Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua».

– Juan 18:28.

En los momentos finales del Señor Jesús, antes de la cruz, los sacerdotes pusieron mucho esmero en mantener la observancia de la ley de Moisés en los asuntos ceremoniales. No quisieron echar en el tesoro de las ofrendas los treinta siclos de plata que devolvió Judas, para no contaminarlo, porque era precio de sangre (Mat. 27:6). Anás y Caifás, con su compañía, no quisieron entrar en el pretorio esa mañana, para no contaminarse, y así poder comer la Pascua (Juan 18:28).

Luego, los judíos no quisieron que los cuerpos de los crucificados quedasen en la cruz en sábado, así que pidieron a Pilato que se les quebrasen las piernas, para acelerar su muerte. Ese sábado era de gran solemnidad, de manera que no querían quebrantarlo (Juan 19:31-33). Finalmente, lo sepultaron con premura, porque era la preparación de la Pascua, y no querían que la fiesta se contaminase.

Ellos seguían inmutables su celebración pascual, procurando realizarla estrictamente según la ley y la tradición. Tampoco quisieron contaminarse con un malhechor que era ajusticiado. ¿Cómo podían ser estorbados por un hombre así?

Las formas de santidad exterior eran de gran valor para los judíos. Sin embargo, el Señor había dado muy mal testimonio de ellas. ¡Qué absurdo! ¡Qué locura! No quisieron contaminarse con Jesús, y le mataron, para quitarse de encima a un blasfemo.

El Señor había dicho a sus discípulos: “Cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16:2). Esa palabra encontró su cumplimiento, primeramente, en él. Desde entonces, mucha sangre inocente se ha derramado bajo tal premisa.

La ceguera de los judíos, ocupados en las formas externas de una religión vacía de contenido y de verdadera santidad, no es la única en la historia. También abunda hoy en medio de la cristiandad. Hoy mismo, Cristo es dejado fuera de muchos ambientes, porque hay que guardar las formalidades, y porque su presencia es ignominiosa, y estorba.

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