Cómo obra Dios en consonancia con la predicación de su iglesia.
Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras”.
– Prov. 25:25.
Abrimos nuestro corazón en gratitud al Señor por la salvación que nos ha traído a través del evangelio. «Nuevas de gran gozo», es el anuncio de Lucas 2:10, porque el evangelio es liberación; es una buena nueva que ha venido del cielo, una noticia formidable que satisface el alma sedienta y necesitada.
Esta es la noticia de nuestra liberación. Por medio del evangelio, somos libres no solo de nuestros pecados, sino libres de nuestras angustias y frustraciones. El evangelio es salvación integral para el hombre. No es un conocimiento ni una información, sino una Persona: Cristo, nuestro Libertador.
Poder que liberta
El evangelio nos permite salir del centro de nuestra atención, de nuestros conflictos, de nuestra historia, y nos da libertad para juzgar las situaciones desde la mente de Cristo. Por eso el Señor dice: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). Esta realidad nos hará libres, incluso para juzgarnos a nosotros mismos, reconociendo cuán pobres, insignificantes y ruines somos.
Pablo dice: «Yo soy el más pequeño de los apóstoles» (1 Cor. 15:9). Mas a él, «como a un abortivo», el Señor le dio la comisión de llevar las buenas nuevas y de revelar el misterio de salvación: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Tim. 1:15).
El evangelio nos libra y nos da la capacidad de ser personas equilibradas y juzgar las cosas conforme a las verdades eternas de Dios. Podemos ver que somos producto de una cultura errada, sin Dios; podemos juzgar nuestras equivocaciones, porque somos hombres libres.
El evangelio nos liberta de nuestras torturas internas, de nuestras frustraciones, de las historias amargas que perturban el alma. ¡Qué buena noticia! Somos libres de la culpa, libres de la vergüenza y del temor.
Nuestras frustraciones comenzaron en el Génesis, con una acción equivocada. «Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales» (Gén. 3:6-7).
Antes, en Génesis 2:25 leemos: «Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban». O sea, luego entró la vergüenza, y la tortura psicológica que provoca la vergüenza es increíble.
¡Cómo un sentimiento de vergüenza puede deformar la personalidad humana! ¿Y quién puede terminar con ello? ¿Años de terapia, de asistencia y de consejería? No. Solo el evangelio. Baste recordar nuestras propias vergüenzas, en ese cuarto oscuro que nos atormenta y nos deprime, de lo cual Satanás toma nota y nos acusa. ¡Pero el evangelio es libertad!
«Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí» (Gén. 3:8-10).
El temor paraliza y obstaculiza el desarrollo personal. El miedo trae depresiones y angustias, y entonces nos creamos defensas y hacemos algo para sobrevivir y construir algo propio, a fin de que los demás nos acepten.
Pero el evangelio termina con todo aquello, porque es poder de Dios.
Muchos jóvenes de hoy viven llenos de timidez; no se atreven a hablar, sufren temores interiores. ¿Quién alojó eso en sus corazones? Les es difícil expresar una idea, una palabra, a causa del sentimiento de ridiculez, de vergüenza y de miedo. Joven, ten presente esto: por el evangelio, eres libre, para expresar a Cristo.
«Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (Gén. 3:11-12). La culpa trae esta actitud de eludir las responsabilidades.
La culpa es un tormento de todos los días. Hay personas que construyen su personalidad a partir de ella, y por todo se sienten culpables; y por ello son agresivas, en su afán por defenderse.
Recuerde, el Señor nos libró de la culpa, por el evangelio. Son nuevas de gran gozo. El evangelio es nuestra liberación.
Pablo se sentía preso de esto, porque él había perseguido a la iglesia y no se sentía digno de ser llamado apóstol. Pero el Señor lo comisionó a hablar, y él se sentía comprometido, e hizo de este mensaje su vida, al punto que el mensaje y el mensajero llegaron a ser una sola cosa.
Dios respalda su Palabra
Toda vez que se proclama el evangelio, el Señor se compromete con el mensaje, porque él mismo es la Palabra, el Logos, el anuncio. Dios mismo respalda esas palabras, y hace presente la gloria de su Hijo. No es meramente hablar acerca de Cristo, de sus enseñanzas y de sus valores. Él es el evangelio.
Fíjense cómo escribe Pablo a los hermanos en Éfeso, mucho tiempo después de la manifestación del Señor. Ellos no tuvieron la oportunidad de ver y conocer a Jesús cara a cara. Pero, a través del evangelio, conocieron que Jesús es una realidad.
«Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo…» (Ef. 4:20). No dice «de Cristo», como si fuese una historia, sino «a Cristo», a una persona. «…si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados» (v. 21). Es Cristo mismo quien se hace presente por el evangelio.
«Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hech. 4:42). No dice «de Jesucristo», o acerca de Jesucristo. Esto es algo sobrenatural. ¡Qué locura! Dice Pablo: «Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Cor. 1:21). Es decir, en el anuncio del evangelio, Cristo se hace presente, porque él es uno con el mensaje. ¡Qué maravilla!
«¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?» (Gál. 3:1). ¿Cómo fue presentado? ¿Quién lo presentó? El evangelio.
Pablo llevó el evangelio, presentó a Jesucristo, y Cristo se hizo presente como crucificado. El evangelio es muerte y es también resurrección.
«Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano» (1 Cor. 15:1-2). Atendamos a tres palabras: «el cual recibisteis» (el Señor Jesucristo se recibe); «en el cual perseveráis» (en el evangelio se persevera); «si retenéis la palabra» (el evangelio se retiene). No es solo un anuncio; se recibe, se persevera, se guarda y se retiene el depósito.
Muerte y resurrección
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1 Cor. 15:3-4). Esto es el evangelio: muerte (cruz) y resurrección; una bendita realidad.
La conversión es mucho más que una segunda oportunidad que alguien se da a sí mismo para cambiar su vida; es que Otro comienza a vivir en uno, y llega a sanar el alma y aun el cuerpo. El evangelio lleva un germen de vida, de muerte y de resurrección. Y vivimos siempre en esa constante. El evangelio es una vida continua que fluye permanentemente a resurrección de vida, hasta que Cristo aparezca en los cielos. ¡Qué buena noticia! Gracias a Dios, porque el evangelio es la persona del Señor depositada en nosotros. Él se hace presente y vive en nosotros.
La dádiva de Dios
El evangelio también es gracia; es un regalo inmerecido, una dádiva. Cuando alguien recibe un regalo, se alegra. Dios nos ha regalado a su Hijo. Por gracia, él puso la vida de su Hijo en nosotros. Nosotros alcanzamos esa gracia por medio de la fe. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios … para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones» (Ef. 2:8; 3:17).
Alguien puede pensar que su fe es muy pequeña. «Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible» (Mat. 17:20). Un poco de fe es suficiente para que la realidad celestial se deposite en ti. Pero si alguien no tiene fe, también hay solución para eso. «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Rom. 10:17). El anuncio es tan potente que, aun cuando no haya fe y aun cuando el mensaje sea resistido, éste produce fe en nuestro interior. Y esa fe nos conecta con la gracia que se desborda a través del evangelio.
Evangelio y autoridad
El evangelio es gracia; pero también es autoridad. «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mat. 3:2).
El reino de los cielos es el gobierno de Dios. «¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios reina!» (Is. 52:7).
El evangelio es el gobierno de Dios que viene a solucionar un problema crucial, porque todos nosotros nacimos con el germen de la rebelión.
En Génesis capítulo 3 vemos cómo fuimos dañados en la esencia de nuestra naturaleza. Somos rebeldes por naturaleza. Nos desenvolvemos de alguna manera en un mundo perverso, oponiéndonos, buscando medios agresivos para salir a flote.
Sin embargo, el anuncio del evangelio de Dios resuelve el conflicto de esta rebelión interior, porque el evangelio es también autoridad. Dios reina. No reina el hombre con sus emociones, su voluntad o sus pensamientos. El Señor reina. Y en esa verdad, el evangelio nos va transformando.
En la iglesia, para perseverar en el evangelio, necesitamos referentes de autoridad. Es saludable y equilibrado; nadie que llega al evangelio es libre de tener tal referente. Si no lo tienes, preocúpate y búscalo. Lo necesitas, porque tú, por definición, eres rebelde.
El evangelio guía a los hombres al arrepentimiento. Tal fue el mensaje de Pablo en Atenas, en el centro de la sabiduría del mundo. «Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hech. 17:30), porque esto es el reino de Dios.
La autoridad y la sujeción a ella son conceptos clave para perseverar en el evangelio. La Escritura está llena de estas instrucciones. «Someteos unos a otros en el temor de Dios» (Ef. 5:21). Todos nos regulamos, nos equilibramos unos con otros. Las esposas, los esposos, los hijos, los hermanos. En la iglesia y en la familia está provista la autoridad espiritual viva, equilibrada y saludable.
En la realidad actual, hay quienes predican pura autoridad. Son legalistas, y maltratan a los hermanos, a los hijos y a las familias. Es una contraparte equivocada, incorrecta. La autoridad según Dios es de vida, de servicio, de amor y de colaboración. No es autoritarismo; no es abuso de autoridad. Eso no es el reino de Dios. El evangelio es vida, y hace de nosotros personas equilibradas.
Evangelio y poder
El evangelio también es poder. Esto es maravilloso. Pero «no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9:16). Lo único que nosotros hacemos es proclamarlo; entonces el Señor se hace presente y el poder de Dios comienza a operar.
«Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos» (Hech. 1:8). «Y estas señales seguirán a los que creen» (Mar. 16:17). ¿Qué es el poder? «Yo no puedo, pero Dios sí puede». Es el poder de Dios, poder transformador.
«Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Cor. 4:6). Esto nos traslada a Génesis 1:2-3. «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz».
«Y dijo Dios: Sea la luz … Dios mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz». Es el poder de Dios, que crea, que transforma, que de la nada lo hace todo. Ese Dios es el que «resplandeció en nuestro corazones para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Cor. 4:6).
Si anunciamos el evangelio, el poder creador de Dios opera en el mensaje, porque el mismo Cristo, que es la Palabra por la cual fueron hechas todas las cosas, está obrando. Lo único que tenemos que hacer es anunciar, y entonces la autoridad de Dios opera haciendo nuevas todas las cosas.
El anhelo de los ángeles
«Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación … A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles» (1 Pedro 1:10, 12).
La palabra griega traducida aquí como «mirar» es: «observar con el cuello extendido». Los ángeles, siendo mayores en poder y autoridad, desconocen estas cosas que a nosotros nos fueron encomendadas. Ellos quisieran ver los misterios de la salvación. Y entonces, ante el trono de Dios, ellos levantan el cuello para mirar las glorias que vendrán a través de la iglesia.
Las huestes angelicales anhelan ver las maravillas y milagros que Dios hará toda vez que prediquemos el evangelio. «Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Luc. 15:7).
Hay fiesta en el cielo; los ángeles celebran y alaban a Dios más y más cuando ven el misterio de la salvación, cuando la iglesia anuncia el evangelio y Dios mismo entra en acción.
Pablo dice que nosotros hemos llegado a ser espectáculo a los ángeles. Entonces, cuando tú les hablas el evangelio a tus vecinos o a tus parientes, y predicas a Cristo, hay una expectación celestial. Y como el evangelio es poder de Dios, Dios mismo comprometerá la presencia de su Hijo y, en su gracia y en su poder, hará un milagro en aquellas personas. ¡Bendito sea el Señor!
El hermano Watchman Nee fue un hombre que sobrepasó a muchos en conocimiento, en ejemplo de servicio y de amor al Señor. Sus enseñanzas han sido fuente de inspiración para la restauración de la iglesia en muchos lugares de la tierra. Cuando él murió, con un conocimiento tan pleno del Señor, en su celda se encontró un papelito que decía así: «Jesús es el Hijo de Dios que murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día. Esta es la verdad más gloriosa del universo. Muero por mi fe en Cristo».
Así resumió él todo lo que habló, todo lo que escribió y enseñó. «Este es el mensaje más glorioso del universo». Hermanos, hablemos del Señor dondequiera que él nos lleve. Amén.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2019.