Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete».
– Mateo 18:21-22.
«Hasta setenta veces siete». ¿Parece un absurdo? Para Dios, no. Jesús nos enseña esto en la parábola de los dos deudores. En primer lugar, él hace que nos miremos a nosotros mismos. ¿Cuánto nos ha perdonado Dios mismo en su gracia? Es una deuda impagable. «Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás» (Sal. 49:8).
Según esta parábola, haciendo los cálculos, tendríamos que vivir 164.000 años para cancelar la deuda. No podríamos pagarla ni aun vendiendo todo lo que poseemos. ¿No es una incoherencia que aquel siervo haya pedido paciencia para poder saldar su deuda? Mas, el señor de aquel siervo, lleno de gracia y misericordia, entendiendo que jamás podría pagarle, le perdonó la deuda. ¿No fue así también con nosotros? ¿No clavó nuestro Señor, en la cruz, el acta de las deudas que había contra nosotros? Sí, totalmente.
Jesús continúa diciendo que aquel siervo encontró luego en su camino a alguien que le debía cien días de trabajo. Apenas cien días. Si él hubiese ido a cobrar antes, porque él mismo tenía una deuda pendiente, aún sería aceptable, ¡pero lo hizo después de haber sido perdonado inmensamente! La súplica de su consiervo es la misma que antes él había hecho a su señor, pero él no aceptó; antes bien, quiso encerrarlo en prisión. «Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía». Y el Señor Jesús agrega: «Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (v. 35).
Haciendo más cálculos, si este hombre perdonase setenta veces siete la deuda a su consiervo, cada día, por un periodo de cincuenta años, 490 veces por día, aun así, la deuda de su consiervo sería cerca de 25 veces menor que la suya.
El misterio de la piedad, mencionado por Pablo en 1 Timoteo, enseña que el Dios de gracia fue manifestado en carne. En Jesús, la imagen del Dios invisible, vemos toda la benignidad de Dios, pues en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Este misterio de la piedad continúa siendo visible hoy. El Dios bondadoso quiere ahora manifestar su vida piadosa a través de su pueblo, la iglesia.
Tenemos que hacer estas cuentas para valorar la gran misericordia de Dios para con nosotros, y para comprender cuánto él quiere manifestar, por Cristo, su vida piadosa en nosotros. «Misericordia quiero, y no sacrificio», dice el Señor. Ahora, «si alguno … no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe…» (1 Tim. 6:3-4).
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