Aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia».
– Rom. 11:5.
La expresión «aun en este tiempo» nos indica que el remanente de Dios está presente siempre. Por causa de sí mismo, por amor de su nombre, Dios se reserva un testimonio sobre la tierra en cada época. Fue así en los días del Antiguo Testamento, y en los días de Pablo, cuando se escribe este versículo. Hoy, pasados veinte siglos, y una multitud de eventos según vemos en la historia de la iglesia, la palabra sigue en pie: «Aun en este tiempo…».
Ahora bien, una de las características más importantes del remanente es su elección por la gracia de Dios. No es escogido por obras, ni por justicia propia, ni por mérito, como si tuviese alguno, sino enteramente por gracia. Y sabemos que la gracia de Dios se manifiesta a causa de la inutilidad del hombre.
Cuando Dios le dice a Elías en el monte Horeb: «Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron», este «Yo haré» nos habla de una voluntad que es más alta que la de los hombres. Es Dios quien elige y actúa. Así que, no debemos buscar en el remanente mérito alguno de fidelidad, sino en Dios, quien los ha apartado para sí. Pablo refuerza esta idea al decir: «Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera, la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra» (Rom. 11:6).
En el corazón de quienes constituyen este remanente debe haber un conocimiento claro y profundo de la gracia de Dios, debido a que la gloria que Dios derrama sobre ellos es muy grande. La maravilla de conocer a Dios y sus caminos podría envanecer el corazón y turbar el alma. Para ellos se abren los arcanos de los cielos, y la profundidad de la sabiduría de Dios está disponible.
Ahora, el hecho de que Dios tenga a este residuo como su «especial tesoro» o su «propiedad personal» no significa en modo alguno que Dios no ame a todo su pueblo, ni que no siga llamando a su corazón para un retorno a la sincera fidelidad. No significa tampoco que el remanente sea mejor que los demás, ni que Dios no tenga sus propios tratos con ellos. Nada de esto puede implicarse de este precioso hecho de Dios. Sin embargo, es claro que Dios halla contentamiento en unos pocos, y que éstos pocos han de andar como es digno de tan alta vocación.
Tal como los cristianos están llamados a ser sal en medio de la tierra, el remanente está llamado a serlo no solo de la tierra, sino también en medio de la cristiandad que se ha apartado de Dios. Ellos han de tomar sobre su corazón la carga de todo el Cuerpo, y embargados del amor generoso de Dios, han de procurar el bien de todos. Sus llamados amorosos han de tocar a los corazones insensibles, y su intercesión a favor de ellos tocará también el corazón de Dios. Como los antiguos profetas, se encenderá su corazón de toda la compasión de Dios, y procurará que otros gocen también las delicias que hay a la diestra del Padre.
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