Una reflexión acerca del propósito que Dios tuvo con Adán.
La Escritura no dice mucho sobre la triple naturaleza del hombre, pero lo que dice es muy claro e indubitable. Nos dice cómo el hombre llegó a ser lo que es ahora. «Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre un alma viviente» (Gén. 2:7, Versión 1909).
La Escritura nos cita las partes que componen al hombre tal como fue creado por Dios. «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo».
En Génesis 2:7 Dios nos da el orden divino en la creación de las distintas partes que componen al hombre.
La formación del cuerpo humano. «Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra». «El primer hombre es de la tierra, terrenal». La tierra iba a ser la morada del hombre. Para que pudiera tener comunicación con el mundo exterior en el que moraría, el cuerpo del hombre fue formado de la tierra y después provisto de los cinco sentidos: vista, oído, gusto, tacto y olfato. A causa de su conexión con lo terreno, el cuerpo es la parte más baja del hombre. Sin embargo, tiene el privilegio enorme de ser el hogar del espíritu y de ser su único medio de contacto con el mundo de los sentidos. El cuerpo es la ciudad puerto de la personalidad humana.
La emanación del espíritu humano. «y alentó en su nariz soplo de vida». El alfarero divino formó la estructura humana y después alentó en ella soplo de vida. Este principio de vida, que vino como una directa emanación de Dios, vino a ser el espíritu humano. Como alguien ha dicho con propiedad: «El hombre es polvo que recibió aliento de la Deidad».
Dios define el espíritu humano en estas palabras: «Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón» (Proverbios 20:27). El espíritu es la parte principal del ser humano. Es la obra maestra de la creación de Dios. Es la parte del hombre que tiene relaciones con el mundo invisible y espiritual, y comunión con Dios. Por mediación del espíritu el hombre percibe, ama y adora a Dios. A. T. Pierson dice: «El espíritu recibe las impresiones del mundo exterior y material a través del alma y del cuerpo, pero pertenece a un nivel y reino más altos, y es capaz de un conocimiento directo de Dios por la relación con sus sentidos y facultades superiores. En un estado no caído, era como un altísimo observatorio con la visual hacia el firmamento celestial». El espíritu es la ciudad capital de la personalidad humana.
La creación del alma humana. «Y fue el hombre un alma viviente». Superior al cuerpo e inferior al espíritu está el alma, el médium entre las dos. Se ha dicho que en sus relaciones con el cuerpo y sentidos corporales puede compararse a una cámara oscura fotográfica. Las impresiones del mundo exterior recibidas por los sentidos son recogidas y llevadas a esta cámara oscura donde se revelan en expresiones distintas de pensamiento, emociones y voluntad.
En sus relaciones con el espíritu y con el mundo espiritual puede asemejarse a un estrado judicial. La evidencia con respecto a Dios y a las realidades espirituales que encuentra el espíritu en su búsqueda por el reino espiritual es puesta ante el alma y allí se acepta o se rechaza.
El hombre, pues, es una trinidad. Espíritu, alma y cuerpo son las partes integrantes de su trino ser. En la constitución del primer hombre de Dios se usaron dos elementos independientes, el corporal y el espiritual, el material y el inmaterial. Cada uno de ellos era esencial porque el hombre tenía que estar relacionado con dos mundos, el visible y el invisible, el material y el espiritual. Él fue hecho principalmente para Dios; y para tener contacto con Dios debía tener un espíritu capaz de comunicación y relación con el Espíritu Divino. Pero el hombre tenía que ser colocado en el universo material de Dios para tener relaciones tangibles con el mundo exterior, personas y cosas. Por lo tanto, debía tener un cuerpo capaz de tales contactos y comunicaciones. El hombre tenía que estar en íntimo y continuo contacto con los cielos y con la tierra, con lo externo y lo temporal, con lo espiritual y con lo material.
Cuando Dios colocó el espíritu dentro del cuerpo, como su morada en la tierra, produjo la unión de estas dos partes una tercera, y el hombre fue un alma viviente. El alma uniendo el espíritu con el cuerpo dio al hombre la individualidad, y fue la causa de su existencia como un ser distinto. El alma, con las facultades de la inteligencia, emoción y voluntad, fue la parte central, el asiento, como si dijéramos, del ser del hombre.
El alma actúa como el intermediario entre el espíritu y el cuerpo; fue el lazo que los unió y el canal por el que actúa el uno sobre el otro. El alma está situada en la mitad del camino de los dos mundos: mediante el cuerpo se une con lo visible, material y terrenal, por el espíritu se une con lo invisible, espiritual y celestial. A ella le fue dado el poder para determinar cuál mundo dominaría al hombre.
La grandísima importancia de este tema en sus relaciones con las sucesivas lecciones y el intenso deseo de que cada lector tenga un claro conocimiento de ello me lleva a citar extensamente del libro de Andrew Murray, The Spirit of Christ (El Espíritu de Cristo):
«El espíritu, al vivificar el cuerpo, hizo del hombre un alma viviente, una persona viva con conciencia de sí misma. El alma fue el lugar de reunión, el punto de unión entre el alma y el espíritu. Por el cuerpo, el hombre –el alma viviente– estaba relacionado con el mundo exterior de los sentidos, pudiendo influir en él o ser influenciado de él. Por el espíritu estaba relacionado con el mundo espiritual y con el Espíritu de Dios, de donde tuvo su origen, pudiendo ser el recipiente y el ministro de su vida y de su poder. Estando a mitad del camino de estos dos mundos y perteneciendo a ambos, el alma tenía el poder de determinarse por sí misma, de elegir o de rehusar los objetos de que estaba rodeada y con los que estaba relacionada.
«En la constitución de estas tres partes de la naturaleza del hombre, el espíritu, que le une con lo Divino, era la más alta; el cuerpo, conectándole con lo sensible y con lo animal, era la más baja; el estado intermedio era el alma, partícipe de la naturaleza de las otras partes, el lazo que las unía y por la que podían actuar la una sobre la otra. Su obra, como poder central, era mantenerlas en su debida relación; mantener el cuerpo, como lo más bajo, en sujeción al espíritu, recibir, por el espíritu como lo más alto, del Espíritu Divino lo que faltaba para su perfección, y después pasarlo al cuerpo, para que por ello pudiera ser partícipe de la perfección del espíritu y llegara a ser un cuerpo espiritual.
«Los maravillosos dones con los que el alma fue dotada, especialmente los de conciencia y autodeterminación, o sea la mente y la voluntad, fueron el molde o vaso en el que la vida del espíritu, la verdadera sustancia y verdad de la vida divina, tenía que ser recibida y asimilada. Fueron la capacidad dada por Dios para hacer propios el conocimiento y la voluntad de Dios. Haciendo esto, la vida personal del alma llega a llenarse y posesionarse de la vida del Espíritu y todo el hombre se convierte en espiritual.
«Resumiendo lo dicho, el espíritu es el lugar de nuestra conciencia de Dios, el alma, de nuestra propia conciencia, y el cuerpo, de nuestra conciencia del mundo. En el espíritu mora Dios, en el alma el yo y en el cuerpo el sentido».
Claramente vemos que la intención original de Dios fue que el espíritu humano, por el que solamente el hombre puede relacionarse con Dios y con el mundo espiritual, fuera el elemento dominante en la personalidad humana. El espíritu había de ser el soberano, y mientras permanecía así todo el ser se conservaría espiritual.
Pero aunque el espíritu humano había de ser el soberano en el reino de la personalidad humana, con el alma y el cuerpo entregados a su dominio, sin embargo debía él estar sujeto a un poder más alto. El Dr. A T. Pierson dice: «Una lección obvia en esta psicología bíblica es que Dios designó evidentemente que el espíritu humano, habitado y gobernado por el Espíritu Santo, guardara al hombre en continuo contacto con él mismo y mantuviera en todas las cosas su propia preeminencia, gobernando el alma y el cuerpo.»
Vemos, pues, que el espíritu humano había de ser un soberano bajo otro Soberano. Había de ser también el intermediario entre lo eterno y lo temporal, lo visible y lo invisible, lo divino y lo humano, lo celestial y lo terrenal. El espíritu tenía sus ventanas abiertas hacia el cielo y hacia Dios, y por su percepción, intuición y visión espiritual estaba constantemente recibiendo impresiones espirituales que eran transmitidas al alma y al cuerpo. El espíritu, por una comunión inquebrantable con el Espíritu Santo, había de ser el canal por el cual todo el ser del primer hombre de Dios estaría unido a la vida de Dios y así hecho y mantenido espiritual.
Este breve estudio de la triple naturaleza del primer hombre de Dios, Adán, nos muestra que la personalidad humana fue constituida así para que pudiera pensar, amar y querer dentro del círculo de la voluntad de Dios. Podía elegir la vida bajo la autoridad de su divino Soberano. Nada había en él que impidiera la perfecta obediencia a la voluntad de Dios.
Queda otra pregunta que contestar. ¿Había algún impedimento fuera de él? ¿Fue el ambiente de Adán conducente a una completa y continua obediencia a la voluntad de Dios?
Dios colocó a su hombre perfecto en un ambiente perfecto. El cuadro que nos presenta el Génesis del jardín del Edén es el de un lugar donde había satisfacción y suficiencia para toda necesidad del espíritu, alma y cuerpo del hombre. El Creador se había hecho responsable de suplir abundantemente las necesidades de su criatura. El breve relato de la vida de Adán en el Edén revela la perfecta armonía con el ambiente. La justicia gobernaba y por tanto resultaba la paz. Nada había en su ambiente que impidiera la obediencia a la voluntad de Dios.
No solamente colocó Dios a este perfecto hombre en un ambiente perfecto sino que sus propias relaciones con Adán fueron perfectas. Era una relación de comunión y cooperación.
Adán tenía comunión con Dios. El hombre fue hecho para Dios. Hay en las Escrituras autoridad amplia para esta exposición en los versículos de Isaías 43:7, 21; Col. 1:16; Apoc. 4:11. El hecho de que el hombre fue formado a imagen de Dios en su vida intelectual, moral y volitiva muestra que Dios deseó la comunión con él y le hizo con capacidad para tal comunión, la cual no fue dada a ninguna otra de sus criaturas. Las bellas palabras de Génesis 3:8: «Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba por el huerto, al aire del día» revelan que Dios tomó la iniciativa en buscar la comunión y camaradería con Adán y Eva. El primer hombre de Dios anduvo y habló con Dios, como amigo con amigo. Él pudo conocer y gozar de Dios. Por la semejanza de sus naturalezas estaba en interna y espiritual armonía con Dios.
El primer hombre de Dios tuvo también cooperación con Dios en sus actividades de gobierno. Adán era el vicegerente de Dios, por así decirlo, sobre todas sus obras; él fue el instrumento ejecutivo por designación divina para llevar a cabo el divino propósito. Dios hizo de Adán su representante como el monarca visible de todos los seres vivientes (Gén. 1:28). Dentro de su propia esfera él fue un soberano subordinado únicamente a Dios.
Una cosa más queda por decir acerca del primer hombre de Dios. Adán no fue solamente un ser individual, sino la cabeza federal de la raza humana. Dios hizo de su primer hombre la cabeza y representación del hombre. El obispo H. C. G. Moule en su «Outlines of Christian Doctrine» dice: «Adán fue un ser tan verdaderamente individual como lo fue Abel. Pero él fue también, a diferencia de su hijo, lo que un solo Otro ser ha sido, la cabeza moral e inteligente de una raza moral e inteligente; no solamente el primer ejemplar de una naturaleza nuevamente creada, sino, en cierto sentido, el origen de esta naturaleza en sus descendientes, de forma que en él no solamente el individuo sino toda la raza, y en algunos aspectos muy importantes, podría ser tratada.» Adán fue, por designio de Dios, la fuente de la vida humana de toda la humanidad: la cabeza de la familia humana. Él fue, ante Dios, el primer hombre representativo. Por medio de él estableció Dios una unión con toda la raza humana, en la creación. Después mandó a Adán que creciera y se multiplicara.
Luego, el primer hombre de Dios fue perfecto, fue colocado en un ambiente perfecto y tuvo perfecta comunión con Dios. La armonía reinaba dentro de él, en todas sus relaciones, con los seres inferiores a él como igualmente con el Soberano Creador. Todas las cosas dentro y fuera de su vida alentaban la sumisión completa a la soberanía de Dios y a la obediencia perfecta a su voluntad. ¿Estaría él satisfecho con permanecer como un soberano bajo otro Soberano? ¿Elegiría vivir continuamente dentro del círculo de la voluntad de Dios? ¿Guardaría toda su personalidad bajo el dominio del Espíritu Divino, manteniendo así su vida en el plano espiritual? Siendo así hecho a su imagen y semejanza y controlado por su Espíritu Divino, por medio de este primer hombre Dios poblaría la tierra con seres que llevarían su semejanza, se entregarían a su soberanía, le servirían con fruto y vivirían juntos en justicia y paz.
G. Campbell Morgan en «The crises of the Christ» expone la posición de Adán ante Dios en el siguiente párrafo: «La voluntad finita tenía que ser probada, y se mantendría o caería según se sometiera o se rebelara contra la Voluntad Infinita del Infinito Dios. El hombre antes de la caída era un ser creado a la imagen de Dios, viviendo en unión con Dios, cooperando en sus actividades, con las limitaciones de su ser marcadas por disposiciones sencillas y determinados mandatos. Promesas de gracia le atraían, por un lado, a lo más alto, mientras que por otro, una solemne sentencia le ahuyentaba de lo más bajo. Él era un soberano bajo otro Soberano, independiente, pero dependiente. Tenía el derecho de su voluntad, pero solamente podía ejercitarla en perpetua sumisión a la más alta voluntad de Dios». «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: … mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás.» (Gén. 2:16-17).
Aquí tenemos la voluntad de Dios expresada en forma concreta. Por medio de este mandamiento Dios puso a prueba a su primer hombre. Adán tenía derecho a ejercer su voluntad y tenía poder para ejercitarla hacia Dios.
Ruth PaxsonTomado de «Cómo vivir hasta lo sumo» (Fragmento).