¿Qué es Babilonia, y qué representa? ¿Cuál ha de ser la actitud de los cristianos hacia ella?
En la Escritura encontramos la historia de dos ciudades. Una historia que se desenvuelve en forma paralela, pero que tiene un desenlace enteramente diferente para cada una de ellas, pues estas ciudades tienen un origen y un destino por completo distinto. La primera de ellas es la Jerusalén celestial, cuya descripción más acabada se encuentra en los últimos capítulos de Apocalipsis. La segunda es Babilonia, y aparece retratada en los capítulos 18 y 19 del mismo libro. Ambas son, además, la expresión de un misterio. La primera es la manifestación y el cumpimiento cabal del eterno misterio de Dios en Cristo. La última, en tanto, es la máxima expresión histórica del llamado “misterio de la iniquidad”, vale decir, de la rebelión del hombre contra Dios y su voluntad.
El comienzo de Babilonia
Babilonia tuvo su principio tras el diluvio, cuando los hombres intentaron edificar una ciudad y una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo. Dicha torre era un abierto desafío contra Dios y su autoridad, pues en ella se renovaba el viejo deseo del arcángel caído: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono.. y seré semejante al Altísimo” (Is.14:13-14). Por otra parte, Babel manifestaba el deseo de dominar la tierra y someterla sistemáticamente a una sola forma de vida, cuya esencia es la glorificación del hombre y la satisfacción de sus deseos pecaminosos. Este es el origen de aquello que llamamos “civilización”. Una civilización no es otra cosa que el intento de una cierta cultura o forma de vida particular por convertirse en algo de alcance universal. Tras ese intento, sin embargo, se esconde el alma humana caída en alianza con el príncipe de este mundo.
Cuando Adán comió del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, su alma se volvió fuerte y autosuficiente, pero también, incapaz de defenderse a sí misma de los poderes de las tinieblas, hecho que convirtió al hombre en una criatura dominada por las mentiras y engaños de Satanás. La Serpiente engaña al mundo entero, y Babilonia representa el fruto más acabado de ese engaño. En efecto, Satanás sembró en el alma humana su propia simiente de rebelión y pecado, cuyo secreto designio es usurpar a Dios y su lugar en la tierra. De esta manera, descubrimos que desde el principio el verdadero poder que opera tras Babilonia es Satanás, tal como nos lo muestra Isaías al identificarlo con el rey de Babilonia (Is.14).
Babel y su torre son una figura de todo cuanto el hombre, en alianza con Satanás, es capaz de producir y crear. Por ello, se nos dice que para edificar les “sirvió el ladrillo en lugar de piedra y el asfalto en lugar de mezcla” (Gn.11:2). El ladrillo es todo aquello que el hombre puede realizar a partir de su propia alma (su mente, voluntad y emociones), mientras que la piedra simboliza todo aquello que solo Dios puede hacer. Así, desde Babel, los hombres comenzaron a usar sus dones y talentos naturales para edificar un sistema de vida universal, con el fin de satisfacer sus secretos deseos de poder, gloria y riquezas, de acuerdo a los dictados de el príncipe de la potestad del aire.
En Génesis 10:8-11, se nos dice que el hombre que edificó Babel fue Nimrod, el primer poderoso en la tierra. Un hombre violento y ambicioso, que prefigura al anticristo. Un hombre con voluntad de poder y dominio universales.
Ahora bien, Babel fue madre de muchas ciudades que con el paso del tiempo se convirtieron en cuna de los mayores enemigos del pueblo de Dios: Nínive, la ciudad capital de los crueles y sanguinarios asirios, y Babilonia, la antigua Babel renovada bajo la égida del soberbio rey caldeo, Nabucodonosor.
Cautivos en Babilonia
Un hecho poco conocido es que el judaísmo como sistema religioso de vida centrado en la sinagoga, tuvo su origen en Babilonia. En efecto, más menos 500 años antes de Cristo, el Reino de Judea fue invadido y conquistado por los ejércitos de Babilonia, que destruyeron y arrasaron la ciudad y el templo de Jerusalén. Incontables jóvenes, mujeres y niños fueron llevados cautivos a la ciudad de Babilonia.
Durante setenta años permanecieron allí sin posibilidad de regresar. Entonces ocurrió entre ellos un cambio notable. Babilonia era la ciudad más poderosa y magnífica de su tiempo. Sus jardínes colgantes eran considerados como una de las maravillas del mundo antiguo. En ella, la civilización humana había alcanzado el cenit de su desarrollo. Sus posibilidades parecían inagotables y los cautivos supieron aprovecharlas muy bien. Allí se convirtieron en grandes comerciantes y empresarios. Se enriquecieron y construyeron casas más grandes y lujosas de las que jamás tuvieron en su tierra natal. Y, entre tanto, se fabricaron una religión adaptada a sus nuevas condiciones de vida. Destruido el templo y el sacerdocio, era necesario reemplazarlos. De este modo surgió la sinagoga y el judaísmo como sistema religioso de vida, que intentó conciliar las nuevas condiciones con la antigua ley revelada por Dios.
La palabra de Dios fue mezclada con las tradiciones de los hombres. Sin embargo, es necesario comprender que el judaísmo y la sinagoga no representaban la voluntad de Dios para su pueblo, en tanto el templo y Jerusalén permanecieran en ruinas. Entonces llegó el tiempo de regresar, pero la mayor parte del pueblo prefirió permanecer en Babilonia y su religión de sinagogas. Habían echado raíces y tenían mucho que perder. Y habían perdido por completo el interés en Dios y su santa ciudad. Mas, mientras la ciudad y el templo permaneciesen en ruinas, Dios no tenía un testimonio propio en la tierra por medio de los cuales manifestar su voluntad y autoridad. No obstante, un remanente regresó para recontruir y restaurar el testimonio de Dios en el mundo. Pero el precio fue dejar atrás todo lo que habían ganado y edificado en Babilonia.
La ciudad codiciosa de oro
En la visión de Daniel, las grandes civilizaciones e imperios mundiales aparecen representados por una gran estatua cuya cabeza de oro es Babilonia y su rey. El oro simboliza le esencia de Babilonia: una codicia insaciable por tener y acumular cada vez más riqueza y poder. Los babilonios saquearon pueblos y naciones para satisfascer su ilimitada codicia. En Apocalipsis capítulo 18 encontramos una visión de Babilonia en su verdadera condición delante de Dios. Pues aunque ante los hombre su gloria parezca sublime, ante Dios ella no es más que una prostituta abominable y sanguinaria.
Muchos intérpretes han considerado la Babilonia de Apocalipsis como la iglesia apóstata. Sin embargo, aunque incluye la religión apóstata y al cristianismo deformado y esclavizado por el mundo y sus valores, Babilonia representa la suma total de la civilización humana con su sistema de vida, su ciencia, su filosofía, su arte, sus diversiones y su sistema económico, con todo el atractivo y la seducción que operan sobre el alma humana. Y su ambición es de convertirse en un poder universal de alcance global. Pues ella es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra.
Pero también es el sistema cuya entraña es la enemistad contra Dios y su pueblo. Juan la vio como una mujer ebria de la sangre de los mártires. En su tiempo la Roma imperial llegó a ser la encarnación histórica del misterio de Babilonia la Grande, que persigue a los santos. Sin embargo, Babilonia es un símbolo más general del sistema mundano construido por el hombre a lo largo de los siglos, con el fin de someter todas las cosas a los deseos impíos de su corazón. Y en este punto cabe una pregunta ¿Dónde encontramos activo hoy el principio de Babilonia? En verdad, ella se encuentra presente en todo el proceso actual de convertir el planeta entero en un gran mercado, sometido a los intereses de un sistema mundial de alianzas políticas y económicas. Juan nos dice que en Babilonia se trafican las almas de los hombres. Ese es el recurso fundamental del que nutre su existencia. Hombres y mujeres arrojados al torbellino de producir y consumir, construyendo de esa manera el vasto sistema mundial que termina por gastar y exprimir hasta la última gota de su tiempo y su vida.
Y es triste comprobar hasta qué punto la cristiandad moderna se encuentra totalmente atrapada en el mismo torbellino insaciable del mundo. Babilonia ha penetrado hasta la médula de millones de creyentes que viven sus vidas atrapados por el sistema de vida de este mundo. Es decir, se han vendido para trabajar sin descanso, comprar más y mejores casas, automóviles, y acumular toda clase de bienes materiales, mientras gastan los mejores años de su vida contruyendo para Babilonia, tal como los israelitas en Egipto edificaban inútilmente ciudades para los egipcios. Y además, han convertido a la iglesia misma en un asunto de metas y ambiciones humanas por conseguir poder, fama y riquezas. Babilonia ha seducido y cautivado los corazones de muchos hijos de Dios. En consecuencia, la casa de Dios y su testimonio permanecen en ruinas y su propósito eterno, relegado e incumplido. Pues nos hemos acomodado a una tibia religión de fin de semana, que nos proporciona cierto bienestar emocional y sicológico, y aún más, nos alienta a conseguir nuestras metas mundanas. Una religión centrada en el yo, sus esperanzas, necesidades y temores. Pues Babilonia tolera y aun alienta la religón, siempre que ésta no interfiera con sus metas e intereses. En verdad, es ella quien nos ha enseñado a vivir una religión de sinagogas.
La Ciudad del Gran Rey
La iglesia es la verdadera ciudad de Dios. Una ciudad que es la expresión suprema del misterio de su voluntad, esto es, el propósito de dar a su Hijo, Jesucristo, el dominio absoluto sobre la tierra y todos los reinos del mundo (Ap.11:15). Para ello, es necesario primero que Babilonia, la ciudad rebelde y enemiga, sea destruida por completo. Y esto no ocurrirá hasta que la iglesia sea restaurada a su condición original y vuelva a ser lo que fue en el principio.
En este punto resulta vital comprender la íntima relación que existe entre la edificación de la iglesia y la caída de Babilonia. Pues, mientras Babilonia es la ciudad de Satanás, la iglesia es la ciudad del Gran Rey. Y el designio divino es que, por medio de ella, la autoridad y centralidad suprema de Cristo se manifiesten en el mundo, para poner fin al dominio de Satanás sobre la tierra. Esto no significa que la iglesia debe conquistar y dominar a los reinos y sistemas de este mundo. Más bien, implica que la iglesia debe entrar en la plena posesión de Cristo y de todo aquello que en él le ha sido conferido. Pues, cuando Cristo sea verdaderamente la cabeza suprema y absoluta sobre ella, entonces su autoridad podrá manifestarse por su intermedio para tratar con los principados y potestades en los lugares celestiales.
Para acabar con el sistema de este mundo, no es necesario conquistarlo físicamente, pues el mundo (Babilonia) ya fue juzgado y vencido por Cristo en la cruz. Allí su príncipe fue juzgado y derrotado definitivamente. Por tanto, la misión de la iglesia es más bien manifestar en la tierra la victoria de Cristo sobre Satanás, tratando con los poderes invisibles que se esconden tras los sistemas visibles. Nuestra lucha no es contra carne ni sangre. Si la iglesia, con la autoridad de Cristo ata y despoja a Satanás y sus huestes de maldad, quienes operan en ámbitos celestiales invisibles, entonces los sistemas visibles (los reinos de este mundo) llegarán a su fin y acabarán. Luego, el reino físico de Cristo vendrá sobre la tierra. Pero, a la manifestación visible de su autoridad en la tierra, precede necesariamente la manifestación invisible de su autoridad en los lugares celestiales, para expulsar a Satanás y sus huestes de maldad.Y en ello la iglesia juega un papel fundamental.
Arribamos aquí a un importante principio. En Apocalipsis capítulo 18 se nos dice que antes de la caída de Babilonia, el pueblo de Dios debe salir de en medio de ella (Ap.18:4). Cuando esto ocurra, entonces Dios estará en condiciones de juzgar a Babilonia y su impío sistema de vida, al igual que en la historia de Sodoma, cuyo juicio sólo se verificó cuando Lot y su familia hubieron salido de ella.
Sin embargo, en la iglesia, dicha salida debe ser primero una experiencia espiritual de completa separación de todo aquello que procede de Babilonia. Antes del fin de este siglo y de nuestra salida física de él para encontrarnos con el Señor en el aire, debemos haber abandonado a Babilonia por completo en nuestras vidas y en nuestro corazón. Abandonar sus intereses, metas y ambiciones, y dejar de gastar nuestras vidas en construir casas y empresas para ella. En este sentido, Pedro afirma que es necesario que el juicio comience primero por la casa de Dios.
Cuando Babilonia haya sido juzgada y apartada por completo de la iglesia, y Cristo haya ocupado en ella su lugar de absoluta preeminencia y señorío, entonces vendrá el juicio definitivo sobre el mundo y su impía forma de vida. Por medio de la iglesia Satanás será expulsado y el reino de Dios advendrá sobre la tierra. No obstante, la iglesia no estará en condiciones de manifestar la autoridad de Cristo hasta que su separación de Babilonia y su entrega a Cristo sea total y absoluta. Esto no es un asunto de fórmulas, métodos y concertaciones humanas. Es, por el contrario, una cuestión de vida y realidad espiritual.
Al respecto, el hermano Watchman Nee ha comentado sabiamente: “La diferencia entre el reino de Dios hoy y el reino de Dios en el milenio no es un asunto de calidad sino de cantidad. El alcance es más limitado hoy que en aquel tiempo, la esfera es menor, pero la naturaleza es la misma…El reino no vendrá automáticamente. Podemos hacer alguna cosa para traerlo”. 1 (el énfasis es mío).
Salir de Babilonia. He aquí la cuestión fundamental para la iglesia al final de los tiempos. Como el pueblo de Nehemías, salir para regresar al testimonio perdido del principio. Pues la restauración plena de dicho testimonio traerá consigo la ruina definitiva de Satanás y Babilonia. Mas, ¿a dónde debemos regresar? Para esta pregunta existe una sola respuesta: a Jesucristo. A su absoluta centralidad y supremacía. Al primer amor con que la iglesia lo amó durante los primeros cien años de su vida en la tierra. A Cristo, por amor del cual los santos del primer siglo perdieron sus posesiones, se despojaron de sus bienes, abandonaron vínculos y relaciones familiares, se deshicieron de tradiciones religiosas de más de 400 años (las sinagogas), para abrazar enteramente una forma de vida cuyo centro era conocer y expresar corporativamente a Jesucristo. En Cristo y su cruz ellos encontraron el poder y la victoria sobre Babilonia y su rey.
Entonces el reino de Dios y la autoridad de Cristo descendieron en medio de los hombres para trastocar el sistema del mundo hasta sus cimientos. Por todas partes las fortalezas de Satanás caían, mientras sus huestes huían y se batían en retirada. Aunque ello no volvió a suceder después en la historia, por la gracia de Dios, habrá de ocurrir otra vez. El reino de Cristo no vendrá definitivamente sino por medio de la iglesia. Este es el designio eterno de Dios, que nada puede cambiar. Ni siquiera el aparente fracaso de la cristiandad a lo largo de los siglos. Finalmente, él obtendrá un remanente de hombres y mujeres cuyo centro sea Cristo y nada más, separados por completo de Babilonia y su sistema de vida, por medio de los cuales él manifestará su autoridad para poner fin a los reinos de este mundo. ¡Que el Señor, en su gracia, nos conceda ser contados en el número de aquellos vencedores, que mantendrán fielmente su testimonio hasta el fin!
1 Doce Cestas Llenas: “El testimonio de Dios eternamente el mismo”. (Watchman Nee).