En nuestro hemisferio sur, en esta temporada, el Señor suele despertarnos con un amanecer frío y nublado. Cuando miro a ese cielo oscuro, recuerdo una experiencia de hace tiempo atrás, en un aeropuerto, al abordar un vuelo bajo un cielo encapotado y un viento helado que parecía entrar hasta los huesos.
Sin embargo, a medida que el avión se remontaba por sobre las nubes, ¡oh maravilla!, en lo alto reinaba un sol esplendoroso. Volábamos sobre un espeso mar de nubes y, al mirar por la pequeña ventanilla, el sol radiante acariciaba mi rostro. Era un contraste increíble con el panorama que había contemplado en tierra escasos minutos atrás.
Este recuerdo me hace pensar en nuestra vida de creyentes. A menudo, enfrentamos días semejantes a aquél, muy grises y fríos. Nuestro corazón se sobrecoge y se llena de temores. Hombres de poca fe –como somos en realidad–, nos parece que esta oscuridad se prolongará por mucho, mucho tiempo.
Pero, en lo alto, más allá de los amenazantes nubarrones de tormenta, hay una luz que no se apaga, hay un Sol de justicia; está nuestro Señor, siempre atento. Amoroso él, se compadece de nuestras debilidades, y aun cuando nos parece que estuviera ausente, no es así.
La tormenta se cierne sobre nuestras cabezas, el frío nos traspasa. No obstante, el Sol está allí. Él es real. Su trono es inconmovible, el fulgor de su gloria no ha decaído, y su mirada está puesta en su manada pequeña, en cada uno de sus amados.
Nos hace bien alzar nuestra vista a las alturas. Si aún no hemos caído en la desesperación, no es porque hayamos sido fuertes en nosotros mismos, sino porque él está allí, por sobre nuestras tristezas o nuestros temores.
«No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice el Señor» (Is. 41:14). Los creyentes sabemos que el tiempo de la angustia tiene fecha de término. El Señor está por ti, el Señor está por mí. Él es nuestro socorro, nuestro pronto auxilio. Y lo más maravilloso de todo es que, habitando él en luz inaccesible, ¡vive asimismo en nuestro corazón, por su Santo Espíritu!
Fiel creyente, en este día, el Señor te bendiga y te guarde, y haga resplandecer su rostro sobre ti.
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