Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y los setenta ancianos de Israel subieron y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había algo parecido a un pavimento de zafiro, claro como el mismo cielo. Pero Dios no levantó su mano contra estos jefes de los israelitas; ellos vieron a Dios, y comieron y bebieron”.
– Éxodo 24:9-11.
En medio de las presiones de la vida diaria, confía en el Espíritu Santo, que es el Divino Recordador, para que te traiga todas las cosas a la memoria y te haga volver a la conciencia de Dios: no hay deber en la vida, por trivial y común que sea, que no pueda ser dignificado rindiéndoselo a Dios, como nuestro deber y servicio ineludible.
Este es, en verdad, el secreto de elevar toda la vida a una noble y feliz elevación. Hacerlo todo por el Señor Jesús; verle a él detrás de cada relación humana; hacer las cosas más insignificantes y fastidiosas porque él las toma como un servicio prestado a Sí mismo, por el cual dará una recompensa – esto es vida cristiana, esto hace real la presencia de Dios, esto dignifica cada pequeño servicio.
Igualmente en nuestras horas de recreo podemos poner al Señor siempre delante de nosotros. Se dice de los ancianos de Israel que ellos vieron a Jehová, y había debajo de sus pies como el enlosado de una piedra de zafiro; vieron a Dios, y comieron y bebieron. ¡Cuántos comen y beben sin contemplar a Dios! ¡Cuántos cuya conciencia está intranquila pueden contemplar a Dios sin atreverse a comer ni a beber!
Los más felices son aquellos que están tan tranquilos en Él que no dudan en realizar las funciones naturales de la vida con perfecta facilidad, reconociendo todo el tiempo que Él está tan cercano. El sentido de la presencia de Dios frenaría la inmodestia, la frivolidad, el exceso en el comer o beber, mientras que daría un nuevo valor a todo lo que es natural e inocente.
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