Evidencias y pruebas de la existencia de Dios.
No importando si usted dice ser cristiano, incrédulo o alguien que está buscando la verdad, comenzaremos nuestra exposición examinando el resultado de la propia existencia de Dios. En cuanto a esto, el mundo está dividido en tres campos. El primero es el de los ateos, que no creen en Dios. El segundo es el que forman los agnósticos. Ellos no tienen conocimiento seguro sobre la Deidad. Por un lado, ellos no se atreven a decir que no existe un Dios, pero por otro lado no están claros respecto de la existencia de Dios. La tercera categoría, a la cual pertenecemos, son los que creen en Dios.
No intentaré aquí reivindicar la existencia de Dios. En vez de eso, haré de este lugar un tribunal. Pido a usted que sea el juez y yo seré el fiscal. El trabajo de un juez es tomar decisiones, aprobar o desaprobar la verdad de las afirmaciones, en tanto que el trabajo del fiscal es el de presentar todas las evidencias y pruebas que él pueda reunir.
Antes de proseguir, tenemos que concordar con un hecho: todos los fiscales no son testigos oculares de los hechos. Ellos no son los policías. Un policía puede haber contemplado personalmente un acontecimiento, en tanto que un fiscal obtiene sus informaciones sólo indirectamente. Él pone delante del juez todas las acusaciones, evidencias y argumentos reunidos. De la misma forma, presentaré delante de usted todo lo que pude encontrar. Si me pregunta si yo vi a Dios, le diré que no. Estoy meramente leyendo o exponiendo lo que reuní. Mi servicio es investigar hechos y traer testigos. Usted llegará a una conclusión por sí mismo.
Idoneidad moral de los ateos
Muchas personas afirman que Dios no existe. Como fiscal, quiero primeramente pedirle que verifique las calificaciones de esas personas. ¿Estarán calificadas para hacer tal afirmación? ¿Serán ellas suficientemente responsables en el aspecto moral para hacer tales afirmaciones? No oiga solamente sus argumentos. Cualquier persona puede proponer una tesis y hacer de ella una causa. Incluso los ladrones y estafadores tienen sus causas. No se puede, sin embargo, creer en la integridad de ellos. El tema de sus argumentos puede ser muy noble; ellos pueden hablar de la situación de las naciones y del bienestar social, pero sus opiniones no pueden ser tomadas en serio. Ellos no son dignos de emitir tales juicios.
La credibilidad de la afirmación de un hombre solamente puede ser basada en su propio patrón de integridad. Eso es verdad especialmente en lo relacionado con la cuestión de la Deidad. Es interesante notar que los patrones morales de los hombres están directamente relacionados con sus conceptos respecto de Dios. Los que admiten su propia ignorancia, tienen un patrón razonable, mientras que los ateos invariablemente tienen un bajo patrón de responsabilidad moral. No afirmo conocer a todos los ateos, pero los pocos millares que conozco, ninguno de ellos posee una moral notablemente recomendable.
Cierta vez, en una reunión en la Universidad de Nankin, afirmé que ningún ateo es moral. Había muchos estudiantes en los campus que no creían en Dios; ellos se ofendieron mucho por esas palabras. Mientras yo hablaba, ellos golpeaban los pies en el suelo procurando distraerme a mí a mi audiencia. Al volver al día siguiente, ellos se burlaban de mí y continuaban perturbando durante toda mi exposición. En el cuarto día, el Vice-Presidente de la Universidad, el Dr. Williams, me dijo: «Es mejor cambiar el lugar de reunión. Esos alumnos están furiosos por lo que usted dijo el primer día. Hoy ellos no sólo van a usar los pies y la boca, también van a usar los puños. Les oí decir que ellos lo estarán esperando a la entrada del salón y lo atacarán».
Acepté la sugerencia y convoqué la reunión para otro lugar. En el camino hacia allá, fui con los alumnos. Por su conversación descubrí que aunque muchos habían sido incomodados por mi predicación, aún querían volver. Uno de ellos dijo: «El Sr. Nee dice que las personas que no tienen a Dios no tienen sentido de responsabilidad moral. Eso es correcto. ¿Cómo alguien con decencia moral podría golpear los pies y gesticular mientras otros están dando una conferencia? Ayer ellos causaron tal confusión en la reunión y hoy están viniendo para pelear. Eso ciertamente no es lo que haría una persona honrada. Vamos a la reunión, no importa lo que ellos intenten hacer».
Ateos por conveniencia
Una vez alguien dijo a un predicador: «Cuando joven, yo creía seriamente en Dios. Ahora estoy en la Universidad, y ya no creo más en él.». El predicador, de cincuenta años, dio un golpecito en el hombro del joven y le dijo: «¡Mi hijo, usted no cree más en Dios! Déjeme preguntarle una cosa: Desde que se convirtió en ateo, ¿el ateísmo lo ayudó a ser mejor? ¿Lo hizo más noble y más puro? ¿O le ocurrió lo opuesto?». Aquel joven se sintió avergonzado. Admitió que, desde que negara a Dios, moralmente ha ido cuesta abajo. El predicador continuó: «Siento mucho que esté diciendo que Dios no existe. Usted simplemente desearía que eso fuese verdad».
Muchas personas no están verdaderamente convencidas de que Dios no existe; a ellas simplemente les gustaría que fuese así. Ellas preferirían que no hubiese un Dios en el universo. Les sería mucho más conveniente respecto de muchas cosas.
Yo mismo era una de esas personas. Cuando era estudiante, también decía que Dios no existe. Pero, aunque era extremadamente fuerte en mi afirmación, parece que había Alguien protestando en mi interior. En el fondo de mi corazón yo sabía que Dios existe, pero mis labios rehusaban admitirlo. ¿Por qué? Yo quería tener una disculpa para pecar. Declarando la no existencia de Dios, se me hacía justificable ir a lugares pecaminosos. Así, me hice desvergonzado para pecar. Cuando cree en Dios, usted no se atreve a hacer determinadas cosas. Al poner a Dios de lado, usted se siente libre para cometer los peores pecados sin ningún temor. Si al afirmar la no existencia de Dios usted espera sinceramente elevar su patrón moral, entonces sus argumentos todavía son plausibles. Sin embargo, la única razón por la que el hombre sostiene la no existencia de Dios es poder tener una disculpa para la ilegalidad, la inmoralidad y libertinaje. Por esa razón, toda su argumentación no es digna de consideración. El asunto ahora pasa a ser: «¿Está usted calificado para afirmar que Dios no existe?». Si lo que alguien espera es meramente escapar de la justicia, ya perdió su posición.
Un día, un joven vino a mí y me dijo: «No creo en uno así llamado Dios. El hombre es mayor. Él es la más noble de las criaturas. No hay Dios más allá del hombre».
Estábamos sentados uno enfrente del otro. Después de oír lo que dijo, me levanté, fui hacia un lado de la sala, me incliné, lo miré atentamente, y le dije: «¡Usted es realmente lo máximo!». Entonces, fui para el otro lado de la sala, y lo miré desde otro ángulo. «Es verdad», dije yo deliberadamente: «¡Usted es lo máximo! En la provincia de Kiangsu hay treinta millones de personas como usted, y por lo menos otros cuarenta millones de su especie en China. Y, piense, el mundo contiene sólo dos billones de personas iguales a usted. ¿Supo usted que en los últimos días hubo una inundación en el sur? Los diques a lo largo del río estaban amenazados. Toda la población de Hsing Hwa, con más de doscientos mil habitantes, fue reclutada y conducida a toda prisa y en estado de pánico hacia los diques, cargando tierra para reforzar sus márgenes. Las obras de reparación aún están en marcha».
«Suponga ahora que el mundo sea reclutado para llenar el sol. Se hace un hoyo en su superficie y todos toman un lugar en el interior. Suponiendo que nadie se quemara, ¿usted cree que ellos conseguirán llenarlo? Aunque todas las personas entrasen por ese hoyo, ellos no lo conseguirían. Y eso no es todo. Aunque colocasen varios planetas tierra en el hoyo y agitasen el sol, usted descubriría que aquel gran globo todavía estaría vacío por dentro. Dígame ahora, ¿cuántos soles hay en el universo? ¿Usted sabe que el número de sistemas solares es de centenas de millones?».
Entonces dije al joven: «¡He aquí usted! Todavía no ha recorrido toda la tierra; sin embargo, se considera mayor que todo el universo. Déjeme preguntarle: ¿Usted sabe cuánto mide el universo? Tome, por ejemplo, la luz. Ella viaja a trescientos mil kilómetros por segundo. Intente calcular la distancia de los objetos que están a un año luz uno del otro. Hay algunas estrellas cuya luz demora tres mil años para alcanzarnos. ¡Descubra cuán lejos ellas están de nosotros! ¡Y usted piensa que es tan grande! Yo le aconsejaría, por lo tanto, a todos los ateos y pretenciosos jóvenes eruditos a admitir igualmente su incompetencia como hombres, no sólo moralmente, sino también intelectualmente».
En esa ocasión, cuando estaba en Kaifem, encontré otro de esos jóvenes ateos. Me acerqué a él y, dándole un golpecito en la espalda, le dije: «¡Hoy vi a Dios!». Él me miró con curiosidad y exigió una explicación. Respondí: «¡Usted es Dios! Si sabe que Dios no existe, entonces usted mismo debe ser Dios». Él me pidió una explicación. Yo le dije: «Ya que está convencido de que Dios no existe, usted debe haber viajado por toda la tierra. Si Dios no está en Shangai, él puede estar en Nankin. Usted debe haber estado en ambos lugares. Pero eso no es todo. Debe haber estado en Tientsin y en Pekín. Aún así usted no puede obtener esa conclusión estando simplemente en China. Usted debe haber viajado por todo el mundo. Nunca se sabe si Dios está escondido en el Polo Norte o el Polo sur, o en alguna floresta o en algún desierto. Así, usted también debe haber recorrido todas esas regiones. Y para que su conclusión sea correcta, usted debe haber viajado por el espacio, hasta la luna, el sol y las demás galaxias».
«Eso no es todo. Usted sabe que Dios no existe en Shangai hoy. Pero ¿y ayer? ¿Y el año pasado? ¿Y mil años atrás? Muy bien, usted entonces debe ser alguien eterno y que conoce todas las cosas del pasado y del futuro. Usted tiene que ser alguien que trasciende el tiempo y el espacio. Debe ser alguien omnipresente y omnipotente. ¿Quién más que usted podría ser el mismo Dios?».
Algunos inmediatamente darán un paso atrás diciendo: «No se puede jamás decir si Dios existe o no». Bien, si usted no puede arribar a una conclusión, pediré a algunos testigos que considero dignos de confianza que le presenten argumentos y le prueben la existencia de Dios.
Algunas evidencias de la existencia de Dios
Déjeme decirle nuevamente, usted es el juez y yo soy el fiscal. Ahora le presentaré algunas evidencias de la existencia de Dios. Decida por sí mismo.
Primeramente mire a la naturaleza, el mundo que está delante de sus ojos y todos los fenómenos que corresponde a él. Todos sabemos lo que es el conocimiento científico. Es la explicación racional de un fenómeno natural. Por ejemplo, observemos la baja de temperatura en una paciente. La caída de la temperatura es un fenómeno y la explicación para ella es el conocimiento científico. Cuando una manzana cae del árbol, ocurre un fenómeno. ¿Por qué la manzana no vuela en el aire? La explicación de eso constituye conocimiento. Por lo tanto, un hombre con conocimiento es un hombre que tiene explicaciones adecuadas.
El universo está constituido por un incontable número de cosas de diferentes formas, colores, configuraciones y naturalezas. La explicación para la interacción y el comportamiento de todas esas cosas es llamada conocimiento. Todos los pensadores tienen sólo dos explicaciones para el origen del universo. Usted tiene que optar por una de ellas.
La primera dice que el universo vino a la existencia a través de una evolución natural y de auto-interacción, y la segunda atribuye su origen a un Ser personal, con intelecto y propósito. Esas son las dos únicas explicaciones presentadas por todos los filósofos del mundo. No hay una tercera.
¿Llegó a existir el universo por azar o por creación?
¿De dónde vino el universo? ¿Habrá llegado a existir por casualidad? ¿O habrá sido proyectado por Alguien de quien tenemos el concepto de Dios? Usted tiene que pensar en eso y decidir al respecto. Todo lo que ocurre por azar tiene ciertas características. Sugiero que usted las relacione de manera detallada y, entonces, compare todos los fenómenos del universo con su lista. Paralelamente, haga otra lista de características que, en su opinión, serían relevantes si el universo fuese creado por un Ser inteligente. Ahora, por simple comparación de la naturaleza con sus listas, le será fácil obtener una conclusión razonable.
¿Cuáles son las características de las cosas que suceden por azar? Sabemos que primeramente ellas son desorganizadas. Ellas pueden, a lo más, estar parcialmente integradas. Nunca pueden estar totalmente organizadas. Además de eso, no hay un resultado consistente. Por ejemplo, si yo lanzo esta silla hacia el otro extremo de la sala, ella tiene la posibilidad de caer en una posición perfecta. Si hago lo mismo con una segunda silla, ella podrá caer correctamente al lado de la otra. Pero eso no sucederá con la tercera y la cuarta, y las demás. Así, el azar puede proveer sólo una organización parcial. No garantiza una integración total. Además, todas las interacciones ocasionales son inciertas y sin propósito. Ellas no tienen orden ni estructura, son indefinidas, sin forma, desordenadas y no son dirigidas a ningún propósito significativo. En resumen, podemos decir que las características de las cosas que ocurren por azar son desarmonía, irregularidad, inconsistencia e insignificancia. Vamos a escribir estas cinco características en nuestra lista.
Comparemos ahora las cosas que existen en el universo con esas cinco características. Tomemos el ser humano como ejemplo. Él es concebido en el vientre de su madre por nueves meses, es dado a luz, crece y, al fin, muere. Este ciclo es repetido por todas las personas individualmente. Se observa aquí una consistencia. No se trata de un juego de azar. Veamos ahora el sol encima de nuestra cabeza. Él no está allí sin un propósito. Al contrario, él tiene su función. Vea la luna, las estrellas y las miríadas de galaxias a través de un telescopio. Todas tienen determinados caminos y patrones. Son todas organizadas. Sus movimientos pueden ser calculados y previstos. El calendario que está en sus manos es derivado de ellas. Todo eso muestra que el universo es organizado, consistente y que tiene un propósito.
Miremos ahora el mundo microscópico. Tome una pequeña astilla de madera. Póngala en un microscopio y observe sus vetas, su estructura, todo meticulosamente regular y rítmico. Incluso una hoja de hierba o el pétalo de una flor son todas finamente confeccionadas. Nada es desorganizado o confuso. Todo es disciplinado y funcional. Todas esas cosas le testifican a usted un hecho: el universo tiene propósito y significado. ¿Podría usted decir que todo eso aconteció por casualidad? Es claro que no.
Cierta vez estaba en una aldea predicando el evangelio con un colaborador mío. En nuestro camino de vuelta, teníamos mucha sed. No había ni una casa de té ni una vertiente para conseguir agua. En verdad, esa era una región desabitada. Después de caminar un trecho, encontramos una cabaña. Rápidamente nos dirigimos hacia allá y golpeamos la puerta. Por un largo tiempo nadie respondió. Pensamos que no vivía nadie allí. Cuando abrimos la puerta y entramos, vimos que el piso estaba barrido. En uno de los cuartos había una cama con las sábanas cuidadosamente dobladas. Además de eso, había una tetera sobre la mesa y el té todavía estaba tibio dentro de ella. Yo dije: «Con seguridad debe haber alguien viviendo aquí. Todas esas cosas ordenadas sin duda indican que este lugar está ocupado por alguien. No deberíamos beber este té. Debemos salir rápidamente o alguien podrá acusarnos de ladrones.» Salimos y esperamos que el dueño volviese.
Aquí, al observar el orden de la casa, concluimos que alguien habitaba allí, aunque todavía no habíamos visto al morador. De la misma manera, aunque no podamos ver a Dios, sabemos que él está allí por causa del orden de todas las cosas en el universo. Cada fenómeno de la naturaleza es tan equilibrado, organizado, significativo y funcional, que me es imposible creer en el azar como su único origen. La Biblia dice: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios».
El universo debe haber sido creado por alguien con profunda sabiduría, vasto conocimiento y un plan detallado. Si usted no está dispuesto a aceptar el concepto de formación del universo por el azar, usted tiene que admitir que él fue creado por Dios. No puede haber una tercera explicación. La elección es suya.
El corazón desea a Dios
Un testimonio puede no ser suficiente. Invocaré otro. Antes de hacerlo, debemos prestar atención a un hecho: donde quiera que haya un deseo, debe primeramente haber un objeto de aquel deseo. Tome como ejemplo un huérfano que nunca haya visto al padre. Naturalmente él tiene deseo de un tipo de amor paterno. Pregunté a muchas personas huérfanas y todas sentían ese anhelo irreprimible. Así podemos ver que todo deseo del corazón surge de algún objeto en el mundo.
Nosotros, como seres humanos, tenemos necesidad de una identidad social. Necesitamos de compañía y mutualidad. Si usted coloca un niño en una isla desierta y lo deja crecer solo, aunque nunca haya visto un ser humano, él todavía tendrá un anhelo de compañía de seres como él. Ese anhelo o deseo es la prueba que de, en algún lugar del mundo, existe algo conocido como «hombre». Nuevamente, en una determinada edad, el hombre comienza a pensar en la posteridad; él comienza a desear hijos y nietos. Eso no es mera fantasía. El deseo brota de la existencia y de la posibilidad de descendencia.
¿Tenemos algún otro deseo además del de identidad social y auto-propagación? ¿Qué otros anhelos tenemos? Probablemente en el interior de todos hay un anhelo por Dios. Usted notará que, sean las razas altamente civilizadas en países industrializados, sean los aborígenes y caníbales en las selvas y montañas, todos tienen un anhelo en común: Dios. Esto es un hecho. No se puede contra-argumentar. Todos buscan a Dios. En todos los lugares el hombre está en busca de un Ser divino. Eso está muy claro.
Aplicando el principio que mencionamos, podemos ver que, como nuestro corazón siente una necesidad de un Dios, necesariamente debe haber un Dios en el universo. Si Dios no existiese, usted jamás tendría tal anhelo en el corazón. Todos tenemos un apetito por Dios. Es imposible vivir si hay un apetito por comida, pero no hay comida alguna. Igualmente, es imposible vivir si hay una capacidad para Dios, pero no hay ningún Dios.
Cierta vez un ateo me reprendió rudamente: «Usted dice que el hombre tiene una necesidad psicológica de Dios. Pero eso no existe y yo no creo en eso». Yo dije: «Bien, ¿usted quiere decir que nunca pensó en Dios? Incluso hasta cuando estaba hablando, usted estaba pensando en él. Eso indica que usted tiene una capacidad para Dios. No existe nadie que nunca haya pensado en Dios. Puede intentar no pensar tanto en él. Pero eso es todo lo que puede hacer. Habiendo tal pensamiento en usted, debe haber tal objeto fuera de usted.»
Una vez un joven vino a discutir conmigo respecto a Dios. Él enumeró varias razones por las cuales Dios no debería existir. Yo lo oí en silencio. Entonces le dije: «Aunque usted insista que Dios no existe y se aferre a muchos argumentos, usted ya perdió la causa». Le pasé a explicar. «Usted puede hablar cuanto quiera que Dios no existe, pero su corazón está de mi lado». Él tuvo que concordar conmigo. Aunque en la mente se pueda dar todo tipo de razones, hay una convicción en el corazón que ningún argumento puede derrotar. Una persona obstinada puede dar mil y una razones, pero usted puede tener la osadía de decirle: «Usted sabe muy bien en su corazón que Dios existe. ¿Por qué preocuparse en buscar evidencias exteriores?».
Otra vez, un misionero enviado a América del Sur vio a un hombre predicando a una multitud en un claro del bosque. El hombre, con voz fuerte y vehemente, negaba la existencia de Dios. Con entusiasmo, él dio más de diez razones, una tras otra, para probar la no existencia de Dios. Después que cesó de hablar, él preguntó: «Si hay alguien que quiera contestar, suba aquí, por favor».
Por algún tiempo hubo silencio. El misionero decidió que debía decir alguna cosa. Él subió y habló a la multitud: «Amigos, no puedo enumerar tantas razones. Sólo mencionaré hechos. Ayer, yo iba caminando por la orilla de aquel gran río que, como todos ustedes saben, es muy rápido y lleva a una cascada grande y traicionera. De pronto oí que un hombre gritaba pidiendo socorro. Él gritaba claramente: «¡Oh Dios, sálvame!». Corrí en dirección al sonido y vi un hombre en medio del río que era llevado a la cascada. Sin dudar, me tiré al río. La corriente era fuerte, y luché mucho para no ser arrastrado por ella. Después de mucho esfuerzo, conseguí traer al hombre a la orilla. ¿Saben quién era ese hombre? Déjenme presentárselo a ustedes». Al hablar estas palabras, apuntó a aquel hombre que había terminado de hacer el discurso. «Aquel que ayer invocó a Dios», continuó él, «es el mismo que hoy niega a Dios. ¡Es a eso que ustedes llaman ateo!».
Las respuestas a las oraciones
Debemos mirar, no sólo a los fenómenos objetivos, sino también a nuestra experiencia subjetiva. Sabemos que Dios responde las oraciones. Una vez hablé a alguien que resueltamente negaba la existencia de Dios: La historia de la humanidad tiene entre cinco mil y seis mil años. En ese período hubo incontables personas, en el cristianismo y fuera de él, que oraban a Dios. ¿Quién puede probar que ninguna de esas muchas oraciones fue respondida? ¿Será usted tan osado al punto de despreciar la validez de todas las respuestas a las oraciones? Déjeme testificarle que no sólo ha habido respuestas, sino que ellas han sido firmes y precisas. Puedo darle muchos casos, aunque bastaría con uno solo de ellos para probar la existencia de Dios. Personalmente tuve dos a tres mil oraciones respondidas. ¿Será concebible considerarlas meras coincidencias? Muchas personas también obtuvieron respuesta a sus oraciones, ¿Serán todas ellas coincidencias también?
Un predicador estaba viajando por el océano Atlántico cuando, repentinamente, una espesa niebla envolvió el navío. El navío no podía proseguir y tuvo que ser anclado en alta mar. Aquel hombre fue al capitán y le dijo: «Usted tiene que zarpar nuevamente; tengo el compromiso de predicar en Londres el martes». El capitán respondió: «¿Ve esa espesa niebla? Es imposible que el navío prosiga. Si usted ora para que la niebla se disipe, yo levaré las anclas». El predicador respondió: «Muy bien. ¡Puede levar las anclas! Voy a orar aquí mismo. No hay tiempo que perder». Se arrodilló, el ancla fue levada y la niebla se disipó. El navío logró llegar a tiempo. ¿Será eso coincidencia?
Fui a predicar a una aldea con algunos hermanos. Muchas personas decían: «Nuestro Dios es el más poderoso; él es llamado Tá-Uam (el Gran Rey). Una vez al año hacemos una procesión para él y, durante muchos años ha hecho un excelente tiempo ese día. Impulsado por Dios, uno de nosotros dijo: «Mañana, cuando salga la procesión, ciertamente lloverá». Al día siguiente, a partir de las nueve horas de la mañana, comenzó a llover fuertemente. La procesión fue suspendida. Después de mucha discusión fue anunciado que, como resultado de cálculos cuidadosos, descubrieron que el día fue escogido erróneamente; debería ser día 14 y no día 11. Declaramos osadamente que ciertamente llovería nuevamente el día 14. Llegó el día y llovió nuevamente. Sin elección, las personas llevaron la estatua de Tá-Uam a la procesión. Los cargadores resbalaron más de una vez y Tá-Uam cayó y se quebró en pedazos. ¿Será eso coincidencia?
Hay incontables hechos de esa misma naturaleza. Eso es sólo una pequeña parte de la experiencia cristiana. Si todas las respuestas a la oración fueran relatadas, nadie sabe cuán gran volumen exigiría. Las respuestas a las oraciones son una fuerte prueba de la existencia de Dios.
Cuando joven, yo tenía una mentalidad muy obstinada. No sólo rehusaba creer en Dios, sino que rehusaba creer incluso en los Estados Unidos. Aun después de ver el mapa de Estados Unidos, todavía no creía que existiese tal lugar. Un día, cuando mi padre compró algunas cosas de allá, fortuitamente coloqué también un pedido de un par de zapatos y un barquito de juguete. Más tarde, cuando llegó el paquete y me dio los zapatos y el barco de juguete, comencé a creer en la realidad de Estados Unidos. Años después, cuando estaba en Chicago, visité a propósito aquella tienda donde compré mi juguete. Apuntando con el dedo hacia el edificio, me dije a mí mismo que eso fue lo que me hizo creer en Estados Unidos.
No puedo darle una prueba directa de la existencia de Dios, pero puedo presentarle todos estos testimonios de respuestas a las oraciones. Usted no debería ser tan osado en hacer una negación radical de Dios y un rechazo categórico de la credibilidad de las oraciones.
Cierta vez conocí un alumno de la Universidad de Yentchin. Él me confesó: «Cuando estaba en el colegio, tanto el capellán como los profesores me enseñaron que hay un Dios y yo creí en él. Más tarde, fui a la universidad y todos dicen que Dios no existe. El mundo, dicen ellos, vino a la existencia por medio de una evolución natural y el universo fue formado al azar. Quedé confuso. Durante muchos meses ese problema me incomodó. Yo tenía que elegir una de dos alternativas. ¿Existe Dios o no? Inicialmente, ponderé la teoría de la evolución. ¿Sería concebible que varias cosas amontonadas, agitadas y mezcladas resultasen en un organismo vivo? ¿Y sería posible que todo el universo fuese formado de esa manera? No pude llegar a ninguna conclusión con ese tipo de hipótesis. Por fin, no pude dejar de arrodillarme, diciendo: «Oh Dios, no sé si tú existes. Cuando pienso en eso quedo más confuso. Revélate a mí, por favor.» Dos semanas después de esta oración, tuve claro que hay un Creador. No puedo decirle por qué tomé esa decisión; pero creo que Dios respondió mi oración.»
Este es otro caso de oración respondida. Conozco muy bien a Dios, pues he tenido mucha relación con él y muchas veces he hecho transacciones con él. Si usted ya tocó a Dios alguna vez, entenderá lo que estoy diciendo.
No podemos ser irresponsables
Ahora, ¿qué dirá usted? Después de contemplar la naturaleza y el universo, cotejar con su sentimiento interior y oír las declaraciones de tantos testimonios, ahora depende de usted decidir si Dios existe o no. Pero no debemos ser irresponsables; nuestra actitud debe ser sobria, pues en breve todos tendremos que encontrarnos con Dios. Un día todos estaremos delante de él. Todo lo que se refiere a nosotros será expuesto. En aquel día todos conocerán a Dios. Pero hoy es el tiempo para que usted se prepare.
Tomado de O sentido da Vida. Traducción desde el portugués.