¿Por qué el creyente no acepta fácilmente el ofrecimiento de Cristo de inmediata y completa libertad del poder del pecado, bajo las mismas condiciones de la salvación eterna?
Con ocasión de una Convención de Estudiantes Voluntarios, a la que tuve el privilegio de asistir, nosotros, que nos congratulábamos por estar pisando un terreno más elevado que los miembros comunes de las iglesias, estábamos siendo constantemente confrontados por una pregunta que nos dejaba bastante complicados: “¿Es su tipo de cristianismo digno de ser exportado al mundo no-cristiano?”
La pregunta no era: “El cristianismo, ¿es digno de ser exportado?”. No había duda alguna respecto de eso. Pero, ¿qué decir sobre el tipo de cristianismo? – el tipo de cristianismo que usted exhibió en su vida esta mañana, ayer, la semana pasada y el año que terminó? Será eso lo que el mundo no-cristiano está esperando, que se hace necesario para revolucionar, para mejorar las vidas de los hombres? Ahora, la verdad es que existe un tipo de cristianismo que vale la pena enviar al mundo no-cristiano. Se trata del tipo de cristianismo vivido por Jesucristo, el tipo de cristianismo mediante el cual él siempre vivió. Es el tipo de cristianismo vivido por Cristo, personalmente, es el único tipo de cristianismo digno de ser propagado.
El tipo de salvación ofrecido por Jesús es la única salvación que vale la pena ser ofrecida a todo hombre. Por lo tanto, el tipo de cristianismo vivido por Jesús, momento a momento, es el único tipo de cristianismo que vale la pena ser vivido.
Por simples coincidencias entre nuestra propia experiencia y algunos pasajes de las Escrituras somos algunas veces ayudados. Por ejemplo, leemos acerca de un cierto hombre que por treinta y ocho años estuvo enfermo, y a quien Jesús le hizo la pregunta: “¿Quieres ser sano?”. Momentos más tarde el Señor Jesús dijo al mismo hombre: “Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”. (Juan 5:6-9).
Ese pasaje tiene gran significación para mí. En efecto, conozco a un hombre que durante treinta y ocho años estuvo enfermo de parálisis espiritual, por causa de su esclavitud del pecado, pero que ansiaba ser curado; a éste, un día el Señor dijo: “Levántate y anda”. Yo era un muchacho de cerca de trece años cuando hice mi primera confesión pública de Jesucristo como mi Salvador; sin embargo, no fue sino veinticinco años más tarde que llegué a comprender lo que Cristo ofrece a toda persona en esta vida – el poder de vivir victoriosamente sobre el pecado. Estoy convencido de que muchos creyentes, que confían sinceramente en el Señor Jesucristo como su Salvador personal, y que por eso mismo son regenerados, nacidos de lo alto, se encuentran, a pesar de todo, presos y en parálisis, por cuanto, tal como yo mismo, todavía no comprenden el maravilloso ofrecimiento de nuestro Señor.
Están paralizados, como yo también estuve, por el hecho de pensar erróneamente, como yo pensaba, que a nosotros nos compete hacer aquello que sólo Dios puede hacer.
Jesús, como el lector debe saber, nos hace dos ofrecimientos. Él se ofrece para librarnos del castigo que merecían nuestras pecados. Él se ofrece también para librarnos del poder de nuestro pecado. Ambos ofrecimientos son hechos exactamente bajo las mismas condiciones; sólo podemos aceptarlos si permitimos que él haga todo.
Todo creyente ya aceptó el primer ofrecimiento, pero muchos creyentes todavía no aceptan el segundo. Tal como yo hacía en el pasado, juzgan equivocadamente que tienen algún papel que cumplir para que el pecado en sus vidas sea derrotado; que sus esfuerzos, su voluntad, su determinación, fortalecidos y asesorados por el poder de Cristo, es el camino de la victoria. Sin embargo, mientras crean en ese error, estarán condenados a la derrota, de la misma manera que estarían condenados a la muerte eterna si su salvación dependiese de cooperar con Cristo para pagar el castigo debido por sus pecados.
Alguien ya dijo muy bien que a pesar de que todos los creyentes auténticos saben que sólo pueden obtener justificación por la fe, la mayoría de ellos se han acostumbrado a creer que “para la santificación, precisamos remar nuestra propia canoa”. Ese, pues, es el motivo porque tantos creyentes justificados quedan tan patética y miserablemente decepcionados en lo que respecta a una experiencia satisfactoria y personal de santificación, o sea, de andar “en novedad de vida”.
Cierta vez, conversando con alguien, el Dr. Scoffield hablaba sobre la experiencia de altos y bajos de muchos creyentes, que vencen un día solamente para sucumbir al pecado en el próximo, confesando sus pecados e intentando obtener victoria nuevamente, y así pasando sus días en decepción y derrota, como si fuera una experiencia común. Dice él: “Esa no es una experiencia cristiana, aunque sea la experiencia de muchos creyentes”. Y prosiguió: “La experiencia cristiana resulta entera del Productor de la experiencia cristiana – el Espíritu Santo. Siendo así, cuando los creyentes intentan compartir la obra que produce su experiencia cristiana, en vez de permitir que el Espíritu Santo lo haga, pasan por la misma experiencia desalentadora de muchos creyentes – que no es la verdadera experiencia cristiana”. ¿Cómo aceptó el lector el ofrecimiento de Cristo de libertad y expiación del castigo impuesto por el pecado? Lo aceptó como un regalo gratuito. Por la fe permitió que Él hiciese todo. ¿No aceptaría ahora el lector el ofrecimiento de Cristo de inmediata y completa libertad del poder de sus pecados conocidos, bajo las mismas condiciones y ahora mismo? Se trata de un milagro tan grande como el milagro de la regeneración.
Pero es justamente ese el ofrecimiento que Cristo nos hace ahora y aquí mismo – liberación inmediata y completa de todo el poder de los pecados conocidos. Eso es lo que Pablo quería decir, al salir para siempre de la actitud del capítulo séptimo de Romanos y al entrar en el octavo capítulo, donde dice, en el versículo segundo: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. ¿Usted se regocija en Cristo como su Victoria, de esa manera milagrosa? No me comprenda mal. No estoy hablando de ninguna idea equivocada sobre una perfección impecable. No es posible, para ninguna persona, poder decir, como Cristo: “No tengo pecado”, o decir “Nunca más voy a pecar”. Ese milagro es sustentado y continuado, en nuestras vidas, solamente cuando momento a momento ejercemos fe en nuestro Salvador para recibir una victoria sobre el poder del pecado. Pero he aquí que él mismo nos dará esa fe, y continuará alimentando esa fe en nosotros, momento a momento.
Condiciones para la victoria
¿Cuáles son las condiciones para esta vida victoriosa? Solamente dos, y son muy simples: rendición y fe. “Abandone todo esfuerzo personal y entréguese a Dios”.
Algunos creyentes todavía no se rinden incondicionalmente al dominio de Jesucristo. Tal como dice el Sr. McConkey, ya rindieron sus pecados a Cristo, pero no su voluntad. Si en la vida de mi lector, en este momento, hubiere cualquier cosa que sepa que está reteniéndole al Señor, ¿no desea entregar ahora todo en sus manos? ¿No quiere decirle, ahora mismo, que se vuelve a él, para el tiempo y la eternidad, entregándole todo cuando posee y es, para que él controle completamente y use todo conforme a su querer? Cada hábito de vida, cada ambición, cada esperanza, cada ser querido, cada posesión, y su propia persona, apreciado lector – todas esas cosas necesitan ser entregadas a él, para que él sea no sólo su Salvador, sino también su vida.
Ese es el primer paso, la primera de las dos condiciones. Pero todavía no es todo. Tal vez usted se haya rendido de esa manera hace mucho tiempo, y ahora se admira por qué razón no obtiene la victoria que ansiaba. La razón de eso es que la vida sumisa no es necesariamente la vida victoriosa. No hay victoria sin rendición, pero puede haber rendición sin victoria. Algunos de nosotros hemos experimentado eso, para nuestra tristeza. Tal vez hayamos abandonado todo esfuerzo personal; sin embargo, si no entregamos a Dios el control de nuestras vidas, entonces la derrota será inevitable. Tal vez no hayamos entendido todavía que la operación de la victoria tiene que ser completa y exclusivamente obra de Dios.
Después de habernos entregado completamente, sin reservas, al dominio del Señor Jesucristo, aún resta recordar que inmediatamente todo se torna responsabilidad de él. Y lo digo con toda reverencia – de ahí en adelante será Su deber mantenernos lejos del poder del pecado. Y Él mismo se comprometió que lo haría así, en su Palabra: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rom.6:14). En otra porción él afirma: “Bástate mi gracia …” (2ª Cor.12:9). De esa manera, vemos que nuestro Señor ha esperado por nosotros, no para que oremos pidiendo a él la victoria, sino que le alabemos por la victoria recibida. Muchos creyentes sumisos postergan e impiden la victoria en sus vidas orando por la misma, en tanto que Jesús espera que ellos le alaben por la victoria ya garantizada. Según alguien ya declaró, no debemos pedir a él que torne su gracia suficiente para nosotros. Antes, él nos declara que su gracia ya nos es suficiente, y que nuestra parte consiste simplemente en aceptar su palabra, diciendo: “Te agradezco mucho, mi Señor”.
Por consiguiente, reivindiquemos el bendito milagro de la Vida victoriosa ahora mismo, haciendo juntos esta simple afirmación, en oración, meditándola y percibiendo el tremendo sentido de las palabras, alabando a Dios en nuestros corazones, por expresar la verdad:
“Sé que Jesús está satisfaciendo todas mis necesidades ahora mismo, porque Su gracia es suficiente para mí”.
Charles G. TrumbullTraducido de Victory in Christ.