tiempo florecieron en Gainsborough y Scrooby dos congregaciones independientes, bajo la conducción de John Smyth y John Robinson. Pero fueron hostigados constantemente hasta que, tras la muerte de Isabel y el advenimiento de Jacobo I, ambas congregaciones se vieron obligadas a huir masivamente a Holanda.
Emigraron juntas en 1607, en un largo viaje lleno de prisiones, y dolorosas separaciones. Y arribaron a Holanda separadas en pequeños grupos de hermanos, destituidos de sus bienes, casas y derechos civiles. Pero allí fueron recibidos con compasión por las iglesias nativas.
En Holanda formaron una iglesia de inmigrantes que perseveró unida por un tiempo. No obstante, en aquella época las iglesias del país estaban involucradas en severas disputas doctrinales. La más importante dividía amargamente a calvinistas y arminianos. Pronto la congregación se vio afectada por la misma disputa, al punto que la separación se hizo inevitable. Smyth fue excluido de la comunión junto a cuarenta hermanos más y formó una nueva congregación. Más tarde Robinson, quien rechazaba la forma presbiteriana de gobierno que otros líderes de la congregación apoyaban, se apartó también de ella y comenzó una nueva congregación en Leyden donde continuó con un influyente ministerio.
Todas estas dificultades ilustran el surgimiento de una nueva forma de concebir la organización de la iglesia, cuya influencia llega hasta nuestros días. En ella se abandona la unidad de los creyentes en Cristo como terreno común de la iglesia (los no conformistas habían luchado por la unidad visible de los verdaderos creyentes en iglesias independientes del estado) y se sustituye por doctrinas y formas de organización particulares. De hecho, a su regreso a Inglaterra, quienes sustentaban el punto de vista calvinista formaron las así llamadas iglesias «bautistas particulares», mientras que los de tendencia arminiana, establecieron las «iglesias bautistas generales». Hermanos que habían nacido y crecido juntos, ahora descubrían que ya no podían continuar juntos debido a sus diferencias doctrinales. Este fue el embrión del denominacionalismo evangélico con toda su serie de interminable de dolorosas divisiones entre los santos.
Otro evento de vastas consecuencias surgió de estas iglesias. Muchos hermanos, cansados de la persecución y la falta de libertad para vivir su fe, decidieron emigrar al «Nuevo Mundo», para formar una nueva nación. Pionera en este gran movimiento puritano fue la congregación de Leyden. Allí se formó el primer grupo de exiliados que embarcó en el Mayflower rumbo a América. Las iluminadas palabras de despedida que les dirigió John Robinson merecen recordarse:
«Les encomiendo delante de Dios y sus ángeles escogidos que no me sigan a mí más de lo que me han visto seguir al Señor Jesucristo. Si Dios revela algo por medio de cualquier otro de sus instrumentos, estén prontos para recibirlo tal como recibieron lo que hubo de verdad en mi ministerio. Porque estoy verdaderamente persuadido de que el Señor tiene aún más verdad que extraer de su santa Palabra. Por mi parte, no puedo lamentar lo suficiente la condición de aquellas iglesias reformadas que… al presente, no irán más allá de los instrumentos de su reformación. Los luteranos no pueden ser convencidos para ir más allá de lo que Lutero vio; cualesquiera que sean los aspectos de su voluntad que Dios reveló a Calvino, preferirían morir antes que abrazarlos. Y los calvinistas, como pueden ver, permanecen firmemente pegados en el mismo lugar donde los dejó aquel gran hombre de Dios, quien, sin embargo, no vio todas las cosas. Esta es una lamentable tragedia, porque a pesar de que ellos fueron brillantes luces que ardían en su tiempo, no comprendieron todo el consejo de Dios».
Tranquilidad y persecuciones
Durante largos años, tanto independientes como bautistas fueron perseguidos, puestos en prisión, mutilados y ejecutados debido a su rechazo de la iglesia estatal. Pero, a pesar de todo, el número de sus congregaciones aumentó. En 1641, la Cámara de los Lores de Inglaterra afirmó que existían cerca de ochenta reuniones «sectarias» en Londres y sus alrededores.
La situación mejoró notablemente para las iglesias no conformistas durante la Guerra Civil, a pesar de que el elemento presbiteriano de entre ellas consiguió, con el apoyo del Parlamento, trazar las líneas de una «Nueva Iglesia», basada en la organización de la iglesia presbiteriana escocesa. Esta nueva forma, aceptada y ratificada por el Parlamento, se quiso imponer a toda Inglaterra para suprimir así toda forma de divergencia (tanto de independientes como bautistas). Sin embargo, su empeño no pudo realizarse, debido, en gran parte, a la oposición de Cromwell, el Lord Protector. Su ejército estaba compuesto por hombres de todas las tendencias cristianas, que habían peleado codo a codo, y no estaban dispuestos a que se limitara la libertad de conciencia por la que habían luchado. En una rápida acción, disolvieron el Parlamento y establecieron la República, donde la plena libertad de conciencia fue garantizada para todos.
En aquellos años de tolerancia, un importante esfuerzo por alcanzar la unidad entre las diferentes facciones no conformistas fue llevado a cabo bajo los auspicios de Oliver Cromwell, él mismo un independiente. En el año 1654 se reunió un grupo de teólogos puritanos para delinear el terreno esencial para la unidad evangélica. Lo que ellos buscaban era un «mínimo aceptable» para tener comunión. En las inspiradoras palabras de Robert Harris, miembro de la asamblea de Westminster, se puede ver mucho del espíritu que los animaba: «No me aventuro a definir lo que es tan simplemente fundamental y absolutamente necesario, sin lo cual no hay esperanza. Esto es de lo que estoy seguro: Primero, los puntos fundamentales son menos numerosos de lo que muchos, de ambos lados, piensan que son. Segundo, que ningún muro de arrimo y ninguna superestructura destruyen el fundamento». Aquí encontramos un iluminado llamado a la comunión con base en el fundamento esencial, que ninguna división posterior debiera destruir. Y agrega: «Los hombres humildes y de corazón sincero, a pesar de divergir en las opiniones, pueden andar juntos, orar juntos y amarse unos a otros, y es lo que de hecho hacen».
Esta comisión estuvo integrada, entre otros, por Richard Baxter y John Owen, ambos notables teólogos de la historia del Puritanismo. Sus conclusiones fueron redactadas en 16 puntos esenciales e inclusivos, que –pensaban– cualquier creyente verdadero podría firmar (no había alusiones a formas de organización, ni tampoco a doctrinas específicas y controversiales). Sin embargo, a pesar de que supuso un notable esfuerzo en procura de una unidad real, fracasó, debido a que para muchos creyentes de esa época pesaron más los intereses particulares y partidistas. El camino del denominacionalismo evangélico había sido delineado y en el futuro los creyentes preferirían reunirse y caminar juntos sólo con aquellos que piensan y comparten sus puntos de vistas específicos, en adición a lo fundamental.
Durante toda la regencia de Cromwell, las iglesias no conformistas gozaron de una gran libertad para reunirse y predicar el evangelio. Los obispos anglicanos estaban en el exilio, y muchos pensaron que el nuevo estado de cosas era definitivo. Sin embargo, no fue así. La confianza que muchos creyentes pusieron en la acción política para establecer sus ideas religiosas se vio, una vez más, defraudada. A la muerte de Cromwell, el viejo orden monárquico fue restaurado, y los obispos exiliados retornaron a su lugar. En 1662 se dictó el «Acta de Uniformidad» por la cual todo ministro de Inglaterra debía declarar públicamente ante su congregación su asentimiento al libro de oración común de la «Iglesia de Inglaterra» (que reúne todos su ritos y fórmulas), y obtener, además, su ordenación episcopal para seguir ejerciendo su función. Como consecuencia, alrededor de 2.000 ministros que rehusaron conformarse al acta fueron expulsados de sus congregaciones.
A continuación, el gobierno inglés dispuso severas medidas contra los hermanos disidentes. Se les prohibió ejercer cargos públicos, ocupar posiciones de autoridad y realizar reuniones con más de cinco personas presentes además de su familia. A los ministros expulsados se les prohibió acercarse a menos de 10 kilómetros del lugar en que habían ejercido antes su ministerio. Las penas para quienes transgredían estas normas eran excepcionalmente severas.
Estas duras y desiguales condiciones se mantuvieron desde mediados del siglo XVII hasta bien entrado el siglo XIX. Sin embargo, y a pesar de todo, los hermanos continuaron reuniéndose en secreto, durante aquellos largos años de persecución y sufrimientos. Entre tanto, dieron a luz una gran cantidad de literatura y música inspirada. Muchos hombres dotados de gracia y poder espiritual marcharon entre sus filas: Isaac Watts (1674-1748), un independiente, escribió muchos himnos que se cantan hasta hoy; John Owen (1616-1683) fue un poderoso exponente de las enseñanzas de los Hermanos; y, quizá el más conocido de todos, John Bunyan, quien escribió uno de los libros con más difusión en la historia del cristianismo: «El Progreso del Peregrino».
Luces y sombras
Resulta imposible hacer una evaluación del legado de los Hermanos No Conformistas de Inglaterra, sin mencionar cuánto les debe el moderno movimiento evangélico en casi todas sus ramas y variantes, con todas sus luces y sombras.
De ellos, como vimos, vino el concepto de iglesia como sinónimo de congregación. Al revisar sus Biblias comprendieron que la «iglesia nacional» (v.gr. iglesia de Inglaterra, iglesia de Alemania, etc.) era una noción sin fundamento escritural, pues el uso regular de la palabra iglesia en el Nuevo Testamento se refiere a una congregación local, compuesta por creyentes regenerados y separados del mundo de manera visible. Cada congregación o iglesia es, por lo mismo, independiente en cuanto a su funcionamiento y administración de las demás congregaciones, con las cuales mantiene, no obstante, lazos de hermandad.
Este concepto de iglesia estaba unido a un fuerte énfasis en la doctrina cristiana como base de comunión. Por doctrina entendían las verdades escriturales que debían ser expuestas a la iglesia por medio de una predicación inspirada, directa y profética. No podía ser simple ortodoxia fría, sino una enseñanza viva y experimental. Por lo mismo, daban un gran énfasis a la función pastoral, cuyo centro era la predicación. De hecho, fue con ellos que surgió la costumbre de colocar el púlpito y la Biblia en el lugar central de las reuniones, tal como se hace hasta hoy en la mayoría de las congregaciones evangélicas.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo, este énfasis en la doctrina correcta los llevó a dividirse por cuestiones doctrinarias no esenciales en congregaciones separadas y excluyentes, cuya base de comunión era el énfasis doctrinal específico que precisamente los separaba de otros hermanos (por ej., arrianismo vs calvinismo). Con esto se dio un paso decisivo hacia la conformación de asociaciones de iglesias en torno a sus doctrinas especiales. Aunque como hemos visto, se hicieron importantes esfuerzos por mantener la unidad de los creyentes por parte de sus líderes más dedicados y espirituales.
John Bunyan, al contemplar entristecido las divisiones que en sus días asolaban a los hermanos, escribió lo siguiente: «Y puesto que ustedes quisieran saber por qué nombre me gustaría distinguirme de otros, les digo que me gustaría ser, y espero que lo sea, un cristiano; ojalá Dios me considere digno de ser llamado cristiano, un creyente, o cualquier otro aprobado por el Espíritu Santo (Hech. 11:20). En cuanto a aquellos títulos facciosos de anabaptistas (bautistas), independientes, presbiterianos o semejantes, concluyo que no vienen de Jerusalén, ni de Antioquía… pues tienden naturalmente a las divisiones». Recordemos que estas palabras pertenecen a un escritor amado por todos los santos de las épocas posteriores y él mismo un no-conformista, pero que rehusaba cualquier nombre o título que dividiese a los hijos de Dios.
Ahora bien, como resultado de este fuerte énfasis en la doctrina correcta, la figura del pastor –como representante y guardián de la sana doctrina– se elevó hasta convertirse en el centro de las congregaciones no-conformistas, en desmedro, por cierto, de los demás dones y ministerios en el cuerpo de Cristo. De hecho, los puritanos desarrollaron la idea del pastor como el hombre especialmente ungido por Dios para conducir a la iglesia (entendida como congregación local).
Sin embargo, se debe reconocer que, en una época especialmente dura y compleja, los Hermanos buscaron ajustarse lo más posible a la luz que hallaron en la Escritura sobre la iglesia, y perseveraron en ella hasta el punto de sacrificar todo cuanto poseían, inclusive sus vidas. Por ello permanecen en la línea de muchos quienes, antes de ellos, elevaron la antorcha del testimonio en busca de ver restaurada la iglesia de Cristo sobre la tierra, en toda su pureza original. Si hubo sombras, se debió más bien a las limitaciones propias de su tiempo y circunstancias, y no al que no buscaran ver y obedecer a la Luz con todo su corazón. Gracias a ellos y su valiente testimonio la antorcha brilló aún un poco más.