…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu».
– Efesios 3:16.
En el contexto de este rico pasaje, Pablo ora con intensidad, como cuando se suplica por una causa vital. Un siervo sensible como lo era este apóstol, intuía que el futuro de esta iglesia estaba en riesgo (recordemos que Éfeso perdió su primer amor según Apoc. 2:4), y el mismo Espíritu que estaba inspirando esta epístola sabía de antemano, que toda vez que este asunto es descuidado, la obra del Señor en su conjunto sufre pérdida. La solución no era fustigar a los hermanos para una mayor consagración u obediencia. Pablo, cual fiel sacerdote, acude directamente al único lugar y ante la única Persona que puede socorrer a los creyentes: «…ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo».
El «para que…» del verso siguiente es de suma importancia: «…para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones». ¿No habitaba ya Cristo en ellos? ¿No habían sido sellados por el mismo Espíritu cuando oyeron y creyeron al evangelio (Ef. 1:13)? Ciertamente que sí. La experiencia nos muestra que, muchas veces, los cristianos, aun teniendo al Señor y profesando su fe, no se les nota. ¿Somos de Cristo? ¡Por supuesto que sí! ¿Nos reunimos con los hermanos y cantamos alabanzas? Sí, cada semana. Sin embargo, aun así, muchas veces se nos ve en un estado de mucha debilidad.
El verbo utilizado en la oración de Pablo, delata el estado de la iglesia. Si necesitan ser fortalecidos, es porque la debilidad es evidente. Son de Cristo, pero su luz no resplandece. Creen, confiesan el nombre del Señor, pero vacilan a la hora de la tentación. Su amor no es ferviente, su compromiso con el Señor y con su obra es mezquino; el corazón se ha vuelto obstinado e insensible. Se necesita un socorro celestial.
«…fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu». El apóstol no concibe otra clase de hijos de Dios. Solo así habrá frutos que glorifiquen al Señor, y él mirará con agrado a un pueblo que se prepara para venir a su encuentro. No es la voluntad de Dios que vivamos en la energía de nuestra naturaleza; más bien, él espera que estas fuerzas sean debilitadas, para que se manifieste en nosotros el poder de Cristo (2 Cor. 12:9). El Espíritu Santo, fortaleciendo con poder nuestro espíritu. ¡Qué bendita experiencia! Así vamos madurando, considerando a todos los miembros del cuerpo de Cristo, desechando los celos carnales, bendiciéndonos unos a otros con los dones y gracias que Dios ha repartido a cada uno.
Dios espera que recurramos a él, que solicitemos una y otra vez la llenura del Espíritu Santo. Entonces, nuestra precariedad se retirará, dando lugar a la gracia siempre abundante del Señor. Y la iglesia será cada día más gloriosa, más victoriosa y santa, en medio de un mundo que se sumerge en la degradación moral.
El Espíritu está disponible para llenarte y fortalecerte ahora mismo, «porque para nosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hechos 2:39).
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