Una mirada a la epístola a los Romanos como el recorrido de fe que va desde lo individual a lo corporativo.
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia».
– Romanos 5:17.
Partiendo de esta palabra, esperamos, mediante la gracia del Señor, hacer un breve recorrido por el mensaje del libro de Romanos, el cual, considerado en forma general, podemos tomar como si toda nuestra historia espiritual fuese en él contada.
A causa de la transgresión de Adán, la muerte reinó, con mucha eficacia, sobre todos los hombres. A medida que nuestro cuerpo envejece y enferma, sentimos muy de cerca la presencia de la muerte. Además, todo aquello que nos aplasta, deprime, desalienta y que nos aparta del Señor, no es otra cosa que la muerte, la herencia de la caída de Adán que nos persigue con sus efectos devastadores.
Si nosotros hemos probado la eficacia de la muerte en todo el transcurso de nuestra vida, lo que ahora viene, es decir, el reinar con Cristo en vida, ha de ser muchísimo mas eficaz de lo que la muerte ha sido.
¿Quiénes reinarán en vida? «…los que reciben…». Si un cristiano está siendo derrotado, es porque de alguna forma no ha entrado en esta abundancia del Señor. Por ello, vemos a muchos sucumbir ante la más mínima prueba o que viven en una permanente y vergonzosa debilidad.
Apeles y una iglesia normal
Veamos ahora Romanos 16:10 «Saludad a Apeles, aprobado en Cristo». ¡Qué hermosura, hermanos! Todos anhelamos ser hombres y mujeres aprobados en Cristo. Apeles no está en el cielo, aún no ha comparecido ante el tribunal de Cristo. Él está en la tierra, es un miembro de la iglesia en la ciudad de Roma, y ha llegado a ser un hermano aprobado en Cristo.
¿Será posible, encontrar hombres aprobados? ¿Será posible, además, hallar en las Escrituras una iglesia funcionando normalmente? Nos parece que es en Romanos capítulo 16 donde podemos ver su mejor descripción.
Note usted que en este capítulo a nadie se le nombra por su cargo. Hay hermanas que trabajan y otras que trabajan mucho en el Señor. Cada uno parece tener una función y ser aprobado en esa función. Hay quienes se caracterizan sólo por estar llenos del amor del Señor, y otros que han ayudado a los apóstoles al punto de exponer su vida por ellos. La mayoría de los hermanos abre su hogar: «Saludad a los de la casa de Aristóbulo … Saludad a los que están con ellos … a la iglesia que está en su casa». Las familias están convertidas y la casa ha venido a ser un ambiente donde la iglesia se reúne; los santos llegan allí con toda confianza para tener comunión los unos con los otros. ¡Qué preciosa se ve la iglesia, llena de la vida del Señor!
La versión Reina-Valera subtituló este capítulo como «Saludos personales». Nos parece que es muy inadecuado, pues si sólo fuesen simples saludos personales del apóstol, no lo leeríamos con mucho interés. Pero hermanos, aquí tenemos una riqueza inmensa: vemos cómo la doctrina de los capítulos anteriores del libro de Romanos está aquí hecha vida. Es precioso ver a todos los hermanos cumpliendo una valiosa función en el cuerpo. Cada uno parece haber encontrado su lugar y todos trabajan en armonía y coordinación con el resto de los hermanos. Este capítulo está lleno de la vida de Cristo, de la vida práctica que la iglesia en Roma alcanzó a experimentar en aquel tiempo histórico.
Cuán precioso es ver esta iglesia donde cada miembro parece estar contento en su función. No se destacan dirigentes, pastores, apóstoles, o ancianos; no se mencionan por sus cargos. Nos parece más bien una iglesia madura, donde todos los miembros cumplen alegremente su función. Nadie está ocioso, se observa una iglesia vigorosa en espíritu; los hermanos se ayudan, se visitan; hay oraciones por aquí y por allá; unos cantan, otros adoran, todos se aman, etc. Aun ellos han alcanzado tal grado de madurez que pueden identificar rápidamente a quienes causan división y tal malvada intención puede ser fácilmente juzgada.
Una de las cosas que más nos alienta es que a esta iglesia se le hace la promesa de que prontamente Satanás será aplastado bajo sus pies. Fijémonos que esta promesa está en plural: «…bajo vuestros pies» (16:20). No nos atrevamos a atacar solos al enemigo, pues como individuos somos muy vulnerables; la promesa es para el cuerpo en su totalidad. Solo viviendo la vida corporativa, todos los miembros, en armonía con el Espíritu del Señor, podremos avasallar las tinieblas y prevalecer contra ellas. Satanás no puede contra una iglesia que está bien edificada y fortalecida en el Señor. ¡Cómo anhela Dios ver esta clase de iglesia, y cómo anhelamos nosotros ver el cuerpo funcionando de esta manera!
Amados hermanos, el Señor está trabajando en la edificación de su casa. Él dijo: «Sobre esta roca edificaré mi iglesia». También sabemos que él «se presentará a sí mismo una iglesia gloriosa». Nosotros soñamos con esa iglesia gloriosa. En algún momento de nuestras vidas, esa iglesia se nos metió en lo profundo del corazón. En el Antiguo Testamento, en días de Hageo, se nos dice que Dios despertó el espíritu de sus siervos, entonces ellos dejaron de ocuparse sólo en sus propias casas artesonadas y vinieron a edificar la casa de Dios.
Que el Señor encienda nuestros corazones, pues la fe que hoy tenemos no sólo es para la salvación eterna individual, sino que hemos venido a ser piedras vivas para la edificación de la casa de Dios. Porque el Señor quiere llegar a tener una iglesia gloriosa, y nosotros tenemos que trabajar en la misma dirección en que el Señor está obrando. Tenemos que luchar como decía Pablo: «…trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí» (Col. 1:29). Él clamaba, y muchas veces lloraba, hasta que Cristo fuese formado en los creyentes (Gál. 4:19), pues anhelaba que el Señor obtuviese aquella «virgen pura» como dice en 2 Corintios 11:2.
La epístola a los Romanos es uno de los libros más ordenados de la Biblia. Comienza desde lo más básico y se va desarrollando hasta lo más sublime. Cada capítulo es semejante a un peldaño de una escalera. Nosotros, como creyentes, podríamos estar en el tercer peldaño, o en el quinto, permita el Señor que pronto lleguemos a estar en el peldaño (capítulo) dieciséis de nuestra experiencia cristiana.
Vamos a contrastar dos versículos: Romanos 16:10 y Romanos 1:29. Mientras en Romanos 16:10 aparece Apeles «aprobado en Cristo», en Romanos 1:29 aparece el contraste más absoluto: «estando atestados de toda injusticia…». Aquí están los dos extremos de la escalera. En algún momento, Apeles estuvo atestado de pecados y maldad. Fue un pecador como cualquiera de nosotros. ¿Qué ocurrió con Apeles? ¿Qué descubrió este hermano? ¿Cómo llegó a ser aprobado en el Señor?
Hermanos, Apeles no siempre estuvo aprobado. Aprobado es alguien que primero logró superar muchas pruebas. ¿Cuántas dificultades y conflictos habrá enfrentado nuestro hermano hasta aparecer finalmente aprobado?
Si miramos el libro de Romanos bajo la perspectiva de que es necesario ir quemando etapa tras etapa hasta llegar a la madurez del capítulo 16, es muy probable que podamos identificar en qué peldaño de esta escalera nos encontramos hoy en nuestra experiencia cristiana. ¿Estaremos sólo en Romanos 3, o ya hemos avanzado hasta Romanos 5? ¿Serán ya parte de nuestra experiencia las verdades de Romanos 6 y 7? ¿Estaremos tal vez en Romanos 8? Sin embargo, no importa que estemos aun en el 3. ¡Lo importante es que estemos! Pero, ¡quiera el Señor que prontamente estemos al menos en el capítulo 5!
Las verdades de Romanos
Pensando que la mayoría de los lectores conoce este libro, deseamos dar algunas claves que sirvan de ayuda para avanzar en el ascendente camino del Señor.
En el capítulo 1 aparece una amplia descripción del hombre caído, culpable – el hombre sin Dios y sin Cristo. Así estuvimos todos en algún tiempo, hasta que un día la gracia de Dios se nos manifestó y vinimos a conocer al Señor, su evangelio, su amor y su salvación. Cuando nos apropiamos de la gracia, ya nos ubicamos en capítulo 3 de Romanos, «justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (v. 24). La bendita sangre de Jesucristo nos lavó de una vez y para siempre. ¡Bendito sea su santo nombre!
Es precioso estar consolidados en Romanos 3. La posición es muy ventajosa: podemos elevar toda alabanza y adoración a Dios nuestro Padre y proclamar a viva voz que hemos sido lavados de nuestros pecados con la sangre del Cordero de Dios.
Sigamos avanzando. En Romanos 4 nos encontramos disfrutando la bienaventuranza de que nuestras iniquidades han sido perdonadas y que el Señor ya no nos inculpa de pecado (4:7-8). Y luego llegamos a Romanos 5, «teniendo paz para con Dios» y con el amor de Cristo derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado, y nos gloriamos en la esperanza que no avergüenza.
En la segunda mitad del capítulo 5, ya comenzamos a conocer algo de nuestra herencia adánica, mortal y pecaminosa. Ahora empezamos a conocernos a nosotros mismos: que estamos asociados con el trasgresor Adán, y que es necesario que seamos trasladados de Adán a Cristo. Y esto ocurrió desde el momento que creímos al Señor. Es un gran descubrimiento poder ver que ya no estamos en Adán sino «en Cristo». ¡Gracias Señor!, podemos seguir avanzando.
Lamentablemente, muchos hermanos pasan años repitiendo las mismas verdades básicas. Ellos solo se quedaron en Romanos 3; su problema sigue siendo «los pecados», y deben recurrir continuamente a la sangre para que vuelva a limpiarles; sus hechos pecaminosos aún les atrapan y su vida cristiana está estancada.
En Romanos 5 descubrimos que hay algo más importante que los pecados (plural). Ahora se comienza a hablar de el pecado (singular). Romanos 5:19 dice que fuimos «constituidos pecadores», y esto necesita una solución radical, que va más allá de la sangre. Siendo preciosa y valiosa la sangre de Cristo, necesitamos algo más profundo, que no sólo nos limpie de los hechos externos, sino que nos libre de esta «máquina productora» de pecados que somos nosotros mismos.
Los pecados son como las manzanas del manzano, y nos damos cuenta que el manzano está contaminado. Se necesita, en realidad, cortar el manzano y plantar allí otra vida, que produzca verdaderos frutos. Eso exactamente es lo que enseña Romanos 6. Allí leemos: «Porque los que hemos muerto al pecado…». Hermano, usted habrá dado un gran paso si comprende la diferencia entre «el pecado» y «los pecados». Los pecados fueron (y siempre serán) lavados por la sangre de Cristo. No aceptemos acusación alguna, pues «…la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7). Ahora bien, Romanos 6 nos dice que hemos muerto «al pecado». Notemos que el pecado no muere – soy yo quien muero.
Muertos al pecado y la ley
Permítanme una pausa. Muchas veces he entrado en conflicto con la Palabra de Dios, pues encuentro que las verdades de la Biblia no son realidad en mi vida; son verdades en el texto, pero no en mi experiencia. Entonces surge el clamor: «¡Señor, socórreme para que esto sea verdad en mi vida práctica!». Muchas veces esta experiencia se vive con angustia, con gemidos profundos, con oración y hasta con ayunos, con consultas a otros hermanos o a escritos de siervos de Dios que puedan aclararnos verdades fundamentales.
Cuando descubrimos en las Escrituras una riqueza que no podemos desechar, debemos apropiárnosla con diligencia. De lo contrario, seríamos unos necios. Si se nos ofrece todo para ser victoriosos en Cristo, ¿por qué vamos a seguir girando sólo en Romanos 3, si podemos llegar a ser más que vencedor como en Romanos 8? Pero, para llegar a Romanos 8 necesitamos primero experimentar las verdades de Romanos 6 y 7.
Miremos en forma paralela Romanos 6 y 7. En Romanos 7:4 dice: «Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley…». ¡Alto!, en Romanos 6:2 dice que hemos muerto al pecado, ¡y aquí dice que hemos muerto a la ley! Sigamos leyendo: «…mediante el cuerpo de Cristo, para que seamos de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios». ¡Cómo nos gusta este versículo! Pues todos deseamos ser fructíferos, nadie desea ser estéril; por tanto, pongamos atención a estas palabras: el pecado y la ley no morirán, ¡nosotros hemos muerto al pecado y a la ley!
¿Qué es el pecado? Básicamente, es todo aquello que no debemos hacer. Del mismo modo, la ley representa todo aquello que sí deberíamos hacer para agradar a Dios (pues la ley es justa, santa y buena, 7:12). Dios no nos demanda cosas injustas. Sin embargo, nos encontramos con que nuestra naturaleza es absolutamente impotente para ambas cosas (¿Lo ha descubierto usted?). No podemos evitar el mal y tampoco podemos hacer el bien que deseamos. A medida que avanzamos en nuestra experiencia cristiana, mayor será nuestra conciencia de la incapacidad de «la carne», es decir, de nuestras propias fuerzas para agradar a Dios. Vanos resultan los esfuerzos piadosos del hombre religioso en su intento por agradar a un Dios santo.
Sin embargo, hermanos, ¡la Escritura dice que ya morimos al pecado y la ley! (Me imagino a Apeles pasando por esta estrechez que representa Romanos 6 y 7. Él no pasó de Romanos 3 al 16 de una vez. Me lo imagino rogando: «Señor, ¡revélame esta palabra!, porque si es posible morir al pecado y a la ley, yo quiero que eso se cumpla cabalmente en mi vida»). Cuando no tenemos suficiente luz espiritual, nos imaginamos que esto es un largo y doloroso proceso. Sin embargo, ¡aquello ya ocurrió! De tal manera que si un hermano está tratando de morir al pecado o la ley, está errado. Aún no ha entendido la obra de Dios en Cristo Jesús para con nosotros, y está aún fuera del poder del evangelio, o sólo lo ha entendido parcialmente, «porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe», y los que reinan en vida son los que reciben la abundancia de la gracia.
Hermano, déjeme decírselo de esta manera: Usted y yo necesitábamos la sangre de Cristo (con Romanos 3 estamos ya muy claros); pero, además, necesitábamos morir y necesitábamos resucitar. Necesitábamos una sangre que nos limpiase de nuestros hechos pecaminosos y necesitábamos de una muerte que terminase con nosotros mismos, y además necesitábamos una resurrección que nos levantara de entre los muertos. Esto parece una locura, pero la palabra nos dice que fuimos «sepultados juntamente con Cristo … a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Pregunto: ¿Murió Cristo? ¿Resucitó Cristo? Nuestra respuesta es un rotundo: ¡Sí! Ahora, ¿creemos lo que está escrito? ¡Por supuesto que sí, lo creemos! Entonces, ¡nosotros también hemos muerto y resucitado con Cristo! Le invito, hermano amado, que de la misma manera como usted creyó que la sangre de Cristo lavó todos sus pecados, crea también que la muerte de Cristo es inclusiva: lo incluyó a usted también, y de igual forma su resurrección también nos incluye.
Concluimos, entonces, que los creyentes ¡hemos muerto con Cristo y hemos resucitado con él! Hermanos, ¿no es esto algo para saltar de alegría? ¿No es esta la amplia provisión de Dios para todos nosotros? Tú y yo necesitábamos morir y resucitar, y a menos que hayamos visto estas cosas –porque esto hay que verlo espiritualmente– nuestro entendimiento debe ser alumbrado, y para eso vino el Espíritu Santo, enviado del cielo, para darnos a conocer este lenguaje y esta experiencia celestial.
Para los hombres, este lenguaje es locura; mas para nosotros, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios. De tal manera, hermano, que en Cristo usted se acabó, ¡usted ya no vive! ¿Ha escuchado a alguien hablar esto alguna vez? Sí, pues era la experiencia del apóstol Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). Él no estaba loco (aunque algunos incrédulos quisieron tildarlo de tal). Él entendió las cosas de tal manera que supo que sin esfuerzo alguno, su vida terminó con Cristo y a la vez recomenzó con Cristo.
Hermano, esto no se puede comprender todo de una sola vez en un solo mensaje. Nuestra capacidad de comprensión de las cosas más profundas de Dios debe ir en constante aumento. Esto queda enunciado para que usted lo profundice. Ahora el asunto queda en sus manos. Si se conforma con la experiencia de salvación de Romanos 3, igualmente usted es un hijo de Dios y no irá a condenación; pero me temo que su recompensa no será la misma si usted sube al próximo peldaño y procura que se haga vida en usted la verdad de que morimos y resucitamos con Cristo.
Algunos se complican con Romanos 7, pero lo que está ocurriendo de verdad allí, es que el hombre espiritual, el hombre que desea vivir la vida del Espíritu, se está descubriendo a sí mismo. Su problema no es sólo un asunto de ciertos «hechos» que lo complican en su carrera cristiana. Él está más bien descubriendo que posee tan sólo las «buenas intenciones»: «El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo … no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago (7: 18-19). Y comienza la lucha del bien y del mal, y esto del «bien y del mal», nos lleva de vuelta a Génesis (el famoso árbol del cual Adán comió).
Entonces, nuestro problema viene de muy atrás, de Adán, pero nuestra realidad actual no es la de Adán, pues estamos en Cristo, y en Cristo morimos; de manera que ahora necesitamos que otra persona viva en nosotros: «Cristo en nosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27).
La gloria de Romanos 8
¿Cómo vamos a cumplir las demandas de Dios? La vida poderosa de Cristo está ahora dentro de mí; es la vida de resurrección…, y ya con esto llegamos a Romanos 8:2: «Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte».
Bienaventurado el creyente que llega a este punto. Ha descubierto que existen dos leyes, y que ambas están presentes en su vida. Tal como en Pablo o en Pedro, en todos nosotros están operando ambas leyes. Aun en las personas que podamos considerar más refinadas está operando la ley del pecado y de la muerte. Sin embargo, aquella ley fue vencida por la otra ley, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. (Resulta muchas veces difícil que personas buenas, morales, de sanas costumbres, comprendan el evangelio. A menudo, ellos parecen no tener de qué arrepentirse).
Te pido, hermano mío, o joven creyente, que no descanses hasta que esta letra se traslade del libro a tu corazón y se haga vida en ti, en tu experiencia diaria. Porque el mundo entero está bajo el maligno, el pecado nos asedia, y las tentaciones irán en aumento a medida que el mundo avanza. Hoy tenemos al pecado a un click de distancia (lenguaje computacional). Por tanto, es necesario que los creyentes de esta generación seamos hallados de tal manera establecidos en Cristo, siendo aprobados y avanzando en cada uno de estos peldaños hasta ser aprobados en Cristo.
Porque estoy unido a Cristo, porque morí con Cristo, porque el Espíritu de Cristo está dentro de mí, entonces, creyendo esto, puedo vivir en la abundancia de esta gracia. No me derribará cualquier tentación, no me arrastrará cualquier murmuración, porque hay una ley dentro de mí; no porque seamos mejores que otros, sino porque recibimos la abundancia de la gracia y nos apropiamos de ella.
Avanzando en Romanos 8 nos encontramos con el Espíritu Santo dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (8:16), y, ocupados en las cosas del Espíritu ya no militamos con los pobres recursos de la carne. Esta es una vida maravillosa, pues ya no estamos solos, tratando de agradar a Dios con nuestras propias fuerzas.
Ahora, el Espíritu del Dios vivo derramado el día de Pentecostés por la obra consumada de Cristo, habita en el corazón del creyente y da testimonio a nuestro espíritu de que no somos de abajo, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios; que no somos de las tinieblas, sino de la luz; que no somos ya meros individuos, sino miembros del cuerpo de Cristo, ¡y mantenemos una comunión viva con el Dios vivo!
Finalmente Romanos 8 nos enseñará que somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. ¿Podemos imaginarnos a Apeles avanzando en Cristo, superando etapa tras etapa? Después de haber sido un hombre atestado de pecados, se llenó de la palabra, valoró la sangre de Cristo, valoró la justificación, valoró su traslado de Adán a Cristo, se vio muerto en Cristo, se vio resucitado en Cristo, comenzó a vivir por la ley del Espíritu de vida, y llegó a ser un hombre más que vencedor frente a las tribulaciones de la vida…
Miembros de un cuerpo
Pero esto no termina en Romanos 8. Aunque seas más que vencedor, todavía eres un individuo. Pero en Romanos 12 se introduce un nuevo concepto. Y al decir un nuevo concepto, lo digo a propósito, para que usted enumere en su corazón todos los conceptos ya introducidos.
En Romanos 12 aparece otro concepto: Somos miembros de un cuerpo. Nunca será aprobado usted solo, como individuo, nunca. Usted necesita el cuerpo, necesitamos a los demás miembros del cuerpo. Para vivir la realidad del cuerpo de Cristo, es imprescindible una profunda renovación en nuestro entendimiento, todo alto concepto de nosotros mismos, nuestro individualismo, debe ser demolido ¿cuán conscientes estamos de que somos miembros los unos de los otros? (Rom. 12: 3-5) Lo que usted haga, sea bueno o sea malo afectará (para bien o para mal) a toda la iglesia.
En Romanos 12:11 dice: «En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor». ¡Cómo nos gusta esto! Pero, en cambio, es motivo de mucha tristeza encontrarse con cristianos apagados, con una oración rutinaria. Pero, ¡qué distinto es cuando alguien está ferviente en el espíritu, y se derrama en amor!: «…gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración…».
Así llegamos a Romanos 14:1: «Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones». ¡Ah, Apeles ya está bastante más maduro! En Romanos capítulo 3 ó 4, seguramente, él diría: «Yo pienso esto, yo pienso lo otro». Ahora no. Apeles ya murió. Ya no discute sobre puntos doctrinales. Si un hermano piensa distinto, lo ama, lo recibe; no contiende sobre opiniones, en cambio dirá: «Simplemente, hermano, si tú guardas el día, para el Señor lo guardas; si no comes carne, para el Señor no comes. Pero, amemos al Señor; eso no es de la esencia; bendigamos al Rey». Si, mediante la gracia de nuestro Dios, hemos arribado a este peldaño en nuestra experiencia en Cristo, el Señor habrá ganado mucho con nosotros.
Aun hay más. Romanos 15:1: «Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos». ¡Yo quiero estar en una iglesia así, hermanos, donde hay fuertes y hay débiles, y conviven; se soportan, se aman! Versículo 5: «Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». ¿Se fija que Dios todo lo da, que Dios no vende la vida?
Vamos concluyendo. Romanos 15:13: «Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo». Llenémonos de esperanza; es posible madurar en Cristo. Llenémonos de gozo y de paz en el creer. Creamos que es posible que experimentar esto de morir y resucitar en Cristo; creamos que es posible llegar a ser aprobados en Cristo, y que la gloriosa realidad del capítulo 16 del libro de Romanos la podamos vivir nosotros también, en nuestros días.
Hermano, si usted no ha pasado por la muerte y la resurrección, ¿cómo va a vivir la vida del cuerpo? Si la vida de resurrección no es una realidad en usted, ¿cómo se va a entender con los hermanos? Por ser tan distintos los unos de los otros, todos necesitamos morir y resucitar. Cuando todos hemos resucitado, nos congregamos en uno y llegamos a tener un mismo sentir, la mente de Cristo, la misma vida, la vida de Cristo.
Dios está trabajando persistentemente. Él obtendrá lo que quiere: un cuerpo. No tan sólo individuos espectaculares. Un cuerpo donde todos los miembros funcionan armónicamente, sin jerarquías asfixiantes. Un cuerpo donde en verdad, Jesucristo, su Cabeza, preside mediante el glorioso Espíritu Santo que llena poderosamente a cada uno de sus miembros. Que así sea.
Síntesis de un mensaje impartido en Colombia, Julio de 2006.