Uno de los peligros para los cristianos más avanzados es caer en la vanidad del conocimiento.
El peligro de caer en la «gnosis»
En la primera parte vimos la semejanza que presenta Laodicea con el reino de Israel (Efraín) en los días del profeta Oseas. 1 En esta segunda parte veremos otro de los síntomas de Laodicea: su propensión a caer en la “gnosis”.
En días del apóstol Juan se estaban viviendo tiempos difíciles. Muchos engañadores se habían levantado con doctrinas extrañas que no se conformaban con la sencillez del evangelio de Cristo.
En la 2ª Carta, Juan dice: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios …” (v.9). La expresión “se extravía” tiene un interesante significado en el griego. Algunas versiones la traducen como “pasa adelante” (Versión Moderna de H.B. Pratt), o “se excede” (Biblia de Jerusalén). El Nuevo Testamento Interlineal de Lacueva la traduce como “se sobrepasa”, y agrega en nota al pie de página: “Es decir, marcha alejándose hacia adelante: hacia la “gnosis”, más allá de la “fe” sencilla”.
Esto que dice el apóstol Juan, naturalmente, se refería a los “gnósticos” de sus días, quienes habían racionalizado la fe cristiana, agregándole ideas extrañas. Pero creo que su aplicación no se agota en los “gnósticos” de los tiempos de Juan. El “conocimiento” (o la ciencia) –que es lo que significa “gnosis”– era un problema entonces y lo es también hoy día. “El conocimiento envanece” había dicho ya sabiamente el apóstol Pablo (1ª Cor.8:1 b) varios años antes de que Juan escribiera su epístola, pero este es un problema que se repite.
La necesidad de crear un metalenguaje
Al leer atentamente la carta del Señor a Laodicea (Ap. 3:14-22) se puede deducir que esa iglesia alcanzó en el pasado grandes alturas en el conocimiento, a tal punto que ese conocimiento llegó a ser su riqueza.
Ahora bien, cuando se llega a tal grado de conocimiento, se hace necesario crear un lenguaje apropiado, más complejo que el normal, una especie de vocabulario técnico, que sea capaz de expresar las sutilezas de sus definiciones y descubrimientos. En tal caso, las “sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo” ya no son suficientes, es preciso crear un lenguaje extraño a las Escrituras, que sólo manejarán los “iniciados”.
Al crearse un lenguaje particular, comprensible sólo para unos pocos, se crea inmediatamente un grupo particular, distinta del resto del cuerpo de creyentes. Tal grupo se puede transformar fácilmente en una especie de “sociedad secreta”, cuya gloria es estar en posesión de esos “misterios” espirituales.
Este es uno de los problemas de Laodicea. Ella puede aborrecer la llamada “teología” tradicional, pero sin darse cuenta crea su propia “teología”, más complicada aún, sólo comprensible para los “espirituales”. Sin embargo, ni en las palabras del Señor Jesucristo ni en las de los apóstoles encontramos nada semejante. El Señor tomó como referencia en sus enseñanzas y parábolas la experiencia común de sus oyentes, y los escritores inspirados no fueron más allá de la expresiones normales del habla habitual. Laodicea crea un metalenguaje, es decir, un lenguaje de especialistas en los misterios de su doctrina, de su ‘gnosis’.
Cuerpo de doctrinas totalizante
Cuando Laodicea cae en la “gnosis” no sólo crea un lenguaje especial, sino que también crea un cuerpo globalizado de doctrinas, vasto y altamente coherente, que puede abarcar desde el Génesis al Apocalipsis. Es tal su amplitud que pareciera que nada ha quedado fuera de su comprensión. Todo el misterio de Dios, su propósito y su voluntad presente y futura están como compendiados en ese cuerpo de enseñanza. Después que se ha cerrado este cuerpo doctrinal, resulta muy difícil agregar nada a él, porque ya está todo dicho.
Sus creadores fueron estudiosos apasionados de las Escrituras, deseosos de sacar de ellas todos sus tesoros. Su riqueza llegó a ser incalculable. Sin embargo, ellos no previeron qué ocurriría con el fruto de sus esfuerzos. Ellos legaron a las generaciones futuras un cuerpo de doctrinas tan completo, que hicieron pensar a aquéllos que era innecesario buscar a Dios por sí mismos para conocer Su voluntad presente. Sólo bastaba conocer este gran cuerpo doctrinal.
No obstante, si leemos las Escrituras no hallamos que eso esté bien. En las Escrituras no vemos que los escritores inspirados intentaran reunir en un cuerpo doctrinal todo el consejo de Dios. Lo que hallamos son verdades, hermosas verdades, pero a veces muy inconexas, dichas más bien para atender necesidades puntuales de las iglesias. En las Escrituras nada es tan coherente, nada está tan armado. Dios no nos dio un cuerpo estructurado de doctrinas, sino principios, indicios, claves, metáforas que el Espíritu Santo va aplicando a las necesidades de cada generación, para el cumplimiento del eterno propósito de Dios.
Un cuerpo cerrado de doctrinas no admite muchas lecturas diferentes. Tiene una sola dirección – la de su creador. La Palabra de Dios, en cambio, es variada, amplia, rica en significados y en aplicaciones. Ella ofrece su riqueza a todos los que en cada época y lugar, con corazón humilde y sincero, se allegan a Dios para conocer el deseo de su corazón.
Menosprecio de los demás hijos de Dios
Consecuentemente, Laodicea no admite que ningún cristiano no iniciado en su ‘gnosis’ pueda ser usado por Dios para agregar algo a lo que ellos suponen es la revelación final de Dios. El conocimiento de un cristiano no iniciado resulta pálido, y su luz, oscura al lado del esplendor de aquellos maestros del pasado. ¿Cómo podría un cristiano cualquiera entender su intrincada teología? ¿Cómo podría navegar por los sinuosos canales de sus muchas revelaciones? ¿Y luego, cómo podría ser oído si no maneja esos conceptos y ese lenguaje?
La desgracia de Laodicea está en la autocom-placencia de sí misma y en el menosprecio de los demás hijos de Dios. Ella dice: “De ninguna cosa tengo necesidad”. Ella parece también decir: “Ninguno conoce los misterios de Dios como nosotros. ¿Quién sino nosotros podemos explicar los arcanos de Dios?”.
Watchman Nee cuenta haber conocido en Inglaterra a unos hermanos que decían: “¿Hay acaso algo en la esfera de la revelación espiritual que nosotros no conocemos? Leer lo que otros cristianos han escrito es perder el tiempo. ¿Qué pueden enseñarnos ellos que no sepamos nosotros?” 2 . Esto es el problema de Laodicea. Esto es menospreciar a los demás hijos de Dios.
Cuando se pesa a los demás hijos de Dios por el conocimiento que ellos manejan, se está utilizando un criterio equivocado. Lo único que da valor trascendente a una persona es su condición de hijo de Dios. Dios le ha recibido, y todos los demás hijos de Dios deben recibirlo. El cristiano más débil e ignorante es tan hijo de Dios como el más fuerte y sabio. Y la sabiduría del sabio consiste en no menospreciar al ignorante. La sabiduría de Dios dice: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1ª Cor.8:1 b).
El desprecio por los demás hijos de Dios puede convertir finalmente a Laodicea en una secta. Si sus riquezas espirituales no son puestas al alcance de todos los hijos de Dios entonces están destinadas a morir en la esterilidad.
La vanidad de hallarse hermosa
El pasaje de Ezequiel 26 al 28:19 es una profecía dirigida a la ciudad de Tiro, una ciudad cuyo esplendor en días del profeta Ezequiel casi no tiene comparación en las Escrituras, excepto tal vez la Jerusalén de Salomón. Su comercio y su riqueza eran tales, que el Señor le dice: “Llegaste a ser opulenta, te multiplicaste en gran manera en medio de los mares” (27:25). Por eso ella decía de sí misma: “Yo soy de perfecta hermosura” (27:3). El mismo Señor reconoce que su príncipe era más sabio que Daniel (28:3). ¡Tal era la gloria de Tiro!
Pero su gloria fue la causa de su estrepitosa caída. El Señor le dice: “Se enalteció su corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra …” (28:17).
Este pasaje referido al príncipe de Tiro (lo mismo que el de Isaías 14) se aplica normalmente a Lucifer. Es perfectamente aplicable al ángel caído. Pero puede aplicarse a todo corazón vanidoso por su hermosura y también a la iglesia de Laodicea.
En efecto, la profecía del Señor a Tiro es aplicable a todos aquellos cuya riqueza y sabiduría le juegan una mala pasada, llenando su corazón de vanidad. Esto provocó la caída de Lucifer, y provoca la caída de todos quienes siguen sus pasos. En otro lugar dicen las Escrituras: “Por cuanto convirtieron la gloria de su ornamento en soberbia, e hicieron de ello las imágenes de sus abominables ídolos, por eso se lo convertí en cosa repugnante” (Ez.7:20).
El síndrome de Laodicea
El afán de Laodicea por la ‘gnosis’ es uno de los síntomas que conforman, junto a muchos otros, todo un síndrome. Los que lo padecen suelen no estar conscientes de ello, como tampoco suelen estar conscientes de su enfermedad los que padecen algún grave mal. Para conocerlo, es preciso que algún sabio especialista observe con ojo experimentado y realice los exámenes de rigor.
Amados hijos de Dios, especialmente los que conocen algunos misterios de Dios, dejemos que nuestro Doctor nos atraviese con su mirada penetrante, que nos descubra en nuestra necedad, para escapar de esta grave afección. Oremos con David la oración que más necesitamos hacer cada día, para que nuestro corazón no se infatúe:
“¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” (Salmo 19:12-14).
1 “Aguas Vivas” Nº 4, julio-agosto 2000, pp. 11-12. 2 “La vida de Nee To-Sheng”, por A.I. Kinnear, Portavoz, p.112.