Para los judíos era el templo; para los cristianos es el Señor Jesucristo.
…sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis y allá iréis … Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos, porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
– Dt. 12:5; Mt.18:19-20.
Teniendo presente que los amados de Dios, en todas las edades, han estado expuestos a caer en la vanidad espiritual, precisan recordar cuál es el punto de encuentro entre ellos y Dios. Es sólo en Cristo que el alma halla descanso, renovación y luz. Es sólo en Él que el corazón encuentra el frescor de la vida de Dios para el caminar diario. Es lo que en su ceguera no vio Laodicea, por lo que cayó en el orgullo espiritual.
Un lugar de reunión y oración
En el momento de entrar a la tierra prometida Dios le da instrucciones al pueblo de Israel en relación al lugar de reunión. Sería un santuario único en todo el territorio, un lugar escogido por Dios. Sería un lugar de reunión, donde estaría el nombre de Dios para invocarlo, para hacer oraciones y gozar de su presencia.
Canaán estaba lleno de santuarios erigidos a una diversidad de ídolos; había pluralismo religioso, tolerancia amplia, respeto a toda forma de culto. Los cananeos, al conocer la orden de Dios a Israel, respecto de un solo santuario nacional, seguramente pensaron que se trataba de una estrechez de mente o de un fanatismo intolerante. La situación de hoy no es diferente. Vivimos en un tiempo de apertura a todas las formas de culto inventadas por el hombre; hay libertad para todo tipo de expresiones religiosas. Sin embargo, el remanente de Dios se aparta de la tolerancia que da lugar al libertinaje y se restringe al modelo de Dios, aunque para ello tenga que pagar un alto precio.
Tanto Israel como la Iglesia no tienen derecho a levantar altares o lugares de reunión por su propia cuenta; esto es un derecho exclusivo de Dios. Dios escogió a Silo como punto de reunión para Israel y a Siloh como punto de reunión para la Iglesia: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Gn.49:10). En el caso de Israel, era un lugar geográfico, en el caso de la Iglesia es una persona: Cristo el Señor. Silo estuvo en pie como lugar escogido por Dios hasta el tiempo cuando los filisteos robaron el Arca del Pacto a raíz de los pecados de Israel. Ese día, la nuera de Elí dio el grito de espanto: “¡Icabod!” –la gloria de Israel ha sido traspasada–. En ese momento nació su hijo abruptamente y el profeta Elí cayó de espaldas y murió.
Este incidente marcó un giro en la historia de Israel, el Arca del Testimonio se trasladó de un lugar a otro, hasta que Dios escogió un lugar fijo nuevamente –Jerusalén- . ¡Cuántas cosas pueden suceder cuando nos apartamos del centro de reunión establecido por Dios!
Hoy nos encontramos en el mismo peligro de los días de Elí: cultos extravagantes exacerbados por ritmos que incitan las emociones, instrumentalización con volúmenes que sobrepasan la voz de la iglesia, la moral relajada, milagros publicitados, experiencias extrasensoriales, énfasis en el acopio de dinero para comprar una radio o un canal de T.V. Todo esto ¿no será un fuego extraño? El remanente de Dios ha de apartarse para morar en el centro de la voluntad de Dios, el cual es Siloh, “el Enviado”. Cuando él viniera, la tribu de Judá no se jactaría más de un rey independiente ni de un juez propio. Jesús el Cristo fue juzgado por la ley romana bajo el poder de Poncio Pilato: de este modo se cumplió la profecía. El Enviado llegó y gentes de todos los pueblos acuden a él para congregarse en torno a su nombre.
El templo como símil de Cristo
“Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre…” (2Cro.6:6) Dios declara nuevamente a Israel el derecho que Él tiene de escoger el lugar de su morada. Éste habrá de ser un lugar de culto, de reunión para encontrarse con la presencia de Dios, de oración, para invocar allí su nombre acerca de cualquier cosa, sea pequeña o grande, personal o de interés nacional, en toda circunstancia: sea de guerra, sequía, hambre, enfermedad, pestilencias; si se arrepintieren de sus malos caminos y orasen y buscaren el rostro de Dios extendiendo sus manos hacia la casa de Dios desde cualquier punto de la tierra “Tú oirás desde los cielos” (6:30). Las posibilidades de la oración eran ilimitadas en su alcance e incluían a todo el pueblo, a todo hombre y aún al extranjero. Estas mismas posibilidades se encuentran disponibles hoy para los que se reúnen a Cristo (Mt.18:19-20).
Si comparamos el texto de Deuteronomio 12:5 y 2 Cro.6:6 con el de Mateo 18 :19-20, hallamos una perfecta correlación en lo que se dice del lugar escogido por Dios en el Antiguo Testamento y la persona de nuestro Señor Jesucristo en el Nuevo Testamento. Lo que implica claramente que tanto Silo como el templo en Jerusalén son una figura de Cristo. Jesús es el escogido de Dios, es Dios con nosotros. Dios puso en él su nombre y a todos nos atrae hacia su persona para que a través de él nos encontremos con Dios. Él promete que si pedimos algo en su nombre, el Padre oirá desde los cielos.
Si los hebreo-judíos fueron oídos sobre la base de símbolos externos, ¿cuánto más los que sobre la base de la obra y la persona de Cristo nos dirigimos al Dios vivo y verdadero? ¿Cuánto más eficaz es la oración de la iglesia que la de los judíos en tiempos de la ley? Las respuestas de Dios a nuestras oraciones han sido ilimitadas. Se cuenta que Jorge Miller anotaba las oraciones y llegó a contar 1.500.000 oraciones respondidas a lo largo de su servicio al Señor.
El culto de los hebreo-judíos era externo; el de los cristianos es interno. La exclusividad de un solo lugar como centro de adoración nacional y mundial para los creyentes del Antiguo Testamento tenía como propósito mantener la unidad de la fe de todos los hijos de Dios; para los creyentes del Nuevo Testamento, la exclusividad de una sola persona como punto de encuentro entre Dios y los hombres es el Señor Jesucristo, sin lugar a ninguna discusión. Y tiene el mismo propósito, es decir, la unidad de la fe de todos los hijos de Dios en torno a su persona.
La idea de levantar templos y catedrales como punto de reunión entre Dios y los hombres es una idea del Antiguo Testamento que el Señor mismo abolió cuando declaró a la mujer samaritana que de ahí en adelante los que adoran a Dios deberán hacerlo en espíritu y en verdad. (Juan 4:24). Esto queda absolutamente corroborado por el Espíritu Santo cuando Pablo declara tajantemente: “Dios … no habita en templos hechos por manos humanas.” (Hech.17:24). La idea de reunir a los hijos de Dios en cualquier otro nombre que no sea Jesucristo es, sin lugar a dudas, un camino extraviado. El Señor Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn.12:32). La profecía de Génesis dice “… a él se congregarán los pueblos”. En este punto la distorsión ha ido muy lejos, pero, como en todas las épocas, Dios siempre se reserva un remanente que se vuelve a él para hacer su voluntad.
Nos encontramos con Dios en Cristo
El texto de Hebreos 10:19-22 es la enseñanza más clara y categórica en toda la Escritura respecto de la forma establecida por Dios para encontrarnos con él a través de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo. En nuestra comunión con Dios, tenemos que seguir fielmente los pasos que se describen en este pasaje. Allí se nos dice que tenemos acceso al Lugar Santísimo, por la sangre de Cristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió través del velo, esto es, de su carne, y que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios. Todo esto es una realidad espiritual que tiene su cumplimiento en Cristo. Y luego, se nos dice cómo tenemos que acercarnos: con corazón sincero, con fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura.
En este pasaje, como en todo el libro a los Hebreos, encontramos una armonía entre el Antiguo y Nuevo Testamento; una aplicación del símbolo a la realidad del símbolo. Aquí se nos despejan las sombras del culto hebreo y arribamos al culto cristiano. Mientras los participantes del culto hebreo extendían sus manos con fe hacia la casa de Dios en un lugar de la tierra para invocar el nombre de Dios y hacer sus peticiones, los participantes de la fe del Hijo de Dios invocamos su nombre, el nombre que Dios reveló por disposición de un ángel a José: “Y llamarás su nombre Jesús” (Mateo 1:21). Este es el nombre sobre todo nombre, que ha de ser invocado para ser oído por Dios: Jesús, que en el idioma hebreo es Jeshúa.
Este nombre tiene las mismas consonantes de aquel nombre impronunciable que fue revelado a Moisés: Yo Soy – YHWH. Jesús dice al Padre en oración: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Jn.17:6). Él nos enseñó que en su nombre hiciéramos todas las cosas. El nombre de Jesús es salvación. En la Biblia el nombre de Jesús aparece en 252 formas diferentes y todas dicen relación con salvación; porque nuestro Dios se complace en salvar. Usted lo puede invocar como el Pan de vida y será salvo del hambre; lo puede invocar como la Luz del mundo, y será salvo de las tinieblas; puede invocarlo como la Vida y será salvo de la muerte. Una de las más grandes necesidades de los amados de Dios en los días actuales es de velar a través de la oración, para no caer en la desgracia de Laodicea.
Después de saber esto, es de esperar que nuestra confianza al orar se vea más asegurada por el inconmensurable poder del nombre de Jesús. ¡Llámelo, invóquelo!, y verá que al instante estará en la presencia de Dios siendo oído por el Padre.
Allí, en la presencia de Dios, usted junto a sus hermanos en Cristo, podrá orar sabiendo que las posibilidades de la comunión y de la oración son ilimitadas y que su alcance abarca desde las cosas más pequeñas a las más grandes; desde las cosas efímeras del afán de cada día, hasta los grandes intereses espirituales del reino de Dios. Atrévase a orar y verá cómo caerán los montes y se disiparán los obstáculos que el enemigo pone a la marcha de la iglesia.
Recuerde que nuestro Señor Jesucristo es el punto de reunión, en él está el nombre de Dios, a través de él somos recibidos y gozamos de la presencia de Dios.