Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.
Éxodo 12
Hay razones por las cuales puede parecer que a este capítulo le falta la profundidad y la fascinación de algunos otros capítulos del libro de Éxodo; pero como hecho positivo, éste es de importancia fundamental, ya que toda la historia del pueblo hebreo está asociada a él. Aquí encontramos un relato de la institución de la Pascua, la ceremonia religiosa anual que ha ocupado el centro en la vida y en la historia del pueblo hebreo. Señala la ocasión, describe el ritual y declara el propósito de esa fiesta.
El año en que la fiesta fue instituida fue el 2513 desde la creación del hombre. Este cálculo va de acuerdo con la cronología de la Biblia, ateniéndose a las afirmaciones de ésta en lo que se refiere a las generaciones de los hombres.
Hurgando en la historia
Es necesaria una breve ojeada a la historia, a fin de comprender mejor este capítulo. Abraham había entrado en la tierra cuatrocientos años antes del éxodo. Es bueno recordar de cuando en cuando la aparente lentitud del procedimiento divino, porque con frecuencia nos vemos en peligro de volvernos impacientes respecto de las actividades de Dios.
De acuerdo con nuestros calendarios, éstas llevan un ritmo en apariencia lento; no obstante, recordemos muy en serio que la aparente lentitud de Dios se debe siempre a la lentitud real del hombre para responder y cooperar con el programa divino.
De paso, diremos que esto ha sucedido con respecto al gran acontecimiento de la segunda venida de Cristo. Mientras muchos se atarean demasiado discutiendo si él está cerca o lejos, haríamos bien en recordar que hay buenas razones para creer que ya la segunda venida hubiera tenido lugar, si la iglesia de Dios hubiera sido fiel a su llamamiento y misión.
Volvamos al asunto que estamos tratando. Cerca de cinco siglos antes del éxodo, el hombre escogido por Dios había sido llamado a ser el creador de una gran nación, para bendición de todas las naciones. El largo retraso se debió a la lentitud del hombre. Es innecesario entrar en los detalles de este periodo, pues todos están familiarizados con ellos. Pero bástenos recordar que a causa de haberse desviado del sendero de la fe, el pueblo que había surgido de los lomos de Abraham había sido llevado a Egipto y segregado en Gosén, al menos por doscientos cincuenta años.
Su permanencia allí se debió a su desvío, pero en la economía divina constituyó un método por medio del cual fue segregado de toda posibilidad de contaminación con las naciones circunvecinas. De esta manera, a través de los fuegos extraños de la disciplina, aquel pueblo había sido preparado para lo que estaba ahora por seguir.
Había llegado el tiempo en que era necesario que este pueblo tuviera una constitución y una conciencia nacionales. Había vivido en una prolongada esclavitud que, al correr de los años, se había convertido en abyecta y cruel. Por medio de ese bautismo de largo y continuo sufrimiento, la fibra del pueblo se había endurecido y aun cuando había caído en una condición desesperada, fue precisamente este sentido de propia insuficiencia lo que preparó el camino para la acción de Dios.
La hora de Dios
Dios nunca hace surgir el nuevo día demasiado pronto, pero tampoco demasiado tarde. La intervención de Dios en la historia humana siempre tiene lugar en la hora precisa, bien sea valiéndose de almas fieles, de aquellos a quienes él ciñe o aun de aquellos que no le han conocido, en toda la historia subsecuente.
Es imposible, entonces, leer un capítulo como éste, que guarda relación con la historia que le precede y con la que le sigue, sin darse cuenta de la gran importancia que deben tener los hechos que allí se registran.
El capítulo comienza con las palabras: «Y habló Jehová a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto, diciendo…». Esta frase nos llama la atención a que lo que sigue es un registro de las palabras de la autoridad divina. Jehová habló ahora al pueblo sobre el cual había estado vigilante siempre, no desviándose nunca de Su propósito, siempre inspirado en amor, a pesar de que el sufrimiento había sido necesario.
Dios hablaba a su pueblo a través de un caudillo a quien había elegido en medio de su amarga esclavitud. Todo el relato está lleno de asombrosa belleza, y nos revela cómo Dios obra por medio de métodos muy sencillos, que de momento pueden parecer sin importancia. Un pequeñito lloró a la vista de una mujer, y como resultado de aquel llanto fue llevado a la corte de Faraón y educado «en toda la ciencia de los egipcios», según lo describe un escritor del Nuevo Testamento. Después de cuarenta años pasó de la corte a la soledad grandiosa del desierto, y ello por medio de un acto de su parte que estuvo caracterizado por fervor sin sabiduría.
Aquí de nuevo Dios estaba dejándose ver, gobernando y empujando hacia adelante. Después del segundo periodo de cuarenta años en su vida, comenzó su tarea verdadera dentro del propósito de Dios.
Un cambio en el tiempo
Las primeras palabras que Dios dirigió a Moisés fueron una orden, por el cual el calendario fue cambiado. «Este mes os será principio de los meses; será éste para vosotros el primero en los meses del año».
El mes en que estas palabras fueron pronunciadas fue el mes de Abib, el mes de la primavera. Antes de esto, el año comenzaba en Tishri, el mes de la cosecha. De aquí en adelante, el ciclo del año para este pueblo iba a comenzar con el secreto de su vida nacional que ahora estaba contemplando, secreto que consistía en la acción de Dios por medio de la cual lo libertaba de la esclavitud y lo apartaba como pueblo escogido para sí.
Ya hemos dicho que Israel había sido separado de otras naciones por circunstancias raciales y geográficas; pero ahora, en un sentido nuevo, iba a ser una nación verdadera, no como las demás, sino escogida; una nación con un Rey, Jehová mismo, es decir, una teocracia.
La Pascua
Tenemos en seguida la relación de dos fiestas entrelazadas: la primera era la fiesta de la Pascua, y la segunda la de los panes sin levadura, que siempre se observaban juntas. La Pascua llegó a ser para el pueblo hebreo la fiesta religiosa más grande y más importante del año. Queda la impresión de que el día de la expiación era el más grande, pero desde el punto de vista de la existencia nacional, la Pascua fue la fiesta suprema. Es interesante observar, de paso, que la Biblia contiene diez relatos de la observancia de la Pascua.
En primer lugar, consideremos esta fiesta tal como se celebró la primera ocasión, con un ceremonial sencillo. El cordero seleccionado debía ser perfecto, sin mancha. Debía ser degollado; y seleccionado el décimo día del mes y sacrificado el décimo cuarto. La sangre del cordero debía rociarse en el dintel y sobre los postes de las casas, pero nunca en el umbral. Nadie se atrevería a hollar esa sangre.
Una vez rociada la sangre, el cordero constituía el alimento y se comía dentro de la casa, a puerta cerrada. Todo esto debía ser juntamente considerado como simbólico. De paso diremos que es interesante recordar que esta es la única fiesta religiosa del pueblo hebreo que se celebraba durante la noche.
Significado de la Pascua
Podemos preguntar ahora lo que aquella ceremonia significó en ese momento para aquel pueblo. El juicio de Jehová se había extendido sobre la tierra. Después de haber tenido gran paciencia con Faraón, cuyo corazón Dios había «endurecido» durante el curso de los acontecimientos; esto es, lo había conservado con firmeza de carácter, capacitándolo para obrar por sí mismo, durante lo cual Faraón había endurecido su corazón contra los mandamientos de Dios. Jehová ratificó su acción, endureciéndole el corazón.
Éste es siempre el método de Dios. Él es paciente, él aguarda, él suplica, él sigue; pero si el hombre persiste en endurecer su corazón, llega el momento cuando Dios ratifica tal actitud. Se le había dado la última oportunidad; pero ahora, por causa de su persistente rebelión, los juicios de Dios se extendían sobre la tierra. En el interior de las casas de los hebreos, que habían rociado con sangre el dintel y los postes, las familias celebraban la Pascua en estrecha camaradería; afuera, el ángel de la muerte esparcía desolación, pero nunca traspasó una casa donde la sangre había sido rociada.
Si nos fijamos en los grupos reunidos dentro de los hogares, notaremos que todos se encuentran en actitud de peregrinos; sus lomos ceñidos, el cayado en las manos y las sandalias en los pies; todos listos para la marcha. Comieron la Pascua de prisa, aunque con la conciencia de una perfecta seguridad creada en ellos por el hecho de que habían sido obedientes al mandamiento divino.
Es imposible decir hasta dónde comprendió aquel pueblo el significado fundamental de lo que estaba aconteciendo. Es muy probable que no lo entendiera, pero estaba obrando por fe. Recordando aquella escena, nos damos cuenta de todo el simbolismo que encerraba. Los juicios de Dios estaban en acción, pero de acuerdo con el arreglo divino, se proveía de seguridad a los hombres por medio del sacrificio.
No tenemos ninguna constancia de un caso semejante, que nos dé base para suponer que haya habido un hebreo que dijera: «Todo esto es algo que no tiene fundamento racional. Nada va a acontecer; no tenemos necesidad de obedecer esta orden». Solo vamos a suponerlo por vía de argumentación. Si tal hubiera sido el caso, con toda seguridad el ángel de la muerte hubiera entrado en la casa de un hebreo, como entró en el palacio de Faraón.
Tal era entonces el valor espiritual o el significado del rito. Hablaba de protección por medio del sacrificio, y constituyó un gran anuncio, un surgimiento esplendoroso de principios por la simple observancia de un ritual.
Los panes sin levadura
En íntima relación con la fiesta de la Pascua estaba la fiesta de los panes sin levadura. En esta fiesta no se comía levadura en ninguna forma. Este es el primer lugar en la Biblia donde se hace mención de la levadura. La palabra hebrea que se usa aquí para levadura significa exactamente lo que la palabra fermento significa entre nosotros. La fermentación ha sido definida no por un teólogo, sino por un hombre de ciencia, como una descomposición química.
La levadura es siempre un elemento de destrucción. En el Nuevo Testamento, ella conserva su mismo significado. La palabra griega tiene exactamente la misma idea que la palabra hebrea, y se refiere a aquello que desintegra, separa y destruye.
Si el simbolismo del cordero degollado y de la sangre rociada hablaba de seguridad por medio del sacrificio, cuando el juicio de Dios se extendía sobre la tierra y se había de participar de la Pascua en actitud de peregrinos listos para la marcha, listos para el siguiente paso, bajo la protección de aquel sacrificio redentor; se insistía en que el pan que se comiera había de ser sin levadura, simbolizando así el hecho de que no debe permitirse nada que pueda desintegrar y romper la unidad del propósito divino, ni en la vida individual, ni en medio del pueblo que, en la economía de Dios, se iba a constituir en una nación.
En aquella noche, pues, que mucho debía ser recordada, en aquella noche extraña, fueron establecidas fiestas simbólicas y sugestivas para la nación que iba a surgir. La vida nacional estaba basada en un acto divino que había redimido al pueblo de la esclavitud, que lo había puesto bajo la autoridad de Dios en una forma nueva y más íntima, y que le recordaba que no debería permitir la existencia de nada que pudiese estorbar el propósito divino.
El propósito de las fiestas
Al leer esta historia, me parece de suma importancia que nos fijemos en algo que estamos en peligro de pasar por alto; me refiero a la razón por la cual tales fiestas fueron establecidas, razón que se expresa claramente en las palabras: «Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas» (Éx. 12:26-27).
Esta es la afirmación a la cual me he referido como la que puede tomarse muy a la ligera. La declaración es que cuando Dios estableció esta fiesta ritual, lo hizo teniendo en cuenta los intereses de los hijos. Él estaba haciendo arreglos para las generaciones del porvenir.
La acción de Dios se basaba en la filosofía de que nosotros somos demasiados lentos aún para comprender, y que la esperanza del futuro está en los niños; que si éstos son bien educados y bien informados, está asegurado el camino de Dios en la historia humana.
Otra ilustración de esto mismo ocurrió más tarde en la historia del pueblo. Cuando, después de un periodo de peregrinación por el desierto, entraron en la tierra prometida y cruzaron el Jordán, Dios ordenó a los sacerdotes que sacaran doce piedras del lecho del río, y que construyeran un altar al otro lado, con el objeto de que cuando los niños preguntaran qué era aquello, se les explicara.
Dios está poniendo constantemente frente a la mirada de los niños cosas que los incitan a hacer preguntas, y no hay tarea más importante que la de contestarlas, interpretando así al niño, el gobierno y el método de Dios.
Viene después la historia del Éxodo, que es tan familiar, que no necesitamos detenernos en ella. El juicio de Dios cayó sobre Egipto, y entonces se escuchó el extraño clamor, lleno de remordimiento, del Faraón, que saliera el pueblo.
El éxodo
El pueblo salió y comenzó la vida nacional. Pasaron de la esclavitud a la libertad, de la brutal opresión a la vida bajo una autoridad benévola; de la degradación, que es consecuencia de la esclavitud, al ennoblecimiento, que asegura la vida bajo un verdadero gobierno.
La libertad no significa libertinaje. Nunca quiere decir que cada hombre ha de seguir su propio camino, porque esto es el caos, la anarquía y el infierno. La libertad es la vida bajo la ley, que la acondiciona de una manera perfecta.
El capítulo nos dice que cuando ellos emprendieron la marcha, iba con ellos una multitud mezclada. Siempre hay algo de flaqueza en la marcha de los hombres, aun cuando vayan obedeciendo al mandato de Dios. Esa multitud no era de su carne, ni de su raza. No formaba parte de los escogidos de Dios, y causó dificultades después. En Números 11:4, encontramos una referencia a dicha multitud, y la última alusión a ella la hallamos, muy avanzada ya en la historia del pueblo judío, en Nehemías 13:3.
La multitud mezclada ha sido siempre una amenaza en la marcha de Dios y en la del pueblo de Dios. Así es hasta el día de hoy. Las iglesias organizadas de nuestro tiempo están invadidas por una multitud mezclada, y ésta, eternamente, obstruye el progreso del pueblo de Dios.
Así contemplamos el Éxodo. No han recibido todavía su constitución en detalle; ésta les sería dada por Dios a través de Moisés. Aquí solamente los contemplamos sobre la marcha. Los siglos precedentes se han encargado de probar que esta hora fue importante en la historia humana.
En relación con esto, el ritual de la Pascua fue descrito como una ordenanza, como una fiesta y como un sacrificio. Es una ordenanza, o lo que es lo mismo, un arreglo autorizado; es una fiesta, es decir, una ocasión de regocijo por la libertad; es un sacrificio, esto es, el reconocimiento del hecho de que su vida nacional no se debió a su propia iniciativa, ingenio, sabiduría o habilidad, sino a un acto de Dios, por medio del cual él nos atrajo hacia sí.
En el Nuevo Pacto
El Nuevo Testamento se refiere a ambas fiestas como simbólicas de toda la economía cristiana. Pablo, escribiendo a los corintios, dice: «Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros» (1a Cor. 5:7).
De esta manera se refiere a la fiesta del pan sin levadura y de la Pascua, mostrando cómo los propósitos divinos, simbólicamente sugeridos al pueblo hebreo, han sido cumplidos y están siendo llevados adelante por medio de Cristo y su iglesia.
Condensado de
«Grandes Capítulos de la Biblia», Tomo I.