La revelación del misterio y la centralidad de Cristo están depositados en manos de la iglesia.
Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios».
– Daniel 2.28.
¡Gloria a Dios por esto! Tenemos un Dios que no se ha reservado lo que va a hacer, o, mejor dicho, lo que está haciendo. El Padre tuvo un misterio, algo que nació de él mismo, que agradó completamente su corazón, algo por lo cual (si se puede decir) se jugaba todo.
Quiero imaginarme la escena. Una mañana el Padre llama a su Hijo y le dice: «Hijo amado, tengo un plan y quiero compartirlo contigo», y lo cuenta al oído de Cristo. Cuando el Hijo lo oye, le responde: «Padre, es lo más glorioso que he oído, sólo a ti se te podría ocurrir algo tan magnífico». Cuando los escucha el Espíritu Santo, aplaude, diciendo: «¡Glorioso, glorioso, yo estoy plenamente de acuerdo con ustedes!». Termina la escena con el Padre diciendo: «Entonces, hagámoslo».
El misterio revelado a la iglesia
Por muchos años la iglesia ha ignorado este plan. Sí, el Padre lo ha querido compartir, no sólo con su Hijo, sino también con nosotros, pero la cristiandad ha ignorado este misterio, y ha dado importancia a cosas que son parte secundaria de este plan, pero no la esencia misma. Hemos cantado y orado, y aun predicado, que lo más importante para Dios es la salvación, la sanidad, el cielo, o peor, el infierno. Por mucho tiempo hemos pensado en el hombre – máxima expresión de la creación, ser viviente por causa del cual Dios actúa. Entonces rápidamente se cambia la gloria de lugar, como dice el apóstol Pablo: «…dando culto a las criaturas antes que al Creador» (Rom. 1:25).
Pero, volvamos al tema que nos atañe, que es un misterio. Según se nos dice, «es algo que está más allá de ser conocido por medios naturales». Ahí está el por qué el apóstol lo llama ‘el misterio’. Podemos ver en la Escritura cómo Pablo recibió este «secreto» y cómo a él se le encargó el dárnoslo a conocer por medio del espíritu de revelación. Este es «el misterio que se ha mantenido oculto desde los tiempos eternos, pero que ahora ha sido manifestado, y que por las escrituras de los profetas, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe.» (Rom 16:25-26). En otro lugar nos dice: «que por revelación me fue declarado el misterio» (Ef. 3:3) y también dice: «…y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio» (Ef. 3:9).
Este plan tan perfecto, que Dios dio a conocer por medio de los apóstoles y profetas, hasta entonces estaba reservado para la revelación por el Espíritu Santo (Ef. 3:5) a su iglesia amada, a su pueblo santo, a quienes él (el Padre) quiso dar el mismo reino, a quien Jesús llamó amigos, a quienes quería dar conocer su más íntimo plan. Estos serían la plenitud misma de este misterio, los lavados por el Cordero, a quien el Salvador arrebató por su sangre desde las mismas garras del infierno. ¡Gloria a Cristo!
Volvamos al principio de la historia, al origen de este propósito, cuando todo comenzó: el Padre levanta su mano hacedora y se inicia una sinfonía de colores y formas angélicas, serafines, querubines, arcángeles, ángeles, seres celestes, llenos de luz (de la luz de Dios). Ante tan magno Director aparecen más colores y formas, y se dejan ver planetas, estrellas, el sol, la luna, el hermoso mar, las nubes. Todos aplauden y glorifican al Creador.
En un momento, silencio, y esta mano poderosa da origen y forma al ser viviente semejante a él mismo. Estalla el cielo, prorrumpen los vítores a la sabiduría creadora. ¿Pero éste era el plan? Parte de él .Vamos, entonces, a este ‘ahora’ celestial.
El Cordero ha vencido
«Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos» (Ap. 5:1). La visión nos lleva a Dios teniendo en su mano este plan escrito, pero guardado. Nadie puede mirarlo, ni menos leerlo. ¿Quién se atrevería a quitarlo de su mano? Es por eso que nuestro hermano Juan llora mucho (versos 2-4). No, hermano, no llores, el León con actitud de Cordero ha vencido. Si ha vencido con su sumisión, con su amor por el prójimo, con hacer la voluntad del Padre en todo, sin abrir su boca, como el perfecto Cordero, como un león para defendernos, pero como Cordero dándonos ejemplo. Y cuando hubo tomado el libro, se nos revela este plan. ¿Qué fue lo que habló el Padre al oído? ¿Cuál fue el secreto? Escuchémoslo: «Hijo, llegará un día en que todo lo creado se rinda a tus pies; ángeles, seres vivientes, toda lengua, nación y pueblo, te darán la gloria por siempre».
Hermanos, Él ahora está en medio nuestro. Veamos a Jesús donde el Padre siempre lo ha tenido, en el centro de todo, por cabeza de todo, por Señor de todo. No permitamos que otra cosa tome el lugar de Cristo en nuestro culto, en nuestra comunión, en nuestra casa, matrimonio y aun en nuestra propia vida. Si de verdad él te lavó con su sangre, ahora démosle el lugar que él tiene, que nada menos que Cristo se siente en el trono de nuestra adoración, cánticos y aun la predicación. Volvamos a la centralidad de Cristo en todo lo que hagamos.
La responsabilidad de la iglesia
El escritor de Hebreos (cap. 11), nos da una lista de hombres y mujeres, que murieron y fueron atormentados por dar este testimonio; familias enteras que prefirieron perderlo todo por ganar a Cristo. Hermanos nuestros que fueron aserrados, muertos a filo de espada, errantes; que al ver y contemplar este plan, lo dieron todo, entregaron no sólo su tiempo o dinero, sino también su propia vida. Al vivir lo que vivieron traspasaron estas verdades a generaciones, pueblos, tribus, lenguas. Este plan corrió en boca de muchos, estos que nos precedieron, que trajeron la antorcha hasta llegar a nosotros. Es por eso que se nos vuelve a recordar: «Despojémonos de todo peso, y del pecado que nos estorba». (He. 12:1).
Si Dios nos dio a conocer su gran plan, si él confió también a nuestro oído su proyecto ¿por qué ponemos los ojos en otra cosa menor? Este peso puede ser lo económico, las tareas diarias de la vida que se hacen tan pesadas, nuestros planes, propios proyectos – aun en Dios; pero aún más vergonzoso, nuestros propios pecados, que al fin de cuentas son poner la mirada en nosotros.
¡Iglesia, vuelve a poner tus ojos en el Autor de la fe! ¡Iglesia, vuelve tu rostro al único plan que Dios tiene! ¡Iglesia, tú también estás incluida! Iglesia hoy, ¿qué testimonio pasarás del misterio que te fue confiado?
David Vidal