“Quiero mejorar mi conducta antes de hacerme cristiano”
Usted podría vivir cien vidas tratando de mejorar su conducta, y ni aun así lo lograría plenamente. Usted podría leer todos los libros de autoayuda que existen en el mundo, pero su vieja naturaleza quedaría intacta. Si quiere, inténtelo en los próximos 70 años, y después hablamos.
Pero, ¿sabe? No es necesario que lo haga. Sería como probar si el fuego quema, o si el agua ahoga. Es innecesario que lo haga.
No ha pisado sobre la tierra ningún mortal que haya podido añadir a su estatura un codo, o que haya logrado justificarse delante de Dios. Job era, al parecer, intachable, pero no lo logró. David también era un hombre ejemplar, pero tampoco lo logró. Pablo era de lo mejor, pero tampoco lo logró.
¿Usted tiene alguna ventaja sobre ellos? Lo dudo. Lo que usted quiere es poder tener algo qué ofrecerle a Dios, alguna ofrenda que sea fruto de su esfuerzo.
¡Ah, usted quiere repetir la vieja historia de Caín! ¿Sabe lo que ocurrió con él? El trajo a Dios lo mejor de su cosecha, (con eso pensaba que Dios lo recibiría), pero Caín no sabía que él estaba irremediablemente perdido, que ninguna de sus buenas obras le capacitaba para presentarse delante de Dios. Por supuesto, Caín fue rechazado. El estaba ciego para su insolvencia, su incapacidad, su bancarrota, su enajenamiento de Dios.
Abel su hermano (usted sabe), Él sí conocía su condición. Él se acercó a Dios mediante un sacrificio. La sangre de un animal podía abrirle el camino a Dios. ¡Abel fue recibido!
Así es también hoy. Si usted intenta reformarse para venir a Dios, traerá la ofrenda de Caín; si usted viene así tal como está, confiando en la sangre que derramó Jesús por usted, traerá la ofrenda de Abel. ¿Es sencillo, no?
No espere hasta mejorarse. Eso le puede tomar toda la vida (y muchas más si las tuviera). Tal vez al cabo, podría mejorar un poco, pero nunca lo suficiente para estar delante de Dios. ¡Esa sí que sería su ruina! Tanto tiempo para nada. Tanto esfuerzo inútil. Venga ahora, tal como está, y podrá valorar el sacrificio de Otro, de Jesús, el cual sí el Padre recibió.
¿No ve que si usted trae lo suyo hace nula la ofrenda de Cristo? Gloríese en Cristo, y no en su justicia propia. Tenga a Jesús como su manto de justicia, y no se vista con sus propios harapos. Cuando venga a Cristo, Él se encargará de cambiarlo. Algo ocurrirá dentro de usted, algo así como nacer de nuevo, como un río que corre por dentro, como un montón de gozo indescriptible. Entonces cambiará también su conducta. Cristo lo hará en usted, y lo hará estupendamente bien. ¡Se lo aseguro!