El evangelio nos da una síntesis perfecta de gracia y reino.
Vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió … El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús … dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios … Recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino…”.
– Lc. 5:27-28; Jn. 1; :35-37; Hch. 20:24; Mt. 4:23.
Los que creen obedecen, los que obedecen creen
Dietrich Bonhoeffer, en su libro «Discípulos», hizo notar esta diferencia en el cristianismo que se vivía en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial.
El énfasis: «Los que creen, obedecen» está representado por los que enfatizan la gracia. El énfasis: «Los que obedecen, creen» está representado por los legalistas. Aquí se aprecia con claridad cómo dos énfasis bíblicos que son verdaderos, terminan distorsionando el sentido de las Escrituras.
Las dos afirmaciones son correctas, porque fe y obediencia son verdades que el Señor espera que se cumplan en sus discípulos, pero cuando se les separa, se conduce a los discípulos a una pasividad o bien a un activismo. Pues la «gracia barata», como llama Bonhoeffer a la fe sin obediencia, conduce a la pasividad, y el énfasis en la obediencia conduce al activismo de las obras de la carne.
Estos mismos énfasis están en todo el Nuevo Testamento. Cuando no se tiene revelación de la verdad completa, sino sólo parcial, se les separa y se les enfatiza de este modo, creando corrientes casi antagónicas en el cristianismo.
Los evangelios mencionan «el evangelio del Reino». Pablo en Los Hechos de los Apóstoles, menciona «el evangelio de la Gracia». ¿Hay dos evangelios? No. El evangelio es uno solo, porque el evangelio es el Señor Jesucristo.
El evangelio de la gracia
Sólo que al enfatizar la gracia, presentamos a Cristo como el Cordero en su gestión redentora, dándose a sí mismo en rescate por los pecadores, no exigiendo más que la sola fe. La fe es la herramienta que apropia todo el bien de Dios, otorgado por puro amor a quienes vienen a Cristo para acogerse a los múltiples beneficios dispensados por el Padre. La gracia opera desde el cielo, precisamente, hacia los pecadores que están muertos en sus delitos, no pudiendo hacer nada por sí mismos, no teniendo mérito alguno como para ser agraciados, sino por el contrario, porque están invalidados, debido a su condición de muerte y condenación; Dios muestra su amor, a través de la muerte del Cordero, propiciando la salvación enteramente por gracia y sin costo alguno para el pecador.
Dios ha hecho que Cristo sea para nosotros «sabiduría, justificación, santificación y redención» (1ª Cor. 1:30) Pablo guió a los cristianos a saber que en Cristo están completos, que en él lo tenemos todo y que «nada nos falta en ningún don» (1ª Cor. 1:7)
La gracia todo lo da de pura gracia; la gracia, al contrario de la ley, no exige condiciones, la fe es suficiente para recibir «la abundancia de la gracia y el don de la justicia» (Rom. 5:17). Recibir es creer. Toda esta operación es efectuada por el Espíritu Santo en el corazón de los que se unen a Cristo, sin responsabilidad ni esfuerzo alguno por parte de los creyentes, mas que la sola fe.
Cuando se enfatiza la gracia, necesariamente se enfatiza la fe y el Espíritu, pues estas categorías de palabras andarán siempre juntas; y, por el contrario, cuando se enfatiza la obediencia a la ley, se enfatiza también las obras y la carne, siendo estas tres categorías de palabras un bloque inseparable. Sin embargo, el evangelio es uno solo y necesitamos comprenderlo en su totalidad.
El énfasis en el evangelio de la gracia se resume en la frase: «los que creen, obedecen» o «los verdaderos creyentes son los que obedecen». Con esto se quiere decir que la fe es primero y la obediencia viene después, como un fruto de la fe. Pablo habla de «la obediencia a la fe» (Rom. 1:5). ¿Qué es lo que involucra el mensaje de la fe? Recibir a Jesucristo como un todo: «En el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo, por la fe vivirá» (Rom. 1:17). El pensamiento de Pablo es que el evangelio comienza con fe, y sigue en fe durante toda la carrera del cristiano.
El evangelio del reino
Por el contrario, el énfasis en el evangelio del reino está representado por la frase: «Los que obedecen son los verdaderos creyentes», para lo cual se citan una serie de textos bíblicos para fundamentar (al igual que en el énfasis de la gracia) tal afirmación.
Está el caso de Mateo, a quien Jesús le dice: «Ven y sígueme». Éste, al instante, dejó lo que estaba haciendo y le siguió. ¿Qué fue primero en este caso… la fe o la obediencia? Primero la obediencia, pero sobre la base de que Mateo creyó de que Jesús era el Mesías – lo cual está implícito en la historia de su llamamiento.
El caso de aquel discípulo al cual el Señor manda a predicar el reino, pero él se excusa que primero debe atender a su padre hasta que muera; a este, Jesús le dice: «Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mat. 8:22). Este discípulo tenía una medida de fe en el Mesías, pero no tenía revelación respecto del valor del reino. Consideraba que cuidar a su padre hasta la vejez era más importante que anunciar el reino. Los discípulos han de saber que lo primero en sus vidas es el Rey, y luego las demás cosas vendrán como añadiduras.
En el evangelio del reino presentamos a Jesús como el Rey; siendo así, tiene todo el derecho de exigir y demandar que sus discípulos le obedezcan, que le sigan por dondequiera que él va.
El llamado del Rey a una entrega y obediencia absoluta, implica, primero, que el que le va a seguir sepa a quién está siguiendo, aun cuando no lo entienda todo – recordemos que la esperanza del Mesías era una fe de todo verdadero israelita, así que, entregarse a él implica aceptar que Jesús, verdaderamente era el Mesías, y esto era un hecho de fe en primer lugar.
Lo que el Rey exige primero lo ha dado en gracia; no hay nada que él nos pida, que antes no lo haya dado. El énfasis en la obediencia es correcto, como también lo es el de la gracia, porque todo lo que Jesús demanda no lo podemos negar, pues él tiene todo el derecho ordenar a sus discípulos obediencia total.
El Rey sabe que no puede enviar a sus siervos en sus fuerzas propias; sabe que han de ser capacitados. En este aspecto la gracia brilla, pues por ella los discípulos estarán en condiciones de dar su vida por su maestro.
No hay contradicción entre gracia y ley. La gracia otorga, la ley exige; sólo que ahora, en Cristo, la ley exige lo que la gracia da. Por esta razón, Pablo señala que ahora, en la gracia, «la justicia de la ley se cumple en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Rom. 8:4).
Cuando a Pablo se le preguntaba si ahora, por estar bajo la gracia seguiríamos pecando, él respondía: «En ninguna manera», porque estar bajo la gracia es estar bajo Cristo y siendo así: «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fl. 4:13). Esta es la omnipotencia de la gracia, que capacita al discípulo para obedecer en todo a su Señor.
En el Antiguo Testamento, los creyentes estaban bajo la ley. Aquel era un régimen de obras basado en los esfuerzos de la carne. Dios lo instituyó así para que el pueblo de Israel y las generaciones venideras supieran que la carne no tiene solvencia moral como para cumplir los requerimientos de la voluntad divina. El régimen de la ley puso a prueba al hombre genérico, y quedó demostrado que «los designios de la carne… no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Romanos 8:7).
Dios quitó el régimen de la ley y nos trasladó al del Espíritu, lo cual no significa que la ley desapareció, sino que lo que desapareció fue el régimen. El régimen de la letra de la ley fue cambiado por el régimen del Espíritu. La ley no puede desaparecer porque la ley es el carácter de Dios, como Cristo es la imagen de Dios. La ley fue encarnada en Cristo y cumplida por él. Ahora, como Cristo es nuestra vida, en él nos fue dada la ley para vivirla en el Espíritu.
Antes, la ley estaba fuera de nosotros, hoy está adentro. Las leyes ceremoniales desaparecieron, porque en Cristo las sombras del símbolo encontraron su cumplimiento, pero la ley moral no puede desaparecer porque es el carácter de Cristo.
Mire al Sermón de la Montaña y verá que la ley que da Jesús a sus discípulos es más alta que la ley del Antiguo Testamento. Los discípulos están llamados a obedecer aquellas leyes externas que están grabadas por el Espíritu en nuestras mentes y en nuestros corazones. El Espíritu Santo está imprimiendo el carácter de Cristo en sus discípulos.
Los efectos de la fe y la obediencia
Si enfatizamos la fe, necesariamente enfatizamos la gracia; si sólo presentamos el evangelio de la gracia, sin presentar el evangelio del reino, estaremos presentando una «gracia barata», ya que en la gracia, verdaderamente, todo se nos da gratuitamente, sin responsabilidad del que la recibe.
Muchos cristianos, al oír el llamado de la gracia, se han quedado estancados y, por tanto, pasivos en su vida cristiana. Esto es porque se les ha predicado la mitad del evangelio.
En la parábola del tesoro escondido, Jesús señala la necesidad de los discípulos de venderlo todo para adquirir aquel campo, a fin de poseer el tesoro. Vender es renunciar a este mundo, a la familia, a los bienes y aún a la propia vida, tomar la cruz cada día y seguir a Cristo. Este es el costo de seguir a Cristo. Bien lo vale. Todo lo demás es legítimo y de valor, pero, al compararlo con el precio de Cristo, aquello es como nada: «Cuantas cosas eran para mi ganancia, las estimado como pérdida por amor de Cristo» (Fil. 3:7).
En la parábola de la perla de gran precio, Cristo es el Mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una de gran precio vendió todo lo que tenía y la compró. Esta perla es la iglesia, por la cual Jesús se despojó de sí mismo, a fin de obtener para sí lo que él considera de mayor valor. Lo que él pide de nosotros, primero lo ha dado.
Por otro lado, si enfatizamos la obediencia, sin la gracia, haremos que los discípulos se vuelvan a las obras, caeremos en un régimen legalista, lleno de obras y esfuerzos humanos. Un activismo desenfrenado, con restricciones, opresiones, fatiga y cansancio, es lo que se ve en muchos cristianos exigidos por un régimen de esta naturaleza, hastiados de un cristianismo opresor, sin vida, lleno de estructuras, sistematizado, metódico, centrado en la sujeción y autoridad.
Vea usted el daño que se le produce al pueblo de Dios al poner estos énfasis por separado. La verdad completa, el evangelio completo, consiste en predicar y enseñar a Jesucristo como Cordero y como Rey. Las dos verdades van juntas. Como Cordero, lo da todo, como Rey lo exige todo.
El ejemplo de Juan el Bautista
Necesitamos predicar el evangelio como un todo. La más grande necesidad de los pecadores es tener un encuentro con la autoridad de Dios, es reconocer el Señorío de Cristo en sus vidas. Pero recuerde: si sólo escuchan de exigencias, sin oír de su condición y ruina moral frente a un Dios de amor que se compadece y tiene misericordia otorgando gracia para levantarlos, a fin de configurar en ellos la restauración de su imagen, no llenaremos la medida de lo que Dios desea realizar a través del discipulado.
Juan el Bautista es un excelente referente de cómo han de hacerse los discípulos. Los dos discípulos de Juan oyeron que éste les habló de Jesús, y siguieron a Jesús. Esto es lo que todos tenemos que hacer.
Nadie tiene derecho a tener discípulos, Cristo es el único. Los que servimos a Jesús somos el amigo del esposo, no el esposo mismo. Dejemos que Cristo sea el único novio de la iglesia, no caigamos en el adulterio espiritual de robarle los afectos de la novia al novio, no permitamos que los discípulos nos sigan a nosotros. Presentemos siempre a Cristo.