El testimonio de un hombre de Dios ante la partida de su esposa.
Jerry Wells (USA)
Esta parte del viaje no es uno que yo habría elegido para mí o mis niños. Hace algunos días, uno de mis hijos adultos estaba en la casa y sus ojos estaban muy rojos e hinchados. Puesto que acababa de llegar a la casa, le pregunté si venía del cementerio. Su respuesta era lo que sospeché. Le pregunté si este tipo de momentos le ocurrían regularmente. Dijo que sí, y especialmente cuando va al cementerio. Este es un viaje doloroso para nuestra familia.
El dolor es relativo a diversas circunstancias de nuestras vidas día a día. Yo no tenía ninguna idea que hay gente en este mundo que experimenta esta clase de dolor emocional. Yo era muy joven cuando falleció mi madre (tenía sólo tres años). Este dolor emocional se podría comparar con el de los que tienen una inhabilidad física dolorosa y permanente. Cada día que usted se despierta, está allí. Algunos días son mejores que otros, pero siempre está allí.
Nunca le diríamos a una persona con una inhabilidad física dolorosa permanente que todo se va a mejorar con el tiempo. El tiempo no cura todo el dolor. Pero debido a nuestra compasión por los que están lastimados, lo decimos para darles esperanza. Una esperanza falsa a veces es peor que ninguna esperanza.
La verdad es que seguramente nunca va a mejorar. Dios cura al quebrantado de corazón, pero a veces la cura completa sólo la conseguiremos en el cielo.
Nunca pensamos decirle a una persona con una inhabilidad física dolorosa permanente que no debe sentir dolor. O nunca les diríamos que es impropio que sienta el dolor a veces. Esto no sería muy sensible. Una persona que ha experimentado una gran pérdida (como la nuestra) no puede controlar cuando va a sentir el dolor – a menos que esté dormido o haya tomado una receta del médico.
Ocasionalmente, evito ciertos acontecimientos de modo que no haga a otros sentirse mal y no arruinar la tarde de ellos. Algunas veces puedo anticipar cómo ciertas cosas van a hacerme sentir, y evalúo si es realmente necesario que atienda esa situación o reunión. No hay nada más incómodo que estar con otros que están gozando, pero tú estás a punto de derramar lágrimas. Esto también hace que otros se sientan incómodos si saben que alguien está con el corazón lastimado. En este tiempo en mi vida, es duro aparentar. Mis conductos lagrimales están muy abiertos: fluyen las lágrimas como un grifo de agua abierto, al más leve asomo de pena.
Entonces, ¿qué vamos a hacer si el dolor nunca consigue pasar? El vivir con dolor no es muy americano. El sueño americano es la posibilidad de una vida con toda la comodidad que usted desea, y ningún dolor.
La verdad es que la mayoría de los americanos vivimos con dolor. Por esa razón, mucha gente en nuestro país se ha hecho adicta a algo. Es normal para la gente con dolor dar rienda suelta a las pastillas «asesinas del dolor» – u otras formas químicas de alterar el dolor.
El vivir con dolor es una nueva experiencia para mí, pero parece ser permanente. Apenas puedo recordar ahora días enteros, e incluso semanas, sin sentirme lastimado emocionalmente. Es duro recordar cómo era ese tiempo de mi vida. Veo cómo fui protegido por años al no saber lo que tanta gente ha estado experimentando alrededor de mí.
Puesto que mi ética cristiana no me permite que yo me vuelva a las pastillas «asesinas del dolor» – o a otras formas médicas o químicas de alterar el dolor emocional… ¿qué puedo hacer?
Lloro solo, hasta que ya no hay más lágrimas. Ésta es la manera natural que Dios nos ha dado para aliviar el dolor. Es asombroso para mí comprobar cómo puedo tener un violento quiebre emocional por algunos minutos, y después sentirme bastante bien para poder hacer algo productivo. Esto sucede mucho en las mañanas del domingo antes de predicar en la reunión de la iglesia.
También grito mucho mis llantos a Dios. He dejado de pedir que Dios me quite el dolor. Más bien le pido que me ayude a ser fuerte para glorificarlo en la manera que vivo a pesar del dolor.
También grito mis llantos a algunos hermanos. Tengo un pequeño grupo de amigos a los cuales les cuento cómo me siento y por qué. Estos amigos no esperan que yo me alivie del dolor de manera inmediata. Su meta es ser buenos oyentes, y luego pueden rogar a Dios por mí. Algunos de ellos han pasado por una experiencia similar y hablan conmigo sobre sus sensaciones. Es muy confortable hablar de nuestras sensaciones emocionales dentro de un ambiente confiable y seguro. Hoy me doy cuenta que en tiempos pasados no fui muy buen oyente de la gente que me hablaba de sus dolores.
Sé que esta clase de vida no suena muy atractiva. Pero he descubierto que ser victorioso no significa estar siempre libre de todo dolor; pero sí significa tener la fuerza para soportar el dolor de una manera que honre a Dios. He descubierto que gritar mis llantos a Dios y a otros, ha sido muy provechoso para alcanzar esta meta.
Y hay muchos momentos felices que he experimentado en medio del dolor. Cada noche mi nieta mayor, Gwynneth, de tres años, me busca para abrazarme antes de irse a la cama. ¡Gracias, Jesús! Y casi cada día mi nieto menor, Caedmon, de once meses, intenta demostrarme «qué tan hombre es» subiendo uno y otro obstáculo en nuestra casa. Yo le llamo cariñosamente «el hombre de las cavernas». ¡Gracias, Jesús! Y entonces veo la mirada maravillada de mi hijo menor de once anos, William, cuando él comprueba que acaba de aprender algo para la escuela que hemos estado intentando tan arduamente memorizar. ¡Gracias, Jesús! Y cuando veo los nuevos niveles de madurez en cado uno de mis niños. ¡Gracias, Jesús! Y todavía gusto de la buena comida, y de una victoria del equipo de fútbol de Oklahoma University. También tengo gran placer al ver que alguien en nuestra iglesia consigue asimilar una verdad vital. ¡Gracias, Jesús! Y por la esperanza del cielo y de mi reunión con mi heroína, Debbie Wells. Gracias, gracias, Jesús.
Hay felicidad en el medio del dolor. Y hay alegría inexpresable y llena de gloria. Pero sigo deseando que Debbie esté aquí para compartir esta vida conmigo. ¡Hasta ese día!