El oboe es un instrumento musical poco común, y difícil de tocar, pero los padres del pequeño León tenían razones muy especiales para desear que él aprendiera a tocarlo. Estas habían comenzado en un deseo del abuelo, que ellos hicieron suyo con entusiasmo.
León era todavía un niño, pero ya había mostrado signos de vocación musical. El problema era cómo interesarlo lo suficiente para aceptar la disciplina y el esfuerzo necesarios para convertirse en un buen oboísta. Ellos sentían que para serlo, debía primero anhelarlo.
El padre de León era también un músico virtuoso; y de hecho, él dirigía la orquesta en el Teatro de la Opera. Ocurría que en muchas óperas el oboe tenía partes solistas, y fue esto lo que le dio al padre una idea. Meditando sobre el asunto, concibió un plan que, para funcionar, requeriría de su propia orquesta y de la madre de León. Y era así:
Siempre que hubiese un solo de oboe en el programa, el pequeño sería llevado a la ópera. Cuando se tocara la parte del oboe, su madre le haría centrar su atención allí. Al principio él no lo captaba bien, pero paulatinamente llegó a reconocer claramente el instrumento, y cuando lograba identificarlo, se sentía dichoso de poder hacerlo.
Con el paso del tiempo, León mejoró más y más. Finalmente, ya no necesitaba la ayuda de su madre, pues orgullosamente él se lo señalaba en cuanto oía el oboe. Así pasaron meses de constantes visitas a la ópera, no tanto para oír el resto de la música, sino por el oboe, que el muchacho estaba aprendiendo a apreciar y disfrutar. De hecho, el instrumento se estaba volviendo uno de los intereses principales de su vida.
Ahora, pensó su padre, era tiempo de dar el próximo paso. Así, en una ocasión en que se mencionaba el instrumento, le preguntó a León: «¿Te gustaría aprender a tocar el oboe?». ¡Por supuesto! León apenas podía responder por la excitación. ¡Nada le gustaría más! Era tan grande su alegría, que ya no podía pensar en otra cosa que no fuese tocar el oboe.
Así que las lecciones empezaron. No fue fácil. Su deseo de aprender requirió dedicación y constante ejercicio. Pero de algún modo el trabajo parece más fácil cuando tú quieres hacerlo. Así que, a su debido tiempo, León no sólo aprendió a tocar, sino que se transformó de hecho en un exitoso oboísta.
Todo llegó a ser posible una vez que él quiso hacerlo, y su padre había obrado con mucha sabiduría para lograr que él lo deseara, antes de trabajar para conseguir que lo hiciera. De esa manera, el anhelo familiar se convirtió en una realidad.
Esta es una historia real, y constituye una buena ilustración para explicar el texto que dice: «Porque Dios el es que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Fil. 2:13). Nuestro Padre celestial tiene un plan para nuestras vidas, tal como el padre de León lo tenía para su muchacho. Y él también empieza despertando en nosotros un deseo de hacer Su voluntad. Él trabaja en nosotros y «produce el querer…».
Es por eso que nosotros como cristianos leemos la Biblia. Allí vemos cómo el Señor Jesús vivió, y cuanto más leemos, más nos vamos identificando con él, apreciándolo y anhelando, finalmente, ser como él es. Cuando Dios ha despertado en nosotros el deseo de ser como Cristo, entonces puede obrar en nosotros para convertir en realidad ese anhelo. Cuando León quiso tocar el oboe, dio el primer paso para conseguirlo. Este primer paso tuvo que ser seguido de muchos otros, porque no era suficiente con sólo «quererlo»: había que «hacerlo».
Muchos cristianos quieren ser como Cristo, pero no avanzan en las lecciones de la vida diaria que harán posible en ellos tal semejanza. Nuestro Padre celestial anhela enseñarnos estas lecciones y obrará su voluntad en nosotros, si es que realmente queremos que él lo haga.
Traducido de «A Witness and A Testimony».