El Señor busca realidad y condena toda apariencia en sus seguidores; se buscará a sí mismo y a la vez juzgará todo cuanto no sea Suyo en los suyos. Esta verdad recorrerá toda la historia de la iglesia.
Nuestro Señor Jesucristo, en aquella larga noche que podríamos llamar ‘de despedida’, cuando lavó los pies de sus discípulos y cenó con ellos, procuró atraer la atención hacia Su persona, en especial cuando ellos interrogaron al Maestro.
Los discípulos preguntan
Pedro hace una pregunta emocional (Juan 13:37). En Juan capítulo 14, Tomás, Felipe y Judas (no el Iscariote) hacen preguntas más racionales, que revelan su precaria comprensión acerca de la maravillosa Persona que tenían enfrente.
Tomás hace una pregunta objetiva: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» (14:5). Felipe libera un deseo que le quema: «Señor, muéstranos el Padre, y nos basta», como si confesara: «No logramos comprender tus palabras, pero si llegamos a ver a Dios, eso nos bastaría». Y Judas dice: «¿Cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?» (14:22).
El Señor responde con serenidad, y de seguro sus respuestas dejaron aún más perplejos a los ya desconcertados discípulos: «Yo soy el camino…el que me ha visto a mí, ha visto al Padre…vendremos a él y haremos morada con él».
Cada respuesta apuntaba a un solo objetivo: que le conocieran él como el centro de los planes divinos; que, sin él, jamás conocerían al Dios vivo y verdadero y que solo a través de Su persona ellos (y nosotros) podríamos agradar a Dios. O sea, el maestro dirigió sus pensamientos hacia sí mismo, a la bendita realidad de su persona.
Los discípulos estaban frente a una realidad desconocida. ¿Cómo era posible que el camino, la verdad y la vida fuese una persona y no una forma de doctrina o práctica religiosa? Tenían frente a ellos a un hombre de carne y hueso que afirmaba tener morando dentro de sí al Padre, o sea al mismísimo Dios eterno. Más aun, oyeron la promesa de que serían ellos mismos «habitados» por el Padre y el Hijo – «vendremos…y moraremos con él» dice el Maestro.
El mensaje es tan firme que lo repite una y otra vez. «Separados de mí, nada podéis hacer (15:5)… Permaneced en mí… Cuando venga el Consolador, él dará testimonio de mí». Finalmente, en su oración sacerdotal, el Señor reitera: «Yo en ellos y tú en mí…» (Juan 17: 23), confirmando que, sin él, ningún propósito sería posible.
Entonces, no es extraño el título del presente mensaje. El Señor buscará esta misma realidad en sus seguidores; se buscará a sí mismo y a la vez juzgará todo cuanto no sea Suyo en los suyos. Esta verdad recorrerá toda la historia de la iglesia hasta nuestros días, y más aún, cuando solemnemente todos debamos comparecer ante Su tribunal (2ª Cor. 5:10).
Cristo, ¿es hallado?
Hoy, el Señor se busca a sí mismo en nosotros. Si no se encuentra, es porque de alguna manera hemos equivocado el camino. ¿El resto de los hombres encuentran en nosotros a Cristo o solo tocan nuestras formas y costumbres religiosas?
El apóstol Pablo, comprendiendo muy bien esta verdad, confronta firmemente a los gálatas: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea (plenamente) formado en vosotros» (Gál. 4:19). Si esto no se cumple en cada uno de nosotros, si tan solo guardamos una serie de mandatos externos, si nos imponen o nos auto imponemos una forma de vida piadosa y novedosas prácticas de religión externas, nada hemos logrado. Si Cristo no es hallado en nosotros, solo somos religión.
La medida del Señor no puede ser rebajada a consideraciones humanas. Él no se impresiona con los buenos planes y propósitos nacidos en la mente del hombre. Muchas corrientes y prácticas religiosas ocupan hoy la atención, y distraen a mucho pueblo del Señor. Pero a Él solo le importa una cosa: cuánto de Su persona puede ser hallado en nosotros.
Buscándose en su iglesia
Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre» (Apoc. 1:11-13).
El Señor está en medio de los siete candeleros, en medio de las siete iglesias. Cuando le habla a la iglesia en Éfeso, le dice que él es quien tiene las siete estrellas en su diestra. Él tiene en su mano las siete iglesias, y él anda en medio de los siete candeleros de oro. ¿Por qué él anda? ¿Qué está buscando el Señor en medio de este andar entre los candeleros?
Un candelero es una lámpara, y una lámpara que no alumbra, no sirve para nada. Las lámparas existen para dar luz. «Yo soy la luz del mundo» dijo el Señor. Y, si las lámparas van a alumbrar, cada candelero tiene que tener Su luz. Cuando busca que las lámparas brillen, él está buscando su propia luz.
El Señor se busca a sí mismo; él está buscando algo suyo, porque él ha venido a habitar en nuestros corazones. ¿Cuánto de él se está expresando a través de nosotros? Eso es lo que él busca en las siete iglesias.
Éfeso, amor
La primera iglesia es Éfeso. En su conjunto, doctrinalmente y en cuanto a su obra, ella está correcta. No hay problema en cuanto a su trabajo. Pero él le dice: «Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor».
Lo que el Señor busca en esta iglesia es Su amor expresado allí. No el concepto del primer amor de alguien recién convertido y lleno de entusiasmo, sino que Él mismo ocupe la primacía del amor.
Este es el patrón de medida de la iglesia; así quiere verla el Señor. Él dice: «No me importa tanto lo que hagas; está bien lo que haces, pero yo busco un servicio por amor. Si esto no se cumple, el candelero deja de ser, y lo quitaré de su lugar». Pasaron los años, y el testimonio de Éfeso desapareció. El Señor se buscó a sí mismo, expresado en amor, y no se halló en ella.
Alguien dijo que hay dos epístolas a los Efesios; este mensaje a Éfeso en Apocalipsis podría considerarse la segunda carta a los Efesios. Entre una carta y otra han transcurrido unos treinta años, aproximadamente. A medida que los años van pasando, corremos el riesgo de hacer las cosas mecánicamente, podemos acostumbramos al lenguaje y a las actividades que consideramos ‘normales’ en nuestra vida de iglesia. Que el Señor nos socorra, para no caer en una miserable rutina.
Cuando alguien ama a una persona, es espontáneo con ella. Nosotros amamos al Señor y queremos expresarnos con libertad delante de él. Que él, cuando venga y examine a su iglesia, se encuentre ocupando el primer lugar en nuestros afectos.
Esmirna, fidelidad
La carta a Esmirna es muy breve. La iglesia está sufriendo. El Señor le dice que él es el primero y el último, aquel que estuvo muerto y vivió, y dice que conoce sus obras y su tribulación y su pobreza, pero la alienta. «Conozco tu pobreza (pero tú eres rico)».
¿Estamos conscientes de esa riqueza? Sí, es verdad, a veces tenemos muchas dificultades, pero sabemos que le tenemos a él. Qué bueno es tener conciencia de esta riqueza. Hay tribulación en la iglesia, y el Señor le dice estas palabras: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida». ¡Precioso aliento de parte del Señor! Recordemos que siempre ha habido persecución y dolor para alguna parte del cuerpo de Cristo. En muchos lugares del mundo, hoy mismo, hay mártires sufriendo por amor al Señor. (No olvidemos orar por ellos).
¿Está sufriendo usted? Seamos fieles hasta la muerte. El Señor es el fiel y verdadero. Él fue fiel hasta la muerte, y cuando él busca fidelidad, se busca a sí mismo. La fidelidad es una característica del Señor Jesucristo mismo, y él recompensará aquella fidelidad en sus santos.
Pérgamo, santidad
Pérgamo significa casamiento. A pesar de que el Señor celebra algunas cosas allí, que los hermanos retienen el nombre del Señor y no niegan la fe; sin embargo, toleraron doctrinas extrañas, entró el pecado de idolatría y el mundo se introdujo en la iglesia. Pérgamo es una mezcla, un compromiso con el mundo. Entonces, lo que el Señor busca en esta iglesia es santidad, separación.
Hermanos, que el Señor, al examinarnos, no nos halle mundanalizados. Que no nos vea él que usamos principios mundanos, sean de gobierno, de administración o de inspiración. Y menos aún, que no encuentre pecado entre nosotros. En el gobierno de la iglesia, las tinieblas siempre deben ser severamente reprendidas.
Debemos afirmarnos siempre en lo que a Él le agrada. Y en medio de la casa del Señor, siempre tenemos que echar fuera todo lo que es tenebroso. Amamos al Señor, pero aborrecemos las tinieblas.
La santidad es lo que Pérgamo perdió, y es lo que nosotros nunca debemos perder. No es fácil en estos días, pues las tentaciones son muy grandes. Hay tinieblas que el hombre no ve, y nosotros, como iglesia, podríamos decir que está todo bien, pero lo que importa es lo que el Señor está viendo. Sus ojos son como llama de fuego; él nos conoce íntimamente.
El Señor, el fundamento de la iglesia, es santo; el que la habita, la sostiene y la anhela, es santo. En Pérgamo, una vez más, él se busca a sí mismo, y al no hallar Su santidad en ella, la iglesia recibe severa reprensión. El Señor reprueba todo aquello que no es suyo y que ha venido a contaminar su casa.
Tiatira, sumisión
Tiatira tiene obras y también paciencia. Sin embargo, hay otras voces allí: la voz de Jezabel se sobrepone a la voz del Señor. Ella habla, tiene opinión propia. Pero, hermanos, la Amada del Señor, tiene que permanecer sumisa a su Novio celestial; como cuerpo, debe permanecer sumisa a su Cabeza.
A la iglesia no le es dado asumir una posición en materia social o de política contingente. Ella solo puede decir: ‘Esto es lo que Dios piensa, esto es lo que el Señor dice’.
Nosotros somos portavoces del Señor, somos mensajeros de Cristo. Un mensajero no tiene opinión propia; él simplemente entrega el mensaje que se le encomendó. Y nosotros tenemos un mensaje para el mundo: «Arrepiéntanse y vuélvanse», porque el Señor ya ha pasado por alto los tiempos de la ignorancia, y hoy día manda a todos los hombres que se arrepientan. Tiene que arrepentirse el pobre y el rico, el joven y el anciano; tiene que arrepentirse el malo y también el que se cree bueno, porque sin Cristo no hay salvación.
La iglesia debe estar sometida al Señor. Tiatira perdió eso. El que tiene ojos como llama de fuego vino a examinarla y encontró una falla en este aspecto de su persona: la sumisión. «De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre… No puedo yo hacer nada por mí mismo… porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Juan 5:19, 30). El Señor no espera que la iglesia sea sumisa en base a sus propias capacidades. La naturaleza humana es rebelde y obstinada, pero, si algo hemos de aprender de él es esta hermosa y delicada característica de nuestro amado Señor.
Cuando él busca sumisión en Tiatira, busca lo que él mismo es, algo propio de sí mismo, que los suyos deben aprender y expresar hacia el mundo.
Sardis, vida
En Éfeso, el Señor buscó amor, y no lo encontró; en Pérgamo, buscó santidad, y no la encontró; en Tiatira, busca sumisión, y no la encuentra. Y, ¿qué es lo que no halló él en Sardis? «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios». La característica que más resalta de esta iglesia es que tiene nombre de que vive, pero está muerta. La muerte le está ganando a Sardis; el Señor esperaba encontrar vida, y no la halló.
Damos gracias al Señor, porque cada vez que nosotros nos inquietamos por las formas, por la rutina, es una señal de que hay vida entre nosotros. Cuando alguna estructura, forma o rutina nos empiece a molestar, destruyámosla sin temor. Hermanos, las formas son solo eso – formas. Que el Señor nos libre de aferrarnos a ellas; busquemos, en cambio, expresar su vida siempre.
¡Oh, hermanos, que el Señor socorra a la iglesia, porque lo que importa es que él es el Camino, la Verdad y la Vida; él es la Resurrección y la Vida! Cuando él examina a su iglesia, quiere encontrar su vida en la iglesia. Si la vida de Cristo se manifiesta, los hombres tendrán solo dos opciones: o se someten y reconocen al Señor, o nos aborrecerán. Y si se burlan, a Dios darán cuenta, y nosotros estaremos tranquilos sirviendo al Señor.
Nosotros nos reunimos siempre para exaltar el glorioso nombre del Señor. El Señor nos libre de formas raras, de cosas extravagantes, que no tienen sentido. Que se note la vida poderosa del Señor Jesucristo sin agregados extraños. Somos del Señor, lo amamos a él, y lo único que tiene verdadero valor es Cristo mismo. El Señor nos libre de tener apariencias. Él viene y quiere encontrar la vida suya. Que nunca nos acontezca que tengamos nombre de que vivimos, pero que de verdad estamos muertos.
¿Cuánto de la vida de Cristo hay en la iglesia? Eso es lo que el Señor busca – vida. Cuando hay vida, hay salud; cuando hay vida, hay reproducción; cuando hay vida, hay inquietud. Y la vida siempre quebrará las estructuras muertas.
Es fácil tomar una forma de culto, una liturgia, una forma de reunión, y aferrarnos a ella. Hermanos, es fácil criticar las formas de otros, pero no nos damos cuenta que nosotros también las tenemos. ¡Cuidado, debemos ser más libres! El Señor quiere quebrar esa religiosidad. La vida es libre. Cuando alguien está enfermo, se vuelve rígido. ¿Qué es lo que importa, entonces? Si la vida de Cristo está fluyendo, no debería haber ningún temor al examen del Señor. Que no nos encuentre aparentando, sino viviendo realmente su vida.
«Yo he venido para que tengan vida en abundancia… Cristo vive en mí… Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones… Cristo, nuestra vida… para mí el vivir es Cristo… Cristo en nosotros… Cristo formado…», etc. Estamos familiarizados con estas expresiones del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. Pleno derecho tiene el Señor de buscarse a sí mismo, de buscar Su vida en la iglesia.
Filadelfia, perseverancia
En Filadelfia, el Señor busca perseverancia. Él está contento con la iglesia que confiesa su nombre y guarda su Palabra, y él la guardará también de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero. Pero luego le dice: «Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona». Retener lo que se tiene, eso es perseverancia.
Éfeso no retuvo el amor; el amor fue robado. En Pérgamo, la santidad fue robada; en Tiatira, la sumisión fue robada; en Sardis, la vida fue robada. Filadelfia, que no te pase lo mismo; que no perdamos lo que nos ha dado el Señor. ¿Estamos confesando su nombre? Sigamos proclamándolo. ¿Estamos guardando su palabra? Prosigamos. ¿Estamos amándonos? Sigamos en esta senda de amor.
El estado en que encontró el Señor a su iglesia en Filadelfia agradó su corazón. No se percibe un tono de reprensión en sus palabras; sin embargo, la exhortación a retener lo que tiene, para que ninguno tome su corona, constituye una seria advertencia: sus privilegios son susceptibles de perderse.
Si, por ventura, percibimos la paz del Espíritu Santo en nuestra vida y servicio al Señor, tanto individual como corporativamente, si hay frutos y elogios por parte de quienes resultan beneficiados por nuestro trabajo, si soberanamente se abren puertas y gozamos viendo la mano benefactora del Señor a favor de su pueblo, es la hora de temer, nunca de engreírse, pues todo cuanto tenemos lo hemos recibido de gracia (1ª Cor. 4:7).
He aquí la importancia de la perseverancia. Nuestro Señor perseveró hasta el fin, agradó al Padre siempre. Ante el fruto que provocó la admiración de las multitudes, se refugió en la intimidad con su Padre, en el desierto. En las horas mas duras, hasta el extremo de rendir su vida, fue perseverante. Hoy persevera intercediendo fielmente por cada uno de nosotros. Buscar perseverancia en la iglesia no es sino buscarse a Sí mismo, en uno de sus aspectos más finos.
Muchas «Filadelfias» han existido, sin duda, en distintos períodos de la historia. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Perseveraron en retener lo que habían recibido? ¿Cuál ha sido el resultado de su testimonio a través del tiempo?
Humildad y temor de Dios están asociados a la perseverancia. Quien o quienes más hayan sido prosperados en el ministerio, más humildes y temerosos han ser ante los ojos de su Señor, siendo éste el sello de su perseverancia. Todo orgullo y relajación, en sus siervos en particular y en su iglesia corporativamente, conducirá irremediablemente a un precipicio de frustración del cual difícilmente podrán ser recuperados. (Con razón muchos afirman que «toda Laodicea no es más que una Filadelfia caída»).
Laodicea, realidad
Alguien dijo que Laodicea era la peor de todas las iglesias. Es un mensaje conocido. «Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo». Es una iglesia que lo tuvo todo y lo perdió todo, pero no se dio cuenta de ello.
Hermano, que nunca te acontezca esto en lo individual y que nunca nos ocurra esto como iglesia. Sintamos siempre que tenemos que crecer y aprender más. Sintamos siempre que el Señor, cuando venga, tiene que encontrar entre nosotros amor, fidelidad, santidad, perseverancia, sumisión, vida.
¿Qué es lo que el Señor busca en Laodicea? Realidad. Tenían riqueza, porque eran iglesia. Se supone que invocaban el nombre del Señor, que tenían la mejor doctrina y que habían estudiado su Palabra. Tuvieron mucha riqueza, pero no se dieron cuenta que la perdieron. ¿Y por qué decimos que lo perdieron todo? Porque, luego, el Señor dice: «Yo estoy a la puerta, y llamo». Cuando alguien está a la puerta, es porque está afuera. Y si alguien llama es porque está esperando que le abran para entrar. Aquí el Señor se busca a sí mismo, y no se encuentra. ¡Él no está! ¡Qué desgracia!
El Señor nos guarde a todos nosotros, no sea que algún día llegue a ocurrirnos esto. ¡El Señor libre también a las nuevas generaciones! No nos vamos a entretener con la forma de hacer las cosas, y que el Señor no sea hallado entre nosotros. ¡Que el Señor nos socorra a todos! Si nosotros fuésemos los jueces, estaríamos tentados a apuntarles con el dedo, diciendo: ‘Con esos hermanos, yo no me reuniré nunca. No voy a cantar lo que ellos cantan ni voy a leer lo que ellos leen’.
Pero, miremos al Señor en Apocalipsis 3:19. «Yo reprendo y castigo a todos los que amo». Aquí, a nosotros nos cuesta entender este amor. Ellos se habían desviado, lo habían perdido todo, se dejaron robar, no tenían vida, no tenían realidad; eran solo apariencia. Sin embargo, el Señor les dice: «Yo reprendo y castigo a todos los que amo».
«Te vomitaré de mi boca (dura reprensión), pero te sigo amando». ¡Qué grande es el amor del Señor! Resistamos toda tibieza entre nosotros. Que haya realidad en cada corazón, en cada familia. Que no tengamos un culto dominical y una semana mundana, una canción linda el domingo y, en casa, los esposos no se soportan. Que seamos creyentes no solo en la reunión. En el trabajo, en el negocio, en todo, seguimos siendo la iglesia que ama y adora a su Señor.
Amor que se anticipa
¡Con cuánto amor viene el Señor, anticipadamente, a decirnos qué es lo que él espera encontrar en nosotros! Nos habla en siete palabras: Éfeso, amor; Esmirna, fidelidad; Pérgamo, santidad; Tiatira, sumisión; Sardis, vida; Filadelfia, perseverancia; Laodicea, realidad.
Él busca lo esencial. Cuando el Señor examina las iglesias, espera encontrarse a sí mismo, expresado en estos siete conceptos, que corresponden a Cristo formado en la vida de los creyentes. Que así sea con todas las iglesias. Que el Señor nos libre de toda forma externa con irrealidad interna.
Viene el día del tribunal de Cristo. ¡Qué serio será aquel día! Hoy, usted puede escuchar esta palabra hoy y no ponerle atención, irse a la casa y esperar un nuevo sermón el próximo domingo. Pero, hermanos, viene un día muy serio y definitivo por delante, y el Señor nos advierte anticipadamente.
Dios no va a permitir que quienes dicen ser creyentes, o que algo que dice llamarse iglesia, sea asociado con mecánica frialdad, con pecado, con irrealidad, con obstinación y con muerte. El Señor dejará en claro, ante toda conciencia, lo que es de él y también aquello que no es de él. Es Dios quien está removiendo las viejas estructuras y poniendo de manifiesto la falsedad de las formas, para que los hombres busquen y encuentren realmente al Señor.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco, en Diciembre de 2012.