He aquí que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”.

Éxodo 3:2.

Lo único que no se consume al arder es mi alma. El fuego es la muerte de mi cuerpo, pero el fuego es la vida de mi alma.

Cuando mis bienes se queman perecen, pero cuando mi alma toma fuego, por primera vez comienza a vivir. Es entonces el hambre de fuego lo que consume mi alma. Es porque tengo tan poco entusiasmo que tengo tan poca vida. El gusano del cuidado mundano roe mi corazón solo porque no hay fuego en mi corazón para destruirlo. Mi fuerza se malgasta en mí mismo. Quiero algo que me saque de mí mismo para poder ser fuerte. Nada puede sacarme de mí mismo excepto el fuego, el fuego del corazón – el amor.

Si pudiera encenderme en el amor, vencería al último enemigo – la muerte. El amor consumiría todas mis preocupaciones, pero me daría nuevas fuerzas. Podría haber un desierto a mi alrededor, pero mi arbusto sería glorioso – luminoso. Lo verían de lejos todos los viajeros del desierto. Sería una luz para iluminar los siglos, intacta por las nubes que pasan, sin que la atenúen los años que vuelan.

Mi corazón nunca se consumiría si pudiera arder.

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