El doble aspecto del sacerdocio de Cristo.
Lectura: Isaías 6:1-3; Apocalipsis 1:9-13.
La visión de Isaías presenta al Señor Jesucristo en su realeza y en su sacerdocio. Cada vez que la Escritura, sea en el Antiguo o en el Nuevo Testamento, presenta al Señor Jesucristo vestido hasta los pies, lo está mostrando como el gran sumo sacerdote. Y cada vez que le vemos con un cinto ceñido a su pecho, muestra su realeza. Jesucristo es el gran sumo sacerdote a la diestra de Dios, y también es el Rey de reyes y Señor de señores.
El sumo sacerdote intercediendo a la diestra de Dios
En este pasaje de Isaías, el Espíritu Santo está revelando al Señor Jesucristo en esta perspectiva: como aquel que fue hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melqui-sedec. Melquisedec es aquel que no tiene principio de días ni fin de vida. ¡Bendito sea nuestro gran sumo sacerdote, a la diestra de Dios, intercediendo por nosotros!
En medio de todo lo sublime, en medio del gran trono donde hay serafines, donde la voz angelical se pasea, es tan grande la gloria. Allí, a la diestra de Dios, ¡hay un Hombre! No sé si nos alcanzamos a dar cuenta: En medio de la gloria, de lo sublime, ¡hay un Hombre! No hay un ángel glorificado, ¡hay un Hombre! ¡Hay un Hombre a la diestra de Dios!
Entró por nosotros como precursor, se nos adelantó. Como representante legal, está allí, a la diestra de Dios, cumpliendo una función maravillosa. «Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados», dice Hebreos 1, «se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas». No está allí sólo para ser adorado y bendecido por los ángeles, o para ser aplaudido como el Rey de reyes y Señor de señores. La misión gloriosa que está cumpliendo nuestro gran sumo sacerdote es interceder día y noche por nosotros.
Isaías muestra a Jesús como el sumo sacerdote, el que intercede. En Hebreos se nos dice que vive para interceder, queriendo decir con esta expresión que no descansa, día y noche, velando, favoreciendo a cada uno de nosotros en particular y a su pueblo en general. «Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos» (Heb. 8:1). La expresión ‘tal’ quiere decir algo más que ‘grande’, más que ‘bueno’. La palabra ‘tal’ significa que no tiene límite; no existe una expresión más grande. Tal sumo sacerdote tenemos, a la diestra de Dios, intercediendo por nosotros. No tiene necesidad de expiar sus pecados, como lo hacían los sacerdotes antiguos. También dice que entró con su propia sangre, de tal manera que no se compara con ninguno de los sumos sacerdotes que existieron jamás en la historia del pueblo de Israel. A éste, lo califica la Escritura, el Espíritu Santo, como «tal sumo sacerdote». Es grande, es glorioso, es eterno.
«Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos» (Heb. 7:22-26).
«Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Heb. 2:17).
«Debía ser en todo semejante a sus hermanos…». Cuando él anduvo en la tierra, desde que nació hasta que fue crucificado, vivió una vida llena de padecimientos, de persecución, de insultos y de vituperios. Él conoce muy bien a sus hermanos, él sabe lo que es ser tentado, él sabe que la vida no es fácil aquí. Y él sabía que nos iban a menospreciar y a vituperar por causa de su nombre.
«Debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere». Sean consolados vuestros corazones. Esa tristeza que tú estás viviendo, ese dolor que estás enfrentando, esa tribulación que estás padeciendo, esas heridas de tu alma que aún no están sanadas, el sumo sacerdote las conoce muy bien. Y ¿sabes por qué, a pesar de las tribulaciones, de las tentaciones y de las debilidades que tenemos, aún estamos en pie? Es porque él no se duerme, porque él aboga tu causa día y noche. No creas que es por tu fidelidad y tu espiritualidad que estás en pie; es porque él está a la diestra de Dios, intercediendo por nosotros. No es porque eres más santo que otro; es porque él está abogando tu causa. Cuando tú duermes, él no se duerme. Si te acostaste angustiado por una situación particular, él no duerme. Mientras tú duermes, él está velando, para que los espíritus malignos no se enseñoreen de tu alma. Él está guardándonos, está escondiéndonos, está ayudándonos. Nos está amando.
Sobre sus hombros y en su pecho
Hay una figura del sumo sacerdote en Éxodo 28. Allí se nos revela al Señor Jesucristo como sacerdote, con su vestidura, su túnica, el pectoral, la mitra, la lámina que llevaba sobre su cabeza, el cinto. Hay aquí una riqueza muy grande. No es el momento para describir y dar una explicación espiritual de cada aspecto. Quisiera detenerme en las piedras preciosas que llevaba el sumo sacerdote cuando minis-traba. Sobre sus hombros llevaba dos piedras diferentes en color y en clase, una a cada lado. En ellas estaban grabados los nombres de las tribus de Israel. En el pectoral tenía doce piedras preciosas: esmeralda, carbunclo, ágata, ónice, etc., diferentes en hermosura y calidad.
¿Qué significan las piedras sobre el hombro y las piedras sobre su pecho? Las piedras sobre su hombro, prefiguraban que nuestro Señor Jesucristo, nuestro gran sumo sacerdote, nos sostendría en sus hombros con responsabilidad. Él nos está afirmando, para que nosotros no tropecemos y caigamos. Estamos sostenidos por su mano poderosa, por su brazo omnipotente. ¿Y las piedras en el pectoral? Que no sólo nos tiene en su mente, sino que también nos tiene muy cerca de su corazón. Nos ama de tal manera que cada uno de nuestros nombres en particular está en su corazón.
Si conoce por su nombre a cada una de las estrellas, ¿acaso no conocerá nuestros nombres? Él nos tiene en su corazón. De tal manera que si has sido consolado, es porque nos tiene muy cerca, o cuando nos dice: «No temas, yo estoy por ti; no temas, yo estoy contigo, no tengas temor a nada». ¿Estamos viviendo problemas, conflictos, tristezas profundas, situaciones difíciles? Les aliento, y aliento mi corazón: Tenemos tal sumo sacerdote a la diestra de Dios, intercediendo, viviendo para interceder. Me gusta más esta expresión: él vive para interceder por nosotros. De tal manera que estamos en pie por su fuerza, porque él se ha hecho responsable de nosotros, y porque nos tiene también en su corazón.
El sumo sacerdote en medio de las iglesias
Hemos visto al Señor Jesucristo en la visión de Isaías 6, desde la perspectiva del sumo sacerdote. Ahora, veamos cómo lo muestra Apocalipsis 1:9-13. Aquí también Juan lo muestra como sumo sacerdote, pero en época y en lugar diferentes. Isaías 6:1-3 lo muestra en un trono alto y sublime. Aquí, lo vemos en medio de los candeleros, confirmando su presencia, pese a las debilidades que las iglesias tienen. Miremos, entonces, en el Antiguo Testamento, la figura de este sacerdocio.
«Y mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas. En el tabernáculo de reunión… las pondrá en orden Aarón y sus hijos para que ardan delante de Jehová desde la tarde hasta la mañana, como estatuto perpetuo de los hijos de Israel por sus generaciones». (Éxodo 27:20-21).
Para entender cuál es su misión en medio de los candeleros hoy, debemos recordar que, en el Antiguo Pacto, en el tabernáculo o en el templo, el sacerdote tenía la misión de hacer arder continuamente las lámparas o candeleros desde la tarde hasta la mañana, para lo cual necesitaba aceite puro de oliva. Así hacía todas las tardes, agregando aceite, encendiendo las lámparas. También, con un utensilio llamado despabiladera, después de apagar las lámparas, cortaba el resto del pábilo quemado y seco, para que al encenderla otra vez no saliera humo y no diera mal olor. Así el lugar permanecía siempre luminoso y limpio.
Esta figura nos da una maravillosa claridad respecto a lo que hoy hace nuestro gran sumo sacerdote en medio de las iglesias. Así como en la visión de Isaías lo vemos en el trono intercediendo sin cesar, aquí en medio de la iglesia él está proveyéndonos de su Espíritu a cada instante. Es por eso que, por su Espíritu podemos dar testimonio de nuestra fe. Él está aquí con nosotros, hablándonos… «Y me volví para ver al que hablaba conmigo…» (Ap. 1:12). Está encendiendo nuestros corazones, para amarle, servirle, adorarle; cada día cuidándonos, alimentándonos, alentándonos, sanando nuestras heridas con su aceite fresco.
Pero también, con la despabiladera, nos está disciplinando; está corrigiendo lo defectuoso, todo lo que es de nuestra antigua naturaleza –la carne con sus pasiones y deseos–, quitando todo lo que no sirve. Así que, si alguno está padeciendo alguna disciplina, sepa que el que está en medio de los candeleros, está corrigiendo algo que le estorba en su propósito, para limpiarnos de nuestra justicia propia, y dejando lo nuevo, para que alumbremos claramente y demos un grato olor a Cristo, de vida y no de muerte.
Así pregunto: ¿Puedes ver ahora a Jesús paseándose en medio de los candeleros? «Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo». ¿Puedes ver en este instante que el gran sumo sacerdote está aquí en medio nuestro? ¿Puedes verlo y extasiarte hasta las alturas, y verlo allá también, sublime, a la diestra de Dios, omnipresente, omnisciente? Está allá, y está aquí. ¡Bendito sea el Señor!
Demos gracias al Señor, al gran sumo sacerdote, y digámosle que se pasee en medio de nosotros, para que corrija lo defectuoso, para que instale su vida, su ministración y su edificación. ¡Bendito sea el Señor Jesucristo!