Los testimonios de cómo tres siervos de Dios vencieron los obstáculos para adentrarse en la oración, hasta alcanzar la bendición de Dios en sus ministerios.
J. Sidlow Baxter / El problema está adentro
Esa mañana, el pastor J. Sidlow Baxter, parado frente a su escritorio abarrotado de correspondencia, miró su reloj. Sintió la voz del Espíritu Santo que lo llamaba a orar; pero, al mismo tiempo, escuchó otra vocecita aterciopelada que le decía que fuera práctico y respondiera la correspondencia; que aceptara el hecho de que él no era del “grupo de los espirituales”, y que sólo unos pocos podían serlo.
Estas últimas palabras le dolieron como una puñalada. No podía soportar el pensamiento de que eso fuera cierto.
Recordó cuando entró al ministerio dispuesto a ser un auténtico hombre de oración. Sin embargo, no había transcurrido mucho tiempo sin que sus responsabilidades administrativas cada vez mayores, lo hubieran llevado a poner a un lado la oración. Además, comenzó a acostumbrarse a eso, inventado excusas para sí mismo.
Ahora estaba horrorizado de su capacidad de justificar su falta en cuanto al mismísimo fundamento de su vitalidad y poder espiritual como pastor. Entonces, escudriñó sinceramente su corazón y encontró que había en su persona una parte que no quería orar y otra que sí lo deseaba. La parte que no quería eran sus sentimientos; la parte que sí lo deseaba eran su intelecto y su voluntad. Este análisis le allanó el camino a la victoria.
Entonces decidió enfrentarse a su Voluntad, dirigiéndole una pregunta directa:
– Voluntad, ¿estás preparada para una hora de oración?
La Voluntad respondió:
– Lo estoy, y de veras lo estoy si tú lo estás.
Así, Voluntad y él se dieron el brazo y se dispusieron a orar. De inmediato todos los sentimientos comenzaron a tirar hacia su lado y a protestar.
– Nosotros no queremos orar.
Baxter notó que Voluntad titubeó un poco, así que le preguntó:
– ¿Podrás aguantar, Voluntad?
– Sí –le dijo—, si tú puedes, yo puedo.
Entonces Voluntad dio un paso y se pusieron a orar, haciendo frente a esos sentimientos serpenteantes y turbulentos que había en ellos. Fue una lucha sin cuartel. En cierto momento, cuando Voluntad y él estaban en medio de una intercesión fervorosa, se dio cuenta repentinamente de que uno de esos traicioneros sentimientos había tendido una trampa a su imaginación y se había escapado al campo de golf; y entonces hizo todo lo que pudo para traer de vuelta al travieso bribón. Un poco más tarde, se dio cuenta de que otro de los sentimientos se había escabullido con algunos pensamientos desprevenidos, y estaba en el púlpito, dos días antes de la fecha, ¡predicando un sermón que aún no había terminado de preparar!
Al final de esa hora, si alguien le hubiese preguntado a Baxter si lo pasó bien, habría tenido que responderle: “No. Ha sido una lucha agotadora contra unos sentimientos contradictorios y una imaginación perezosa, de principio a fin.”
Y lo que es más, esa batalla con los sentimientos continuó por dos o tres semanas más. ¿Lo pasó bien durante sus oraciones diarias? No. A veces le parecía como si los cielos fueran de plomo; como si Dios estuviera demasiado distante para oír; como si el Señor Jesús estuviera extrañamente reservado; y como si la oración no sirviera de nada.
Sin embargo, algo estaba sucediendo. En primer lugar, Voluntad y él le enseñaron, de veras, a los sentimientos, que eran completamente independientes de ellos. Además, una mañana, más o menos dos semanas después de haber comenzado la lucha, precisamente cuando Voluntad y él se disponían a pasar otro período de oración, alcanzó a oír por casualidad que uno de los sentimientos le secreteaba a otro:
– Vamos, chico, no vale la pena perder más tiempo oponiéndonos. No van a ceder.
Esa mañana, por primera vez, a pesar de que los sentimientos aún no se mostraban cooperadores del todo, por lo menos se quedaron quietos, lo cual les permitió a Voluntad y a él seguir con sus oraciones sin ninguna distracción.
¿Saben qué pasó un par de semanas después? Durante uno de los períodos de oración, cuando Voluntad y Baxter no se preocupaban en lo más mínimo de los sentimientos, uno de los más vigorosos se presentó repentinamente y gritó: “¡Aleluya!”
A lo cual, todos los demás sentimientos exclamaron: “¡Amén!”
Y por primera vez Baxter sintió que la totalidad de su ser –intelecto, voluntad y sentimientos– se unió en una operación coordinada de oración”.
Tomado de R. Kent Hughes: Disciplinas de un hombre piadoso.
David Wilkerson / Cita a medianoche
David Wilkerson era un próspero pastor en una congregación de Philipsburg, Estados Unidos. Hacía poco más de un año había llegado a hacerse cargo de ella, y ya la membresía se había quintuplicado. Junto a su esposa, había trabajado con ahínco, y podían estar satisfechos. ¡Pero Wilkerson no lo estaba! Al contrario, comenzaba a experimentar cierta clase de descontento espiritual.
Un día que no olvidará (9 de febrero de 1958) se produjo un cambio radical en su vida.
Esa noche se hallaba frente al televisor mirando un programa de medianoche. Su esposa y sus pequeñas hijas, se hallaban dormidas. La historia que se desarrollaba frente a él la había visto incontables veces, con pequeñas variaciones. De pronto, perdió todo interés en ella, así que apagó el televisor y se levantó. Fue a su despacho y se sentó en la silla giratoria:
– ¿Cuánto tiempo me paso todas las noches mirando esa pantalla?– se preguntó —. Por lo menos dos horas. ¿Qué pasaría, Señor, si vendiera mi televisor y pasara ese tiempo orando?–. (Era el único de la familia que miraba televisión).
La idea le resultó emocionante. “Substituye la televisión por la oración y verás lo que ocurre,” se dijo.
De inmediato acudieron a su mente objeciones. Por la noche estaba cansado. Necesitaba relajar sus nervios y cambiar el ritmo. La televisión es parte de la cultura social; no es bueno que un ministro se aísle de aquello que la gente ve y que es tema de conversación.
Se levantó de la silla, apagó las luces y se paró junto a la ventana mirando las colinas bañadas por la luz de la luna. Luego le pidió una señal al Señor, una señal que estaba destinada a cambiar su vida. Impuso a Dios una condición difícil, según le parecía, puesto que en realidad no quería dejar la televisión.
– Jesús –dijo– necesito ayuda para decidirme, de manera que he aquí lo que te pido. Voy a poner un aviso en el diario ofreciendo un venta mi televisor. Si tú apoyas la idea, haz que un comprador aparezca de inmediato. Que aparezca dentro de una hora … no; dentro de media hora de haber salido el diario a la calle.
Cuando le habló a su esposa respecto de su decisión a la mañana siguiente, ella no pareció impresionada.
– Media hora –exclamó–. Me parece, David Wilkerson, que en realidad no quieres orar.
A la hora convenida, toda la familia estaba sentada en torno al teléfono, y con los ojos fijos en un gran reloj que estaba a su lado. A los 29 minutos sonó el teléfono.
– ¿Tiene un televisor para la venta? –le preguntó un hombre al otro lado de la línea.
– Sí, es un RCA, en buenas condiciones, con pantalla de cuarenta y ocho centímetros. Lo compré hace dos años.
– ¿Cuánto quiere?
– Cien dólares –le dijo Wilkerson rápidamente. (Ni había pensado cuánto pedir hasta ese momento).
– Trato hecho –dijo el hombre– téngalo listo en quince minutos. Llevaré conmigo el dinero.
Desde entonces la vida de David Wilkerson no fue la misma. Todos los días a medianoche, en vez de hacer girar botones y perillas, entraba en su despacho, y, cerrada la puerta, comenzaba a orar. Al principio las horas parecían marchar lentamente y se ponía intranquilo. Luego aprendió a integrar la lectura sistemática de la Biblia con su vida de oración. Y aprendió lo importante que es establecer el equilibrio entre la oración que pide y la oración de alabanza. Aquella práctica situaba la vida en una perspectiva distinta.
Así fue cómo aquella noche de 1958 marcó el comienzo de una larga y fructífera historia en la vida de David Wilkerson. Poco después se trasladó a Nueva York, donde fundó el Centro de Rehabilitación “Teen Challenge”, que ha conducido a centenares de jóvenes drogadictos al Señor Jesucristo, entre ellos el conocido predicador Nicky Cruz.
El hábito de orar a la medianoche lo ha conservado Wilkerson a través de los años. Es la hora de la comunión íntima con Dios –que espera con ansias– y que ha sido motivo de inspiración y guía constante en su ministerio.
Adaptado de La cruz y el puñal, de David Wilkerson.
Don Basham / Encuentros de madrugada
Hacía un año y medio que Don Basham pastoreaba esa congregación en Sharon. Hasta entonces, todo había sido una hermosa luna de miel, pero ahora estaban surgiendo los primeros problemas.
Antes de Sharon había tenido tres años exitosos en una congregación en Toronto (Canadá). Dios había respondido muchas oraciones y había hecho muchos milagros allí. Sin embargo, ahora, junto con la llegada de los problemas en Sharon le había sobrevenido la noticia de la trágica muerte de la esposa de uno de los líderes de su ex-congregación de Toronto, afectada por una severa epilepsia. Aunque tenía razones a su favor, Don sentía que alguna responsabilidad espiritual él tenía por aquella desgracia. Esto le había sumido una depresión, y en una fuerte sensación de terror que de tiempo en tiempo le sobrevenía.
Las reuniones de las iglesia perdieron para él todo atractivo, y su vida pastoral se vio reducida a una insoportable rutina. Como escape a todo ello, se refugió en el televisor, y especialmente en las películas de aviación, que eran sus favoritas.
Un miércoles, poco antes de dirigirse al culto de oración, encendió el televisor para ver las noticias de las 19,00 hrs. En realidad, lo que quería saber era qué película darían esa noche. Precisamente era una de sus favoritas, de modo que pensó en acortar la reunión para estar de vuelta a las 21,00. Mientras corría aceleradamente en su auto para iniciar la reunión a la hora, tuvo un fuerte remordimiento, así que detuvo el auto en un costado de la calle para pedirle perdón al Señor por lo que estaba maquinando. Dejaría que las cosas siguieran su curso normal.
Esa noche, al llegar a casa, tuvo un fuerte impulso de orar, para dejar zanjado delante del Señor un asunto. Se fue al living, y se quedó meditando sobre los problemas que lo aquejaban y sobre el escape que él había inventado.
De pronto, miró al televisor y le pareció que era como un Buda rechoncho y presuntuoso que lo miraba con su gran ojo apagado.
– Pero Señor –exclamó en voz alta– la televisión no es el problema. ¡El problema soy yo, Señor! Así no sirvo para nada, ¡ayúdame, por favor!
Entonces sintió una profunda paz, y supo que el Señor estaba con él en esa lucha. Aun más, supo que el problema ya estaba solucionado. Entonces dijo:
– ¡Al diablo con la televisión!
Sintió que había renunciado a algo, pero también sentía que debía dar un segundo paso. Un paso positivo de fe.
– Voy a levantarme a las cinco de la mañana todos los días. Voy a pasar dos horas contigo, Señor.
Cuando el despertador sonó a la mañana siguiente, se desprendió con dificultad de las sábanas, y se dirigió a la planta baja que, en la oscuridad, no lucía nada de atractiva. Encendió la lámpara que había junto al sillón y se sentó con la Biblia. El sueño lo vencía. A duras penas se mantuvo despierto las dos horas.
Los días siguientes fueron igualmente malos. Le costaba levantarse lo mismo que el primer día. Estuvo a punto de renunciar, pero una obstinada firmeza le hacía continuar.
Cuando avanzaba la segunda semana comenzó a abrirse una brecha. Al cabo de unos doce días la sala parecía que le daba una bienvenida. Experimentaba la serena tranquilidad de que allá en lo Alto alguien velaba y aprobaba su lucha por deshacerse de esa depresión. Su espíritu comenzó a responder a esa nueva rutina, y el silencio de la madrugada empezó a resultarle placentero. Aunque todavía le costaba salir de la cama, una vez en pie y vestido se sentía deseoso de empezar a orar. Sentía que estar en la presencia de Dios alimentaba su espíritu sediento tal como los rayos del sol nutren las plantas.
Más de alguna vez tuvo una firme oposición del enemigo, pero había comprobado vez tras vez el poder del nombre de Jesucristo para repeler sus ataques.
Exteriormente, también las cosas comenzaron a cambiar. Poco a poco, su predicación recuperó su antigua fuerza, desaparecieron los dolores de cabeza. Pronto comenzó a ver que Dios obraba de nuevo en su ministerio.
Tres meses después ya estaban sucediendo algunas cosas que le asombraron y que le demostraban que Dios le estaba guiando en un sentido definido. Este fue el comienzo de un poderoso ministerio de liberación, que ha traído bendición a incontables personas.
Tomado de Líbranos del Mal, de Don Basham.