La breve historia de Ana, la profetisa, es una figura de Israel y también del hombre contemporáneo.
Estaba también allí, Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén».
– Luc. 2:36-38.
Este es un cuadro maravilloso en la vida de Jesús. Por primera vez desde el nacimiento del niño, María se presenta en público. Han transcurrido apenas cuarenta y un días desde que Jesús nació en Belén, y de acuerdo a la ley de Moisés (Lev. 12:1-8), ella debía ofrecer a Dios sacrificios de purificación en el templo de Jerusalén. Entonces se presentó aquella ancianita –Ana– dando gracias a Dios y hablando después del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.
Sin duda, la palabra que reúne el pensamiento central de estos versos es: «redención»; término que está relacionado con rescate, libertad, librar, pagar, cancelar. En el caso de Ana, especialmente, redención de su familia dispersa; libertad de la opresión de los enemigos de su nación; rescate de la vergüenza de su viudez, soledad y angustia.
Cuando analizamos la vida de Ana, con los pocos –aunque suficientes– antecedentes que nos son proporcionados, podemos profundizar en el real significado de la palabra «redención», y a la vez encontrar que no había persona más apropiada para hablar de ella en ese momento, que esta viejecita.
El evangelista Lucas deja ver varias características que son de mucha utilidad, de las cuales hay tres que sobresalen: 1. Su tribu. 2. Su avanzada edad. 3. Su viudez.
1. De la tribu de Aser, su identidad
Aser era una de las diez tribus perdidas de Israel. En el año 721 a.C., el rey de Asiria ocupó Samaria, y deportó a más de 27.000 israelitas de los territorios del norte y de Transjordania. De tal manera ejecutó la deportación que ellos casi perdieron su carácter de israelitas. Con el paso del tiempo, quedaron esparcidos por todo el territorio que lindaba el Mar Mediterráneo, y se mezclaron con otros pueblos. La unión característica de las familias y tribus judías se perdió. (De eso da cuenta Hechos 2:9-11 y 1ª Pedro 1:1). Los judíos de las diez tribus sufrieron una crisis de identidad que afectó su sentido de pertenencia. Desperdigados y disgregados en tierra extraña, aunque tuvieron como vecinos a israelitas, no necesariamente eran de su misma tribu, y Ana había padecido sus consecuencias.
Crisis de identidad
Uno de los más grandes problemas de las últimas décadas, y quizás de todo el siglo XX, sea la vida solitaria en que viven millones de personas en esta denominada «sociedad modernista». Podemos estar rodeados de mucha gente, e interactuar con ellos, no obstante se siente que hay mucha soledad, y carencia de una verdadera amistad.
Esto provoca en el hombre sentimientos de tristeza y amargura, que en casos extremos puede desencadenar una tragedia. Ahora bien, si eso pasa en el hombre en su ambiente familiar, a nivel natural y humano, ¿cuánto más será en el ámbito espiritual? Si el hombre, que posee espíritu para estar ligado al Dios que es Espíritu, permanece separado de Él, ¿cuál será el sentimiento interior de alejamiento y soledad frustrante al estar lejos de su Creador?
Cuando una persona no tiene a Dios por Padre, ni a Jesucristo como su hermano mayor y amigo, ni al Espíritu Santo como su Consolador, inevitablemente está destinada a vivir una especie de «pérdida de identidad». Es por eso que se han levantado grandes voces en la historia diciendo: «¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy?». Es el grito de un hombre perdido, confundido, que no sabe quién es, de uno que ha perdido su verdadera identidad.
¿Por qué luchan todos los hombres? ¿Por qué cada día se levantan para realizar su quehacer cotidiano? ¡Ah, ya sabemos…!, se nos dirá: para mejorar nuestra situación económica, para alcanzar las metas propuestas, para ser felices, etc. Miles de explicaciones. Pero cabe preguntar: Una vez alcanzadas las metas y habiendo superado todas las barreras, ¿se habrá quitado aquel sentido de soledad y pérdida de identidad? Creemos que no, porque es permanente, y no tiene cura hasta que se encuentra con Dios.
El único que puede ofrecer y sustentar para siempre una relación de verdadera compañía, paternidad, protección, amistad y amor, es Dios, el Padre. Pues él nos ama entrañablemente, al extremo que dio a su Hijo por todos nosotros llevándolo hasta la muerte y muerte de cruz.
En realidad, si hay alguien que ama, ese es Dios. Cuando una persona conoce a Dios y pasa a ser su hijo, el sentido de «pérdida de identidad» se esfuma. Cuando uno conoce a Dios como Padre, entonces se acallan las voces de confusión y comienzan a fluir cánticos de alegría y regocijo verdadero, porque se ha producido el milagro del encuentro del hombre con su Creador.
¿Por qué se regocijó tanto Ana la profetisa al ver a Jesús? Porque en Él, Dios se ha dado a conocer a los hombres. Jesús es la imagen del Dios invisible, y al recibirle en el corazón se establece la comunión con Dios. Ana conoció en el templo que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, el redentor del mundo; por eso no dejaba de hablar del Niño y de la redención. ¿Qué debemos hacer? Abrirle la puerta del corazón a Cristo Jesús.
2. Su avanzada edad, la historia de Israel
Ana tenía 84 años de viudez, y había vivido 7 años con su marido, lo que suma 91 años. La edad para casarse en esos tiempos era entre 12 y 17; en suma, tenía entre 103 y 108 años de edad. Con esa cantidad de años encima sabía perfectamente toda la historia de Israel. Le había tocado vivir una parte importante de ella, como el período de la toma del poder por el imperio romano, por ejemplo. Los judíos como pueblo hacía ya unos 700 y más años que estaban viviendo desdichas, por cierto a causa de sus propios pecados.
Primero vinieron los asirios. Luego en el año 605, 597 y 586 a.C. los babilonios hicieron estragos en ellos al atacar Judá, destruyendo incluso el templo y la ciudad de Jerusalén. Llevaron gran cantidad de cautivos a tierra extraña, al oriente, donde los israelitas no podían elevar canción a su Dios. Al cabo de 70 años se les permitió regresar a Jerusalén. Muchos de ellos volvieron, y con temor levantaron las murallas de la ciudad y restauraron el templo.
Pero no vinieron tiempos muy buenos, porque los imperios Medo-Persa y Griego tomaron el poder de la región convirtiendo a los hijos de Israel en súbditos nuevamente. Y así siguieron hasta los días de Ana, en que ellos estaban sometidos al poder político de turno: el imperio romano. En realidad, ellos clamaban a viva voz por un redentor.
Es por esta razón que Ana no dejaba de hablar del niño y de la redención. Dios había prometido a través de los profetas, que Israel volvería a ser nación reunida en su tierra y, que los enemigos nunca más la someterían. Se constituiría en Israel un Rey justo, que reinaría sobre todas las naciones del mundo. Él defendería la causa del afligido, daría de comer al necesitado y traería completa paz y justicia, manifestando misericordia y amor para con su pueblo.
Ana vio a Jesús y conoció que éste era aquel varón designado en los profetas para ser el Rey de Israel. ¿Pero qué pasó? Ana murió en la esperanza de ver la realidad cumplida de aquello. Jesús fue crucificado, y el pueblo de Israel, en el año 70 d.C., fue saqueado en su capital Jerusalén por el general romano Tito. Aparentemente no se cumplió lo que estaba predicho, porque Israel nunca más desde el año 721 a. C. y hasta el siglo XX volvió a ser nación.
Pero debemos decir que Dios es fiel y cumple sus promesas. Porque es precisamente ante nuestros ojos que Dios lo está haciendo hoy. En el año 1948, el 12 de mayo, Israel se constituyó en estado soberano. Desde entonces, día tras día vuelven los judíos a su tierra desde diversos países. ¿Que pasará? Es necesario que Jesucristo reine sobre ellos y desde Jerusalén para todas las demás naciones de la tierra. Eso está por suceder muy prontamente.
Cada día vemos con asombro cómo las naciones vecinas de Israel demuestran enemistad con el pueblo judío. Siria, en estas semanas, quiere que se le entregue los altos del Golán. Los Palestinos liderados por Yaser Arafat, presionan en todos los palcos políticos del mundo para que Israel abandone la franja de Gaza y otras zonas. Así se levantarán otras naciones para batallar contra Israel con la intención de echarlos de su territorio. ¿Qué ocurrirá entonces? Se cumplirá la palabra escrita también en los profetas. Israel, acorralado, pedirá auxilio a Dios y Dios los ayudará enviando a Jesús desde los cielos para librarlos de la mano de sus enemigos. Entonces se cumplirá la palabra que está escrita «vendrá de Sion el libertador que apartará de Jacob la impiedad» (Rom. 11:26; Isaías 59:20; Zac. 12:8-9).
Ana tenía toda la razón, Jesús es el Redentor no tan sólo de una persona, sino de una nación entera que pedirá su ayuda. Ahora más que nunca estamos cerca de que todo esto se haga realidad. Lo que los judíos creían posible con el primer advenimiento del Mesías será posible en su segunda venida. ¿Qué queremos? ¡Que se rompan los cielos y aparezca la señal del Hijo del Hombre, y regrese para reinar de mar a mar y con justicia y equidad! (Sal. 72:8; Zac. 9:10).
Es comprensible el inmenso gozo de Ana: ella estaba viendo con sus propios ojos y palpando con sus propias manos al Rey que gobernará a Israel y a toda la tierra.
Al final de la Biblia en Apocalipsis 7:6, Dios corre el telón para que veamos sus propósitos consumados para con la tribu de Aser. Allí se ve la tribu perfectamente reunida, y Dios señalándola como una que permanece en su memoria para bien. Dios no olvida a ninguno de los hombres, y Él quiere sacar de encima de nuestros hombros a los enemigos que nos han tenido cautivos. Llamémosle vicios, pecados, fracasos, vergüenzas, ataduras, angustias, amarguras; sea lo que sea, tenga el nombre que tenga, Dios quiere hacernos completamente libres. ¿Quiere serlo usted?
3. Su viudez
De acuerdo a los datos entregados, podemos deducir que Ana quedó viuda entre los 20 y los 24 años de edad. Sin embargo, Dios ha hecho provisión para cada una de las necesidades de la vida. Tocante a la viudez había una provisión en la ley de Moisés: cuando fallecía el esposo, un hermano de él debía casarse con la viuda. Ahora, si no había tal hermano o éste ya estaba casado, entonces debía ocupar su lugar un primo, o un pariente cercano del difunto marido. Todo eso para guardar descendencia de la familia del esposo (Deut. 25:5-6). Pero, en el caso de Ana, parece que no hubo ni lo uno ni lo otro.
Lucas nos dice que cuando Ana vio a Jesús, dio gracias a Dios, y hablaba acerca del niño. ¿Por qué? Porque como profetisa, ella supo que estaba en presencia del Mesías redentor. Su fe se encendió rápidamente, pues veía sus anhelos de compañía que por muchos años deseó, en la realidad de ser cumplidos allí mismo. Como persona, ella nunca más se sentiría sola. Había estado desdichada, sin protección de marido; pero he aquí el Redentor del mundo, aunque era niño aún, causaba gozo y alegría a los desdichados.
Si bien es cierto que cuando alguien contrae matrimonio, pasa a formar una sola carne con su cónyuge, es más cierto aún que cuando una persona se une a Jesús recibiéndole en el corazón, un espíritu es con él. Es una unidad perfecta. Hacía 84 años que Ana no tenía marido, estaba humanamente sola, pero aquí se encontró con Jesús, quien más tarde dijo: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). En realidad, la compañía de Cristo Jesús en el corazón de los creyentes es algo preciosísimo, es un consuelo eterno y un gozo eterno.
Un marido para una mujer o viceversa, una mujer para un hombre, puede ser una alegría y un gozo permanente, pero no deja de ser terrenal, o sea, dura esta vida y no más. Aunque sea un matrimonio de mucho avenimiento y abundante amor, nunca podrá ser de la talla de la unión de una persona con Cristo. Quien posee a Cristo Jesús, está plenamente consolado y, como dice el salmista, «en la presencia del Señor hay plenitud de gozo y delicias a su diestra para siempre» (Sal. 16:11).
Ana, en su viudez, representa a todo ser humano que vive sin Dios, sumido en dolor y desesperanza. La figura de un marido que todo lo suple puede parecer muy humillante para la soberbia y autosuficiencia humana. Sin embargo, ante Dios nos conviene caer de rodillas, reconociendo nuestra necesidad extrema. ¿Le ocultaremos a Él nuestro fracaso?
Con todo, el Señor espera que nos volvamos a Él, Fuente de agua viva, el eterno Consolador. Recíbale hoy mismo. Jesús dice: «El que a mí viene, no le echo fuera».