¿Cómo escapar del lazo de los cazadores enviados por Satanás?
Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma».
– 1ª Pedro 2:11.
El poderoso llamado del cielo que despertó nuestros corazones al conocimiento de Dios en la persona de Nuestro Señor Jesucristo nos constituyó automáticamente en extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
Como extranjeros estamos en un territorio ajeno y, a la vez, hostil para la fe y para la vida nueva que poseemos; estamos en el mundo, pero no somos del mundo, estamos de paso, con la conciencia de peregrinos. Como peregrinos no nos acomodamos al lugar donde estamos, porque siempre estamos pensando en nuestra verdadera patria, o en la casa a la que pertenecemos.
Los creyentes tenemos nuestra ciudadanía en los cielos; nuestro destino último es la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios, la Nueva Jerusalén. Nuestras esperanzas y nuestros más caros afectos no están en esta tierra; desde el día que comenzamos a tener comunión “con el Padre y con Su Hijo Jesucristo” (1ª Juan 1:3), el mundo y su sistema quedaron atrás, en la vida vieja
La batalla contra el alma
Sin embargo, esta preciosa comunión se ve muchas veces amenazada por todo el ambiente del mundo que nos rodea, el cual nunca renuncia a las almas que alguna vez le pertenecieron. Entonces se libra una batalla contra el alma. Por doquier aparecerán los “lazos de los cazadores” (Sal.124:7). Mientras vivamos en este mundo estaremos expuestos a los distintos sistemas que imperan en él, los cuales necesitan “esclavizar” las almas de los hombres para mantener viva su empresa (Apoc. 18:13).
Necesitamos afirmar que Cristo habita por la fe en el corazón del creyente. Cuando Él llamó a la puerta de nuestro corazón, oímos Su voz, le abrimos, y Él se quedó para cenar; entonces se produjo una gloriosa resurrección en nuestro espíritu, de manera que ahora podemos proclamar libremente: ¡Cristo vive en mí!.
Ahora bien, es necesario aclarar que en las Escrituras, el corazón está relacionado algunas veces con el espíritu humano (ver Gálatas 4:6; Ef.3:17), y otras con el alma humana (ver Jeremías 17:9; Heb.3:12). Con el espíritu no tenemos ningún problema, porque allí está el Espíritu Santo que nos fue dado (Rom.5:5). La razón porque el Espíritu Santo se encuentra muchas veces contristado en el creyente (Ef.4:30), es justamente porque el alma de alguna manera se está desviando de la voluntad del Señor.
El alma es el asiento de la voluntad y de la personalidad del hombre, es una especie de territorio libre, un terreno en constante disputa. En Proverbios 6:26 se advierte al hombre acerca de la seducción de la ramera, diciendo: “Y la mujer caza la preciosa alma del varón”. Una aplicación más amplia de esta cita nos hace pensar en aquella preciosa alma del ser humano, sea del varón como de la mujer.
La debilidad e inconstancia del alma
Pensando en la salvación eterna del alma, Dios envió a su Precioso Hijo a morir por nosotros, pagando el más alto precio y redimiéndonos con Su preciosa Sangre. Es imposible imaginarnos cuán grande es el precio con que nos valora el Señor.
Ahora bien, el tema que estamos abordando nos lleva a pensar en la libertad de la cual disfruta el creyente (ya que el haber recibido al Señor no le convirtió en autómata). Pablo escribe a los Corintios: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar por ninguna” (6:12), y “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (10:23). El apóstol declara estas cosas por cuanto él se encuentra firmemente persuadido de la debilidad inherente al alma humana. Salvado y todo, él mismo tiene que confesar con angustia: ”Y yo sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mi, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18).
Tanto en Romanos 7 como en Romanos 8 y Gálatas 5, la expresión “la carne”, se refiere claramente al alma. Vivimos en un mundo absolutamente desenfrenado en cuanto a la malicia, y el pecado nos asedia por todos lados, esto, más las atracciones de la cultura y de la ciencia, constituyen una corriente muy atractiva para nuestra defectuosa alma. ¡Cuántas cosas compiten cada día por ocupar el lugar que le corresponde sólo al Señor en nuestros corazones!
Los deseos carnales que menciona el apóstol Pedro (2:11) representan la debilidad que arrastramos de nuestra naturaleza caída y que, desgraciadamente, son un aliado a favor de las tinieblas que nos rodean. Los cazadores están al acecho; sus redes están desplegadas por doquier. No falta el amigo interesante o la persona del sexo opuesto que –hábilmente ocupada por el enemigo– nos puede causar un grave daño, un lamentable tropiezo en nuestra gloriosa carrera.
El mundo necesita esclavizar las almas para mantener vivo su sistema, para financiar su negocio, para llenar sus estadios o para subir el ‘rating’ de un programa televisivo. ¿Podemos ver la cantidad de lazos que se ciernen cada día sobre nosotros? La inconstancia de nuestra alma (2 Pedro 2:14) es otra de sus nefastas cualidades, y la hace aún más vulnerable a la abundante seducción que nos rodea. El alma sin Cristo no dispone de recurso alguno para escapar; aun más, a menudo se presta voluntariamente para el mal, para el pecado. Por esto, muy pronto se encontrará en el abismo más profundo si no se convierte al Señor.
Los recursos del Cielo
Pero, ¿qué de los creyentes? ¿qué se espera de ellos? Nosotros que tenemos todos los recursos del cielo a nuestro favor, haremos bien en recibir esta palabra de exhortación. Es necesario que la palabra de Cristo more en abundancia (Col.3:16), es necesario llenar los estanques – como dice el Salmo 84:6. En general, este Salmo está lleno de recursos, oraciones y exhortaciones que nos invitan a vivir en el Señor siempre, en la hermosura y abundancia de su casa, que a su vez representa para nosotros la comunión del cuerpo de Cristo, la iglesia.
Siempre habrá otros creyentes más maduros que nosotros. Compartir con ellos las riquezas de Cristo, de su gracia, de su palabra, nos mantendrá en un vivo ejercicio de nuestra fe; el alma se irá fortaleciendo más y más en la fe del Hijo de Dios, y toda tiniebla será desplazada; todo apetito carnal irá siendo barrido por el poder de Dios y por la vida de Jesucristo. Así el alma escapa del lazo del mundo y de Satanás; así podremos agradar al Señor y encontrar todo nuestro deleite en Él.
Consideremos, además, la multitud de santos que nos precedieron. Partiendo de Abraham hasta nuestros días tenemos un ejemplo abundante, una galería de vencedores que fueron fieles en su época. Ellos también enfrentaron los mismos problemas con su alma, todos estuvieron expuestos a fracasar, pero vencieron.
Hay una característica común en la experiencia de todos los siervos de Dios mencionados en Hebreos 11: ellos tuvieron la gracia de ver al Señor en medio de las circunstancias que les rodeaban. De Moisés se escribe que “se sostuvo como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27); en realidad, todos le vieron así. Allí estuvo, sin duda, la razón de su victoria, ya que por sí mismos jamás lo hubieran logrado.
“Nosotros también…”, nos dice el Espíritu Santo (Hebreos 12:1), hemos de ver, en medio de las tinieblas que nos rodean, al Señor, preocupado, velando por su rebaño: el Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente (Santiago 4:5). ¡Aquí aparece Otro competidor! ¡Aleluya! Para Él sí que nuestra alma es preciosa; Él está presente hoy, velando paciente e insistentemente, en cada circunstancia, en cada reunión de los santos, para llenarnos, para fortalecernos, hablándonos al corazón.
Que el Señor lo llene todo en nuestras vidas; que Él domine en nuestros pensamientos (Isaías 26:3) y que todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irre-prensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo, y que podamos cantar siempre con el salmista ese precioso cántico de victoria: “Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores; se rompió el lazo, y escapamos nosotros” (Salmos 124:7).