Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro … sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.
– 1 Ped. 1:7.
Al permitir un acontecimiento desagradable en mi vida, el Señor me obliga a pedirle ayuda. Me responde, y así no solo hace que mi fe sea más sólida, sino que me da un conocimiento vivo de Sí mismo, que nunca hubiese podido adquirir de otra manera.
Hay que llorar para conocer a Aquel que consuela, inquietarse para descubrir a Aquel que tranquiliza, estar en peligro para encontrar a Aquel que protege y libera.
A través de mis necesidades aprendo a conocer a Cristo, su poder, su amor y su interés por mí. Esta es probablemente la explicación de la mayoría de mis pruebas.
Sí, la vida cotidiana, por sus propias dificultades, es una escuela irremplazable. Me permite adquirir un conocimiento experimental de mi Señor, conocimiento que producirá una alabanza eterna. Así, cuando mi vida en la tierra termine, en el cielo no me recibirá un Señor lejano, sino un Salvador amado, un Amigo conocido. (LBS).
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