Los caminos torcidos serán enderezados».
– Lucas 3:5.
¿Qué es un camino torcido? El camino de la justicia, es decir, el camino de Dios, es un camino recto. Es la senda derecha que tenemos que hacer para nuestros pies. Los caminos torcidos son aquellos en que los accesos a Dios están cerrados. Si nosotros leemos Marcos 7 encontramos allí una serie de elementos que los fariseos y saduceos hipócritas habían levantado para impedir que los hombres pudiesen acercarse libremente a Dios. Ellos habían torcido el camino derecho del Señor.
¿Qué es lo que enseñaban ellos? Que no se podía comer pan con manos no lavadas; que había que apegarse a la tradición de los ancianos antes que al mandamiento de Dios, etc. Ellos ataban sobre los hombres cargas pesadas que ellos mismos ni con un dedo querían mover. Así, les hacían difícil a los demás el acceso a Dios. «Si tú no haces esto, no puedes ser justo, no tienes oportunidad delante de Dios». Los judaizantes, en tiempos de los apóstoles, decían a los discípulos: «Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos» (Hech. 15:1). Así, el camino de Dios, que es recto, era torcido por ellos.
¡Cuántas cosas similares hay en el presente en la cristiandad! ¡Cuántas cosas que impiden a los hombres mirar al Señor y conocer la salvación de Dios! Con ellas, le cierran el camino a la gente. Muchos no se acercan al Señor por temor a no poder cumplir esas tradiciones y leyes. «Yo no puedo seguir el evangelio porque allí no aceptan que uno fume (o que baile, o que vaya a las carreras de caballos, etc.)». Poniendo las reglas antes que el anuncio glorioso del evangelio, se tuerce el camino de Dios.
¿Por qué no atraerlos primero con la palabra del evangelio, clara, pura y bendita, y después, cuando ellos se conviertan, cuando hayan obedecido a la fe, guiarles por el camino de la santidad? Los hombres han puesto requisitos que impiden a los hombres llegar a conocer a Dios. Esos requisitos han convertido el evangelio en un camino tortuoso, obra de hombres, no de Dios.
El Señor dijo a los fariseos: «Cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando … recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros» (Mat. 23:13, 15). Esta palabra tiene mucha vigencia hoy. El Señor dijo: «Yo soy el camino … Y el que a mí viene no le echo fuera» (Jn. 14:6, 6:37). Quien toma este camino no tiene ningún obstáculo para tocar el corazón de Dios. Basta acercarse a él dispuesto a recibir.
El profeta había anunciado muy tempranamente la gloria de este Camino: «Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará» (Is. 35:8).
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