En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros».

– Juan 13:35

Cuando un hombre o mujer recibe al Señor Jesús, y cree en su nombre, se vuelve un hijo de Dios, nacido de Dios (Juan 1.12-13). Todo hijo de Dios es un siervo de Jesucristo, pero aún no es un discípulo. Jesús hace esta distinción en Mateo 10.24.

El siervo está relacionado con su Señor, el discípulo con su Maestro. Todo hijo de Dios, nacido del Espíritu, es un siervo de Jesucristo, porque fue para esto que Él murió y tornó a vivir: «Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven» (Rom. 14.8-9).

Todo hijo de Dios es un siervo, pero no todo siervo es un discípulo. El siervo es llamado para ser un discípulo y, para esto, es necesario que oiga a su Maestro (Mat. 11.28-30). Para ser un siervo, solo es necesario creer; pero, para ser un discípulo, es necesario tomar la cruz; es necesario renunciar a todo cuanto tienes, hasta tu propia vida: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo… Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Luc. 14.26-33).

Entre nosotros, los creyentes, es notorio el testimonio de Jesús como siervo; por ello, Dios lo hizo Señor y Cristo (Hech. 2.36). Si esto no es realidad en nosotros, no podemos ni ser llamados cristianos. Tenemos el testimonio de siervo, pero no el de discípulo. Podemos ser llamados sus siervos, ¿pero podemos ser llamados sus discípulos? De labios, tal vez nos intitulamos sus discípulos, pero Jesús dijo que hay un testimonio en sus verdaderos discípulos: el amor de los unos para con los otros.

Tal vez, al principio, delante de esa palabra, deberíamos sentirnos avergonzados; pero Jesús nos muestra el camino, el de la cruz. Negarnos a nosotros mismos, tomar cada día nuestra cruz y seguirlo. En Lucas 9:23, Jesús nos dice que ser su discípulo no es una imposición, sino una decisión personal. Pero, para esto, es necesario tomar nuestra cruz, y renunciar a todo cuanto tenemos, aun a nuestra propia vida.

Solo cuando lo anhelemos a Él, nos neguemos a nosotros mismos y tomemos nuestra cruz, podremos amarnos los unos a los otros, y entonces podremos decir que somos verdaderamente sus discípulos. Es solo con el testimonio de discípulos que el mundo creerá que Él fue enviado. El testimonio del amor del Padre, que estaba en Cristo, esté en nosotros también: «…para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos» (Juan 17.26).

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