Una mirada a la epístola de Pablo a los Filipenses.
Lectura: Filipenses 3:7-8.
La carta a los Filipenses es un documento lleno de amor y de alegría, producto del profundo afecto del apóstol por esta iglesia, de las tantas que él fundó. Fue una iglesia que fundó con muchos dolores, como la mujer cuando da a luz, y por ello esos hermanos son de gran estima para el apóstol.
La carta comienza así: «Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos». Aquí vemos, en un solo versículo y en cortas palabras, lo que es una iglesia local bíblica neotestamentaria. La carta está dirigida a los santos de una localidad. No hay sectarismo aquí, no hay divisiones, no hay denominaciones. «…a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos».
Los santos son la iglesia, y dentro de los santos algunos han crecido – no necesariamente en edad, pero sí en su vida espiritual, en su conocimiento de Cristo – más que otros. Y los que han crecido más, pues, son ancianos con relación a los demás. La persona que ha crecido más espiritualmente es llamado en la Biblia anciano. Puede ser un joven, como en el caso de Timoteo. Pero ya es anciano con relación a aquellas personas que todavía continúan siendo niños espiritualmente. Esos ancianos tienen una función dentro de la iglesia, que es la de supervisar, de inspeccionar, de servir de vigías de los santos de toda la iglesia local. Esa palabra se traduce en castellano como obispo.
Y surgen dentro de la iglesia unos hermanos, también espirituales, como lo dice en Hechos capítulo 6, que son los que sirven en la parte material: los diáconos. Los obispos están atentos sobre todo a la parte espiritual, y los diáconos se ocupan de la parte material.
Pero resulta que la carta es enviada por Pablo y Timoteo. Ellos dicen ser: «Siervos de Jesucristo». Pero estos que dicen que son siervos de Jesucristo son los mensajeros del Señor, son los apóstoles, son los obreros. Ellos no dicen: ‘Bueno, nosotros como apóstoles…’. A veces, Pablo lo afirma; pero esta vez, por el contexto mismo de la epístola, no lo dice. Dice: «Esclavos de Jesucristo». Esa es la palabra correcta en los originales griegos.
Cristo, el ejemplo
En esta carta, vamos a considerar algunos aspectos que nos interesan, para observar cómo es una iglesia bíblica, cómo vive, cómo debe reflejar un auténtico testimonio cristiano. Por ejemplo, en el capítulo 2, habla de la vida cristiana y habla de Cristo como nuestro ejemplo, y dice: «Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa» (2:1-2).
A lo mejor, los hermanos filipenses ya lo vivían, pero Pablo lo estampa aquí para nosotros también. «Nada hagáis por contienda…». La palabra es clara al respecto. «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad…». Y aquí explica lo que es la humildad: «…estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo».
Una de las características de la iglesia del Señor es que todos nosotros somos iguales. No ostentamos dos ni tres castas eclesiásticas. Somos un solo cuerpo; cada uno con su propia función dentro del cuerpo del Señor Jesús. De manera que aquí no cabe el nicolaísmo, no caben las castas sagradas. Todos somos iguales en el cuerpo de Cristo. Pero dentro de la igualdad, y dentro de lo que el Señor ha trabajado en tu corazón, dentro de lo que tú has dejado que el Señor vaya demoliendo en nuestra vieja naturaleza; en la medida en que es aplicada la cruz en tu alma y en tu yo, en esa misma medida tú podrás ver tu bajeza, y podrás ver a los hermanos como a superiores a ti. Porque el hermano o la hermanita, por muy humildes que sean, son del Señor, son morada de Cristo; y tenemos que reverenciar esa morada del Señor.
De manera que aquí encontramos, para nosotros, el deber de mirar a esa persona como superior a nosotros mismos. Si eso llega a ser práctica en mi vida, se van acabando mis problemas, se va derribando la vanidad, se van nivelando los corazones y llenándose de amor. El amor y el enaltecimiento son incompatibles. Porque en la medida en que algo pasa por la demolición y va a la basura, ese espacio es llenado por el fruto de Alguien que está dentro de nosotros, y quiere hacerse sentir y llenarnos a nosotros en nuestra alma – es el Espíritu de Cristo, el Espíritu de sabiduría, el Espíritu de amor, el Espíritu de humildad.
Y luego el apóstol da un ejemplo, un modelo – la Persona más grande de todo el universo, el que ha hecho toda la creación, es el modelo. Y aquí dice lo que hizo. Después que nos exhorta a que nada hagamos por contienda, y que miremos a los demás como a superiores a nosotros mismos, nos muestra el modelo. Porque siempre surge la pregunta: ¿Cómo lo hago? ¿Cómo puedo llevarlo a la realidad?
Dice: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios…». Él siempre fue Dios; pero él renunció a esa forma de Dios. «…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse…». Cristo es Dios. Definitivamente. Sino que el Dios Elohim, está compuesto de tres personas; y una de esas personas es el Hijo, el Verbo, el que se hizo carne. No hay tres dioses; sino que en el único Dios, hay tres personas.
«…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo –Él, voluntariamente, lo hizo–, tomando forma de siervo –o sea, de esclavo – hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre –No solamente se quedó como un hombre cualquiera; quiso aún llegar más bajo–, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». No cualquier muerte; Cristo gustó la muerte más ignominiosa de la historia.
Nosotros somos los que no queremos despojarnos de nuestro enaltecimiento. ¿Y qué pasó entonces? Por ese hecho voluntario de humillación del Hijo, «Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre» (2:9). Nosotros, los hombres, queremos ser exaltados sin humillarnos, y queremos construirnos un nombre y una fama en la tierra, y todavía aspirar a que el Padre también nos exalte hasta lo sumo. Pero dice la Palabra que el que lo merecía todo –y siempre lo ha merecido– se humilló a Sí mismo, para darnos a nosotros, hoy, la vida que tenemos, vida eterna y salvación que nadie nos la puede quitar. ¡Bendito sea el nombre del Señor: Él lo hizo!
Entonces, «Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla –Aún los que hoy se oponen, algún día tendrán que arrodillarse frente al Señor– de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (2:9-11). Delante de él, hermanos, se postrarán los que están en los cielos. No sólo los ángeles. Los que están en el tercer cielo, los que están el paraíso, los que están en la tierra, los que están en el Hades; todos han de doblar sus rodillas frente al que lo ha adquirido todo. ¡Aleluya, gloria al Señor! Él es el Señor, el Hijo del Hombre, que jamás escribió siquiera una cuartilla, y de él se han escrito toneladas de libros y toneladas de grabaciones y de escritos varios. ¡Gloria al Señor!
Ocupaos en vuestra salvación
Frente a eso, dice el apóstol: «Por tanto –si Él es el modelo, si Él hizo todo eso por nosotros–, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia…». Miren, este es un perfil del verdadero creyente. Y cuando él dice: «Hagan esto», es para nosotros también. «…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor». ¿Somos salvos? ¡Ocupémonos de esa salvación!
Dirá alguno: ‘Pero, ya soy salvo, ¿qué más debo hacer?’. Pues, ¡ocúpate de esa salvación! La salvación vino a tu espíritu. El Señor quiere también salvarnos de nuestro yo; el Señor también quiere salvarnos de nuestras basuras carnales, de todo estiércol que traigamos aún, cosas que muchas veces consideramos como algo muy importante. A veces Dios quiere salvarnos de nuestras verborreas, de nuestras famas, de nuestras posiciones del mundo. Dios quiere derribar todo eso en nosotros.
Ocúpate de tu salvación, porque en vez de ti mismo, quiere reinar Cristo en ti, y no que tú sigas reinando en tu vida. Es fácil decir: ‘Ya no vivo yo; es Cristo el que vive en mí’. Son palabras que a veces se las lleva el viento. Es fácil decirlo, y adquirir una apariencia de mucha piedad. Pero el Señor es auténtico, el Señor es transparente, y quiere que nuestro andar sea lo suficientemente transparente, que lo vean a él a través de nosotros; como a través de un cristal.
Es doloroso que un ser que no sea yo venga a hacerse transparente en mi vida. Pero el Señor lo quiere hacer si es que nosotros se lo permitimos, si es que nosotros le decimos: ‘Ya no quiero reinar más yo. Sé que voy a sufrir, porque la cruz es dolorosa, ¡pero ayúdame a tomar mi propia cruz para llevar a la muerte todo este andamiaje que he vivido, y que te ha hecho daño, te ha estorbado. Es necesario que mi vida te beneficie; pues hasta ahora yo solamente he procurado mi propio beneficio!’. Estas cosas son pérdida; son cosas que me amarran y no me dejan conocer convenientemente a Cristo.
«Ocupaos en vuestra salvación…». Vivamos luchando, hermanos, para vivir en la práctica esta profesión. Aquí hay muchos profesionales. Hay médicos, hay ingenieros, hay contadores… Y ellos viven esa profesión; son responsables por la misma. Vivamos también nuestra profesión de hijos de Dios. En todas partes, demos un testimonio; permitamos que el Señor lo dé a través de nosotros.
«Ocupaos en vuestra salvación, porque Dios…». Miren, esto parecería un contrasentido. Es un proceso en el que no obra sólo él, ni tampoco yo solo. Yo no puedo hacerlo solo, y él no interviene sin que yo le diga: ‘Vamos a hacerlo entre los dos’, porque el Señor es muy caballeroso. «…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (2:12-13).
Primero dice Pablo: «Ocúpate de tu salvación», y luego dice: «Dios es el que hace eso en ti». Y eso, ¿cómo es? ¿Será una paradoja, será un contrasentido? No, es la acción de ambos. Nosotros tenemos un libre albedrío, y él lo respeta. Pero hay una soberanía absoluta de Dios. ¿Lo vamos entendiendo? Dios también ejercita su soberanía. Entonces, el apóstol insta a los filipenses a que se ocupen de su salvación como si fueran plenamente responsables y capaces de hacer el bien por su propio esfuerzo. «Ocúpate». Pero luego, a renglón seguido, dice: «…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad». De manera que nosotros tenemos que entrar dentro de ese proceso, e invitar a Dios.
El mismo Espíritu nos está diciendo a nosotros cuáles son nuestras cosas que le estorban y que le impiden avanzar, los pasos que Cristo quiere dar en tu vida para perfeccionarte. Él quiere avanzar, y de repente encuentra a una dura barrera, un cascarón. Él quiere derribarlo, pero tú no se lo permites. ¿Qué clase de cascarón es ese? Tú lo sabes. Cuántas barreras no quieres soltar, porque para ti es algo importante vivirlo; pero así estás comprometiendo tu comunión con el Señor, y la vida y el testimonio que Cristo quiere expresar a través de ti.
Teniéndolo todo por basura
Queremos abordar en el capítulo 3 unas exhortaciones y doctrinas, que es, como si dijéramos, el centro de lo que traemos de carga en esta ocasión.
«Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor. A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas…» (3:1). Repetir una y otra vez, reiterar a los hermanos ciertos principios. ¿Por qué? Porque nosotros somos duros, y el Señor nos quiere reiterar siempre. Para tumbar una pared dura, hay que darle mucho en el mismo lugar. Sí, la pared está dura, y el golpe va y viene, hasta que la pared se va resintiendo y rompiendo hasta que caiga. Y el Señor reitera una y otra vez: La cruz. Negarte a ti mismo.
¿Quieres seguir en pos de mí, quieres ser un santo vencedor? ¿Quieres triunfar en tu vida espiritual? ¿Quieres ver pronto el rostro de Cristo sin que tú tengas que esconderte un poco? Deja que Cristo te golpee. Amén, déjalo. «A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro». O sea, esto te da seguridad. Recíbelo, porque es seguridad para ti. Es lo que significa eso.
«Guardaos de los perros». ¿Quiénes son esos perros? Ustedes saben, cómo dice allí en Gálatas también, que había un grupo de judaizantes que pretendían divulgar que la salvación no solamente era por fe, sino ‘por fe y… cumplir tales preceptos; por fe y… circuncidarse; por fe y… dejar de comer cerdo; por fe y… por fe y…’. Pero la Biblia dice que somos salvos por fe… solamente. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios, y no por obras, para que nadie se gloríe». Amén. Por fe en el Señor. Por fe en su obra, en sus méritos, en su sangre derramada, en su Cruz, en su resurrección, en su glorificación; por fe en que ya llega a nosotros, el día que creemos, la presencia gloriosa del Dios eterno por medio de su Espíritu, a morar dentro de nosotros.
El uso de la palabra ‘perros’ se debía a que los judíos les llamaban ‘perros’ a los gentiles. Para ellos los gentiles eran inmundos. Es como si Pablo dijera: ‘Ustedes son más perros que los que ustedes llaman perros, porque ustedes están pisoteando la sangre del Señor’. «…guardaos de los malos obreros…». Hay falsos obreros. «…guardaos de los mutiladores del cuerpo». Eso se relaciona con la circuncisión. Entonces, dice Pablo en Gálatas, no sólo que se circunciden, sino que también se mutilen; pues ellos están mutilando el cuerpo, están dividiendo el cuerpo de Cristo; quieren excluir a los hermanos de la verdadera fe. Porque dice la Palabra que el que vuelve al cumplimiento de la ley, cae de la gracia. Entonces dice Pablo «…guardaos de los mutiladores del cuerpo, porque nosotros somos la circuncisión…». ¿Por qué somos la circuncisión? ¿Tú te has circuncidado alguna vez? ¿Te circuncidaste físicamente? No. Pero Cristo se circuncidó por ti, hermano. Porque, miren algo curioso: los que verdaderamente se han circuncidado en la carne, los judíos, ¿qué les pasó? La circuncisión no les valió, nos los guardó, sino que se inclinaron hacia la idolatría y se alejaron de Dios. ¿Ven lo que ya enseñó el Señor a través de Gedeón? Todos ellos eran circuncidados, pero estaban en la idolatría. En la casa del padre de Gedeón había idolatría. «Vaya primero y derribe esos altares de la idolatría». Sí, santifíquese.
¿Nosotros no somos idólatras? ¡Ojo! Idolatría es todo lo que tú pongas en lugar del Señor, y lo adores, y lo reverencies, y lo obedezcas. Eso es idolatría. Sí. Pero nosotros, la iglesia, somos la verdadera circuncisión. ¿Saben qué les sucedió a los que se circuncidaron? Se fueron. El Señor permitió que se los llevaran al extranjero en cautiverio. No les valió la circuncisión. Primero, a Asiria, las diez tribus del norte, y luego, a Babilonia, las dos tribus del sur; más o menos con cien años de diferencia, pero se fueron. ¿Qué había acontecido con la circuncisión practicada en su cuerpo? No les valió; pues la verdadera circuncisión es por dentro; la circuncisión es espiritual. La circuncisión en la carne es un mero símbolo de la espiritual. Debemos cortar con la carne. Como decía un hermano, la mujer de Lot salió de Sodoma, pero se llevó a Sodoma en su corazón. O sea, se quedó en Sodoma.
«Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne» (3:3). La circuncisión es en la carne, cuando es física. No tengamos confianza en la carne. Ellos se confiaron en la circuncisión carnal. «Aunque yo también tengo de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más». ¿Atrevido, no? «Yo más». ¿Cuáles eran esos méritos carnales de Pablo?
«…circuncidado al octavo día…». Él era circuncidado, ¿y de qué le habría valido esa circuncisión carnal sin Cristo? Son glorias de la carne. Bueno, hay ceremonias, hay investiduras humanas; hay ritos de consagración en la vida. Amén. Lógicamente, la circuncisión había sido un pacto entre el pueblo hebreo y Dios, entre Abraham y Dios, y era bueno para que ellos cortaran con la carne y fueran un pueblo consagrado a Dios. Pero eso era una sombra, un tipo de la verdadera circuncisión que es en Cristo Jesús.
Nosotros hemos cortado con la carne. Si no lo vivimos, debemos vivirlo. Porque es un hecho histórico que Cristo, en la cruz, cortó con la carne para nosotros. ¿Lo creemos? Es preciso que lo vivamos. ¡Señor, ayúdanos a vivirlo, a llevarlo a la práctica! Que realmente podamos decir: ‘Nosotros somos la circuncisión de Dios, el pueblo que le sirve a Dios en el Espíritu’.
«…del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín…». Qué lindo, ¿no? Tenía puras glorias de los hombres: linajes, alcurnias, estratos sociales. ‘Y en esa iglesia, ¿quién es ese hermanito? Vive por allá, en los cerros del sur’. ‘Ah, ya; estrato cero’.
Entonces, hay otro que es de estrato seis; vive en el Chicó. Pero tiene que nivelarse. El hermanito sube al estrato tres, y el otro hermano baja al estrato tres. Todos al estrato tres… ¡Aleluya, pero ya no tenemos estratos sociales! El único estrato nuestro es el que adquirió el Señor en la cruz del Calvario. ¡Aleluya! En el reino de los cielos no hay estratos.
«…de la tribu de Benjamín…». Claro. ¿Por qué decía él así? ¿Qué tiene que ver la tribu de Benjamín? Pues, mucho. El primer rey fue de Benjamín. Y él tenía el mismo nombre del primer rey. Saulo. Además, si miramos atentamente un mapa del territorio de Benjamín, con cuidadito, ¿saben qué encontramos? ¡A Jerusalén! En territorio de Benjamín. ¡Una gran cosa! ¿No les parece que es bueno enorgullecerse de que uno es de la tribu de Benjamín y ver que allí quedaba Jerusalén? Ahí estaba el templo donde tenían que venir todas las tribus a adorar, y venir de Babilonia, de Roma, de Filipos, de todas partes, ¡al territorio de Benjamín! Desde luego, era una gloria de la carne.
«…hebreo de hebreos…». Era puro de raza. El papá y la mamá eran hebreos. Abuelos y bisabuelos eran hebreos. Todos hebreos. Allí no había mezcla de un prosélito, nada. Sí, la mamá de Timoteo era judía, pero el papá era griego. Pablo tuvo que circuncidarlo por causa del testimonio, pero Pablo era hebreo de hebreos. Mucho orgullo. Y dice: «…en cuanto a la ley, fariseo». Estricto y celoso en el cumplimiento de la ley. La secta farisea era crema y nata de la ortodoxia religiosa. Ese era Pablo; así había sido educado; y eso era de mucho orgullo. ‘Tú, ¿qué eres?’. ‘Fariseo’. «…en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia…». ¿Qué significa eso? La cima del orgullo; tener el honor de perseguir oficialmente y con saña a los que no están de acuerdo con uno.
Entonces, en la iglesia, si lo hay, eso debe ser derribado; y si no se derriba, algún día tendremos que rendirle cuentas al Señor. Iglesias de racismos, iglesias de negros, de blancos, de ricos, de indígenas, de clases sociales, de la raza aria, de antisemitismos. En la iglesia pura y legítima del Señor no hay eso. Es una vergüenza. En la iglesia, todos somos iguales. En la génesis de la iglesia, en la misma mesa del Señor, se sentaba un funcionario del imperio, Mateo, y un guerrillero antiimperialista, Simón el zelote. Ahí estaban los dos, y comían del mismo plato.
Sí, hermanos, porque el Señor vino a hacernos uno, un cuerpo; sin divisiones, sin racismos, sin tener nosotros que mirar ni por debajo ni por encima a ningún hermano. Ningún hermano es superior a ti, ni tampoco inferior. Somos iguales. No hay sectarismo religioso, no hay divisiones. Ya nosotros no somos ni fariseos, ni saduceos, ni paulistas, ni cefalistas, ni legalistas, ni nada de eso. Somos la iglesia del Señor. Debemos tener conciencia de que somos la iglesia del Señor. Somos la iglesia inclusiva. Somos la iglesia que consideramos a los demás hermanos como nuestros hermanos, si han sido también lavados por la sangre de Cristo.
Y dice: «…en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia». Persecuciones religiosas, inquisiciones en la historia, que han segado la vida a más de 50 millones de personas llevadas a la hoguera, sencillamente porque no estaban de acuerdo con las creencias de quienes los mandaban a ejecutar.
«…en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible». Justicia propia, apariencias de piedad. En ese tiempo, Pablo mismo se consideraba irreprensible, y los demás lo veían como irreprensible. Pero el ser irreprensible llegó a ser para él basura. El caso es que la Biblia no dice ‘basura’, sino ‘comida para perros’, ‘estiércol’, etc. Todo lo más inmundo. Y esas son cosas grandes consideradas en la carne; pero por grandes que sean en el mundo, esas cosas impiden que conozcamos a Cristo.
Lo importante en todo esto es la siguiente declaración del apóstol: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo» (v. 7). ¿Cómo pudo ocurrir ese cambio en Pablo? ¿Estará ocurriendo también en nosotros? Si tú, en tu vida, alimentas la basura de la carne, es pérdida. No podrías avanzar en tu vida en el conocimiento del Señor. «Y ciertamente, aun estimo todas…». No sólo ésas, todas. Todas aquellas cosas que en Mateo 6:33 dice que son añadiduras. Acuérdense. Todas las cosas, y todo lo que vivimos, todo lo que nosotros hacemos, todo lo que procuramos y nos afana en el mundo. A todo eso el Señor lo llama añadiduras. La lista es larga. Fuera del reino de Dios, todo es basura. Todo lo que quiera reinar sin el Señor, es basura.
Todo eso el apóstol lo considera «…como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor». La excelencia es Cristo, porque él es el excelente, y el conocimiento de él tiene su excelencia, y provecho para nosotros. Él es mi Señor, mi Adonay, mi Kirios, mi Amo. Él es mi amo; él no es cualquier persona. Él es la cabeza de la iglesia. «…por amor del cual lo he perdido todo…». Pobre Pablo; lo había perdido todo. Pero, ¿qué ganó? «…y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…». Yo creo que casi a dondequiera que iba, recibía golpizas, pero seguía tan campante, por la excelencia de a quien había creído.
La participación de sus padecimientos
La causa de esa profunda transformación del apóstol, de ese dramático cambio de mente, la encontramos en Hechos 9. Cuando él tiene el encuentro con Cristo Jesús, y es conducido a Damasco, ciego y demás, el Señor le dice a Ananías (v. 15), el hermano que es comisionado para que le ministre, le impusiera las manos, lo bautizara, le dice: «Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre». Era necesario que Pablo pasara por esas pruebas desagradables para la carne, y es necesario que nosotros también pasemos por cosas similares. No es sólo Pablo allá en la historia; somos nosotros, en el presente, en nuestra cotidianeidad como hijos de Dios.
Hermano, y no es que sea un mérito; es una concesión. Nosotros solamente pedimos lo que nos gusta, lo agradable. Pero también el sufrimiento por causa del Señor es concedido. El Señor había escogido eso para los hermanos de Filipos; y Pablo se los declara, 1:29: «Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él». Amén.
Recuerden que Pablo no había planeado irse a Europa, incluyendo a Filipos. Pablo iba predicando por Asia. En su segundo viaje misionero, él iba por los lados de Galacia, Frigia, etc., y de pronto se le muestra una visión, de noche, donde un varón macedonio le dice: «Pasa a Macedonia y ayúdanos». Entonces, dice Lucas: «Enseguida procuramos partir para Macedonia». Llegaron a la ciudad y colonia principal del Imperio Romano llamada Filipos. Y allí le dieron muchos azotes, y lo metieron a lo profundo de las mazmorras, de la cárcel.
Les digo esto, para que vean el dolor con que él dio a luz a la iglesia de Filipos. Por eso lo impulsaba todo el amor y el derecho de escribirles estas cosas, de prevenirles sobre la tóxica basura que los judaizantes les estaban vendiendo, y decirles: ‘Miren lo que yo era, y todo eso lo he dejado por amor al Señor’.
Entonces dice el versículo 9: «Y ser hallado en él (en Cristo), no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe, a fin de conocerle…». No se puede conocer al Señor cuando vivimos una justicia propia. Cuando nosotros nos pavoneamos de ser algo, cuando decimos: ‘Yo sí cumplo; yo sí soy una persona responsable’, sí, cuando cacareamos esas cosas, vivimos en las apariencias de la auténtica basura.
Nosotros somos lo que es Cristo en nosotros. Eso sí somos. Ese es el gloriarnos, Cristo es tu orgullo, el sano orgullo – decirle al Señor: ‘Sé tú lo que tú quieras en mi vida, y anula la mía’. Entonces dice Pablo: «…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección». Vivir la vida de resurrección, vivir la vida que en Romanos 6 dice que ya vivimos, si nosotros participamos de su muerte y sepultura. Es la vida de resurrección de Cristo en nuestro espíritu. Pero resulta que el alma necesita también una muerte. Cuando el alma se muera, también va a resucitar. ¿Qué es esa vida de resurrección? Vivir la vida de Cristo. Pero Cristo no quiere que nos quedemos solamente en esa resurrección. Dice el texto: «…y la participación de sus padecimientos». Porque hay que participar de los padecimientos de Cristo. Pablo estaba consciente de que cada vez que saliera al campo misionero, iba a sufrir. A nosotros no nos debe tomar nada por sorpresa. Vivamos nosotros preparados para esas cosas, para todo sufrimiento y persecución, llegando a ser semejantes a Cristo en su muerte.
En la medida en que participamos de los padecimientos de Cristo, nosotros participamos de su muerte; es un desarrollo; y en esa forma es como ocurre lo del versículo 11. «…si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos». Aquí en la versión castellana dice resurrección tanto en el versículo 10 como en el 11, pero en el original griego no dice exactamente igual. Porque en el versículo 10 dice anastasis; pero al referirse a la resurrección del versículo 11 dice exanastasis – una resurrección sobresaliente. ¿Cuál es realmente la diferencia? Todos participamos de la resurrección del versículo 10; eso es real en nosotros por la participación de la muerte y resurrección históricas del Señor. Pero cuando participamos realmente de los sufrimientos y de la muerte de Cristo, cuando llevamos nuestra propia cruz, y nuestro yo ha sido llevado a la cruz, es cuando el alma empieza a participar de esa verdadera y completa resurrección. No puede haber resurrección sin muerte.
Y cuando venga Cristo, experimentaremos entonces una resurrección completa: espíritu, alma y cuerpo. El espíritu resucitó cuando creímos en la muerte y resurrección de Cristo; el alma resucita cuando ocurra la muerte del yo, y el cuerpo resucitará cuando venga el Señor. Entonces seremos resucitados integralmente, y ya no tendremos que escuchar una frase del Señor que diga: «Mal siervo. Tómenlo, átenlo y échenlo en las tinieblas de afuera; de allí no saldrá hasta que haya pagado hasta el último cuadrante, …etc.»; esto ya nosotros sabemos y entendemos. Esto es un asunto que debemos encararlo desde ya; debemos avanzar; y si vamos avanzando en esa carrera, vamos adquiriendo posiciones en la muerte del yo, hacia la semejanza de Cristo, y se va abriendo paso la resurrección sobresaliente de que habla aquí.
Y, miren, que el mismo Pablo, el gran apóstol de los gentiles, lo declara: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto…». Entonces, él vivía la resurrección del espíritu; pero nos manifiesta que no pretendía vivir esa resurrección sobresaliente de que habla en el versículo 11. Y dice: «…sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús». Él iba en la barca, él iba en el camino. Es un error considerar que ya estamos completos y perfectos. Hay que pagar un precio para lograrlo.
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante…». Ya lo que hicimos, lo hicimos. Ahora nos corresponde vivir una nueva vida. De manera que el que está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas. Ahora no nos vayamos a conocer nosotros en la carne; nos conocemos en el Espíritu. En el Espíritu, vivamos esa concepción que Cristo quiere que vivamos nosotros.
«…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús». La salvación no es un premio. Pero en el trabajo, en nuestra negación, en la cruz, en el sufrimiento, en el sometimiento, en la obediencia, hay un premio. El premio es el Señor, es estar con él siempre, es entrar en su Reino milenial y reinar con él. Ese es el premio, hermanos – el mismo Cristo en nosotros.
«Así que, todos los que somos perfectos…». Porque a cualquiera no se le va a dar una golpiza, para luego levantarse, sacudirse el polvo, y seguir predicando. Tiene que haber una perfección de Dios en él para realizarlo. Y dice: «…esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios». «Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa». El Señor, desde el principio, nos conoció y nos designó para algo específico a cada uno de nosotros. Sigamos a la meta, para hacerlo.
Digámosle al Señor: ‘¿Qué es lo que tú determinaste para mí? Dime por tu Espíritu si yo lo estoy haciendo, Señor. Ponlo en mi corazón. No me dejes quieto, hasta que yo pueda conocer contigo, por medio de tu Espíritu, qué fue lo que tú determinaste en mi vida, para el tiempo que me reste en esta tierra. No quiero llegar delante de ti con las manos vacías. No quiero llevar a ti un montón de basura y de estiércol. Quiero llevar delante de ti las ganancias que tú adquiriste en la cruz para mí, y me ayudaste a llevar mi propia cruz’.
No seamos cobardes. Que Dios, en su misericordia, nos llene de su valentía, de su Espíritu, de su conocimiento y de su revelación. Amén.
Arcadio SierraSíntesis de un mensaje impartido en el Retiro de Sasaima (Colombia), en Julio de 2008.