Precoz, prolífico, polémico, elocuente. Charles Haddon Spurgeon, un hombre que hizo brillar hermosamente el evangelio en la penumbra de la Inglaterra decimonónica.
Alguien ha dicho que la vida de Charles Haddon Spurgeon puede dividirse, igual que sus sermones, con una introducción y tres secciones. La introducción sería el Spurgeon de la infancia y la adolescencia. El primer período (o división), Spurgeon en el New Park Street, época del despertar y la oposición. El segundo período, Spurgeon después que se hubo instalado en el Tabernáculo Metropolitano y que la tormenta se convirtió en casi admiración. El último punto sería el período de los últimos cinco años, en que la paz terminó súbitamente, y volvió la oposición.
Seguiremos, pues, este mismo bosquejo para desarrollar esta semblanza de la vida del hombre que ha sido llamado «El Príncipe de los Predicadores».
Infancia y adolescencia
Charles H. Spurgeon nació el 19 de junio de 1834, en Kelvedon, una población campesina en el Condado de Essex, Inglaterra. Fue el primogénito de 16 hijos.
Pertenecía a una familia cristiana de origen hugonote de reconocida probidad. Doscientos años atrás, su bisabuelo había sido encarcelado por razones de conciencia. A causa de la hostilidad, la familia Spurgeon debió huir a Inglaterra, donde su abuelo, James, llegó a ser pastor de la Iglesia de Stanbourne por más de medio siglo.
Cuando el pequeño Charles tenía sólo 18 meses de edad, su padre se fue a vivir a Colchester donde se encargaba de la contabilidad de un comercio de carbón. Entretanto, ejercía el pastorado de una iglesia independiente en Tollesbury. Más tarde, el niño habría de ser enviado a vivir con su abuelo en la localidad de Stanbourne.
Desde muy temprana edad, leyó los libros de su padre y de su abuelo. Pero más que eso, se impregnó de la atmósfera de verdadera piedad de ambos hogares: el respeto por la Palabra, que era tan característica de los puritanos, la rectitud de conciencia que siempre caracterizó a los no conformistas ingleses, el decidido rechazo de las prácticas de la iglesia imperante, y la absoluta dedicación a la obra del evangelio.
Mientras estaba con su abuelo ocurrió un hecho muy significativo. Llegó al hogar Richard Knill, un predicador amigo de la familia. Después de varios días de compartir con ellos, quedó muy impresionado por el pequeño Charles. Antes de irse, reunió a todos, y sentando al niño en sus rodillas, dijo: «No sé cómo, pero siento un solemne presentimiento de que este niño predicará el Evangelio a millares, y de que Dios le bendecirá en muchas almas. Tan seguro estoy de esto, que cuando mi pequeño hombre predique en la capilla de Rowland Hill, quisiera que cantara el himno que comienza: «Dios se mueve de manera misteriosa, para sus maravillas efectuar».
Spurgeon diría más tarde: «¿Contribuyeron las palabras de Mr. Knill a efectuar su propio cumplimiento? Yo lo pienso así. Yo las creí y miraba al futuro, a la época en que predicaría la Palabra». De hecho, la profecía tuvo cumplimiento, y la predicación en Rowland Hill también, con himno incluido.
Cuando tenía 11 años de edad asistió a una escuela en Colchester y más tarde pasó dos años en una escuela de Maidstone. Durante su estancia allí, ganó premios y medallas en torneos literarios y concursos. Poseía una viva inteligencia, y era persistente en el estudio, y de muy buena memoria. Sus condiscípulos admiraban su habilidad de observación.
J. D. Everett, quien fuera condiscípulo suyo, lo recuerda así: «Era más bien pequeño y delicado, con rostro pálido, pero lleno, ojos y pelo oscuros, de maneras vívidas y brillantes, con un incesante manantial de conversación. Era más bien de músculos débiles, no se ocupaba de los juegos atléticos. Era experto y hábil en todo género de libros de conocimientos; y hábil en los negocios. Tenía una asombrosa memoria para pasajes de la oratoria, y acostumbraba a recitarme trozos de conferencias, de vívida descripción. Le oí también recitar grandes trozos del libro «Gracia Abundante» de Juan Bunyan».
Conversión y primeros pasos
Spurgeon tenía la costumbre de ir a la iglesia de su padre; pero el domingo 15 de enero de 1850 no pudo hacerlo a causa de la gran nevada que caía. En vista de ello, buscó un lugar donde oír la Palabra. «Encontré una pequeña capilla de los Metodistas Primitivos. A muchas personas había oído hablar de esta gente, y sabía que cantaban tan alto que su canto daba dolor de cabeza; pero no me importaba. Quería saber cómo podía salvarme, y no me importaba que me diera dolor de cabeza. Así que me senté y el servicio continuó, pero no vino el predicador. Al fin, un hombre de apariencia muy delgada, Roberto Eaglen, subió al púlpito, abrió la Biblia, y leyó las palabras: «Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra» (Isaías 45:22). Entonces, fijando sus ojos en mí, como si me conociera, dijo: «Joven, tú estás en dificultad». Sí, yo estaba en gran dificultad. Continuó: «Nunca saldrás de ella mientras no mires a Cristo». Y entonces, levantando sus manos, gritó como creo que sólo pueden gritar los Metodistas Primitivos: «Mira, mira, mira». «Sólo hay que mirar» dijo. Y en ese momento vi el camino de la salvación. ¡Oh, cómo saltó de gozo mi corazón en aquel momento! No sé si dijo otra cosa. No presté mucha atención a eso, tan poseído estaba por aquella sola idea. Spurgeon tenía en estos momentos quince años y seis meses.
Poco después se trasladó a vivir a Newmarkel, donde trabajó como ayudante de profesor. Allí, con el consentimiento paterno, se bautizó y unió a los bautistas. Posteriormente trabajó en una escuela de Cambridge. Estando allí, sintió el llamado para el ministerio.
Spurgeon comenzó su servicio al Señor como maestro de Escuela Dominical y predicador laico. Por su carácter afable, y por la amena instrucción que daba a los niños, llegó a ser muy querido.
Su primer sermón fue dado de manera inesperada. Se le encomendó acompañar a un joven predicador a la aldea de Terversham, pero, para su sorpresa, el predicador se negó a predicar y le encomendó la tarea a Spurgeon. El tema de su predicación fue: «Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso» (1ª Pedro 2:7). Los sencillos campesinos quedaron muy impresionados por el ardor del corazón del joven, y desde entonces, su fama comenzó a crecer en los alrededores.
Y cuando no querían oírle, se las arreglaba de alguna manera para que lo hicieran. Una vez, en una noche lluviosa, después de haber caminado bastante para llegar a un poblado, se encontró con que nadie se había reunido. Entonces, envuelto en su impermeable, llevando su linterna en la mano, fue de casa en casa, invitando a la gente. Así pudo reunir una pequeña congregación».
Primer pastorado
A fines de 1850, cuando sólo contaba con unos pocos meses como predicador, fue llamado al pastorado de la Iglesia Bautista de Waterbeach, lugar cercano a Cambridge. Spurgeon tenía entonces 17 años de edad. Desde entonces, y aún cuando estuviera en los días de gloria, nunca desdeñaría las congregaciones pequeñas o rurales, donde siempre predicaba con el mayor placer.
Cuando se inició como pastor en Waterbeach, la aldea tenía poco más de 1.000 habitantes, diseminados en una amplia zona. El elemento masculino de ella tenía mala fama. En su mayor parte eran toscos campesinos, muy dados a la embriaguez y al libertinaje. La pequeña congregación se reunía en un granero, transformado en capilla de blancas paredes y techo de paja. Contaba con unos cincuenta miembros, de los cuales sólo había una docena cuando Spurgeon predicó su primer sermón.
Durante el tiempo que permaneció en Waterbeach padeció estrecheces y penurias, pero la Iglesia creció y el pueblo sufrió una completa metamorfosis. El joven que Dios había usado para esto recibió el aprecio y el respeto de todos.
Al poco tiempo, los padres de Spurgeon quisieron que su hijo ingresara en el famoso Regent’s Park College. Aunque Spurgeon se sentía reacio a hacerlo, convinieron en una entrevista entre él y el Director, a fin de tratar el asunto. La entrevista había de celebrarse en el hogar de un tal Macmillan, un editor cristiano. Ambos concurrieron a la cita, pero por un error de una de las empleadas, fueron introducidos a distintas habitaciones, donde esperaron por mucho tiempo, ignorantes de que se encontraban tan cerca el uno del otro.
La entrevista fracasó y Spurgeon estimó que esto era una indicación de que Dios no quería que él cursara estudios sistemáticos de teología. Esa misma tarde le pareció oír una voz que le decía: «¿Buscas grandes cosas para ti? No las busques». Esto lo recibió como un expreso mandamiento de Dios de no ingresar a universidad alguna. Ni entonces ni después, Spurgeon habría de hacerlo. Sin embargo, llegó a ser uno de los hombres más ilustrados de la época. Se dice que leía por lo menos seis libros cada semana y llegó a contar con una biblioteca personal con más de 10.000 volúmenes.
A fines de octubre o principios de noviembre de 1853, cuando Spurgeon no había cumplido aun los 20 años, se celebró en Cambridge una Convención de Escuelas Dominicales, a la que fue invitado junto con otros dos predicadores. En el auditorio se encontraba un señor de apellido Gould. Por esta época, la antigua y célebre Iglesia de la calle New Park Street de Londres, se encontraba sin pastor, y en estado de gran decadencia. Un día, hablando Gould con un diácono de aquella iglesia, se lamentaba éste de las tristes condiciones en que se encontraba la congregación. Entonces Gould le habló de Spurgeon.
Un domingo por la mañana le entregaron a Spurgeon una carta procedente de Londres. Luego de leerla, se la pasó a un diácono y le dijo: «Seguramente esta carta no es para mí, sino para alguna otra persona de mi nombre». Al día siguiente, escribió a Londres diciendo que suponía que había algún error, pues él tenía sólo 19 años de edad y era el predicador de una pequeña iglesia rural. Con esta carta dio por terminado el asunto. Pero en tiempo oportuno recibió otra misiva de Londres en la que se le ratificaba la invitación a predicar en New Park Street.
Llegada a New Park Street
La visita a Londres estuvo llena de temores, de sentimientos de ridículo (en la casa de huéspedes le hicieron ver lo tosco de su atuendo) y de la pequeñez de su persona, en medio de las grandezas de la capital. Sin embargo, su predicación el domingo por la mañana agradó a los poco más de cien asistentes. Su texto fue Santiago 1:17: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo Alto». En la noche predicó sobre Apocalipsis 14:5: «Y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha». Después del servicio, la congregación no se disolvió inmediatamente, comentando lo que habían oído, y expresando su deseo de que el joven predicador regresara otra vez.
La congregación de la calle New Park tenía una historia muy venerable, que databa del siglo XVII. En distintas épocas había disfrutado de gran prosperidad y florecimiento, pero en aquel momento se hallaba en gran decadencia; al punto que, como dice un autor, «todo su futuro parecía encerrarse en su pasado». El local de la capilla, capaz de contener 1.200 personas sentadas, apenas recibía la visita de 60 ó 70, en un ambiente glacial.
Los diáconos comprometieron a Spurgeon a predicar durante seis semanas, alternando las predicaciones en Londres y en Waterbeach. No obstante la intermitencia, la iglesia se veía cada día más animada y concurrida. Al expirar el plazo, le pidieron que supliera el púlpito por espacio de seis meses, como paso previo al pastorado. Spurgeon les contestó que bastaba con un plazo de tres meses, en cuya fecha podía ser prorrogado por otros tres, o despedido sin necesidad de explicaciones. Cuando aún no concluían los primeros tres meses, la congregación le invitó a aceptar el pastorado con carácter oficial y permanente. Era el 28 de abril de 1855.
Al poco tiempo, invadió a Londres la epidemia del cólera, causando estragos en la población. El diligente y valeroso comportamiento del joven predicador aumentó aun más su popularidad y le granjeó muchos leales amigos. Las multitudes literalmente invadían la capilla de New Park Street para oírle.
En uno de aquellos domingos, al terminar su sermón, Spurgeon dijo: «Por la fe cayeron los muros de Jericó; y por fe caerá también esta pared del fondo». Al concluir el servicio, uno de los diáconos de la iglesia le dijo que no debía volver a mencionar tal asunto, a lo que éste contestó con su característica prontitud: «¿Qué quiere usted decir? No me oirán hablar más de esto cuando esté hecho, y por tanto, mientras más pronto se haga, mejor». A los pocos días comenzaron los trabajos.
Matrimonio y familia
Entretanto, Spurgeon se casó con Susana Thompson, una joven de la iglesia. Pese que ella tuvo durante gran parte de su vida problemas de salud, fue una ayuda idónea y amiga fiel. Pertenecía a una familia acomodada de comerciantes de la ciudad, y había recibido una sólida educación. Brillaba en su ambiente por sus gustos refinados y por la gran bondad de su carácter, más que por la belleza física. Era una mujer a quien Dios había adornado con las mejores virtudes para la misión que le correspondería cumplir.
Ella tuvo la energía para emprender dos obras que le valieron mucho reconocimiento y estima: el «Fondo de Libros», y el «Fondo de Auxilio para Ministros Pobres».
El primero surgió cuando Spurgeon publicó sus «Discursos a mis estudiantes», en 1869. Ella se sintió tan enamorada del libro, que cuando su marido le preguntó: ‘¿Te gusta?’, ella contestó: ‘Quisiera poderlo poner en manos de cada ministro de Inglaterra’. ‘¿Cuánto darás para ese fin?’, le preguntó él.
Entonces ella recordó que en una pequeña gaveta tenía algún dinero muy bien guardado por años. Al contarlo, vio que sumaba la cantidad precisa para comprar cien ejemplares del libro. Así nació el «Fondo de Libros».
La obra efectuada por esta noble mujer adquirió una gran importancia a medida que pasaba el tiempo. En el año 1884, ella informaba que, en los quince años de existencia del «Fondo de Libros», se habían distribuido 122.129 libros, aparte de un gran número de sermones; y que estos libros habían sido donados a más de 12.000 ministros de todas las denominaciones.
Este trabajo le permitió a la Sra. Spurgeon enterarse de los graves problemas económicos que aquejaban a muchos ministros pobres. Así surgió la idea de crear el Fondo de Auxilio Ministerial.
Respecto a los hijos, los Spurgeon tuvieron solamente dos hijos mellizos, y ambos, andando el tiempo, ingresaron en el ministerio. Uno de ellos se destacó por su elocuencia y capacidad, y sucedió a su tío homónimo, que había quedado al frente del Tabernáculo a la muerte de Spurgeon. Su otro hijo también desempeñó puestos de importancia en su denominación.
Publicaciones
Una de las mayores fases del trabajo de Spurgeon, y que le dio rápida popularidad, fue la publicación de sus sermones. De esta manera estuvo enviando muy lejos su mensaje, por espacio de un tercio de siglo.
Siendo aun muy joven, Spurgeon había leído un sermón que causó tan profunda impresión en él, que de ahí surgió la idea de publicar algunos de sus sermones ‘de valor de un penique’. Al término de su primer año en Londres, ya había publicado doce. Entonces se puso de acuerdo con el editor Passmore, que era miembro de la iglesia, para realizar la publicación semanal de sus sermones. Así, desde el año 1855 y hasta el año 1892, año de su muerte, por un espacio de 35 años, esta publicación continuó ininterrumpidamente.
Los sermones eran registrados taquigráficamente, y a la mañana siguiente él los revisaba; entonces se entregaban al impresor, y un día después se dedicaba a hacer la primera y la segunda corrección de pruebas. Desde el principio, tuvieron una amplia circulación: 25,000 ejemplares semanales. En los 35 años se publicaron aproximadamente unos 32 millones de sermones. Ellos se publicaban en gran número de periódicos y revistas, en diversas partes del mundo. «El auditorio de Spurgeon», dijo alguien, «fue todo el mundo cristiano».
Un día Spurgeon dio una emocionada noticia a su auditorio: «Tengo en mi mano un sermón al cual doy un gran valor. Lleva estampadas las iniciales D. L., es decir, David Livingstone, y es un sermón mío encontrado dentro de una de las cajas del doctor Livingstone. Se titula ‘Accidentes y Castigos’, y en él se encuentran escritas estas palabras: ‘¡Muy bueno! D. L.’ Me ha sido enviado por su viuda, y está sucio y roto, pero lo guardo como una reliquia, porque aquel siervo de Dios lo llevó con él».
En su extenso ministerio, hubo muchos otros testimonios similares. Uno de ellos hizo un gran recorrido antes de llegar a manos de una mujer de mala vida. Así le escribía a Spurgeon un testigo: «Pensad en aquel sermón predicado en Londres, enviado a América, un extracto de él publicado en un periódico de aquel país, ese periódico enviado a Australia, parte de él roto (como si dijéramos accidentalmente), envolviendo un paquete que fue enviado a Inglaterra, y después de tanto viajar, lleva el mensaje de salvación al alma de aquella mujer».
Un inglés que ascendía los Alpes, cerca del lago Ginebra, llegó a una casa, perdida en aquellas soledades, donde encontró, sentadas sobre la hierba, a dos mujeres concentradas en la lectura de un libro: se trataba de un tomo de sermones de Spurgeon, traducido al francés.
En los Estados Unidos, los sermones eran publicados incluso por periódicos seculares. Muchas iglesias que carecían de pastores los pedían para leerlos en sus reuniones. En la Rusia de los Romanoff, en que muchos cristianos eran perseguidos, los sermones de Spurgeon tuvieron una gran recepción y efectuaron su obra de salvación. En 1881, un ministro escribió a Spurgeon desde San Petersburgo: «Por medio de sus sermones Ud. está tomando una gran parte en el adelantamiento del Reino de Cristo, tanto en San Petersburgo como en el interior. Ud. es bien conocido entre los sacerdotes, los que parecen asirse de sus sermones traducidos; y, lo que resulta extraño, yo conozco casos en que el Censor, de buena voluntad ha dado permiso para que sus obras fueran traducidas, y esto cuando se mostraba irreductible con respecto a otras publicaciones».
Otro ministro escribía a Spurgeon en 1882, desde Varsovia: «En las últimas semanas he estado visitando las Iglesias de Silesia y la Polonia Rusa. En casi todas las poblaciones y villas, una de las primeras preguntas que se me hacía era: ‘¿Y cómo está el hermano Spurgeon?’. Los soldados ingleses apostados en la India recibían los sermones semanalmente por correo, y el domingo por la noche los leían, caso extraño porque no leen nada que tenga sabor religioso. Cuando un sermón había pasado por las manos de 50 ó 60 hombres, ya estaba completamente negro, usado y roto.
En Australia, un hombre encontró un sermón impreso tirado en el suelo en una cabaña, y por medio de su lectura llegó al conocimiento de la verdad. Lo guardó cuidadosamente durante el resto de su vida, y en su lecho de muerte se lo dio a un misionero como el único tesoro que podía dejar tras de sí. Otro australiano hizo que algunos de estos sermones fuesen insertos en los periódicos, pagando personalmente un enorme costo por ello.
Desde Tasmania escribía la esposa de un misionero, en 1885: «Si el Sr. Spurgeon supiera lo apreciado que son sus sermones en nuestros bosques sureños, donde no hubo predicadores por espacio de años, y cuántos casos de conversiones ha habido debido a ellos, se sentiría maravillado y se regocijaría con gozo indecible».
Se cuenta el caso de un armador de barcos de pesca, en el Mar del Norte, que, convertido por uno de los sermones de Spurgeon , puso a uno de sus barcos el nombre «Charles H. Spurgeon», el cual había intervenido en el salvamento de un barco que estaba a punto de naufragar.
A. G. Brown relata el siguiente incidente: «Una vez vino a mí un hombre de magnífica presencia. Le pregunté: ‘¿Dónde aceptó usted al Salvador.?’, e inmediatamente me contestó: ‘Latitud 25, longitud 54’. Confieso que tal respuesta me extrañó y me intrigó. ‘¿Qué quiere usted decir?’, le dije. Y contestó: ‘Yo estaba sentado en la cubierta de mi barco, y de un paquete de periódicos que tenía delante de mí, extraje uno de los sermones de Spurgeon. Comencé a leer, y mientras avanzaba en la lectura, vi la verdad y recibí al Señor Jesús en mi corazón. Inmediatamente busqué la latitud y la longitud en que me encontraba, y ésta es la que le he dado a usted’.
La casa editora Passmore & Alabaster tuvo que abandonar todo otro género de publicaciones, para ocuparse exclusivamente de la edición de los libros y folletos de Spurgeon, y no daba abasto.
De la gran cantidad de obras publicadas por Spurgeon, tanto de mensajes, expositivos, de ilustraciones, devocionales, históricos, de pedagogía y moral cristiana, podemos destacar, de los traducidos al español: «El Tesoro de David» (comentario de los Salmos, en 2 tomos), «Pescador de almas», «Devocionales Matutinos», «Discursos a mis estudiantes», «Notas de sermones», «Todo por gracia».
Comienzan las hostilidades
Corría 1856. Mientras se efectuaban las modificaciones de la capilla en New Park Street, la congregación alquiló el Exeter Hall, un enorme edificio con capacidad para 5 a 6 mil personas, que se encontraba en una de las avenidas más importantes de Londres. Pero muy pronto también quedó chico.
La prensa no podía dejar pasar la verdadera revolución que estaba realizando el joven Spurgeon. Algunos –los menos– trataban el asunto con seriedad y respeto, pero los más le trataron despiadadamente, lanzándole al rostro las acusaciones más absurdas, groseras e injuriosas. Su nombre comenzó a ser «pateado por la calle como una pelota de fútbol». Le representaban como un mono, un cerdo, un payaso, o como la personificación del mismo diablo.
En el dormitorio de su hogar, la señora Spurgeon había colgado un texto: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y, alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros» (Mateo 5:11-12).
En muchos otros lugares del país, la prensa se unía a esta corriente. Un periódico de Sheffield publicaba: «En los momentos actuales, el gran león, la estrella, el meteoro, o llámeselo como se quiera, de los bautistas, es el reverendo Spurgeon. Ha hecho verdadero furor en el mundo religioso. Cada domingo, las multitudes asaltan Exeter Hall como si fueran a un gran espectáculo dramático. El enorme local se llena hasta rebosar de un público emocionado, cuya buena fortuna en conseguir entrada suele ser envidiada por los centenares que se quedan fuera asediando las puertas cerradas… Spurgeon se predica a sí mismo. No es otra cosa que un actor, y no hace otra cosa sino exhibir aquella incomparable desfachatez que le caracteriza en grado sumo, entregándose a burdas familiaridades con las cosas santas, declamando en estilo delirante y coloquial, contoneándose arriba y abajo en la plataforma como si estuviera en el Teatro de Surrey, y jactándose de su propia intimidad con los cielos con una frecuencia que da náuseas. Se diría que el cerebro de este pobre joven ha sido trastornado por la notoriedad que ha adquirido, y por el incienso que se ofrece en su santuario. Reconozcamos en favor de ellos, que las grandes luminarias de su denominación no apoyan ni alientan a Spurgeon. Es un fenómeno espectacular, pero de corta duración, un cometa que ha aparecido súbitamente en el firmamento religioso. Ascendió como un cohete, y antes de poco descenderá como la caña». Spurgeon tenía sólo 22 años.
Días de controversia
Sin embargo, la controversia mayor se planteó en el plano teológico. Spurgeon chocó con la corriente doctrinal que imperaba en la cristiandad londinense. El punto de vista doctrinal predominante en los años 1850 a 1860 era arminiano, y Spurgeon profesaba valientemente el calvinismo. Él pensaba que el arminianismo era un error que estaba influenciando todo el sector no conformista, así como la propia Iglesia de Inglaterra, y lo decía con el ímpetu de su arrolladora juventud y de su celo por lo que él consideraba la pureza del evangelio.
«The Bucks Chronicle» le acusaba de hacer del hipercalvinismo requisito esencial para entrar en el cielo; «The Freeman» deploraba que denunciase a los arminianos «en casi todos los sermones»; «The Christian News» asimismo condenaba sus «doctrinas de tan fiero exclusivismo» y su oposición al arminianismo; y «The Saturday Review» se dolía que Spurgeon predicase la redención «en salas saturadas de olor a tabaco».
En vez de declararse inocente de estas acusaciones, Spurgeon las aceptó prontamente. Afirmaba que la necesidad primordial de la Iglesia no era simplemente más evangelismo, ni siquiera más santidad (en primer lugar), sino el retorno a la plena verdad de las doctrinas de la gracia, a las que, para abreviar, estaba dispuesto a llamar calvinismo. Spurgeon afirmaba: «La antigua verdad que Calvino predicó, que Agustín predicó, que Pablo predicó, es la verdad que debo predicar hoy, o de lo contrario sería infiel a mi conciencia y a mi Dios. No puedo ser yo el que dé forma a la verdad; ignoro lo que es suavizar las aristas y salientes de una doctrina. El evangelio de Juan Knox es el mío. El que tronó en Escocia ha de tronar de nuevo en Inglaterra».
Spurgeon se defendía de los ataques con sutileza y elegancia: «Se nos culpa de ser ‘ultras’; se nos considera la chusma de la creación; apenas hay ministros que nos miren o hablen favorablemente de nosotros, porque defendemos puntos de vista enérgicos en cuanto a la soberanía de Dios, sus divinas elecciones, y su especial amor hacia su pueblo propio». Predicando a su propia congregación diría en 1860: «No ha habido una iglesia de Dios en Inglaterra en los últimos cincuenta años que haya tenido que pasar por más pruebas que nosotros… Apenas pasa día en que no caiga sobre mi cabeza el más infame de los insultos, tanto en privado como en la prensa pública; se emplean todos los medios para derrocar al ministro de Dios…».
Spurgeon pensaba que la oposición no era sólo hacia su persona, sino que los ataques obedecían a causas más profundas. «Hermanos, en todos los corazones hay esta natural enemistad hacia Dios y hacia la soberanía de su gracia». «He sabido que hay hombres que se muerden los labios y rechinan los dientes rabiosos cuando he estado predicando la soberanía de Dios… Los doctrinarios de hoy aceptan un Dios, pero no ha de ser Rey, es decir, escogieron un dios que no es dios, y antes siervo que soberano de los hombres» . «El hecho de que la conversión y la salvación son de Dios, es una verdad humillante. Debido a su carácter humillante, no gusta a los hombres».
Spurgeon consideraba el arminianismo como popular debido a que servía para aproximar más el Evangelio al pensamiento del hombre natural; acercaba la enseñanza de la Escritura a la mente mundana. «Si la religión de Cristo nos hubiera enseñado que el hombre era un ser noble, sólo que un poco caído – si la religión de Cristo hubiese enseñado que por su sangre había quitado el pecado de todo hombre, y que todo hombre, por su propio y libre albedrío, sin la gracia divina, podía ser salvo – ciertamente sería una religión muy aceptable para la masa de los hombres». Las enseñanzas de la gracia fueron el cimiento del ministerio de Spurgeon durante todo su ministerio.
En todo caso, esta postura calvinista tan decidida por parte de Spurgeon fue más bien teológica que práctica, y fue suavizándose con los años. Su calvinismo nunca le impidió –al contrario– predicar con diligencia el evangelio a todos, como si fuera el más convencido de los predicadores metodistas y arminianos del avivamiento wesleyano.
Estas controversias no tuvieron más efecto que hacer aún más popular el nombre de Spurgeon, y que sus servicios tuvieran más asistencia. Y los que venían para ver al payaso hacer sus contorsiones, o para ver la figura que tenía el diablo hereje, se quedaban para oír la predicación. Muchos de ellos fueron llevados a los pies de Cristo. Spurgeon, que tenía sentido del humor, conservaba cuidadosamente las caricaturas, como asimismo los folletos y artículos que de su persona y obra se publicaban.
Tragedia
En junio de 1855, la congregación regresó del Exeter Hall a la capilla de New Park Street, que tenía capacidad para 400 personas más que antes. Sin embargo, el local resultaba muy pequeño. Muchos tenían que devolverse a sus casas, frustrados.
Pero Spurgeon no sólo predicaba allí. También lo hacía en otros lugares a mediados de semana. Y también fuera de Inglaterra. En 1855 predicó en distintas ciudades de Escocia. A su regreso a Inglaterra viajó por Essex, Cambridgeshire, y Suffolk, predicando en muchas poblaciones, comenzando por Waterbeach, de donde había ido a Londres dos años antes.
La estrechez de la capilla de New Park Street comenzó a hacer ver la necesidad de edificar un templo que reuniera las condiciones apropiadas. Pero la tarea se veía muy difícil. Entretanto, se pensó regresar a Exeter Hall, pero los dueños se negaron a arrendarlo por mucho tiempo a un solo predicador. Poco antes de esta fecha se había inaugurado el Music Hall (Teatro de la Música), probablemente el de mayor capacidad en Londres. Alquilar este edificio parecía una empresa gigantesca. Sin embargo, no había otra opción.
Así que, mientras se creaba un fondo para la construcción de un nuevo templo, se alquiló el Music Hall. Pero las reuniones allí tuvieron un triste comienzo. La primera noche en que Spurgeon predicó, el 19 de octubre de 1856, ocurrió un accidente que tuvo un tremendo efecto sobre el público, sobre el predicador, y sobre el futuro de la obra en Londres. Lo que no pudieron lograr las diatribas de los periódicos y de los teólogos –acallar a Spurgeon–, casi lo logra este funesto accidente.
El lugar estaba abarrotado con más de 7000 mil personas. A la mitad del sermón, algunos mal intencionados, gritaron «¡Fuego! ¡Fuego!». La multitud se excitó de una manera terrible y se lanzó a las puertas, pisoteándose unos a otros, y ocasionando la más espantosa escena de desolación y muerte. Spurgeon desde la plataforma suplicaba a la multitud que permaneciera tranquila, pero le fue imposible dominar la asamblea. 7 personas murieron y 28 quedaron heridas. Nunca su supo quiénes habían provocado esta tragedia.
Spurgeon cayó enfermo. Según algunos de sus biógrafos, fue esta la enfermedad que le llevaría a la muerte años después. Además, fue terriblemente fustigado por una parte de la prensa. «The Saturday Review» escribía el 25 de octubre: «Creemos que las actividades del señor Spurgeon no merecen en lo más mínimo la aprobación de sus correligionarios. Apenas hay un ministro no conformista de cierta categoría que esté asociado con él. No observamos, en ninguno de sus proyectos u operaciones de edificación, que los nombres de ninguno de los líderes del llamado mundo religioso figuren como fiadores… Existe la opinión general de que sus anormales procedimientos no benefician a la religión.. El alquilar lugares de esparcimiento público para la predicación del domingo es una lamentable novedad. Da la impresión de que la religión se encuentre falta de recursos. Después de todo, el señor Spurgeon no hace otra cosa sino representar el papel de Jullien dominical. Se nos habla del espíritu profano que debe haber habido en el fondo de la mente clerical cuando la Iglesia representaba Autos Sacramentales y toleraba la Fiesta de los Asnos; pero estas cosas antiguas reaparecen cuando los predicadores populares alquilan salas de conciertos, y predican la redención en salas saturadas de olor a tabaco, y donde resuenan las castas melodías del ‘Bobbing Around’ y los valses de La Traviata».
Aun muchos religiosos le combatieron; pero muchos amigos estuvieron a su lado.
La terrible tragedia obligó a los hermanos a edificar con prontitud un edificio que ofreciera seguridad. Para el efecto, la iglesia adquirió un extenso terreno, el mismo donde en siglos anteriores un gran número de cristianos habían sido quemados por su fidelidad a la Palabra de Dios.
Este mismo año se suscitó una nueva controversia en torno a Spurgeon, conocida como la «Controversia del Riachuelo», y fue motivada por un volumen de himnos que había sido publicado: Himnos para el Corazón y para la Voz, El Riachuelo. Para Spurgeon, muchos de los himnos eran simplemente «poemas de la naturaleza» y carecían de una clara verdad evangélica. Pese a que era muy joven, Spurgeon tenía ideas muy claras; y por ser joven, las expresaba con mucha franqueza. (Continuará).